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15 de Septiembre del 2023
Historias
Lectura: 21 minutos
15 de Septiembre del 2023
Julio Oleas-Montalvo
El crecimiento económico: mito y paradoja
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Peatones pasan junto al One World Trade Center (centro), en medio de la humareda causada por los incendios forestales en Canadá, el 7 de junio de 2023, en la Ciudad de Nueva York. Julie Jacobson / Associated Press

 

Lo más parecido al cambio de orden imaginario que se requiere para evitar el colapso civilizatorio es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados por los países miembros de las Naciones Unidas en septiembre de 2015. Pero la pandemia, la guerra y la preponderancia de intereses sectarios están logrando que el cambio climático continúe a velocidad mucho mayor de lo esperado.


Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio.
Joan Manuel Serrat

Para todos los gobiernos del mundo el principal objetivo de la política económica es el crecimiento, porque crea empleo, nuevas empresas y más oportunidades para reducir la pobreza y mejorar la calidad de vida. También genera ingresos con los que podrían financiar educación, salud y seguridad social, fundamentales para el bienestar. El crecimiento atrae innovación y adelanto tecnológico, motores de la eficiencia y productividad.

Es opinión general de los economistas que el crecimiento «puede» acarrear «tensiones no menores» como el daño al medio ambiente, aunque puntualizan que existen políticas públicas basadas en la teoría microeconómica capaces de aliviar esos problemas «minimizando su impacto sobre el crecimiento». Además, «…la evidencia tampoco muestra que las naciones ricas tienen peor medio ambiente»,[ii]  suponiendo que este es un monótono y uniforme mantel extendido sobre todo el planeta.

En la civilización del capital perviven muchos problemas (inestabilidad financiera, pobreza, desempleo, desigualdades de todo tipo, cambio climático, desastres naturales, contaminación), pero una sola solución para todos ellos, critican los economistas heterodoxos. «Creemos que el crecimiento es la menos costosa solución ganar–ganar para todos los problemas, o al menos la precondición necesaria de cualquier solución. Es el crecimientismo,[iii] que ahora genera más problemas que soluciones», afirma Herman Daly, ex economista senior del Banco Mundial.

Ninguna política basada en la teoría microeconómica puede minimizar los impactos de la crisis ambiental en el crecimiento, y menos aún revertirlos. julio del 2023 ya fue declarado más caliente jamás registrado, ¿qué política económica tradicional puede revertir esto? Lo que muestra la evidencia es que el crecimiento económico acelera el cambio climático y agrava otros problemas ambientales.

Más crecimiento no garantiza más beneficios. Entre junio y agosto de este año han arreciado incendios forestales en Canadá, Hawái, Grecia, España, Portugal, Italia, Túnez y Argelia; se ha registrado un récord de temperatura en EE.UU., India, Japón, Hong Kong, Chile, Argentina, Brasil, Australia y la Antártida; y, monzones y lluvias diluviales en China, Corea del Sur, Grecia y Pakistán. Los 15 desastres meteorológicos y climáticos registrados hasta septiembre de 2023 en EE.UU. suman daños valorados en más de USD 45.000 millones (https://bit.ly/3P1guXb), que no serían incorporados en el valor del PIB de ese país en este año. Y a pesar de esto, siguen apareciendo negacionistas, como el triunfante candidato a la presidencia de Argentina.

Ninguna política basada en la teoría microeconómica puede minimizar los impactos de la crisis ambiental en el crecimiento, y menos aún revertirlos. Julio del 2023 ya fue declarado el más caliente jamás registrado, ¿qué política económica tradicional puede revertir esto? Lo que muestra la evidencia es que el crecimiento económico acelera el cambio climático y agrava otros problemas ambientales (Gráfico 1). Esta paradoja es un factor central en la crisis civilizatoria. El razonamiento ortodoxo encubre más de una contradicción fundamental: un crecimiento ad infinitum de la producción y consumo de la humanidad solo sería posible en un medio biofísico también infinito. Sin embargo, si el medio es finito, esta opción –plausible en el corto plazo– no sería lógica, y menos todavía físicamente posible, en el largo plazo.

Al respecto, ¿cómo es que algo que parece evidente suena tan absurdo en el ámbito de la política pública? Las soluciones para superar este entrampamiento civilizatorio no se encuentran en la teoría económica. Se necesita una visión más amplia que la estrecha visión de la política pública basada en la microeconomía.

El conocimiento mítico en la economía ortodoxa

Solo el Homo sapiens es capaz de inventar y comunicar leyendas, mitos o relatos religiosos que brotan de la imaginación y luego se esparcen entre la colectividad.[iv] Con la aparición de la agricultura, hace 12.000 años, esta capacidad cobró gran importancia en las civilizaciones de la antigüedad. Pero desde el siglo VII a.C. habría sido relegada por la filosofía griega, fuente del conocimiento racional en Occidente. Para Aristóteles el mundo verdadero se encuentra en la naturaleza, mientras que Platón –su maestro– se quedó atrapado en la visión mítica, en la que las ideas se confunden con el mundo real.

En la tradición platónica René Descartes inauguró la edad de la razón con su Discurso del Método (1637), que aconseja no fiarse de los sentidos. Desde entonces Occidente menosprecia los mitos, por considerarlos propios de sociedades primitivas, y ensalza la ciencia y la tecnología, engendros predilectos del conocimiento racional. Sin embargo, ser no es lo mismo que parecer.

Para construir su modelo del conocimiento Platón imaginó el mito de la caverna, recurso heredado por la economía ortodoxa para separar el mundo real (la biosfera) del mundo de las ideas (la teoría) y justificar lo que no quiere –o no puede– explicar. El mito económico más conocido es el de la mano invisible: las personas son totalmente independientes, no entran en conflicto y no necesitan cooperar entre sí. Debieron transcurrir dos siglos para que John Nash demuestre que la mano invisible no siempre funciona. Pero el mito perdura, y sigue siendo un poderoso argumento ideológico en favor del individualismo.

Los mitos no existen en solitario; se entrelazan unos con otros para acostumbrar a la gente, casi desde su nacimiento, a pensar de cierta manera, a comportarse de acuerdo con ciertos patrones, desear ciertos objetos y observar ciertas reglas. El mito de la mano invisible se conjuga con el mito de la soberanía del consumidor –con sus libérrimas decisiones de compra, los consumidores determinan la producción y distribución de bienes y servicios– para fundamentar el individualismo dominante en la economía de mercado. Esta red de instintos fenotípicos conforma buena parte del bagaje cultural de la civilización del capital.

El mito económico más conocido es el de la mano invisible: las personas son totalmente independientes, no entran en conflicto y no necesitan cooperar entre sí. Debieron transcurrir dos siglos para que John Nash demuestre que la mano invisible no siempre funciona. Pero el mito perdura, y sigue siendo un poderoso argumento ideológico en favor del individualismo.

En el ámbito de la macroeconomía, las nociones de sondeo (el tatonnement de Leon Walras) o de recontratación (el recontracting de Francis Edgeworth) son argumentos ficticios del mito de la teoría del equilibrio económico. Extender su validez axiomática a los procesos fisicoquímicos que ocurren en la biosfera (con o sin participación humana), implica eliminar el tiempo histórico y la noción de proceso económico. «La inflación, una inundación catastrófica o una crisis financiera no deja ninguna marca en la economía. Como en la física mecanicista, la regla general es la reversibilidad absoluta», señala Nicolas Georgescu-Roegen.[v]

Las matemáticas no han servido como antídoto; más bien han facilitado la creación de mitos como el de las expectativas racionales, que supone que todos los individuos están perfectamente informados, que ninguno tiene más poder que otro, y que los factores productivos (básicamente el capital y el trabajo) son peregrinamente móviles. Aceptar este mito implica reducir al ser humano a su faceta de Homo economicus, e ignorar su faceta de Homo ludens –la persona obligada a decidir en circunstancias inciertas.

Los economistas ortodoxos –modernos seguidores del mito de Platón– reconocen la existencia de un mundo fuera de sus cavernas, pero no ponen atención a las propiedades y atributos de esa realidad; tampoco les interesa los patrones observados, pues prefieren reemplazar la realidad por ideas y conceptos a priori con los cuales justifican mitos como el de la imprescindibilidad universal del crecimiento económico, tal vez el más poderoso mito de la civilización del capital.

El tiempo en el que ocurre el mito del crecimiento económico es «tiempo mítico», en el que ya habría ocurrido todo. El tiempo profano (el tiempo verdadero) solo repite lo ya ocurrido en el relato mítico. En el tiempo mítico, negación absoluta de la historia, resuena la proclama triunfal de Francis Fukuyama sobre el fin de la Historia; ese mito intenta demostrar que el mundo es como es porque debe ser así. Mientras que el pensamiento racional trata de explicar, a partir de la irreversibilidad de los procesos biofísicos y de la finitud del mundo, que el crecimiento económico ad infinitum es imposible.

¿Por qué el empecinamiento de la ortodoxia? En 1957 Roland Barthes publicó una recopilación de artículos bajo el título Mitologías. Para él, los mitos son narraciones cuyos signos y símbolos justifican ciertos discursos; son de naturaleza política, pues sirven para que un grupo de la sociedad haga pasar su interés particular como si fuera el interés de la mayoría. Este filósofo y semiólogo estructuralista desnuda la irracionalidad de los valores contemporáneos (https://bit.ly/3QOnc5d). Creencias que se tienen como verdades absolutas pueden ser mitos. Barthes no acepta que en la modernidad el lógos (conocimiento racional) haya sustituido por completo al mito (conocimiento irracional). El mito del crecimiento impone un orden específico, concebido como el único resultado viable tras el confuso orden anterior —el orden previo a la modernidad—. Junto a los demás mitos de la sociedad moderna, conforman redes de colaboración que sustentan el «orden imaginario» en el que vivimos.

Órdenes imaginarios e intersubjetividad

A diferencia de un orden imaginario, el orden natural es estable: es imposible que las leyes de Kepler, la ley de la gravedad o la segunda ley de la termodinámica no se cumplan, aunque nadie «crea» en ellas. En el universo físico no existen fronteras nacionales, ni derechos humanos o leyes del mercado, ni dioses. Solo existen en el imaginario colectivo de los seres humanos, al proyectarse en la convivencia diaria como normas sociales.

Toda empresa a gran escala, desde la construcción de las pirámides en el Egipto antiguo hasta la carrera espacial, se fundamenta en mitos que solo existen en el imaginario colectivo de una cultura. Tanto el Código de Hammurabi (c. 1776 a.C.) como la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica (1776 d.C.) son manuales de convivencia. En ambos, el orden social se basa en principios de justicia, universales y eternos, inspirados en un poder divino. Pero mientras el Código establece que la gente no es igual, la Declaración proclama la igualdad. Ambos manuales imaginaron una realidad regida por principios universales de justicia: en un caso de jerarquía y en el otro de igualdad. El único lugar en el que esos principios existen es en la prodigiosa imaginación de los seres humanos, aunque carecen de validez objetiva.

Un orden imaginario no es una conspiración malévola. Es posible aceptar que el Código de Hammurabi es un mito, pero nadie puede cuestionar que los derechos humanos o los de la naturaleza, o el «desarrollo sostenible» también lo sean. Un orden imaginario siempre está en peligro de colapsar, pues depende de mitos, y los mitos se desvanecen cuando la gente deja de creer en ellos o cuando la realidad los desbarata. «Ejércitos, cuerpos de policía, juzgados y prisiones trabajan incesantemente para obligar a la gente a actuar según el orden imaginario», dice Yuval Noa Harari.

¿Cómo hacer que la gente crea en un orden imaginario, como la monarquía, la democracia o la economía de mercado? Primero que nada, jamás ha de admitirse que es imaginario. Un ejemplo: el mercado libre es el mejor sistema económico no porque lo haya dicho Adam Smith, sino porque es una ley de la naturaleza, supuestamente inmutable, como la ley de la gravedad. Segundo, educando –en sentido muy amplio– constantemente a todos. Las ciencias sociales y humanidades dedican buena parte de sus esfuerzos a explicar cómo se entreteje un orden imaginario en la complejidad de la vida.

¿Cómo hacer que la gente crea en un orden imaginario, como la monarquía, la democracia o la economía de mercado? Primero que nada, jamás ha de admitirse que es imaginario. Un ejemplo: el mercado libre es el mejor sistema económico no porque lo haya dicho Adam Smith, sino porque es una ley de la naturaleza, supuestamente inmutable, como la ley de la gravedad.

Tres factores evitan que la gente se dé cuenta de que el orden que organiza sus vidas solo existe en su imaginación:

1. Aunque el orden imaginario solo existe en la mente, se lo puede entrelazar con la realidad material. En países con abundantes recursos naturales, la política doméstica, cómplice del poder global, promueve el extractivismo como motor del crecimiento y única solución para el subdesarrollo y la pobreza.

2. La mayoría se rehúsa a aceptar que el orden que dirige sus vidas es imaginario. Toda persona nace en un orden imaginario preexistente y sus deseos están moldeados desde su nacimiento por los mitos dominantes. Esos deseos se convierten en las defensas más importantes del orden imaginario. A la nobleza egipcia no se le hubiera ocurrido ir de shopping a Babilonia o de turismo de fin de semana a Fenicia. Pero estaba dispuesta a construir pirámides y a momificar sus cuerpos al morir. Ahora, el mito del crecimiento obliga a empresas y emprendimientos a producir cada vez más bienes y servicios, y el correlativo mito del consumismo persuade a miles de millones a ser felices consumiendo tantas cosas como les sea posible. Cada comercial de televisión es un minicuento sobre cómo consumir más cosas: eso haría que su vida sea mejor. Pocas personas se cuestionan estos mitos y siguen creyendo que habitan en un planeta infinito.

3. El orden imaginario es intersubjetivo, no existe solo en la imaginación de cada individuo. La existencia de lo subjetivo depende de la conciencia y creencias de cada persona, y cambia si ella cambia sus creencias. Lo objetivo existe independientemente de la conciencia y creencias de las personas (la radioactividad, por ejemplo, no es un mito; las emisiones radioactivas existían antes de que Marie Curie las descubriera, pero ella no sabía que su descubrimiento le provocaría anemia aplásica). Lo intersubjetivo existe en la imaginación compartida de miles de millones de personas. Si uno o unos pocos individuos cambian sus creencias, no tiene importancia.

Para conjurar el colapso

La civilización del capital se encuentra en un punto en el que más crecimiento no necesariamente trae consigo más ingresos y por ende más bienestar (Gráfico 2). En las circunstancias actuales creer que el principal objetivo social es el crecimiento económico es tan erróneo como creer que la Tierra es plana. Sin embargo, este mito habita en la imaginación colectiva de millones de personas, lo que impide superar la adicción al incremento del PIB y afianza la fe en un sistema económico que hace tabla rasa de varios principios fundamentales de la física, la ecología y la termodinámica. Al mismo tiempo, la exaltación de la importancia del crecimiento económico ayuda a difuminar la inequitativa distribución del poder y bienestar humano.  

El mito del crecimiento económico opera incansablemente junto a otros mitos de la civilización del capital para que imaginemos ser parte de una comunidad homogénea con un futuro común –cada vez menos probable. Para anular estos mitos sería necesario alterar la conciencia de millones. Más complicado sería cambiar el orden imaginario vigente, organizado alrededor de la dominación y la acumulación por desposesión, por otro cimentado en la reciprocidad con el mundo. Harari sostiene que el cambio de cualquier orden imaginario debe contar en primer lugar con un orden imaginario alternativo. Esto sería posible solo con la ayuda de una organización compleja (una entidad supranacional, una nueva ideología o incluso un culto religioso), comprometida con mitos diferentes. Para comenzar, es necesario entender lo que está en juego: la crisis civilizatoria es mucho más seria de lo que generalmente se piensa. Lo que está ocurriendo es la descomposición de múltiples sistemas interconectados de los que depende la existencia de los seres humanos, advierte el antropólogo económico Jason Hickel (Less is More. How Degrowth will sabe the World).

Como la cooperación humana a gran escala se basa en mitos, la forma en que la gente coopera puede cambiar si cambian los mitos. Bajo condiciones adecuadas esto puede hacerse con relativa rapidez, como en 1789, cuando los franceses dejaron de creer en el mito del derecho divino de los reyes y comenzaron a pensar en la soberanía del pueblo. La conciencia de que no sabemos todo y que incluso el conocimiento disponible es tentativo, facilitaría el cambio y evidenciaría que el crecimiento económico es un mito que encubre poderosos intereses crematísticos.

Lo más parecido al cambio de orden imaginario que se requiere para evitar el colapso civilizatorio es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) aprobados por los países miembros de las Naciones Unidas en septiembre de 2015. Pero la pandemia, la guerra y la preponderancia de intereses sectarios están logrando que el cambio climático continúe a velocidad mucho mayor de lo esperado. Las temperaturas aumentan cada vez más, los océanos siguen acidificándose, la degradación del suelo continúa y la sexta extinción masiva avanza incontrolable. Los patrones de producción y consumo amparados en el mito del crecimiento prevalecen sobre cualquier otra prioridad declarada en la Agenda 2030 y evaluada en los ODS (https://bit.ly/3ZayUt4).



[i] Agradezco los comentarios de Salvador Marconi a una versión anterior de este ensayo. En todo caso, los defectos persistentes en ésta son de mi entera responsabilidad.

[ii] De Gregorio (2007), Macroeconomía: teoría y política, Pearson-Educación.

[iii] En inglés, growthism. Véase Herman Daly (2019), ‘Growthism: it’s ecological, economic and ethical limits” en Real-World Economic Review n.87.

[iv]   Varias ideas vertidas en este ensayo se inspiran en Yuval Noa Harari (2011), Sapiens: A Brief History of Humankind, Penguin Random House. 

[v] “Energy and economic myths”, Southren Economic Journal, vol.41 n.3.

 

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