
Consultor político, experto en comunicación electoral y de gobierno. Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar

Las elecciones seccionales del 5 de febrero pueden significar cambios políticos en el interior del país. Foto: Archivo PlanV
Se aproxima el rito de las elecciones: procesión de fieles votantes acompañados de sus familias, avanzando como una corriente llena de piedras, cuyas múltiples bifurcaciones irán inexorablemente a dar, según la inicial de sus apellidos, en los recintos electorales donde se rozan, chocan y se mezclan con el reflujo de quienes ya recibieron la eucaristía democrática y, renovados por la fe en sus nuevos mesías, o aferrados a la esperanza de que ya ninguno nuevo podrá ser peor que el político que se va, abandonan las juntas receptoras del voto para, enseguida, formar caóticos remolinos humanos alrededor de máquinas que cubrirán con plástico su certificado para preservarlo del agua y del estrujamiento que acompañará la casi segura y muy próxima decepción.
Elecciones: los y las de siempre, entre muy pocas caras nuevas; sempiternas voces e imágenes en radio y televisión habitualmente invitadas a programas noticiosos y de opinión, o protagonistas del amarillismo que anega las redes sociales.
Los postes encorvados por fotografías trucadas de candidatas “cero arrugas” y candidatos siempre sonriente; las paredes ladrando consignas cegadas de resentimiento y faltas ortográficas; las pantallas de tv rezumando enjundiosos debates que muestran la vacuidad de “estrategias” para acicalar la demagogia, y el profesionalismo de “asesores de imagen” expertos en planchar el cabello o preparar la facha de sus personajes, quienes desplegarán sus mejores talentos para magnificar los burdos detalles de su demagogia, bien calibrado el insulto (como si la realidad que se representan no fuera suficiente), y pacientemente cultivado el descaro con que pretenderán reinaugurar la amnesia colectiva, con cada propuesta de campaña y con cada alucinado eslogan empaquetado por la agencia publicitaria de rigor.
Políticos: falsas estatuas de la antigüedad, gente de arcilla que se reproduce en marmolina maquillada para subrayar lo que pueda diferenciarlos de sus idénticos.
¿Traen algo nuevo las elecciones del 2023?
Casi nada. Ni siquiera sorprende ya la impúdica exhibición de una crisis que recorre en círculos repetidos, como en un carrusel, las miradas de los asistentes al show, cada vez menos entusiasmados por los fingidos saludos de los aspirantes que cabalgan corceles de madera, sin gracia y sin hacerse cargo de su responsabilidad en el desastre.
El 70% de ecuatorianos desaprueba la gestión de alcaldes y prefectos, a nivel nacional. Algunos, incluso con sus antecedentes penales buscan la reelección.
Según datos del Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos (INEC), 53,2% de hogares ecuatorianos a nivel nacional tenían acceso a internet en el año 2020; de ese porcentaje, 61,7% eran hogares del área urbana y 34,7% estaban en el área rural.
Los candidatos recurren a un modelo mixto entre las calles y las redes sociales. Foto: Facebook Jorge Yunda
Ni siquiera sorprende ya la impúdica exhibición de una crisis que recorre en círculos repetidos, como en un carrusel, las miradas de los asistentes al show, cada vez menos entusiasmados por los fingidos saludos de los aspirantes que cabalgan corceles de papel, sin gracia y sin hacerse cargo de su responsabilidad en el desastre.
El 91% de los usuarios (5 años en adelante) utilizó ese año la red en el hogar al menos una vez al día; siendo ese el año de inicio de la pandemia, probablemente la frecuencia y el tiempo de uso se incrementaron durante los años posteriores, por la obligatoriedad de recibir clases virtuales en los afortunados hogares que tenían acceso a la red y sus hijos estudiando, y por el teletrabajo, en el caso de los afortunados que tenían un empleo y aquellos no tanto, que debieron buscar uno por haber perdido el que tenían; “emprendedores”, los llaman románticamente algunos políticos.
A pesar de la internet, los recorridos y las tarimas siguen vigentes. Foto: Facebook Cynthia Viteri
La brecha digital que aún persiste en términos del acceso es un grave problema, pero quizá más grave es el de la calidad del tiempo uso que los usuarios le dan a este recurso; no es aventurado inferir, cual es la razón por la que los políticos de todo origen y bandera, han volcado a las redes sociales sus campañas electorales y su gestión de gobierno, cuando ganan elecciones.
Como cualquier otro espécimen del híper espacio devenido personaje público que aspira convertirse en uno, los políticos han visto en las redes sociales un espacio ideal para medrar de la brecha digital.
Las redes se caracterizan mucho, por dar cabida a la emocionalidad de las personas en detrimento de la reflexión, el raciocinio, la opinión formada mediante la información contrastada.
La vanidad, la superficialidad, el engaño del photoshop o el logrado desde las noticias e historias falsas, son dimensiones ideales para políticos causantes de la peor crisis de credibilidad que los ecuatorianos recuerden.
En las redes se muestran sin pudor la falsedad y las verdades a medias con que los malos políticos construyen su identidad y su reputación para ofrecerla como baratija de consumo, como aspiracional devaluado a una sociedad abatida por el desempleo, la falta de acceso a la educación de calidad, a la salud y al aseguramiento universal.
En medio de la anomia política asociada con el aislamiento individual que producen las redes, se encubre con cada “me gusta” o con cada emoticón la falta de interés en participar de manera real y responsable de gran parte de personas, en los temas que realmente importan en su vida presente y futura. Es más fácil opinar y “comprometerse” usando un celular para encapsular una emoción o una idea.
En medio de la anomia social asociada con el aislamiento individual producido en las redes, se encubren con cada “me gusta” o con cada emoticón la falta de interés en participar de manera real y responsable de gran parte de personas, en los temas que realmente importan en su vida presente y futura.
La conexión entre política y redes sociales en este país mostró en la pasadas presidenciales en el Ecuador su apuesta por el contenido basura. La mayoría de candidatos se inclinó por la espectacularidad vaciada de contenido trascendente y viciada de superficialidad a través del Tik Tok para darse a conocer o posicionarse entre los jóvenes -precisamente el target que rechazaba todo lo que esas figuras representaban-; trastocaron su verdadera identidad a través de Instagram y Facebook, para mimetizarse como ciudadanos de a pie, hogareños, amantes de la vida simple, ecologistas, animalistas, impolutos, y anclaron en el Twitter sus ideas, proyectos, planes, así como sus odios, taras o rencillas contra sus opositores y contra la prensa.
Las elecciones del 2023 se producen en el campo de las redes y en el de la calle con desiguales ímpetus y resultados. Educar, convencer o sensibilizar a alguien toma mucho tiempo -años, a veces- de arduo trabajo en territorio; pero ser conocido, y posicionarse en las redes puede ser cuestión de un par de mensajes ingeniosos o de una idiotez lo suficientemente considerable para viralizarse entre la masa que flota y navega en busca de información o entretenimiento tan descartable como sus fuentes.
En estas elecciones, estaríamos siendo víctimas de los impactos de la brecha política y la brecha digital, juntas son altamente peligrosas y crean efectos devastadores a corto, mediano y largo plazo: analfabetas funcionales por desinformación, alienación o exclusión, en uno y otro campo; usuarios/ciudadanos-electores, incapaces de escapar del sistema en que viven alternadamente sumergidos como anfibios que de tanto en tanto aspiran bocanadas de realidad, y que van definiendo su vínculo con el ecosistema de una falsa democracia que repta entre la ignorancia y el oportunismo, entre la codicia plutocrática y oligárquica más rancias de élites, y la burocracia parasitaria que todo lo retrasa, que todo lo detiene.
La comunicación política de los últimos eventos electorales y de gobierno reproducen y amplifican la política basura. No es un mal que afecte solamente al Ecuador, es un fenómeno global que lleva algunas décadas cuajando y que gracias a las redes sociales se ha amplificado en niveles infinitos.
El marketing político y la publicidad de los últimos eventos electorales y de gobierno reproducen y amplifican la política basura. No es un mal que afecte solamente al Ecuador, es un fenómeno global que lleva algunas décadas cuajando y que gracias a las redes sociales se ha amplificado en niveles infinitos. No es un consuelo de bobos, tan solo un necesario reconocimiento para sugerir la urgencia de mirar a la educación como la tabla de salvación de una sociedad que hoy parece no tener salida.
El saber que hay ciudadanos, políticos, periodistas y comunicadores que hacen la excepción de la regla, tampoco es un consuelo, sino mucho más, es una certeza a la cual tenemos que aferrar lo mejor de nuestras propias convicciones.
Con 12 candidatos a la alcaldía de Quito, 13 para la prefectura de Pichincha, más de 65 mil candidatos entre titulares y suplentes abrigados por 276 organizaciones políticas a nivel nacional, lo único claro y sin importar cuál encabeza la intención de voto, con o sin apagón electoral, es que se mantendrá la brecha de oportunidades perdidas, al calor del olor a comida callejera, caravanas de vehículos y jornaleros electorales con sus vuvuzelas, jolgorio de perros, policías de tránsito, y parlantes que revientan el aire a las puertas de restaurantes abarrotados de los fieles devotos, conversos e indiferentes, que no cesarán de mirar sus celulares el próximo 5 de febrero.
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