

Foto: Cortesía de Carla Guelfenbein
La escritora chilena Carla Guelfenbein ha escrito varias de temática feminista, como "El revés del alma", "La mujer de mi vida", entre otras.
La autora, chilena de origen ruso-judío, se exilió con su familia en Inglaterra durante la dictadura de Pinochet. Volvió a Chile en 1987. Ha publicado cinco novelas.
La "gran eficacia narrativa" del libro llega por descontado, pues ha recibido uno de los premios más cotizados en la lengua española y se deja leer con sencillez. El comentario del jurado explica: “La autora ha sabido entrelazar amores y enigmas con una escritura a la vez compleja y transparente”. Siendo la transparencia una cualidad difícil de definir, la complejidad no está en la escritura –gráfica y expresa–, sino en el desenvolvimiento del relato. A partir de la polifonía, varias historias personales quedan finalmente entrelazadas para dar forma al objeto principal del libro: la vida de Vera Sigall.
Escritora extraordinaria, sobreviviente de los pogromos, “cuya vida está entretejida con la de Clarice Lispector y con la mía” –parafraseando a la propia Guelfenbein–, Vera Sigall es el símbolo de la gran literata a la que, en un mundo de hombres, no se le confiere el reconocimiento que se le debe.
De la juventud de Vera el lector se entera por medio de Horacio, un poeta famoso y ex-diplomático que vivió un romance apasionado con Vera cuando bordeaban los 40 años. Intercalando estos pasajes, se desarrolla la historia de amor entre Emilia y Daniel. Ahora, en el presente, todo comienza con Daniel, contándole a la octogenaria y comatosa Vera cómo se la encontró tendida en sus escaleras. Mientras, también en el presente, Emilia ha llegado, por consejo de Horacio, de Grenoble a Chile, para explorar el archivo Sigall en busca de pistas literarias. Hacia el final del libro todo queda claro y los disímiles personajes se encuentran, por sangre o amor, directa o indirectamente unidos.
Escritora extraordinaria, sobreviviente de los pogromos, “cuya vida está entretejida con la de Clarice Lispector y con la mía” –parafraseando a la propia Guelfenbein–, Vera Sigall es el símbolo de la gran literata a la que, en un mundo de hombres, no se le confiere el reconocimiento que se le debe.
Con habilidad, Guelfenbein ha cosido las anécdotas de cada uno de los personajes sin convertirlas en digresiones y las ha sostenido por las 350 páginas del volumen. Sin embargo, el pasado entre Horacio y Vera es, por mucho, más interesante que el cuento de hadas entre Daniel y Emilia. La primera pareja debate su amorío entre departamentos europeos y exploraciones literarias, la otra parece que tiene el destino escrito.
Ciertos detalles quedan sueltos por sí mismos: la anécdota que envía a Sigall y otras académicas presas, por la dictadura, parece simplemente cumplir con la corrección política; para ello Guelfenbein ideó a un personaje en el papel de un neurólogo que no cumple ninguna función. Aparece también el novio de Emilia, con el romántico nombre de Jèrôme, sin ninguna otro propósito que el de romper su corazón por unas horas. Por ahí también deambula un vagabundo que no da ni quita nada a la trama; todo lo que sucede alrededor de su testimonio prueba ser innecesario. La amante de Daniel, Teresa, sólo es un vehículo para dar consistencia a los pocos atisbos de vendetta en una novela de amor; la querida resulta un cliché sin voz ni voto.
A pesar de la declaración aparentemente feminista de la novela, se oculta una ortodoxia no tan novedosa. La historia de Emilia y Daniel bordea la reacción. Ella, con aires de intelectual, no conoce lo que es el sexo hasta que Daniel, el sensible galán se lo enseña y la hace mujer.
La novela, sino fuera por la impecable estructura que lo sostiene, sería una fábula; aquí queda claro desde el primer momento quién es bueno y quién es malo, por esa vía el lector no debe esperar sorpresas. La de Daniel y Emilia es una historia de amor estilo rosa –aún con el aura intelectual de Emilia–, que queda equilibrada por los episodios tensos del romance entre Vera y Horacio.
Se destaca, en todo caso, la astucia de la autora para desenrollar la historia y guardarse el secreto más importante –que no es la caída de Vera–, hasta el final de la novela, por medio de un personaje que aparece un par de veces; el hijo del matrimonio de Vera con un aristócrata chileno, Julián.
Una novela que atrapa, en parte, gracias a la personalidad y correspondencia de cada uno de los protagonistas y, en parte, por el lugar común de una historia de amor. Contigo en la distancia, un libro que distrae y aviva una discusión sobre los méritos de su estructura.
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