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21 de Julio del 2016
Historias
Lectura: 26 minutos
21 de Julio del 2016
Diego Cifuentes / revistaanfibia.com
Algún día haré un libro sobre Manabí...

Fotos: Diego Cifuentes

Esta fotografía y las siguientes, en blanco y negro, que se intercalan en el texto, son de Diego Cifuentes, el fotógrafo quiteño que registra al terremoto de Manabí con otra mirada.

 

De mi segundo viaje vengo decepcionado con la sociedad, con el periodismo, con mis colegas. Porque la oportunidad histórica que teníamos la desperdiciamos. Hemos desperdiciado todos los momentos históricos en este país. ¿Qué ha pasado? Nada. Esperaba que, luego del terremoto, comenzásemos a ver nuestra realidad de una manera distinta; mucho más humana, comprometida. Cada uno está en su metro cuadrado, como siempre, y no ha pasado nada.

Foto: Luis Argüello

Diego Cifuentes, en su casa.

El 16 de abril ocurrió el terremoto, y empiezo, como todo ciudadano, a ver los medios y me doy cuenta de que están registrando edificios caídos, y que no se está mirando el desastre. Y el desastre de verdad, la gente. Es un problema humano. Hemos sido siempre una sociedad de quejas, siempre nos quejamos. Pero ahora, con internet, me dije, si la prensa no lo hace lo hago yo. Y me puse a hacer periodismo ciudadano.

Bien o mal sé hacer fotos, escribo más o menos. ¿Por qué no hacerlo? La idea salió de la forma más humilde. Me voy a ver qué pasas y en qué puedo ayudar. Ayudar en lo que sé hacer, fotos. Para que el mundo vea con mis ojos, con mi mirada; porque ya se había visto los edificios caídos, las agencias registraban eso a diario.

Establecí una planeación casi militar: retaguardias, flanguardias, logística. Era un desastre, Pedernales no existía, ¿dónde me iba a hospedar? No había agua, electricidad, comida… Mapa en mano vi las zonas de mayor desastre. Puse un mensaje en Facebook: estoy acá, veré qué puedo hacer. Y se contacta conmigo Gabriel Pólit, mi amiga desde la universidad. Ella me recomienda que escriba un artículo, cuando recién me estaba ubicando. Me dijo que publicara en la revista Anfibia, donde no conozco a nadie.

Pero había la posibilidad de publicar en medios en Ecuador. Y entonces me doy cuenta de algo que da un giro a esta historia. Cuando todo el mundo estaba viendo un desastre, yo estaba viendo un momento histórico. Es decir, este es el momento histórico de darle la vuelta a la tortilla en todo sentido: a nivel del periodismo, de manejo del Estado, de imaginario ciudadano. Este era un momento de inflexión. Que reconstruyamos todo, no solo los edificios o casas.

Lo que me doy cuenta también es que las casas de los pobres no se habían caído, sino el cemento de la clase media y media alta. Pero siempre la crisis se la traslada a la gente pobre. Con esa idea del momento histórico comienzo a hacer llamadas. Era para ofrecer un reportaje distinto, que cuente la historia de otra manera. Pero no hubo respuesta que no fuera arrogante: tenemos material de sobra, tenemos equipos… Lo que ofrecía era mi trabajo fotográfico y de texto con una mirada distinta del desastre.  Estaba sobre la marcha, no podía mandar un piloto…

Era una cuestión de confianza y visión. Y ahí se ve cuando es gran periodismo y cuando no lo hay.  Cuando se apuesta por ideas distintas. Si no, seguiríamos haciendo el mismo periodismo del siglo IXX. Pero nadie paró bola. Quedaban los panas chiros, que entiende, pero son chiros. Y yo quería hacer un registro gigantesto, unas 15 a 20 entregas. Y como producto final un gran libro, que no sea el desastre, sino Manabí. Manabí como una fuente de cultura maravillosa, con gente emprendedora, que siempre tira pa’lante, y el drama que se venía y que, creo, recién se está dibujando.

Me quedaba jugar con lo que tenía, con la plata del bolsillo, hasta que se acabe. La situación era muy fuerte, no solo por el desastre sino porque esta idea del momento histórico me puso la cabeza a punto de estallar. Y decidí salir de la zona para escribir reposadamente, porque iba a estallar. Es eso lo que ocurrió para el segundo viaje, que se da justo al mes. Volví a entrar a la zona el 17 de mayo. Fui acompañado de tres psicólogas. Ir acompañado es delicioso, porque no te sientes huérfano. Hacía mi trabajo y ellas el suyo, pero otra cosa es encontrarte por la noche, conversar, cocinar, oír musiquita…

(Santiago, un niño de Coaque de cinco años, me había marcado el alma, sabía que debería volver a la zona cero ya no para hablar sobre el desastre, quería hablar de un niño, de su particular manera de ver el mundo, de su experiencia luego del terremoto del pasado 16 de abril. Santiago me había cautivado porque me había dado muestra de una visión fantástica sobre el cosmos y las cosas, el terremoto había quedado atrás y Santiago se proyecta a futuro y eso era lo que yo quería contar.

El 17 de mayo emprendí viaje a Coaque junto a tres psicólogas, Adriana me había invitado a formar parte de su equipo y yo acepté sin vacilación, ella junto a Emilia y Mariana están trabajando en la contención psicológica con los niños de la zona, ellas iban a buscar niños, yo iba a buscar a tan solo uno, a él y a su familia, no sabíamos que la historia daría un giro inesperado y, por unos momentos, un tanto dramático.)

Mi trabajo consistía a buscar fotos e historias. Había una infinidad de historias y de pronto me abruman, no sabía cómo escribir ni registrarlas sin enloquecer. No tenía tampoco la capacidad económica para hacerlo.

Mi trabajo consistía a buscar fotos e historias. Había una infinidad de historias y de pronto me abruman, no sabía cómo escribir ni registrarlas sin enloquecer. No tenía tampoco la capacidad económica para hacerlo y quedarme un largo tiempo trabajando en la zona. Decido entonces contar mi historia. De esta manera puedo hablar en primera persona y canalizar las otras historias. Y volver protagonista al lector, al espectador. Para que se sienta parte de todo esto. Era necesario involucrar al lector, que siente en carne propia el desastre, que lo sienta suyo.

El drama que recién se está dibujando es este: toda la zona es donde nace la cerámica más antigua de América. Es la cuna de la cerámica. Jama Cuaque y Valdivia. Sin embargo de todos esos saberes ancestrales, nadie hace alfarería. Eso se olvidó. La gente se dedica a la albañilería de los centros hoteleros, los cuales se cayeron; de los departamentos para la gente de Quito y Guayaquil que se cayeron o se suspendieron. Este albañil se quedó sin trabajo, no solamente se le cayó su casa, sino que se ha quedado sin trabajo. Sin nada. Sin vida…

En Coaque hay una pequeña planta de procesamiento de camarón. Y esta planta da trabajo a cierto grupo de mujeres. ¿Y si en un momento la empacadora cierra? ¿A dónde van a ir? A la ciudad. Ahí son excluidos. Hay delincuencia, prostitución. ¿Cuál será la respuesta del Estado? La represión. La ausencia del Estado es total. Un mes después del terremoto, los escombros seguían en las calles de Coaque. ¿Y por qué seguían un mes ahí los escombros? La gente decía que les cobraban la pala mecánica y la volqueta. Aquí el Estado no funcionó en lo elemental. Luego te encuentras con un grupo del Ministerio de Salud que dice a los habitantes: en Coaque está el crisol de la nacionalidad. Eso era surrealista, la gente jodida y los burócratas hablando del crisol de la nacionalidad. ¿De cuál nacionalidad? Y por qué: porque desde Coaque había salido la misión geodésica francesa a medir el terrestre. Propaganda, propaganda, propaganda… Todo el tiempo. Les dan agua y se van, les dan enlatados y se van, les dan unas ollas y se van. La gente jodida y una manga de oportunistas, una oleada de quiteños y guayaquileños que fueron a hacer turismo del desastre, a hacerse selfies frente a los edificios caídos.  Gente que no entendía un carajo de lo que estaba pasando.

(Llegamos a Coaque, cada quien va a lo suyo, las mujeres se quedan con los niños del campo de refugiados de la cancha de fútbol, yo voy a buscar a Santiago, miro una niña jugando en un columpio entre los escombros, creo que es buena idea fotografiar, saco la cámara y capturo la escena, camino en dirección de la pequeña carpa donde duermen Santiago y Carmen (su mamá), una mujer policía inicia una conversación sobre el motivo de mi estadía en el lugar cuando grita -¡temblor!-, yo no siento nada y sigo caminando, ella me toma del brazo y me dice, -aléjese de los cables eléctricos-, regreso a ver y miro que los postes se mueven cual paja al viento, casi no puedo mantenerme en pie, la mujer policía me sostiene del brazo y dice -tranquilo, tranquilo-, delante de mí (unos 3 metros) un tanque grande de reserva de agua de aproximadamente unos 5 metros cúbicos se vira cual vaso y vierte todo su contenido, es inevitable que el torrente me mojara, la mujer policía me pregunta si estoy bien y contesto afirmativamente a lo que ella dice que se va a ver si alguien necesita de su ayuda.

De mi segundo viaje vengo decepcionado con la sociedad, con el periodismo, con mis colegas. Porque la oportunidad histórica que teníamos la desperdiciamos.

La gente corre gritando, una mujer grita llorando -¡ya no más, por favor ya no más!-, mujeres que buscan a sus hijos, niños que corren con expresión de terror por todas partes. Decido que voy a fotografiar como registro apenas, no quiero fotografiar nada, decido hacerlo como una obligación mas no porque quisiera, he disparado unos dos o tres cuadros y decido que ya no más, que debo buscar a Santiago, sigo caminando hacia la pequeña carpa roja y de pronto Santiago me recibe con una sonrisa amplia).

De mi segundo viaje vengo decepcionado con la sociedad, con el periodismo, con mis colegas. Porque la oportunidad histórica que teníamos la desperdiciamos. Hemos desperdiciado todos los momentos históricos en este país. ¿Qué ha pasado? Nada. Esperaba que, luego del terremoto, comenzásemos a ver nuestra realidad de una manera distinta; mucho más humana, comprometida. Cada uno está en su metro cuadrado, como siempre, y no ha pasado nada. El jodido está lejos, allá, y mientras yo no esté jodido no pasa nada. Todo bien. Pero el jodido de allá va a repercutir acá. Porque somos un entramado social. El terremoto no fue un desastre, fue una oportunidad, que nadie la vio.

Se hacen cosas muy chéveres. Trama de pronto cuelga en su servidor los planos de casas hechas con caña. Lindas casas, estéticas, bien hechas. Descarga de planos gratis, datos de material a necesitar, todas las indicaciones. ¿Qué ha pasado? Nada. Rómulo Moya hizo lo que tenía que hacer, y lo hizo bien. Pero la sociedad misma no se apropia de estas cosas, y las casas las están volviendo a levantar de la misma manera: con arena de mar, con agua de mar y cemento. Otra vez, pero si hace un mes se cayó todo esto por eso mismo y ya se olvidaron.

La gente de la zona no es cojuda. Es gente que no ha ido a la universidad, nomás. Una chica me decía qué bueno que se cayó Pedernales. Y me quedé estupefacto: ¿por qué es bueno? Porque era horrible, me contestó y me dijo que era la oportunidad de hacer una nueva y linda ciudad.

Una de las cosas que se descubre es que Perdernales debiera desaparecer. Porque ahí confluyen varias fallas geológicas. Y ahí lo están levantando de nuevo, no pasa nada. La sociedad tiene que funcionar, qué voy a estar pidiendo agua dulce y una volqueta de arena del río, muy caro, coge nomás del mar. ¿Qué hizo el Estado? Poner un asta grandota con una bandera grandota. Y punto. No estamos pidiendo que el Estado dé, sino que ayude a canalizar todas esas iniciativas ciudadanas, muy buenas. Ese es su trabajo.

La gente se queja y dice que es terrible lo que pasó en Canoa. Sí, lo fue. Pero había que ser muy ingenuo para no darse cuenta de que Canoa era una bomba de tiempo. Y que no era un espacio para la gente humilde. Era la Montañita de los manabas y quiteños ricos, donde iban de juerga. Era cuestión de golpear una pared, que se caía con un buen viento. Uno solo edificio se mantuvo, porque fue el único hotelero que decidió construir con guadua y todos los criterios técnicos. El resto se cayó. Pero lo que pasa es un problema de negligencia de un sector social, de quienes dieron los permisos y ahora los vuelven a otorgar para que se vuelva a construir igual.

Santiago

El drama recién empieza. El papá de Santiago no tiene trabajo. Su mamá tampoco. Santiago duerme en una carpa con su mamá, su papá vive en una casa que ya mismo se cae.

Hago el segundo viaje a Manabí buscando la historia  de un niño: de Santiago. Me fascinó y dije que iba a hacer la historia de cómo Santiago vio el terremoto. Por recursos, la multitud de historias debían condensarse en una, la de Santiago. Estoy trabajando con él cuando el niño se bloquea. Sucede el segundo terremoto y hago un giro nuevamente y decido hacer la historia de Cuaque, como tejido social. En una segunda crónica digo ya que el drama recién empieza. El papá de Santiago no tiene trabajo. Su mamá tampoco. Santiago duerme en una carpa con su mamá, su papá vive en una casa que ya mismo se cae. Están separados por la necesidad, aunque se amen. ¿Qué pasa con ellos? La gente entonces dice que hay que apostarle al turismo. Pero eso es lo peor que le pudo haber pasado a Manabí. Todo este desastre es un efecto colateral del turismo. Colapsa la infraestructura turística. Se pueden volver a los saberes ancestrales, a pescar, a la alfarería… Esa ilusión de progreso que te da el turismo les anuló. El inversionista turístico se va a poner su dinero en un lugar más seguro y la gente se queda jodida. Rafael Correa sigue hablando del turismo y yo digo que no entendió un carajo. Nada. Y si Correa no entendió nada menos el resto del Estado. La gente está jodida porque en su imaginario sigue apostando al turismo.

(El hostalero nos cuenta, algo indignado, sobre las reuniones que ha tenido, nos dice que hay demasiados ofrecimientos pero que hasta la fecha no hay visos de nada, nos menciona que hay un programa de créditos con un interés del 14%, a lo que interrumpo con el dato que a nivel bancario el interés es del 12% apenas, el hostalero me mira con atención y levanta la voz para decir: -ahí está el detalle-. Añade que él es el menos afectado y que necesitaría mínimo unos 150 mil dólares para volver a estar completamente operativo, que sus vecinos perdieron absolutamente todo, agrega, -¿cuánto van a necesitar ellos para volver a levantar sus hostales?-, pregunta. Apenas dos chocitas le han quedado, en ellas nos hospedamos nosotros, el resto nos cuenta que está con afectaciones.)

¿Cómo aterrizo todo esto en fotos? Ninguna foto es gratuita. Todo está fríamente calculado desde hace veinte años cuando ya lo resolví la imagen semióticamente, en la cabeza.  Ejemplo: la casa caída con la muñeca en la arena. Ahí estaba la muñeca. Matemáticamente tenía que haber una muñeca. El drama de los guaguas, los que sufren. La foto conecta el drama con los guaguas y lo digo de esa manera. Sin necesidad de estarlo diciendo. Si no lo hubiera resuelto en mi cabeza desde hace años, no hubiera visto la muñeca.  Por ejemplo, la mujer que está parada con un camión a sus espaldas y los edificios caídos. No estaba en Pedernales en realidad, estaba fotografiando Saigón. Nunca fue Pedernales. Porque estaba hablando de un problema humano, no importa donde estemos ni en qué tiempo. Hablé de la humanidad, de lo que nos atañe. Porque en tanto seamos humanos nos deben afectar los problemas humanos.

(Durante el camino era inevitable contar las experiencias que cada uno había tenido en la zona cero, llegamos a la tarde y cada uno se puso a trabajar en lo suyo, busqué y pregunté por Santiago hasta que di con su madre, ella fue a buscarlo y al rato regresó con él.

Vino con una mirada un tanto de reproche y luego musitó: "uté dijo que iba a volver". Acá estoy, contesté, luego le expliqué que mi regreso era exclusivamente para entrevistarlo y vi como sus ojos se abrieron como platos y al instante su expresión se suavizó, me miró y regaló una gran sonrisa, salió corriendo a contar al pueblo entero que lo iban a entrevistar. Así fue, regresó emocionado y le dije que al día siguiente iba a grabar la entrevista, que iría en la mañana y que estuviera atento porque quería contar su historia, me miró y su madre le dijo: Santiago, vas a ser famoso. Él solamente rió y empezó a jugar con un camioncito de juguete).

Después de casi cuatro meses del terremoto hago una reflexión distinta. Puse un naipe sobre la mesa de modo inconsciente y fue el de asumir el reto de botar fotografía de autor y no periodística. Trabajar desde un plano autoral y eso me dio más libertad, porque no tenía la presión. Creo que es el reto que debe asumir el periodismo. Tienes Twitter y Facebook que son inmediatos. Cuando compras un diario estás leyendo la noticia que ya la sabías completita, de la que me enteré al minuto. No podemos competir con la inmediatez. ¡Para qué iba a competir con los periodistas! A la gente le encanta la crónica, y que le cuentes desde tu palabra, desde tu subjetividad. Porque la gente ya conoce el hecho, quiere saber tu vivencia, porque a través tuyo vive. Se humaniza en la medida de mi humanidad. Eso es lo que conecta a la gente, porque del otro lado vive una vida alienante y alienada, y la objetividad lo que genera es más alienación. Entonces el Mashi dice: “no me llore, si no se le cayó la casa no me llore”. ¿Qué le está pidiendo, que no sea humano?

(Unas fotos van, otras pocas vienen a él y otras a su mamá y nos despedimos hasta la mañana siguiente. Mientras esperaba que Adriana y sus compañeras terminaran su labor, hacía en mi mente planes para poder contar la historia de Santiago, pensaba en que tal vez a nadie le interesaría dado que el terremoto cada vez se perdía más de las primeras planas, entretanto pensaba en que la historia de Santiago podría ser un tanto plana y limitada veía la expresividad de los niños, evaluaba en que tal vez podría contar la historia de todos ellos teniendo al pequeño como el eje central, posiblemente ahí tendría una historia más redonda y a mi gusto, decidí probar suerte y eché unos pocos cuadros).

Se van a cumplir cien días del terremoto de abril sí como ya se cumplieron treinta o sesenta. Así es de sencillo. Creo que hay algunos perdedores. La gran perdedora es la comunidad directamente afectada. Otro perdedor es el periodismo, porque abordaron todo esto como un partido de fútbol. Perdió el Estado porque nunca entendió su rol, que era respetar y viabilizar todas las iniciativas ciudadanas y las excluyó del modo más arrogante. Y si alguna lección nos ha dejado el terremoto es que la solución no es el turismo, que el turismo es un espejismo.  De pronto ques al Presidente que pide que vayan a Pedernales en las vacaciones porque se debe apoyar el turismo en la zona. No entendió nada, ¿en qué planeta vive? Nadie se va a ir, menos el quiteño medio porque están asustados. Y no hay un diseño posturístico.  En fin, para qué vamos a detenernos en todo esto,  si ya fue, y fue allá, lejos de nosotros, puede pensar la gente. Porque vivimos alienados. Decimos qué pena y punto. Debemos seguir en nuestra meta de progreso, de éxito. 

(En Coaque el 80% de los hombres se dedica a la albañilería, con estos dos últimos sismos todos los proyectos inmobiliarios y hoteleros se quedarán ahí, pienso. ¿Qué va a pasar con ellos, cómo podrán salir adelante con sus familias?. Por ahora el sostén económico está en manos de las mujeres, muchas de ellas trabajan en la empacadora de camarón de Coaque, pero el papá de Santiago es albañil y la madre no trabaja, ¿qué será de ellos?. El drama humano está servido, ya es un mes y poco se ha hecho, es una bomba que comienza a calentarse).

Algún día haré un libro sobre Manabí. Manabí como yo lo veo y lo siento. Manabí es como mi tierra. Mi papá me enseñó a quererla de manera brutal. A papá le gustaba mucho y siempre nos íbamos por cualquier pretexto. Íbamos a los pueblitos, no íbamos a la playa, de turistas. Papá nos llavaba a los pueblitos, a que convivamos con la gente. Mi infancia está marcada por los manglares, por la cosecha de cangrejos. Yo sé cosechar concha, sé conchar. Subir a lomo de burro, llevar leche en las fincas, con el guagua montuvio que es pana mío. Es esa realidad que entiendo y toda se lo debo a papá. Él me enseñó a estar dentro, nunca afuera, y eso está en las fotos. 

(Muy poco se ha hecho, el drama humano está por empezar y al parecer nadie quiere verlo, es un pueblo que le apuesta al turismo, un turismo que después de los dos últimos sismos se comenzó a mostrar no solo esquivo, sino extremadamente mezquino, la cada vez más certeza de que las cosas quedarán tal como estuvieron antes se me mete en la piel, la angustia de no poder hacer nada más que escribir y contar la historia de esta gente, una historia sesgada desde mis ojos. Es hora de regresar y ni apenas comenzamos a alejarnos ya quiero volver).

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Algún día haré un libro sobre Manabí...
 


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