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19 de Octubre del 2015
Cultura
Lectura: 7 minutos
19 de Octubre del 2015
Desirée Yépez
Mateo Kingman pregona vanguardia y tradición

Fotos: archivo de Mateo Kingman

Los referentes musicales de Mateo:  Simón Díaz, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Caetano Veloso, Control Machete, The Beatles, Led Zeppelin…

 

El cantautor de 23 años presentará su primer disco el próximo 19 de noviembre. Su composición se caracteriza por integrar los nuevos sonidos a los elementos tradicionales. Su voz también es un eco de la amazonía.

Mateo Kingman es curioso. Su composición lírica y melódica resulta de una dicotomía.

Explora las nuevas sonoridades del mundo, pero también le gusta lo “viejo”. Experimenta con elementos latinoamericanos, tradicionales. Es un buscador entre lo que fue y lo que será.

Mateo Kingman juega. En sus composiciones utiliza ‘drums machine’ (caja de ritmos) para hacer ‘beats’, o sintetizadores para lograr un sonido electrónico. A eso le suma experimentación vocal, percusiones, bombos grabados en vivo, elementos más orgánicos que acerquen su propuesta a la tradición.

Mateo Kingman tantea. Cuando escribe indaga en una “poesía campesina”, aterrizada y  arraigada a las raíces mestizas. Se mueve entre temáticas simples, como las aves. “Estoy obsesionado con los pájaros, trato de relacionarlos con el alma. Me he vuelto más místico.  Conecto más con lo de adentro que afuera”.

Mateo Kingman es el resultado de una vida en la Amazonía, del contraste entre lo natural y lo citadino.


Mateo estudia Música en la Universidad De Las Américas, UDLA. El 19 de noviembre lanzará su primer disco.

Una propuesta con origen amazónico

Mateo Kingman empezó tocando la batería cuando tenía 10 años. A los 15 sintió la necesidad de expandir las posibilidades de creación: incorporar melodía, armonía y letras. “Fue loco porque tenía herramientas en la guitarra, piano, batería y un poquito en la voz. El primer tema se dio de una y me fui a grabar a Cuenca”.

El primer tema -Se le cayó la calle, compadre- era un desastre. “Es tenaz lo que escribes cuando tienes 15 y escucharlo cuando tienes 23. En ese tiempo me fui de intercambio a un colegio en Suiza. Cuando regresé vi como la gente que se iba le sacaban allá la madre y regresaban gallazos al Ecuador. El personal regresaba como que no hubiera aprendido nada”, recuerda entre risas y añade que “esos inicios quedaron olvidados”.

El cantautor es de Quito, pero creció en Macas (Morona Santiago). En ese contexto, al principio lo que más fluidamente se le daba era escribir sobre la experiencia de haber crecido en un río, o de tener pájaros en su cuarto, animales por doquier. La conexión con esa sencilla vida en un entorno natural.

Después se inventó personajes relacionados con la Amazonía. En una etapa sintió la necesidad de protestar. “Se dio de manera natural, en un momento tenaz donde están los problemas vinculados con la minería. Mis taitas trabajan con gente de la comunidad Pueblo Shuar Arutam. Están comprometidos con su territorio y son honestos con lo que viven y su propuesta de vida… Me sensibilicé con algunas preocupaciones respecto a lo que se venía. Entonces también empecé a escribir sobre temas más sociales, relacionados siempre con la tierra”.

Patricia Peñaherrera, su madre, le heredó ese conexión con la música. Ella toca la guitarra y canta. En su casa, Mateo oía música tradicional latinoamericana, como Simón Díaz, de Venezuela, y Violeta Parra de Chile. Su hermano que vivía en Argentina se convirtió en otro puente hacia propuestas como Nirvana, rock argentino, Control Machete. “Ahí me enganché con el hip hop, empecé a moverme por ese género al principio porque no podía entonar… Me servía para poner mucha letra y hacer cambios rítmicos”.

De Maki a Mateo Kingman: la transición

Mateo Kingman llegó a Quito en 2012. Tenía 20 años y quería grabar sus primeras canciones. En ese periplo se encontró con los productores Ivis Flies y Danilo Arroyo, con quienes moldeó el proyecto.

Su hermano le llamaba ‘Maki’. Ese era un sobrenombre familiar que, en primera instancia, se usó para arrancar la carrera. “Hace un año, me di cuenta que era muy personal y no me sentía tan cómodo. Entonces inicié un proceso para reinventarme”.

Durante los dos primeros años el proyecto atravesó una etapa de modelaje, en el sentido de descubrir por donde ir, de desarrollo artístico. “Este último año se sentaron las bases y construimos la casa más claramente”.

Como ‘Maki', abrió el concierto de Calle 13 y Manu Chao, en Quito. “Ese es un episodio que quiero sepultar”, dice. Cuando Mateo llegó a Quito estaba perdido, era un “pelado” que todavía no sabía hacia dónde llevar su música. “No tenía la fuerza para tomar decisiones artísticas. Salí a ese concierto con tres temas que no sentía, que prefiero olvidar -ríe-. Era una de mis primeras presentaciones y fue ante aproximadamente 40 000 personas. Fue demasiado, como lanzarme a los leones. Chamo e inseguro de lo que estaba haciendo. Fue un trauma. Después de eso me costó tener confianza en mí y en la gente, porque la empecé a ver como si fueran enemigos, como si tengo que ir a una batalla en el escenario”.

Para curar ese ‘trauma’, la clave fue abrir los temas y dirigirlos hacia algo más propio y honesto. “Cuando sentí que ya estaba madura la cosa, acorde a lo que sentía, la presenté y volví a mi nombre: Mateo Kingman”.

‘Respira’, un disco de ‘reconciliación’

Mateo Kingman lanzará su primer disco el próximo 19 de noviembre. El álbum incluye 11 canciones que generan tres momentos con distintas sensaciones. El primero es más cósmico y shamánico. Expresa el lado más amazónico del cantautor. El segundo es más roquero y experimenta con ‘beats’ más fuertes y guitarras. Al final, los elementos de la cumbia amazónica y la bomba generan un ambiente más fiestero.

El álbum se grabó en el estudio de Ivis Flies, Pulso, quien es el productor del material. En la producción también colaboraron Danilo Arroyo y Alejandro Mendoza. “Lo que más me gusta de este disco es la búsqueda de equilibrio entre los elementos orgánicos y los electrónicos”.

‘Respira’ puede entenderse como un disco de reconciliación porque fusiona las distintas etapas creativas de Mateo Kingman, quien cuando estaba recién llegado a Quito tenía una suerte de resistencia a la ‘ciudad’. “No lograba conectar con nada, pero me tocó aceptar que vivo en la ciudad, en la montaña, en los Andes”.

Sus composiciones ahora superan la noción de espacio, entorno, y conectan con lo latinoamericano, “la cotidianidad de los mestizos”.

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