
Foto: Cortesía Mariela Condo
Mariela Condo canta desde sus 3 años. Actualmente, a sus 32, ha editado tres discos, dos de ellos con letras de su autoría.
Cuando Mariela Condo se encuentra con la música hace magia. Ese es el resultado de la ecuación en donde combina caos e introspección. Cuando compone, lo que más disfruta son los encuentros con ella misma, con los rincones del alma y la mente que no sabía que la acompañaban hasta que, de repente, una letra se los devuelve. Eso es mágico, es magia.
Después de la escritura, de desnudarse a través de los versos, quiere esconderse de nuevo, evitarla, pero no puede. Lo que menos le gusta es el lío mental que la composición le exige: “Después de las recientes canciones que compuse dije: ya no quiero volver a escribir nunca más. ¡Mentira!, me duró un rato el miedo, el vértigo de ese abismo de escribir, de ahondar en mí misma. Esto es nuevo para mí, todavía estoy escarbando”.
Para crear, la cantautora riobambeña debe estar alegre, dolida, nostálgica. Componer también la abrió a cuestionarse quién es, qué siente. “Me rompí de ciertas cosas que creía dadas. Me cuestioné como ciudadana, mujer, miembro de una cultura étnica”. A través de la composición se dio cuenta de los velos, de las máscaras que llevaba puestas. “Se crean pequeños espejos en donde te miras y no puedes hacerlo con mentiras. Cuando estás a solas no hay a donde correr, no hay escape”.
Una historia que empezó en la niñez
El juego predilecto de Mariela Condo en su niñez era cantar. El canto es una suerte de herencia, del legado de sus abuelas y abuelos. En su familia, oriunda de Cacha (Chimborazo en las cercanías de la ciudad de Riobamba), el acto de cantar está presente en la cotidianidad, en el diario vivir. “Mi abuela paterna decía: esta niña (Mariela) solo pasa cantando, va a ser cantante”. Y no se equivocó. Su abuela materna también era apegada al canto y a través de su historia de vida le enseñó para qué sirve el canto.
Manila es una canción que su abuela materna escribió. Es una especie de monólogo en que se pregunta sobre su tristeza, emociones, y a la vez se dice: levántate, párate y sigue. “El canto sirve para arrullarse un poco y seguir caminando, redimirse”, reflexiona Mariela, de 32 años.
A sus ocho años de edad se dio su primera presentación formal sobre el escenario. Fue en Riobamba, en el contexto de una cantata basada en un cuento infantil. Un tío le compuso dos canciones con temáticas infantiles. Luego de esa presentación empezó clases de piano. Al terminar la escuela ingresó al colegio General Vicente Andaguirre, el único colegio de música que había en Riobamba. Luego de un año ahí, toda la familia se trasladó a Quito, en donde ingresó al Conservatorio Nacional de Música durante un par de años.
Tres discos, tres piezas de un rompecabezas
Cuando terminó la secundaria, Mariela se tomó dos años sabáticos. No tenía otra opción que no fuera estudiar música. En ese lapso fue parte de ensambles y grupos corales hasta que un día su madre encontró la carrera de Música en la Universidad San Francisco de Quito. “En la universidad me surgió la necesidad de hacer un primer disco, ahí nació Shuk shimi, waranka shimi”. Esa primera producción (2007) recopila cantos en quichua de sus abuelos, comunidades indígenas y canciones de Enrique Males. “Decidí que los temas serían solo en quichua como un ejercicio para recordar el idioma que dejé de hablar desde que tenía siete años. Escribo y me expreso en español”.
Pasaron cinco años hasta que llegara su segunda producción discográfica, en la cual la cantautora sació la necesidad urgente de escribir y ver algo suyo plasmado en la letra. En el disco Vengo a ver se incluyen 13 temas inéditos, la mayoría de su autoría, también hay composiciones compartidas, además de las canciones Manila y Kikilla, que son canciones de sus abuelos. “Fue un trabajo de una búsqueda interior profunda. Nunca había hurgado de esa manera… Saber si una letra me representa, demorarse horas, meses, en saber si una palabra queda…”.
En ese trabajo se usó un formato musical particular, con Daniel Orejuela como productor. La propuesta integra violonchelo, guitarra acústica, vientos andinos y percusiones. “La idea era que sea coherente en cuanto a lo que me gustaba escuchar, mis letras… todo debía dar una sensación de madera, algo acústico…”. El resultado fue tan convincente que repitió la fórmula en Pinceladas (2015), su más reciente álbum.
En su tercer disco, Mariela Condo mantuvo los hilos conductores del formato musical, composiciones inéditas, pero retomó su calidad de intérprete. “La interpretación es otra forma de crear, en tiempo real, y buscar el lenguaje al instante de una canción que ya tiene otras formas de ser interpretada. Hay canciones que te atrapan de tal forma que lo único que tengo para sacar eso que, de repente me movió, es cantando… La canción se adueña de mi garganta”.
La voz de Mariela Condo hace eco de Latinoamérica
Los referentes musicales de Mariela Condo son temporales, al igual que las canciones favoritas… Pero, en sus más recientes creaciones un disco le dio la pauta. “Recuerdo que a mis manos llegó un disco, gracias a mi amigo Carlos Grijalva, de todo el folclor peruano, argentino, chileno… Me topé con un montón de letras, cantos, formas de cantar tan diversas que tenían una conexión muy de tierra, de raíz, connotación del campo… De repente dije: por aquí quisiera ir…”. Una de las canciones que le marcó fue Florcita de cardón, de Aca Seca Trío. “Es una letra tan sencilla, pero tiene una profundidad infinita… Con cuatro, cinco palabras, te rompe todo, no entiendes qué pasó, qué palabra fue, qué combinación… Es un universo muy difícil de asimilar, que te deja un poco golpeada…”.
Compositoras como la peruana Chabuca Granda y la cubana Marta Valdés también son su referencia creativa. Hacia dónde, de Valdés, se incluyó en Pinceladas. Desde ahí también se forjó un vínculo determinante en la carrera de la ecuatoriana.
“Me entrevistaron en Telesur y decidí interpretar la canción de Marta”, recuerda. La entrevista llegó hasta Cuba, donde la cantautora, de 81 años, la vio. Una semana después, Mariela recibió la carta “más hermosa” de su vida. “Marta me hablaba de la búsqueda de escribir canciones, de la interpretación. Había palabras de gratitud por haber cantado su tema… Era una carta muy de artista… Fue un regalo para todos. Ahora intercambiamos cartas, contándonos las vivencias”.
Entre las millones de interrogantes que Mariela disparaba para que Marta las resuelva, había una que cuestionaba sobre el lugar, el espacio, de dónde surgen las canciones. La respuesta de la cubana fue una sentencia: “Los versos, la música, la letra, nacen a partir del silencio”.
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