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22 de Enero del 2018
Historias
Lectura: 19 minutos
22 de Enero del 2018
Susana Morán
Manuela Picq: “Me dieron la visa para minimizar el escándalo Assange”

Fotos: Luis Argüello

Tras una difícil separación Yaku Pérez y Manuela Picq se reencontraron. Ahora piden que el Estado reconozca su matrimonio ancestral.

 

Manuela Picq, académica y comunicadora, regresó al Ecuador apenas la canciller María Fernanda Espinosa le escribió por Twitter. Tanto para ella, como para su esposo Yaku Pérez Guartambel, los intentos previos de ingresar al país, luego de su expulsión en agosto del 2015 —orquestada por el expresidente Rafael Correa y el entonces ministro del Interior José Serrano—, fueron infructuosos. Así que en lugar de aterrizar en Guatemala, a donde iba, tomó un avión a Quito. La Cancillería le entregó finalmente la visa el lunes 22 de enero. Esta es su historia.

¿Logró entrar fácilmente al Ecuador?

No me hicieron ningún problema. Pero hubo un agente de inteligencia que me estuvo siguiendo desde antes de que llegara a Migración (en el aeropuerto de Quito). Estuvo en toda la rueda de prensa y luego hasta tomar el auto en el aeropuerto. La gente de Migración estaba un poco nerviosa porque sabían que estaban dejando entrar a la Manuela Picq, una papa caliente. Pero me dejaron pasar porque estoy segura de que tenían órdenes de arriba que sabían que iba a llegar. Fue una linda recepción con muchos amigos y la prensa. Estaba emocionada.

¿Cuál ha sido su trajinar legal para regresar al Ecuador?

Han sido dos años y medio muy largos. Primera está la cara escondida del exilio porque de la noche a la mañana lo pierdes todo: sueldo, casa, trabajo, referencias.

¿Cómo enfrentó este exilio?

Fue muy raro porque nunca piensas que vas a salir dos años y medio. Pensé que iba a durar dos meses y ya. Creí tomarme unas vacaciones de Ecuador. Dejé todo. En la maleta llevé una computadora, par de ropas, pensando en que volvería en uno o dos meses. Nunca nos imaginamos lo largo que iba a ser. Durante el primer año pensé que cada mes iba a volver. No haces planes con nadie porque crees que ya mismo vuelves. Tiene una dimensión surreal en la que crees que pronto se va a acabar la pesadilla. Entonces fue un proceso humano súper difícil, de encontrar un trabajo de un mes o dos meses para pagar el arriendo porque no puedes vivir siempre en la casa de los amigos. En este tiempo estuvimos aplicando a la visa Mercosur, a la visa de amparo familiar, pidiendo al Registro Civil que nos reconozca (como matrimonio ancestral con Yaku Pérez).

Creí tomarme unas vacaciones de Ecuador. Dejé todo. En la maleta llevé una computadora, par de ropas, pensando en que volvería en uno o dos meses. Nunca nos imaginamos lo largo que iba a ser.

El primer paso que hice cuando llegué a Brasil, en la embajada de Ecuador en Río de Janeiro, fue pedir la visa Mercosur que fue negada dos meses después. Es una visa que dan en tres días. La negaron sin ninguna motivación. Esto fue en octubre de 2015 y desde entonces empecé una maratón jurídica. En total pedí dos veces la visa Mercosur, la última la tramité en diciembre pasado en la embajada ecuatoriana en París. La visa de amparo familiar fue negada tres veces porque supuestamente no somos familia con Yaku, no reconocen nuestra unión y tenemos que probarla. Tres veces negaron nuestro matrimonio ancestral en el Registro Civil de Cuenca y Quito. Ahora estamos en apelación y tienen hasta febrero para responder.

¿Es a la única pareja a la que le han negado el matrimonio ancestral?

Hay muchos casos de matrimonio ancestral.

¿Reconocidos?

No. Un compañero en el 2003 nos dijo que celebraron matrimonios ancestrales y bautizos en Ingapirca. Llamaron a los sacerdotes de la región para enseñarles las costumbres ancestrales, para que vean que los pueblos también tienen su autoridad para celebrar un matrimonio. Pero nunca hubo una necesidad de que el Estado reconozca estos matrimonio. En nuestro caso tampoco lo hubiéramos hecho público sino se hubiera dado la expulsión y la necesidad de pedir una visa de amparo familiar. Vamos a seguir en esta lucha porque es un tema de derechos colectivos. La gente nos dice por qué no nos casamos por la vía civil. Pero no es lo mismo. Para Yaku es someterse a un sistema de justicia que niega su cultura y los derechos colectivos de los pueblos. Negar el matrimonio ancestral es lo mismo que negar la consulta previa. Son diferentes ámbitos de los derechos colectivos. Y para mí el matrimonio civil tradicional es una institución muy patriarcal, muy sexista, en que no quiero participar.

¿Van a insistir en su derecho al matrimonio ancestral?

Sí. Pero yo viví aquí y tenía trabajo y visa sin depender de mi relación emocional con Yaku. No quiero tener que depender de una relación con un hombre para tener acceso a una trabajo, a una visa, a la vida que yo tenía antes. Tengo derechos por ser yo, por ser mujer. No necesito ser la esposa de alguien para tener derechos. Entonces o nos reconocen este matrimonio ancestral que ya existe desde antes de la expulsión o voy a seguir por la vía de la visa Mercosur.

Mientras tanto a Julian Assange el Estado le dio la naturalización. ¿Hay un doble estándar en cuanto a derechos?

Hay un doble estándar gigante. A él le dan la ciudadanía y a mí me quitan el derecho de vivir aquí. Es una doble violación porque no solo a mí me expulsaron del país, también a una familia ecuatoriana le sacaran una parte. Yaku se quedó sin mí, las niñas se quedaron sin mí. Hay una violación para dos personas, incluso para un ecuatoriano. El otro lado de la moneda en el caso Assange es que supuestamente está preso por defender los derechos de la libertad de expresión, pero él ha sido protegido silenciando la violación de esos derechos en el país que le acoge. Él está en un doble juego que me parece muy sucio.

¿Por qué?

Tiene una imagen internacional de defensa de la libre expresión, pero silencian la violencia contra los periodistas y movimientos sociales en Ecuador. Jamás se ha pronunciado sabiendo lo que pasa. Y otro caso de discurso contra los extranjeros es Guillaume Long que fue naturalizado como ecuatoriano para ser ministro. Él no tiene una larga historia en el Ecuador y ha estado representado al país en la ONU. Es algo infinitamente grotesco.

No quiero tener que depender de una relación con un hombre para tener acceso a una trabajo, a una visa, a la vida que yo tenía antes. Tengo derechos por ser yo, por ser mujer. No necesito ser la esposa de alguien para tener derechos.

¿Qué pasó cuando se encontraron en la ONU?

Presenté mi caso tres veces en diferentes contextos en las Naciones Unidas, en exámenes periódicos universales. También hablé de la situación de la criminalización de la protesta en el Parlamento Europeo. Cuando me encontré frente a frente con Long, él dijo: ‘esta extranjera europea cómo viene a hablar de los indígenas’. Y fue fascinante porque los comisionados expertos en DDHH le dijeron y tú quién eres para hablar sobre los pueblos indígenas porque creemos que tú tienes la misma nacionalidad que Manuela Picq.

Entonces fue un show de humillación, pero también de prepotencia. Yo fui en este contexto con todo el trabajo académico y de investigación. Fui no para hablar a nombre de los pueblos, pero sí para entender la importancia de los pueblos en la política nacional e internacional. Y de cómo Correa me disminuyó en su sabatina tratándome de rubia estúpida, egocéntrica, que me gusta llamar la atención. Descalificando mis capacidades intelectuales. Lo mismo hizo Long. El ataque fue doble: por ser extranjera -a pesar de que ellos sí utilizan los extranjeros cuando les conviene- y por ser mujer.

¿Fue un ataque discriminatorio?

El machismo y patriarcado estuvieron presentes en todo. Con esto del matrimonio me quieren decir que tengo que casarme para tener acceso a derechos. Tengo que subordinarme como mujer y ser ciudadana de segundo grado para acceder a derechos. No. No tengo que hacerlo.

¿Por qué cree que el gobierno de Correa se ensañó con usted?

Hay tres dimensiones. Primero: mi periodismo. Escribí para Al Jazeera durante muchos años y publiqué sobre varios casos de corrupción, de la hipocresía en el caso Yasuní -por un lado querían dejar el petróleo bajo el suelo pero ya estaban construyendo carreteras- y en particular escribí sobre el caso Glas Viejó y la violación a una menor. Ya era persona no grata. Después, el Yaku Pérez. Esta ‘vendetta’ política no solo fue con los opositores sino también con sus familias para minimizarlas y destruirlas. Y tercero, una vez que pasó la expulsión, les salió el tiro por la culata. La Manuela se volvió internacional, la historia de amor y el Estado que era la mala bruja que no nos dejaba estar juntos. Teníamos más voz para hablar en contra de ellos. También hubo un tema de honor masculino patriarcal sexista que hacía que ni el Correa, ni el (José) Serrano, ni (Jorge) Glas podían soportar que vuelva. No eran las leyes sino ellos los que decidían. Llegaron a estar tan humillados con la historia en los medios que su única salida fue expulsarme del país y en su mirada patriarcal era una humillación que ella, la mujer, gane y vuelva. Hay una dimensión muy sexista en esta historia.

¿Le sorprendió el mensaje por Twitter que puso la Canciller en el que afirmaba que podía volver?

Sí. Fue muy sorprendente. Durante el correísmo nunca pude volver y cuando llegó Lenín Moreno, ya cambió el tono y empezó a decirle a Yaku que podía volver. Pero no se materializaba nada. Y fue una mujer Canciller, no Long, que cambió el tono. Claro que lo hizo contra la pared por el caso Assange. Tuvo que decir que sí, que vuelva. Hubo un cambio de discurso completo. Pero no creo que las promesas se hubieran materializado sin el caso Assange. Porque hay un doble discurso. (Lo de Assange) les metió en un situación tan incómoda que me dieron la visa para minimizar el escándalo y para evitar otro show mediático que les salga por la culata.

¿Entró como turista?

Entré como turista porque fue lo que dijo la canciller María Fernanda Espinosa en su Twitter. En diciembre presenté el último pedido de visa Mercosur y se quedaron en silencio. Ese iba a ser mi último intento. Pensé que si el gobierno de Moreno no logra darme una visa, nunca me iban a dejar entrar. Porque ya no son los mismos, hay una mujer canciller, el Presidente dice que hay reconciliación y que no hay tal criminalización ni violencia política.

En diciembre presenté el último pedido de visa Mercosur y se quedaron en silencio. Ese iba a ser mi último intento. Pensé que si el gobierno de Moreno no logra darme una visa, nunca me iban a dejar entrar.

¿Pero su regreso fue una decisión de horas?

En horas. De hecho yo estaba tomando un vuelo hacia Guatemala desde Franci. En el avión, por la mañana, vi el caso Assange y empecé a tuitear hasta que despegar. Cuando aterricé en Boston había diez mil mensajes de periodistas y el de la Canciller. Entonces pensé que esa era mi oportunidad. No me fui a Guatemala, cambié los boletos y vine para tomarles la palabra.  

¿Cómo ha mantenido en estos dos años su relación con Yaku?

Ha sido difícil. Al inicio no teníamos nada de plata para vernos. De Brasil me fui con una beca muy pequeña a Alemania, estábamos muy lejos. Cuando le pegó la Policía montada y quedó ensangrentado en el piso en diciembre de 2015 fue una impotencia muy grande. Nos hablábamos por skype, por whatsapp. Luego logramos vernos cada seis meses, luego cada cuatro, cada tres. Nos encontramos en Bolivia, Perú, Colombia, Guatemala, México, EEUU. Nunca hubiéramos viajado tanto en otras circunstancias.

¿El trabajo académico continuó?

Conseguí una beca corta en Freie Universität, en Berlín. Irónicamente es la universidad que fue creada por los académicos expulsados de la Berlín comunista. Después trabajé con apoyo de la Unión Europea. En Guatemala lo hice con la Asociación de Abogados Maya. Luego en Amherst College, que es una universidad privada en EEUU.

¿Qué decían sobre su caso en estos espacios académicos?

Fue interesante. En Alemania me decían ¿tú eres de Siria, de Iraq, de Rusia? No, de Ecuador. Pero Ecuador es un gobierno de izquierda, me decían. Sí pero ellos también exilian a la gente, les respondía. Había una disonancia en la gente. Les parecía irreal que un gobierno democrático y de izquierda estuviera expulsando académicos. Era una cosa incomprensible. En Estados Unidos fue al revés. Hay una organización que se llama Académicos en Riesgo, de la que ahora soy miembro. Ayudan a académicos que de la noche a la mañana pierden su trabajo. Como los economistas de Ruanda que publicaron cifras de desempleo que no les gusta al Estado, y les mandan el ruido de que los van a asesinar. O en Irán que tiene pena de muerte por decir ideas filosóficas que van en contra de las del Estado. Yo entré en la lista junto a colegas que estuvieron en Irán, Ruanda, Egipto. La gente se sorprendía. Pero yo fui la única académica que fue expulsada de Ecuador, pero no solo fue porque era académica sino por ser aliada del movimiento indígena. Quizá lo peligroso para el gobierno era esta alianza entre movimientos sociales y academia. Porque la academia sola hablan de ideas en su burbuja y los movimientos hacen ruido en las calles. Pero si unes a los dos, los potencializas mucho. Destruirme a mí era en parte destruir el tejido social indígena. Además en este tiempo también me entendí el despojo territorial de los pueblos.

¿Cómo?

Aunque no soy indígena y no he vivido la misma relación con la tierra, sentí que me estaban arrancando de mi ambiente. Que estaban intentado destruirme a mí y a Yaku. El despojo emocional familiar es tan fuerte como el despojo territorial.

Estoy feliz de estar acá. Es como si hubiera estado bajo el agua dos años y medio y he salido a respirar de nuevo. Es genial la sensación. Pero a la vez estoy muy conciente de lo que no quiero vivir de nuevo.

¿Pero internacionalmente nos ubican en el mismo grupo de Irán, Rusia?

Los de Rusia me dijeron ‘qué suerte que te expulsaron, porque aquí te matan no más’. En Turquía hay centenas de académicos que están en la cárcel. Las proporciones son bien distintas. En Ecuador son micros. Pero estoy segura que el nivel de criminalización de los periodistas, de los movimientos indígenas es igual o más severa que en otros lados. La censura, la criminalización, el asedio del Estado contra las mujeres, los periodistas, es bien fuerte al igual que en muchas dictaduras.

Su caso también es uno de los más emblemáticos en cuanto a libertad de expresión en Ecuador.

El hecho de denunciar actos violentos, de corrupción, lo que ha pasado con Fernando Villavicencio, Cléver Jiménez, Carlos Figueroa, todo lo que le molestaba al Estado, todos fueron fueron silenciados, o en la cárcel, o en el exilio, o perdiendo sus puestos de trabajo. Hubo un control de la opinión, de la creación de la información, y a través de este control de ideas un control de los movimientos sociales. Soy parte de un largo proyecto de censura que va más allá de mí, yo soy solo un peón. Lo interesante en mi caso es que hay la censura, el tema racial, los movimientos sociales, la academia, el feminismo. Y por mala suerte del Gobierno ellos mismo generaron un caso mediático, que parece una telenovela.    

¿Ahora se siente segura en Ecuador?

Estoy feliz de estar acá. Es como si hubiera estado bajo el agua dos años y medio y he salido a respirar de nuevo. Es genial la sensación. Pero a la vez estoy muy conciente de lo que no quiero vivir de nuevo. Si no siento que verdaderamente tengo seguridad y hay un cambio en el Gobierno, estoy en riesgo porque quedé muy visible. Cualquier momento me pueden sacar de nuevo o hacerme daño. Soy un símbolo político y desafortunadamente los gobiernos transmiten sus mensajes a través de los cuerpos de la mujeres, como el tema del aborto, la violencia sexual. Creo mucho en la importancia de traer las mentes de vuelta a América Latina y pensar la teoría política desde América Latina. Pero no lo quiero hacer si no hay seguridad jurídica, no lo quiero hacer de manera temporal.

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