En la izquierda, lamentablemente, pesa más su mundo ideológico que la realidad circundante. Ello se pone en evidencia cuando se discute el acuerdo con el FMI. La inexperiencia política y la escasa preparación técnica acentúan esa ceguera.

El correísmo cuenta a su favor con el desgaste del gobierno de Lenin Moreno y con la división de las fuerzas que se le oponen. No le ayuda a Andrés Arauz, el índice de riesgo país que ha subido como reacción a los resultados de la primera vuelta. Tampoco, su incondicionalidad a su mentor, Rafael Correa.

Hay una discordancia entre la institucionalidad democrática y las prácticas de los actores políticos que se valen de artilugios impropios para intervenir dolosamente en una campaña en la que está en juego el destino del Ecuador.

Aunque la disidencia no tiene suficiente eco en las masas, el peligro de que las contagie, pone en alerta a gobiernos cuyo origen siguió esa misma ruta, de la que se apartaron en el ejercicio del poder. Los revolucionarios de ayer operan como los gobiernos a los que derrocaron, frente a la acción de activistas intelectuales, de una intelligentsia crítica. No hay revolución que no haya nacido de un pensamiento heterodoxo.