

Dolores Cacuango. Foto referencial
El libro y el autor, Pío Jaramillo Alvarado.
En diciembre de 1922 vio la luz El indio ecuatoriano del intelectual lojano Pío Jaramillo Alvarado. Entre los muchos temas importantes que aborda el texto, algunas cosas son dignas de rescatar por la actualidad de su argumentación, como aquella explicitada en el numeral tres del célebre texto: Los Schyris.
Ahí, el autor, defiende la existencia de una estirpe fundacional en la historia ecuatoriana, según la reconstrucción que hiciera el jesuita Juan de Velasco. Lo fundamental, desde nuestra lectura, es el contrapunto que el autor mantiene con la crítica elevada por el pensador conservador Luis Felipe Borja quien pretende demostrar, desde los supuestos de la investigación científica y empírica, novedosa en aquel tiempo, el carácter subjetivo de la afirmación de Jaramillo. Este, refuta la crítica en estos términos:
Pero no se afirma que la mitología ha caído en descrédito, y que se le ha mandado a borrar de los textos, como pretende el gracioso dogmatismo de nuestros académicos de la Historia. Nada hay tan respetable como la leyenda. (Jaramillo, 2009. p. 81)
Para luego afirmar, categóricamente, una de las tesis que, lamentablemente por los tiempos en que vivimos, ha dejado de ser considerada con seriedad:
De ahí la necesidad de defender la prehistoria como leyenda o fábula, pero, en todo caso, como la génesis de la nacionalidad ecuatoriana, con su elemento básico: el indio. (Jaramillo, 2009, p. 81)
Temprana discusión epistemológica sobre el estatuto de la Historia que pone el autor a discusión en su texto, sobre problemáticas que aún no se han resuelto hasta a actualidad: ¿cómo y qué es la historia? ¿cuál es el sentido de las Ciencias Sociales?
Más allá de aquella disputa erudita, quizás lo más relevante que el texto de Jaramillo pone a discusión sea justamente el reclamo que eleva, este pensador liberal de avanzada, a las políticas de los gobiernos liberales de la época, gobiernos que más allá de los discursos, habían dejado intocado el problema de la explotación de los pueblos originarios atrapados, para aquel entonces, todavía en instituciones arcaicas como el concertaje y la prisión por deuda.
EL General don Eloy Alfaro –afirma Jaramillo- que se ufanó del título de protector de la raza india a la que pertenecía por herencia materna, no pensó jamás en la abolición del concertaje (…) terrible incomprensión la del General Alfaro, en este caso sustancial, porque esa libertad que reclamaba [un indio soldado de las alfaradas que pedía al General papeleta para no ser más concierto] no era solo para él, pues quería una papeleta, es decir un decreto, que arrancara del trabajo servil a los peones conciertos. (Jaramillo, 2009, p.p. 243-244)
Para Jaramillo Alvarado era inconcebible que, a pesar del sacudón social que supuso la Revolución liberal y los gobiernos de esa orientación que la sucedieron, desde su triunfo en 1895, aún se mantuviesen formas de extracción de riqueza de origen colonial. Empero, y más allá del espanto que producía en el jurista ilustrado las terribles condiciones en que se desenvolvía la miserable vida de los indígenas serranos, su airado reclamo tenía más que ver con el freno que estas condiciones económicas suponían para la modernización del agro y para el desarrollo de la naciente república. Jaramillo Alvarado era consciente que el centro y motor de la economía ecuatoriana era la producción agrícola, y que esa se veía frenada por esas instituciones arcaizantes.
La sujeción a la que estaba sometida la fuerza de trabajo indígena al interior de los latifundios propiciada por esas dos estrategias coloniales, no permitía la transformación de las poblaciones de indios en obreros agrarios modernos.
La sujeción a la que estaba sometida la fuerza de trabajo indígena al interior de los latifundios propiciada por esas dos estrategias coloniales, no permitía la transformación de las poblaciones de indios en obreros agrarios modernos y, con eso, no abría el paso a la modernización económica y social de la nación. Este argumento, curiosamente o quizás no, era compartido desde distintos ángulos por otros intelectuales de raigambre socialista y conservadora de aquella época. El Ecuador debía modernizarse en las distintas esferas de su existencia y para ello era necesario la liberación de los indios conciertos de los latifundios y su trasformación en obreros asalariados modernos, así como la repartición de las tierras no cultivadas atrapadas como propiedad de los latifundistas. Esa era la programática política de intelectuales de distinta ralea ideológica.
Jaramillo insiste, a lo largo de su libro, en la necesidad de crear legislaciones que hicieran posible esa transición, pues, suponía, como jurista que era, que, esa trasformación era, sobre todo, una decisión jurídica nacional que hiciera posible la supresión de la prisión por deudas y el concertaje de indios. Su grito de guerra siempre fue: “un proyecto de Ley de indios”. Ley que debía comprender: derechos jurídicos del indígena y derechos políticos y sociales. (Jaramillo, 2009, p.p. 261-262) Sustentaba sus aspiraciones libertarias en un argumento comprensible a todas luces: en la costa ecuatoriana las cosas se movían en esa dirección. La liberación de los indios traía como consecuencia su transformación en cholos y montuvios, esto es, en pobladores mucho más conectados con ese proceso de modernización. El futuro del país, deja leer el argumento del texto, era: una nación de cholos y montuvios incorporados en el derrotero modernizante de la república andina. En lo social esta liberación tenía su correlato en el mestizaje:
Así como en la Sierra el chagra y el chazo constituyen la evolución del indio, en la Costa este producto étnico se denomina el montuvio, que habita en el interior de la montaña y el cholo isleño o vecino pescador del mar. El indio no ha desaparecido en la Costa ha evolucionado en las riberas del mar, y en las vertientes de los ríos esmeraldeños, manabitas y en Babahoyo se hallan los restos de los antiguos ocupantes del territorio: los indios cayapas y los colorados. Al montuvio le libró del concertaje en la forma serrana, el medio ambiente. Donde hay tierras baldías en abundancia y un fácil sustento por la riqueza espontánea del trópico, toda esclavitud es imposible. Ha sido preciso el establecimiento de fábricas, de explotaciones agrícolas en gran escala, para que las haciendas mantengan peonadas de asalariados en condiciones de colonos libres. La ley que abolió el concertaje de indios ha favorecido al montuvio garantizándole la libre estipulación del salario. (Jaramillo, 2009, p. 257)
Su texto se cierra con un diagnóstico urgente para la época y con un inobjetable plan y compromiso nacional: “Para realizar la obra civilizadora que en el concierto americano le toca al Ecuador, tiene que resolver el problema del indio como la cuestión fundamental de su programa constitutivo (….) Y este problema del indio ha de resolverse perentoriamente; la cultura humana así lo exige.” (Jaramillo, 2009, p. 296)
Cien años después de este bienaventurado sueño liberal, y, a pesar de una tibia reforma agraria acaecida en nuestro territorio en la sexta década del siglo pasado, el “problema del indio” y “el problema de la tierra”, aunque desde otras perspectivas, siguen siendo la cuestión fundamental del programa constitutivo del Estado en nuestro país. Las preguntas obvias y que exigen alguna respuesta son: ¿qué pasó con ese programa?, ¿dónde fallaron los proyectos modernizantes?, ¿por qué los indios no dejaron de ser indios para devenir obreros asalariados, en lo económico, y mestizos, en lo cultural?
Los sucesivos intentos de fundar una nación de iguales, de superar el “problema indígena” y el “latifundismo”, desde una supuesta modernización ciudadanizante no se lograron concretar en el Ecuador.
Los sucesivos intentos de fundar una nación de iguales, políticos y culturales, de superar el “problema indígena” el “latifundismo”, desde una supuesta modernización ciudadanizante, es decir, desde la construcción de un estado burgués moderno que incorpore a todos sus pobladores como iguales, por reiterativo que suene, no se lograron concretar en el Ecuador. Evidencia de aquello es que, transitada ya la primera mitad del siglo XXI, seguimos refiriéndonos a varios pueblos y a varias nacionalidades bajo el genérico de indígenas, de indios, y no bajo el igualitario estandarizado político de ciudadanos. Además, cuando los referimos, los tratamos muchas veces como si se tratase de una población distinta y hasta opuesta a una mayoría mestiza y, sobre todo, a una minoría blanca. Una población que, para muchos, sigue anclada en el pasado y se resiste a su modernización. El clivaje racial, lamentablemente, sigue sosteniendo discursos excluyentes, discriminatorios y xenófobos cuando de organizar la vida social y política de este país se trata.
Lo que no estaba presente en el clásico texto de Pío Jaramillo Alvarado, ni en el horizonte reflexivo de la mejor intelectualidad blanco-mestiza de esa época, es aquello que ahora impulsa el pensamiento político de los pueblos y nacionalidades originarias, a saber: el reclamo por una sociedad interculturalidad y un estado plurinacional. Y no estaba, ni podía estar, porque el pensamiento de esa intelectualidad, más allá de sus loables intenciones, se había forjado de espaldas a la vida y a las reivindicaciones de esos pueblos. Se había constituido mirando y bebiendo más bien de las mejores mentes ilustradas del viejo continente. No estaba, además, porque el pensamiento no flota en el aire etéreo de las buenas intenciones, sino que está anclado en los egoistas intereses económicos y políticos de las élites, sean estas conservadoras o liberales, en nuestro caso. Y esos intereses estaban, como lo siguen estando, vinculados a un proyecto agroexportador conectado con el creciente mercado mundial. Un proyecto que ni si quiera en las periferias podía seguir aupando la sujeción latifundista de la fuerza labora agraria. La tecnificación del campo y la salarización del trabajo era una necesidad externa del mercado internacional, más que una reivindicación interna de la explotación colonial de las empobrecidas masas indígenas. De ahí que el pensamiento de nuestra mejor intelectualidad respondía a la consolidación del mercado mundial y de ninguna manera a las reivindicaciones de los pueblos y nacionalidades.
Desde el telúrico sacudón socio-político de 1990 sabemos con mayor claridad que el así llamado “problema indígena” no es un problema de los indios, de su condición racial, étnica o cultural, sino que se trata del mayor y más profundo problema de todos quienes habitamos estas tierras.
Desde el telúrico sacudón socio-político de 1990 sabemos con mayor claridad que el así llamado “problema indígena” no es un problema de los indios, de su condición racial, étnica o cultura, de su irracional negativa a modernizarse, como pretendieron y siguen pretendiendo entenderlo las élites blanco mestizas, sino que se trata del mayor y más profundo problema de todos quienes habitamos estas tierras. Es el problema que vertebra la sociedad y el estado ecuatoriano desde su fundación. Los pueblos y nacionalidades, sus organizaciones, pusieron en claro para todo el resto de habitantes de este territorio que, el intento de fundar una sociedad mestiza homogenizante, en lo cultural, y un estado mono-nacional, en lo político, siempre estuvo destinado al fracaso porque no consideró a la mayoría de pobladores de este país, porque no puso atención a la diversidad civilizatoria que entreteje problemáticamente estos territorios, porque no tomó en cuenta lo heteróclito, para desde ahí articular algún sentido que sostenga la legitimidad de un conflictivo orden social y estatal.
Y a pesar de que las luchas de los pueblos y nacionalidades han logrado incluir jurídicamente, en la Carta constitucional del 2008, en el artículo uno, sus legítimos reclamos: “El Ecuador es un estado constitucional de derecho y justicia, social, democrático, soberano, independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico…” (Constitución 2008); estas dos aspiraciones políticas, no dejan de ser eso: letra muerta que no sustenta cambios en las estructuras organizativas de lo económico, lo social y lo político. La sociedad intercultural y el Estado plurinacional no han sido aceptadas como propuestas constructivas del país, sino solo como adornos folclorizantes en los cuerpos normativos del estado. Muestra clara de este fracaso es el reclamo levantado por la CONAIE un año después de aprobado el texto constitucional:
Para mejorar las condiciones socioeconómicas y ambientales en el territorio de las Nacionalidades Indígenas se necesita buscar la unidad y la auténtica relación intercultural entre las Nacionalidades y el Estado ecuatoriano, que contemple una participación plena y no discriminatoria en la toma de decisiones de los principales ejes para la construcción del Estado Plurinacional.
Sin embargo, estos objetivos democráticos han debido enfrentar la exclusión sistemática por parte del gobierno hacia las Nacionalidades y Pueblos, se ha invisibilizado y minimizado las propuestas planteadas y, además, se ha estigmatizado al movimiento indígena calificándolo como un mero ente gremial o corporativista, desconociendo su calidad de entidad histórica anterior a la existencia del Estado Ecuatoriano. (CONAIE, 2009)
El libro de Pío Jaramillo Alvarado denunció con firmeza las injusticias del sistema hacendatario, los límites del proyecto oligárquico terrateniente, en condiciones abiertamente desfavorables, ese es su relevante valor histórico. No pudo intuir, sin embargo, la férrea resistencia que los pueblos y nacionalidades desarrollarían a lo largo de casi un siglo para convertirse en los principales actores de la política ecuatoriana. Actores que, desde sus propias voces, proponen y exigen otro tipo de sociedad y otro tipo de estado. Su ideario muestra las falencias del pensamiento ilustrado blanco-mestizo cuando intenta arrogarse para sí la voz de la sociedad toda y no entenderse como una más actuando en un conflictivo contexto de disputas por la afirmación de un orden social distinto.
Las voces de los pueblos y nacionalidades, sus exigencias políticas, abren la posibilidad de volver a pensarnos y rectificar la organización de una sociedad y de un estado que nacieron y se afirmaron negando y excluyendo a su gran mayoría. Una sociedad y un estado fracturados que, por eso mismo, no pudieron consolidar un espacio sano para la reproducción de la vida social y política de sus habitantes.
El indio ecuatoriano, fue un eslabón más en una interminable discusión que busca hacer posible la vida para muchos pueblos y nacionalidades, para todos nosotros, que nos vimos obligados a compartir un espacio geográfico común y a tratar de articular una sociedad y un estado que permitan una vida medianamente buena. Proyecto que sigue siendo una búsqueda y que ahora, de la mano de los pueblos y nacionalidades, abre otro espacio de disputa: la sociedad intercultural y el estado plurinacional. Disputa que nos permitirá seguir avanzando en la deconstrucción de una sociedad y un estado groseramente excluyentes e inequitativos. Esa, creo que, para su época, también fue la intención que animó el indispensable texto del jurista lojano.
Bibliografía:
Jaramillo. P. (2009). El indio ecuatoriano. Quito: Ministerio de Educación.
CONAIE. (2009). Agenda de diálogo entre el Gobierno y la Conaie: Por un Estado plurinacional y el Sumak Kawsay. Quito.
Asamblea nacional. (2008). Constitución 2008. Quito: Asamblea nacional.
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