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27 de Agosto del 2015
Cultura
Lectura: 6 minutos
27 de Agosto del 2015
Antonio Villarruel. Especial para Plan V
El salón de la gran batucada

Fotos: Marcelo Brandt/G1

Estos dos "monstruos" de la canción brasileña siguen en plena vigencia, pero sus contenidos, ¿también?

 

Gilberto Gil y Caetano Veloso continúan cantando sobre guerrilleros perseguidos, sobre tugurios aterradores y ritos paganos. Lo penoso es que estas prácticas de difusión musical producen un desplazamiento del espectador, que ha convertido a estos referentes en una épica del folclor y ha obstaculizado que sean también otros públicos los que los legitimen.

Gilberto Gil y Caetano Veloso

Dois Amigos, Um Século de Música

São Paulo, Citibank Music Hall, 22 de agosto

Es un poco chirriante escuchar a Caetano Veloso y Gilberto Gil en el Citybank Hall de Sao Paulo, un recinto para siete mil personas apropiado por la clase alta paulista, donde algunas localidades ofrecen meseros, barras de jamones y quesos, amplios tablones con baldes y hielo para el espumante y poltronas para sentirse bien cómodo en parejas o grupos de amigos.

Esto, pomposo y hasta ordinario en conciertos de mercancía pop, que suele ser la programación habitual de la sala, toma forma de caricatura si quienes están en el escenario son dos tipos que se han pasado cantando cincuenta años sobre los hábitos populares brasileños: las calles anónimas de Sao Paulo y Río, las prácticas candomblé de la gente negra, la mezcla entre el yoruba y portugués, el miedo a la policía y la persecución, los varios registros de la amistad, la alegría como revancha contra la miseria, y la palpitación de Salvador de Bahía, la ciudad donde ambos comenzaron y sobre la que cantan con nostalgias y lealtades.


Caetano Veloso

Pero ni Veloso ni Gil ni casi nadie escapa de ser industria cultural. Para ser conocido y discutido hay que jugar con las grandes corporaciones que ensamblan el mundo del espectáculo, y eso también lo hace Dylan, Cohen, Manu Chao o el Subcomandante Marcos. Luego se ve si desde dentro se la reelabora, y si se lo hace con sentido y perfil logrado.

No hay que pasar por alto que las historias, las cadencias y los síncopes, vienen de más allá de quien puede pagarse al menos cincuenta dólares para mirarles a doscientos metros.

Gil y Caetano continúan cantando sobre guerrilleros perseguidos, sobre tugurios aterradores y ritos paganos. Lo penoso es que estas prácticas de difusión musical producen un desplazamiento del espectador, que ha convertido a estos referentes en una épica del folclor y ha obstaculizado que sean también otros públicos los que los legitimen. Un experimento: que se les diera tocar también en plazas, mercados o casas de rito umbanda. No hay que pasar por alto que las historias, las cadencias y los síncopes, vienen de más allá de quien puede pagarse al menos cincuenta dólares para mirarles a doscientos metros.

El sábado 22 de agosto fue el tercero de cuatro días en que Caetano y Gilberto pararon en Sao Paulo para presentar un show conjunto, después de estaciones en Europa e Israel. Justo esa noche el recital se enlazó con Multishow, una promotora de espectáculos que lo transmitió por televisión y sacará, en breve, un video y un CD.  Cuando la transmisión terminó y volvieron ambos para cumplir con el rito del bis, el ambiente se distendió y las personas de los asientos más cercanos pudieron ponerse de pie. Esto tal vez mermó la precisión y concentración de ambos, pero le dio un ambiente de quilombo al teatro atildado, que salió cantando “A luz de Tieta”, que tiene una parte que dice más o menos esto: “En esta tierra el dolor es grande/ pequeña la ambición:/ Carnaval y fútbol./ Quién no finge, quién no miente/ quien más goza es la pena/ la que sirve de farol”.


Gilberto Gil

Lo demás no es contingente. Son ellos dos, cada uno con una guitarra. Gil, en ocasiones, no toca las cuerdas, solo la caja, y la hace sonar con las yemas de sus dedos, acompañando su voz o la de Caetano. Caetano afina una composición en italiano y dos en español, entre ellas una versión de la “Tonada de luna llena”, de Simón Díaz, que nadie parece conocer y es pausada, demoledora, una incisión en el vientre. Gil canta otra en español y además Drão, una tonada para salvar su unión con una mujer que luego lo abandonará. Gil canta y Caetano canta, y Gil toca mejor la guitarra que Caetano. El catálogo se abre y se contrae. Ambos parecen haber macheteado la excursión cultural y musical de su país hasta darle una ruta mientras, con un oído abiertísimo, ponían atención en lo que se cantaba en Estados Unidos, Europa y el resto de América. La primera parte es para Caetano, la segunda es Gil descongestionando el desorden de los recuerdos de Salvador y archivándolos desde la melancolía, la esclavitud, el carnaval y las alegrías, y el mar. El final es de la gente, menos planificado y más optimista de lo que hace falta.

Brasil se repliega y contraataca como una síntesis en ellos dos de 500 años de colonia y mestizaje y mil años de bronca. Cómo da Brasil con ellos, exactos, milimétricos cuando necesitan, y expropiándole rigidez a la televisión. Cómo da la guitarra de Gil, virtuosa y motor de batucada. Dan más que su público, ahora custodio del fermento que se obra cuando las músicas empiezan a madurarse y dos cantantes las recogen de los lugares adonde éste nunca irá. Todo es contradicción, rezago de la esclavitud, siguiendo a Caetano en “Noites do Norte”. La dialéctica moderna del creador y su afición se evapora, sin embargo. Que suenen un poquito más. Que salgan de ahí y vengan más cerca.

GALERÍA
El salón de la gran batucada
 


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