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13 de Febrero del 2023
Historias
Lectura: 18 minutos
13 de Febrero del 2023
Mateo Febres Guzmán

Estudiante de Relaciones Internacionales; colaborador en revista Ideario para ensayo, cuento y poesía. Reside en Guadalajara, México. 

Y sin embargo, la alegría
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Elecciones 2023, imagen referencial. Foto: Luis Argüello / PlanV

 

Votar por primera vez al correísmo se siente tal y como hacer el amor por primera vez. Y el país cambió a partir de las últimas elecciones, cuya campaña fue el telón de fondo de muchos de los momentos que más definitivamente han atravesado los afectos de mi cuerpo. Ya era hora de que algo cambie al fin.

 

Tan escasos son los momentos políticos capaces de detentar asomo aún de alegría en el Ecuador, que jornadas como la del pasado 5 de febrero, un día de elecciones, se constituyen casi como una extravagancia del acontecer nacional, orquídea ploma, hora pico sin tráfico, nieve sobre la ruta a Papallacta, alhaja ciervo atravesando de un salto la carretera al caer la tarde. En tanto que fenómeno extrañísimo, mal haría uno al no dejar a la alegría recorrer el cuerpo, afecto que conmueve y que acompañado viene de algo que se asemeja al deseo de bailar. Referirme a los avatares que la movilizan me parece, ahora, una forma de dignificarlos. 

1. La consulta popular

“Ningún tanque de oxígeno al Gobierno”, dice Leonidas Iza en torno al triunfo del NO en el referéndum. Se trata, sin duda, de una imagen violenta: para quien haya observado de cerca la convalecencia y agonía de un ser querido cuyos pulmones carecen ya de autonomía, el ningún tanque de oxígeno pinta una escena no exenta de agresión, pero tampoco de un dejo de humor negro que, en boca de quien lo dice, ofrece también el retrato de una coherencia radical: diciendo haciendo. Porque no deja aquí de haber una picardía con que la historia se presenta: aquello que estaba llamado a ser, cuando menos, una palmada en la espalda a un gobierno impopular, resultó en un rechazo claro y democrático para esta administración, que por todos lados hace aguas. 

Y se jugaron todo. Movilizaron el aparato entero para que el SÍ convenza; se llegó al extremo —miope y ensañado— de dividir al país entre “buenos” y “malos”, “demócratas” y “narcos”, entre otras dicotomías del color de la ponzoña; compró el relato buena parte de la prensa, que pasó semanas enfatizando que votar afirmativamente en el referéndum no respondía a un respaldo al gobierno hasta que, al aparecer las primeras encuestas a boca de urna (que mostraban una victoria arrolladora del SÍ) no tardó en contradecirse: ¡por supuesto que este es un espaldarazo a este gobierno! ¡Señoras y señores, me desdigo! Un sector de las élites, que en el último estallido social aplaudían a policías que ondeaban la bandera sobre un trucutú en la avenida de los Shyris, por ejemplo, también a esta camioneta se subieron: no soluciona los problemas pero algo al menos ha de hacer, era el argumento que más escuché durante la campaña; todo fracasó. Y democrático sería convenir mínimamente, luego de estas elecciones que han propuesto una reconfiguración de la cartografía política en el Ecuador, en el hecho de que —pese a todo lo que se dijo— la victoria del NO es una estocada que deja agónico a un Gobierno sordo y vanidoso que corrió desesperado a la borrachera con que el poder siempre seduce. Una caída para todo exceso. Amargo chuchaqui en Carondelet. 

La victoria del NO es una estocada que deja agónico a un Gobierno sordo y vanidoso que corrió desesperado a la borrachera con que el poder siempre seduce. Una caída para todo exceso. Amargo chuchaqui en Carondelet.

Y de aquel chuchaqui —cuyo fin no se avizora— supura, fulgurante, una alegría. Atestiguar esta derrota política que ha sufrido un gobierno cada día más indolente con la realidad de pobreza e inseguridad que vive el país muestra que esta administración, aún en la mayor de sus apuestas, palidece y es débil y es censurada por la ciudadanía, que no es tan ingenua como pretendieron al emprender maniqueísmo, relato insostenible, siembra de miedo y discordia entre las personas, engaño, manipulación: el país le dice a este gobierno contundentemente NO. Y exagerado sería atribuirle esta victoria del NO a un dirigente o partido en concreto; sería, además, terriblemente injusto con el gobierno del presidente Lasso, que tan esmeradamente labró las condiciones para que esto se diera tal como se dio, ahora que paga piso al fin. 

2. Guayaquil

De cualquier manera, sería una omisión bestial no sentir una alegría y una conmoción al amanecer un lunes que es feriado nacional en un país en el que el Partido Social Cristiano ya no gobierna en Guayaquil. Sería un error no vanagloriarse de esto, un error tanto ético como político, y el prontuario de razones es tan largo que no conviene aquí sino enunciar esa alegría, y repetirla y repetirla: el Partido Social Cristiano ya no gobierna en Guayaquil. 

La mañana del lunes post-electoral es tan emocionante que destapo, para desayunar, no una sino dos cervezas (son light, cuido mi cuerpo), regodeándome en ese deseo que con tanta frecuencia me atraviesa: ese querer estar en Guayaquil y recorrer sus calles, sintiendo el calor en la garúa, mejor si es junto al río. El Partido Social Cristiano pierde por cerca de diez puntos porcentuales el que ha sido su bastión desde hace 31 años, nueve más de los que tengo yo de pálpito y de piel. Partido opaco y calculador, partido cuyas administraciones, en sus momentos más ingratos no han hecho sino mostrar un desprecio por la vida, un irrespeto al cuerpo, su aniquilación. ¿O no figuran en el canon contemporáneo del horror ecuatoriano por lo menos dos o tres imágenes que muestran claramente la violenta relación entre el partido y Guayaquil? 

Partido opaco y calculador, partido cuyas administraciones, en sus momentos más ingratos no han hecho sino mostrar un desprecio por la vida, un irrespeto al cuerpo, su aniquilación. ¿O no figuran en el canon contemporáneo del horror ecuatoriano por lo menos dos o tres imágenes que muestran claramente la violenta relación entre el partido y Guayaquil?

Triunfa el correísmo en el puerto principal, y eso es algo que, en lo que a mí concierne, no me provoca una alegría por sí mismo. Me provoca una inmediata desconfianza, un deseo de ver también qué hará, que es tal y lo que siento al ver a un gato merodear una piscina a la medianoche. El hecho cierto es que Guayaquil ya no será la misma que ha sido desde hace tres décadas, y eso, viendo la crisis en la que el PSC la tiene sumida, sí que invita al entusiasmo que con la posibilidad adviene lo que es nuevo, trátese de quien se trate. El Partido Social Cristiano ya no gobierna en Guayaquil. 

Jaime Nebot votó alrededor de las 10:30. Foto: Publicada en Diario El Universo

Respecto del futuro inmediato, considero que una parte de la prensa ha de apresurarse en escribir obituarios en torno a la carrera política de Jaime Nebot, figurarse titulares en los que se hable de Nebot y del PSC como los grandes y reales perdedores del domingo pasado, en un intento asmático por soplarle la cola al Gobierno nacional, que la tiene incendiada, evidentemente. Poco problema tengo con eso —el exalcalde Nebot es, entre tantos otros, lo que aparece en mi cabeza al evocar la imagen de un dinosaurio—, en tanto no se le olvide a la prensa que el fracaso simultáneo del gobierno del presidente Lasso y del socialcristianismo no se excluyen mutuamente —los dos tan juntos en la pérdida—, sino que incluso ese fracaso puede leerse como el albor de una nueva crisis estructural de la derecha ecuatoriana. Una sonrisa se dibuja en este rostro al delinear tan solo los contornos de esa posibilidad. 

Una parte de la prensa ha de apresurarse en escribir obituarios en torno a la carrera política de Jaime Nebot, figurarse titulares en los que se hable de Nebot y del PSC como los grandes y reales perdedores del domingo pasado, en un intento asmático por soplarle la cola al Gobierno nacional, que la tiene incendiada, evidentemente.

Y cuento las horas para embarcarme en la lectura de las columnas de esta semana escritas por José Hernández (con quien discrepo en casi todo y del que sin embargo leo todo lo que publica) o por la pluma aguda de Roberto Aguilar en el diario Expreso, con quien alguna alegría hemos de compartir tal vez en torno a la caída estrepitosa que sufre el PSC en Guayas y su capital. O la próxima columna de Martín Pallares, siempre y cuando un tercero generoso intervenga resumiéndomela, porque he de confesar que no leo nada escrito por Pallares desde hace más de un año, y no veo que esto cambie pronto. 

“En crisis: la derecha política”: se me aparece en sueños este titular en estos días, y confieso mi sonrisa. Y la esgrimo pícaramente, casi casi como una bandera: el Partido Social Cristiano, luego de tres décadas, ya no gobierna en Guayaquil. 

3. Quito

Una constatación tan dura como necesaria hace unas noches, es entender que hay fiestas en Quito en las que decir: voy a votar por primera vez al correísmo, te quita todo el sex appeal. Incluso vi la lumbre del deseo extinguirse en el rostro de alguno de mis interlocutores ese mismo rato. En tiempo real. No se arregló la situación ni siquiera al agregar: y espero que sea la última. Después de un rato es poca gente ya la que se anima a compartir el vaso con uno, luego de decir algo así. Y lo entiendo: es este el país que hemos heredado, los años veinte en los que nos tocó vivir. 

Convencido estaba yo del nulo en un inicio. Pienso en el correísmo y de inmediato pienso en un plato de cebolla corrupta a la hora del almuerzo y en vasos de leche cortada en la merienda: la corrupción, el autoritarismo, el conservadurismo empedernido… todas las diferencias que de fondo tengo con lo que el correísmo representa —y que sostengo, tan firme como el Pichincha en el paisaje de la capital— presentes aquí las tengo. Y pensar, sin embargo, que era lo justo y lo coherente ofrecerle mi voto en esta elección que se veía tan desalentadora en el principio, y haber obrado en consecuencia es algo que no puede provocarme sino la alegría de que algo cambió. Porque, con cerca de cuatro años de estar viendo al Ecuador desde afuera, creo haber llegado a comprender no solamente que estamos ante un fenómeno-clivaje en nuestra historia reciente (que es una obviedad), sino también que, en su entera dimensión, es importante reconocer que el correísmo es más grande que la totalidad de las diferencias que me separan de él. Pienso, además, al problematizar las texturas y matices de lo que lo compone, que el país, en un gesto de acuerdo mínimo, podría empezar reconociendo que las grandes mayorías vivían antes mejor, al tiempo que se enuncian las distintas sombras de lo que el correísmo también fue mientras Correa estaba aquí. Es decir: el correísmo es eso (el significado que le adjudiquemos al signo), y todo lo demás también.

Pabel Muñoz, alcalde electo de Quito. Foto: Luis Argüello / PlanV

Decir: voy a votar por primera vez al correísmo, te quita todo el sex-appeal. Incluso vi la lumbre del deseo extinguirse en el rostro de alguno de mis interlocutores ese mismo rato. En tiempo real. No se arregló la situación ni siquiera al agregar: y espero que sea la última. Después de un rato es poca gente ya la que se anima a compartir el vaso con uno, luego de decir algo así.

Correa fue el primer presidente que mi generación miró de forma consciente. Y al marcharse fue tan precipitada la necesidad de proscribirlo, que parece que nunca tuvo lugar una catarsis con el fenómeno que, durante diez años, fue el contexto de nuestro paso de la niñez a la adolescencia y de la adolescencia a la adultez temprana. Tal vez no fue posible procesar que el correísmo se terminó de un día a otro. Y fuimos arrojados a un futuro que políticamente está signado por esa falta de un cara a cara con lo acontecido. De un reconocimiento hablo, de agnición. 

Conversando con un querido amigo en México, a orillas del lago de Chapala, hace unos meses, incluso creo que coincidimos en que tal vez la única forma de hacer las paces con el correísmo, dejarle que se estese en nuestra memoria, era reconocer la necesidad de que volviera. Y coincidimos también en la necesidad de problematizar la imagen de Correa: que afronte sus problemas con la Justicia, que corra una elección, que la pierda, que se foguee en los recintos de la desvencijada política ecuatoriana y en los juegos de poder de los que a viva voz abjuró; quizás le haría bien a este país acordar que el otro, aquel que observa el Ecuador desde la orilla opuesta a la propia, no es un enemigo a ser aniquilado; así también, quizás le haría bien a este país la desmitificación de la imagen de Correa, que ni es un santo redentor ni un demonio con wifi, sino un político. Un político más de quien desconfiar. 

Y concluiré diciendo que decidí votar por Pabel Muñoz no solo porque es él en quien pienso cuando, rebuscando que rebuscando, intento pensar en un buen cuadro político de la Revolución Ciudadana, sino también porque creo que fue el candidato más preparado para imprimirle un rumbo a la capital.

Y concluiré diciendo que decidí votar por Pabel Muñoz no solo porque es él en quien pienso cuando, rebuscando que rebuscando, intento pensar en un buen cuadro político de la Revolución Ciudadana, sino también porque creo que fue el candidato más preparado para imprimirle un rumbo a la capital. Un rumbo al menos, que parece ser mucho pedir, aunque no debería serlo. Ahora que se ha hecho con el poder —entre otros votos, con el mío— procedo de inmediato a incursionar en la sospecha y en la crítica. Porque todo poder me provoca desconfianza, no importa que sea la primera vez que resulto haber votado por el candidato ganador. Igual he hecho lo que hice al dar el voto convencida, traviesamente. Y he sido coherente. Por ello enuncio mi alegría, que es política. 

De estos días, en los que he escrito a raudo vuelo páginas y páginas, pero en los que sobre todo he puesto incesantemente el cuerpo en la ciudad y en sus efluvios más intensos y fulgentes, que son los días transcurridos desde que llegué de México al concluir una etapa importante de mi vida, tal vez evoque imágenes durante el resto de mi vida. Escenas de un deambular por Quito del brazo de un ser querido, tan jóvenes y peatones, me atraviesan la piel y la memoria. Conversaciones que incluyen diálogos así: 

  • Ella: Hoy en la mañana mi papá dijo “no quiero que vuelva el correísmo”, y yo le dije “yo sí”. Es como salir del clóset, pero últimamente me paro más firme porque sí creo que ser correísta es lo más sensible en este país. 

  • Yo: Observo aquí un poema. 

O, el lunes: 

  • Yo: ¡Qué alegría despertarse hoy o qué! ¡Estoy bailando en chulla pata he desayunado bielas, bielas al sonreír! 

  • Ella: ¡Total!

Conversaciones que, de alguna forma tal vez algo taimada, concluyen este relato de alegrías, concordando: votar por primera vez al correísmo se siente tal y como hacer el amor por primera vez. Y el país cambió a partir de las últimas elecciones, cuya campaña fue el telón de fondo de muchos de los momentos que más definitivamente han atravesado los afectos de mi cuerpo. Ya era hora de que algo cambie al fin. 

 
GALERÍA
Y sin embargo, la alegría
 


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