Los indígenas amazónicos visten de paisano, con jeans y camisetas, y hacen filas para recibir comidas en la UPS. Fotos: Luis Argüello. PlanV
A pesar de que la Policía cerró todos los accesos al norte de Quito, de una batalla campal en El Trébol y de barricadas en las calles del Centro Histórico, los camiones campesinos fueron llegando a su destino: las universidades Central y Politécnica Salesiana (UPS), al centro norte de la capital.
Los camiones llegaron durante la noche del lunes y la madrugada del martes. Lograron pasar, de alguna manera, por los bloqueos policiales. Formaron caravanas de 20 o 25 camiones y camionetas, en donde los indígenas de la Sierra llegaron con ponchos rojos y los amazónicos, que fueron los últimos en llegar, llevaban consigo largos palos con las puntas afiladas como lanzas. O, de plano, traían lanzas talladas, con puntas y bordes angulosos. Al llegar a su destino, los camiones hacían sonar sus pitos y los pasajeros cornetas. También se oian detonaciones de pirotecnia, como cohetes y voladores.
Durante toda la madrugada, se fueron aproximando a la UPS y se estacionaron en una calle cercana. El predio de los salesianos, que en otros tiempos albergó su colegio, está separado por la calle Isabel La Católica en dos partes. El terreno ubicado en el lado oriental es conocido como el Campus B, y tiene amplios espacios verdes, canchas y parqueos.
El complejo salesiano al norte de Quito tiene varios pabellones. Se reciben donaciones en una carpa atendida por voluntarios.
En una sola noche y madrugada, llegaron de golpe 3500 personas a bordo de las caravanas de camiones que la Policía intentaba contener. En octubre de 2019 cuando los salesianos abrieron por primera vez el campus como espacio humanitario, habían llegado al lugar unas cinco mil personas.
Es ahí en donde empezaron a llegar los indígenas. En una sola noche y madrugada, llegaron de golpe 3500 personas a bordo de las caravanas de camiones que la Policía intentaba contener. En octubre de 2019 cuando los salesianos abrieron por primera vez el campus como espacio humanitario, habían llegado al lugar unas cinco mil personas a lo largo de varias jornadas. Pero se estimaba en la UPS que aún faltaban por llegar más indígenas. Si se mide la eficacia del tan discutido estado de excepción del Gobierno, que debía impedir que los manifestantes indígenas salgan de sus provincias, y si lograban salir, lleguen a Quito, por cuántas personas han llegado, parece que no logró su objetivo.
Marea humana
La mañana mostró en el campus de la UPS la magnitud de la marea humana que ha llegado a protestar contra el Gobierno de Guillermo Lasso. Decenas de camiones estacionados en las calles aledañas y en la entrada norte del campus de la vecina Escuela Politécnica, donde se dijo que entró la Policía pero que lucía totalmente desierto.
En el interior, en donde este portal logró ingresar debido a que los medios digitales son vistos con menos resistencia que los tradicionales (contra los que hay reacciones furibundas e instantáneas), el mundo indígena y rural parece haber establecido su embajada, con una suerte de extraterritorialidad incluída.
Los indígenas ocupan todos los sitios posibles en el campus de la UPS. Las áreas verdes y el coliseo, sobre todo. La inmensa mayoría son hombres jóvenes de entre 20 y 25 años. Llevan pañuelos y mascarillas en la cara y se apoyan en largos palos A esa hora, estaban acostados en el césped, o habían buscado un lugar a la sombra en los pasillos del edificio escolar para intentar dormir un poco.
En el coliseo, decorado con un gran retrato del principal de los Salesianos que había hecho una visita, no hay dónde poner un pie. En todas las gradas y sobre la cancha se ha instalado una especie de dormitorio comunitario. Algunos indígenas, llegados de la Amazonía, han traído sus carpas y pequeñas tiendas de campaña y las han armado en el coliseo, en los pasillos y la en cualquier superficie plana. Pero la mayoría se han instalado en el suelo, sobre mantas, esteras o, en el peor de los casos, cartones.
Algunos indígenas, llegados de la Amazonía, han traído sus carpas y pequeñas tiendas de campaña y las han armado en el coliseo, en los pasillos y la en cualquier superficie plana. Pero la mayoría se han instalado en el suelo, sobre mantas, esteras o, en el peor de los casos, cartones.
Hay mujeres con niños, pero cuesta trabajo encontrarlas. Y las que se ven son todas de las comunidades serranas, no de las amazónicas. También personas de entre 30 y 50 años, pero no se ven adultos mayores. La marcha es mayoritariamente juvenil, y dos indígenas de no más de 25 años, con sendas lanzas decoradas con listones ceremoniales, montan guardia en la entrada del coliseo en donde los encargados de la Universidad piden entrar con discresión y tino. Los indígenas amazónicos visten como cualquier parroquiano. Con jeans y camisetas. Solo los serranos están con trajes típicos como ponchos y sombreros. Algunos de los jóvenes amazónicos lucen pinturas rituales en la cara.
En otro lado del campus se ha instalado una cocina, en una disposición similar a la que se vio en octubre de 2019. Estudiantes de la propia universidad, una brigada médica de la Universidad Tecnológica Equinoccial, y profesores de la UPS, cerca de 300 personas, atienden a los acogidos. En la cocina, se las ingenian para tratar de preparar una comida. Mientras lo logran, un joven estudiante ha tomado un cuchillo y cortado unos quesos grandes en pedacitos, que los indígenas se acercan a coger en fila.
Profesores y estudiantes de la Salesiana hacen voluntariado en la cocina.
Otros estudiantes lidian con unas yucas que se esfuerzan en pelar y cortar, mientras se ponen ollas grandes en una cocina industrial para preparar una sopa. Los indígenas duermen, pero con un ojo abierto, sin separarse de la lanza-palo-garrote que llevan y, algunos, sin descuidar los escudos que han hecho con tablas y pedazos de metal, como si pretendieran ser guerreros prehispánicos listos para enfrentar a los conquistadores a caballo.
Estudiantes de la propia universidad, una brigada médica de la Universidad Tecnológica Equinoccial, y profesores de la UPS, cerca de 300 personas, atienden a los acogidos. En la cocina, se las ingenian para tratar de preparar una comida.
Además de lanzas y escudos, los indígenas han traído instrumentos musicales.
La protesta es por turnos
No todos los indígenas salen al mismo tiempo. Se han organizado de manera que mientras algunos comen y descansan, otros salen a la protesta. Avanzan a rápidas zancadas y recorren los cien metros que separan la UPS de la avenida 12 de Octubre, en donde ayer se instalaron las protestas desde temprano. La consigna evidente: retomar el espacio del Parque de El Arbolito y el Ágora, que fue la tarima política de los indígenas en 2019.
En el edificio de enfrente está el despacho del rector, el padre Juan Cárdenas. En varios sitios del campus hay imágenes religiosas, pero destacan sobre todo las del sacerdote italiano Don Bosco que fundó la congragación en el siglo XIX. El rector tiene un retrato del santo de Turín en su despacho.
Viste de impecable traje y corbata y prefiere no hablar de política, solo sobre el albergue. La orden Salesiana, como otras congregaciones católicas, tiene una amplia autonomía con relación a las autoridades de la Iglesia y la UPS, tras varias deliberaciones, la puso en práctica. Cárdenas no tiene un aire eclesial: parece más bien un ejecutivo. Mientras conversa con este portal se pueden ver en la calle los camiones indígenas y la gente en la calle. El sacerdote se muestra tranquilo pero tiene una cierta preocupación en el semblante. Como si sintiera que sobre él pesara la responbilidad por la seguridad de miles de personas.
El rector destaca que han recibido donaciones, mientras otros funcionarios de la UPS expresan dos preocupaciones: que no haya suficiente comida para los miles de personas que tienen que alimentar y que en cualquier momento se pueda producir una incursión policial. La caída de bombas lacrimógenas en horas de la mañana había provocado cierta incomodidad e incertidumbre en el campus salesiano, al igual que la falta de comida.
Los guardias de seguridad de la Universidad y su personal de limpieza se apoyan en los estudiantes y profesores como brigadistas. Con baldes y escobas intentan limpiar la gran cantidad de basura y desechos que han quedado en la acera.
Entre tanto, en la Universidad Central, la noche del martes, miles de indígenas debieron refugiarse en otros sectores de la extensa Ciudad Universitaria, cuando la Policía realizó un bombardeo con gas lacrimógeno sobre la Plaza Indoamérica y el acceso al Teatro Universitario, en donde se realizaba una concentración por el Inti Raymi.
Los brigadistas están en su primer día y tratan de ponerle la mejor cara a las tareas para las cuales se han comprometido, desde cocinar hasta ayudar a barrer los espacios.
[RELA CIONA DAS]
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