
Pavel Durov, Vladimir Lisin, Jeff Bezos, Elon Musk, Larry Page y Mark Zuckerber.g Fotomontaje: PlanV
Para debilitar a Rusia los socios de la OTAN han confiscado bienes y activos de los «oligarcas» cercanos a Putin. Estos personajes —engendros de la implosión de la URSS, según la prensa occidental— no son una novedad histórica. Su talante moral siempre está ligado a la época y al lugar en los que ganaron notoriedad.
Como una minoría organizada fácilmente domina a una mayoría desorganizada, “siempre es una oligarquía la que gobierna”, afirmaba Vilfredo Pareto. Aceptar esta afirmación del ingeniero, sociólogo y economista francés implicaría aceptar que la democracia liberal no es más que una ficción. Así como una golondrina no hace verano, un oligarca no hace una oligarquía, siempre será necesario más de uno. Los oligarcas son poderosos partícipes de grupos con capacidad para influir en el gobierno de sus países a través de —o al margen de— los canales democráticos legalmente establecidos. Las oligarquías son multiformes y ubicuas, pero todas sustentan su poder en los monopolios y oligopolios creados por ellas.
Ninguna novedad
Los oligarcas no son una novedad resultante de la implosión de la URSS en la década final del siglo XX. Oligarquía es una palabra común en el léxico político latinoamericano. Para el historiador Marcello Carmagnani en América Latina el “proyecto oligárquico” hunde sus raíces en el siglo XVIII. En la segunda mitad del siglo XIX la oligarquía latinoamericana promovió la expansión de la frontera económica, en respuesta a las exigencias de la economía de exportación afín al capitalismo europeo.
Cuando lo consideraron necesario, para desplazar la frontera se recurrió al etnocidio, como en las, llamadas, conquistas del desierto en Argentina y de la Araucanía en Chile. La vinculación a Europa se materializaba por medio de la exportación de bienes agrícolas o minerales a cambio de la importación de manufacturas. Los oligarcas siempre se consideraron con derecho a apropiarse de la tierra, la fuente de su poder, sus ingresos y su prestigio.
Ejemplos notables de oligarquías latinoamericanas son la de los barones del estaño, los bolivianos Patiño, Hochschild y Aramayo; o la de los chilenos Cousiño y Délano junto al inglés North, dueños de la tierra, de las empresas mineras, medios de comunicación, la educación y la Iglesia. Entre otras 40 familias peruanas destacan los Gildemeister, Graña, Brescia, Benavidez y Miró Quesada, oligarcas que en la actualidad siguen negándose a compartir el poder; en Colombia son los Ospina, López, Santos, Gómez, Pastrana y Samper, apellidos emparentados con la agroexportación cafetera, el comercio, la banca y la prensa. En 1980 el sociólogo Andrés Guerrero publicó Los oligarcas del cacao. En las páginas de ese ensayo desfilan los hacendados cacaoteros, banqueros, exportadores y comerciantes guayaquileños que dominaron la política y la economía ecuatoriana entre 1890 y 1910. Medio siglo más tarde aparecieron los Novoa, Laniado, Quirola, Stagg… entre otros oligarcas del banano.
En Estados Unidos, antes de las leyes Sherman (1890) y Clayton (1914), gigantescos monopolios de ferrocarriles, petróleo y acero aplastaron a sus competidores, coludieron mercados y corrompieron al gobierno para dominar una “democracia indefensa”.
En la azarosa historia republicana de los países latinoamericanos la fuerte influencia de la oligarquía ha generado una cultura política peculiar, una suerte de común denominador que ha sobrevivido a populismos, dictaduras, reformas de mercado y toda suerte de crisis sociales.
En Estados Unidos, antes de las leyes Sherman (1890) y Clayton (1914), gigantescos monopolios de ferrocarriles, petróleo y acero aplastaron a sus competidores, coludieron mercados y corrompieron al gobierno para dominar una “democracia indefensa”, en palabras del historiador T. J. Stiles. Se podría especular si los Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie y Mellon, los famosos robber barons, como despectivamente se los llamó, trataron de erigir una oligarquía, o simplemente fueron los puntales de una plutocracia que se diluyó luego de la primera guerra mundial.
¿Oligarcas malos?
La invasión rusa a Ucrania es una guerra librada en varios frentes, en las ciudades y campos ucranianos, en los mercados mundiales, en la prensa internacional, en Internet… Para debilitar al invasor, desde el 25 de febrero pasado los medios informan sobre las sanciones impuestas por los socios de la OTAN a acaudalados personajes cercanos a Putin, a los que la prensa occidental considera oligarcas.
Poco antes de la invasión, el gobierno de EE. UU. ya amenazó confiscar los activos de esas personas para presionar a Putin a desistir del ataque. Es de suponer que esos supuestos oligarcas se habrían opuesto a la guerra, pero sin éxito, como lo prueban los hechos. Branko Milanovic, exjefe del departamento de investigaciones del Banco Mundial, advierte que los primeros beneficiarios de las privatizaciones realizadas en la perestroika sí controlaban el sistema político ruso, pero que los “oligarcas más recientes” son simples custodios de activos que podrían ser arrebatados por el estado en cualquier momento. Y, suponiendo que esos billonarios eran “oligarcas del Estado,” fue el Estado norteamericano el que se apoderó de ellos (junto con algunos otros), y no el Estado ruso.
Si esos billonarios no son oligarcas, menos habría una oligarquía. ¿Qué es, entonces, el sistema político ruso? En su momento Josef Stalin, un manchón gris, según su enemigo León Trotsky, fue capaz de acaparar todo el poder —el Politburó del Partido Comunista incluido— a base de todo tipo de recursos, incluso el asesinato (¡como el de Trotsky!). Putin todavía no elimina por medios tan sumarios a quienes no le son obsecuentes y, con su “operación especial” en Ucrania, ha confirmado que los billonarios que lo rodean no cuentan, a la hora de decidir la política exterior rusa.
Poco antes de la invasión a ucrania, el gobierno de EE. UU. ya amenazó confiscar los activos de esas personas para presionar a Putin a desistir del ataque. Es de suponer que esos supuestos oligarcas se habrían opuesto a la guerra, pero sin éxito, como lo prueban los hechos.
Los pseudo oligarcas rusos son en realidad multimillonarios, pedantes y excéntricos (como cualquier estrella de la Champions League), con escaso o nulo poder de maniobra en la autocracia fraguada por el exjefe de la KGB durante las últimas dos décadas. Por supuesto que hoy más que nunca, están urgidos a conformar una oligarquía de verdad que, de alguna manera, promueva un relativo imperio de la ley. Más todavía cuando una globalización en fase menguante hace tan riesgoso exportar sus riquezas fuera de la madre Rusia.
Los billonarios rusos han amasado inmensos caudales. La revista Forbes informó hace poco que el más acaudalado de ellos, el magnate del acero Vladimir Lisin, posee una fortuna de USD 18.500 millones (ver tabla). Lisin, de 66 años, comenzó como mecánico en una mina de carbón. En 1992 se unió a un grupo de comerciantes que lograron controlar la industria del acero y en 2000, cuando su jefe fue nombrado ministro de metalurgia, se convirtió en propietario mayoritario de Novolipetsk Steel, una de las cuatro siderúrgicas más grandes de Rusia.
Tres de las cinco personas más ricas de Rusia en 2021 se dedican a industrias metalúrgicas. Solo Pavel Dúrov, con USD 15.100 millones, opera en el sector de la tecnología (fundó la red social VK y junto a su hermano Nikolái desarrollaron Telegram). El cuarto más acaudalado, el ruso-israelí Leonid Mikhelson, con una fortuna de USD 14.000 millones, es el principal accionista de la compañía de gas Novatek.
¿Oligarcas buenos?
Juntas, las cinco personas más ricas de Rusia apenas tienen unas dos terceras partes de la fortuna atribuida a Larry Page, el quinto entre las cinco personas más ricas de Estados Unidos. Los magnates rusos se dedican a actividades similares a las de los multimillonarios norteamericanos de hace más de cien años, mientras que en 2021 cuatro de los cinco norteamericanos más ricos se encuentran en el sector de la tecnología: Elon Musk, el flamante dueño de Twitter; el dueño de Amazon, Jeff Bezos; Bill Gates, el patrón de Microsoft; y Larry Page, de Google. La lista de los reyes de la tecnología estaría incompleta sin Mark Zuckerberg, con una fortuna de USD 67 mil millones, ubicado en el puesto 15 entre los más ricos del mundo, lejos de Musk o Bezos, pero muy por encima del primer ruso, Vladimir Lisin, que recién aparece en el puesto 87, según Forbes.
Musk, famoso por los autos Tesla y Space X, acaba de comprar Twitter. Claro que no lo compró con su dinero; los USD 44.000 millones surgieron de una operación financiera. Al comentar esta compra, el asesor de inversiones Josh Brown afirmó que nadie en su sano juicio adquiriría Twitter para ganar dinero. Mientras todos se preguntan qué busca Musk con esta adquisición, él ha declarado que quiere “restablecer la libertad de expresión”. Un magnate alérgico a los sindicatos, a quien sus obreros le resultan antipáticos ¿quiere restaurar la libertad de expresión? Lo cierto es que hoy, por sí y ante sí, el nuevo dueño de Twitter puede decidir si la intimidación, el acoso o un simple insulto, tan comunes en esa plataforma, son ejercicios de libertad de expresión.
Donald Trump (USD 3.000 millones y número 1.023 en el mundo, según Forbes), suspendido desde que sus partidarios intentaron invadir el Capitolio, podría ser rehabilitado, según Media Matters for America. La cuenta de Twitter de esta ONG, dedicada a “monitorear, analizar y corregir la desinformación conservadora en los medios norteamericanos” (https://bit.ly/3vDROeP), ha sido bloqueada… por Musk.
Un magnate alérgico a los sindicatos, a quien sus obreros le resultan antipáticos ¿quiere restaurar la libertad de expresión? hoy, por sí y ante sí, el nuevo dueño de Twitter puede decidir si la intimidación, el acoso o un simple insulto, tan comunes en esa plataforma, son ejercicios de libertad de expresión.
Para evitar la interacción de los bots, Musk también ha ofrecido “autenticar” a los usuarios de su plataforma. Esto implica que los datos personales de más de 80 millones de usuarios estarán en poder de uno de los más influyentes ideólogos de extrema derecha. La adquisición de Musk dinamita al menos dos de los tres pilares de las democracias liberales: la igualdad y la libertad. “Zuckerberg posee Facebook, Instagram y WhatsApp. Jeff Bezos, Washington Post. Elon Musk, Twitter. Cuando multibillonarios toman el control de nuestras más vitales plataformas de comunicación, no es una victoria para la libertad de expresión. Es una victoria para la oligarquía”, concluye Robert Reich, ex ministro del trabajo de EE. UU., citado por Daniel Matamala en su columna del diario La Tercera, de Santiago de Chile.
El profesor Luigi Zingales, de la Escuela de Negocios Booth, de la Universidad de Chicago, ferviente defensor de la economía de mercado, sostiene que, incluso desde una perspectiva conservadora, la concentración de poder en las grandes compañías tecnológicas es siniestra (https://bit.ly/3w8BrGq).
En empresas como Facebook, Google o Twitter los monopolios se generan en forma natural, debido a que se basan en externalidades en red con fuertes economías de escala (la situación en la que una empresa produce una mayor cantidad a un menor costo de producción) y economías de gama (la situación en la que a una empresa le resulta más económico producir simultáneamente dos artículos distintos que si cada uno de ellos fuera producido por separado por distintas empresas). Estos gigantes plantean problemas más complejos que los que plantea la regulación de los monopolios tradicionales; no solo son un problema económico, también son un formidable problema político porque controlan el acceso a la información y, en consecuencia, pueden influir en la política. Falta poco para que Amazon también se convierta en juez y parte del mercado que pronto dominará.
Pero hay más. Facebook trabaja con algoritmos que estimulan la polarización de sus usuarios. Zuckerberg y sus gerentes saben que los contenidos más conflictivos y divisivos atraen más la atención de sus suscriptores y hacen que permanezcan más tiempo en la plataforma. Hace pocos años se propuso modificar esos algoritmos para esparcir contenidos que promuevan la empatía, la comprensión y la humanización de sus usuarios. Pero esta idea fue descartada debido a que su implementación habría afectado el crecimiento de la red.
A diferencia de las oligarquías latinoamericanas, o de la plutocracia norteamericana de inicios del siglo XX, cuya influencia se circunscribía a sus estados nacionales, el poder de los magnates de la tecnología se disemina por todo el mundo. Su influencia rebasa las fronteras de Estados Unidos desde hace décadas, y en 2016-2020 ya probaron que uno de los suyos puede habitar la Casa Blanca. Para convertirse en la oligarquía del mundo solo falta que los Musk, Bezos, Gates y demás se vean a sí mismos como la nueva aristocracia planetaria, que asimilen entre sus filas a académicos y filósofos, y que penetren las jerarquías de los principales ejércitos del mundo.
Sin el contrapeso de la acción colectiva de Estados coaligados para regular las actividades de los gigantes de la tecnología, valores fundamentales como libertad, igualdad, justicia, verdad, paz, solidaridad, empatía… languidecerán sofocados por las lógicas de la rentabilidad y la acumulación empresarial. Los algoritmos procrecimiento que convienen a los dueños de Facebook, o la particular concepción de libertad de expresión que mejor encaje a las inversiones de Musk o Bezos, no auguran buenos tiempos para la democracia.
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