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21 de Septiembre del 2016
Historias
Lectura: 12 minutos
21 de Septiembre del 2016
DIEGO CIFUENTES
Jaramijó: Pedro y Pablo a la sombra del terremoto

Un ensayo fotográfico de Diego Cifuentes, sobre la fiesta de Pedro y Pablo en Jaramijó, Manabí. En la foto, dos niñas junto a las estatuas de los santos.

 

No podía ser que un pueblo entero hubiera perdido la alegría. Tenía que apostar por la fiesta mayor, por el pueblo que en mi infancia había marcado mis sueños con su realidad mágica. Debía ir a constatar que nada estaba perdido en medio del desastre.

Diego Cifuentes, fotógrafo.

Este es mi tercer viaje a la Zona Cero. Así se conoce en Ecuador a la zona más afectada por el terremoto de abril de este año. Mis dos entradas previas habían sido a Pedernales, el balneario marítimo más cercano a Quito, y a Coaque, un pequeño pueblito de pescadores y albañiles, pero que en su seno está la cuna de una de las culturas más antiguas de América.

Manabí es la provincia más afectada por el sismo, pero es magia, es el "realismo mágico" absoluto, natural. Su gente parece salida de un cuento, su forma de ver la vida es sumamente singular, allí nació la alfarería en América, es un Macondo pero en el Pacífico.

Mis dos viajes previos fueron un tanto tristes, el terremoto había impuesto su dinámica, la emergencia, el caos inicial, el dolor, el miedo. La experiencia de un lugar que se había vuelto ajeno al que yo conocía desde mi infancia, ajeno al olor del cacao secándose a la vera del camino, a guayaba a medio podrir, al bullicio, a la comida más increíble de Ecuador. Este tercer viaje fue para reencontrame con ese Macondo, alejarme del dolor. Pero me angustiaba tal vez no encontrar lo que buscaba, la angustia de tal vez haber perdido para siempre ese sabor a magia.

Jaramijó está junto a Manta, apenas a unos pocos kilómetros al norte. Casi es un arrabal, es un pequeño puerto de pesca artesanal. Allí se puede conseguir langosta tan fácil como encontrar un tomate, no es de extrañarse que el ceviche de langosta sea uno de los platos más comunes, Jaramijó también alberga a una de las tradiciones más interesantes del país: la fiesta de San Pedro y San Pablo, el motivo real de mi viaje.

San Pedro y San Pablo se celebra a fines de junio y principios de julio, pero no en Jaramijó. Allá todo es distinto, la fiesta de Pedro y Pablo (como la llaman) la celebran en agosto.

Pedro y Pablo es una parodia del poder, de la república, pero cobijada por las figuras de los santos católicos, es un juego de "gobiernos", del boato llevado al ridículo más extremo.

Día a día desfilan los diferentes gobiernos que ahora ya son cinco, porque inicialmente apenas eran dos: Gobierno de Guinea, llamado ahora Negros; y Gobierno de Castilla, conocido hoy como Blancos.

Dicen por allí que Eloy Alfaro, líder de la Revolución Liberal de 1895 y posterior Presidente de la República, fue presidente del Gobierno de Guinea (Negros).

Los gobiernos tienen todo lo que el poder exige, vicepresidentes y ministros, y como todo poder todos en el pueblo quieren ser parte de él, tanto así que fue necesario crear tres gobiernos más: Gobierno de Roma, Gobierno de San Pedro y también Gobierno de San Pablo.

Nada más llegar a Jaramijó encontré que la iglesia estaba en ruinas. Todas sus paredes habían caído, apenas quedaba la estructura que tiene problemas graves. Allí pude ver que las figuras de San Pedro y San Pablo estaban solas en medio de un paisaje de desolación. La impresión se transformó en expectativa, pero me invadía la interrogante, ¿habría fiesta este año?

Todavía recuerdo el intenso olor a muerte cuando entré a Pedernales; el llanto incontenible en la banca de un parque pequeñito; el infierno que se había desatado en la tierra más hermosa de Ecuador.

En Ecuador un modelo de desarrollo había caído hecho trizas, habían dejado de construir con bambú y madera, bajo el criterio de que el hormigón no solo era mejor y más resistente. La gente pensaba que el cemento era más bonito, los equívocos de un modelo de desarrollo también eran estéticos.

En Ecuador la fatalidad, cual Mito de Sísifo, se repite una y otra y otra vez. Los errores suelen alcanzar dimensiones de horrores. El terremoto puso en evidencia que el modelo había sido erróneo pero que se repetiría cual un axioma. Ecuador es un país donde la gente se alegra escuchando música triste.

El terremoto fue como si una mano atroz se hubiese ensañado. De la noche a la mañana el bullicio se transformó en llanto, la algarabía en dolor, ya ni siquiera se escuchaba aquella música triste que tanto alegra a los ecuatorianos. Viajé. Me encontré con gente esperando al costado de las vías por ayuda, un poco de agua, algo de comida. Pueblos enteros que habían desaparecido, y junto esos restos otros recintos que, paradójicamente, permanecían intactos.

En Coaque el desasosiego tenía otras características, una extraña calma, una especie de resignación, el sino fatal en medio de sonrisas que parecían muecas.

No podía ser que un pueblo entero hubiera perdido la alegría. Tenía que apostar por la fiesta mayor, por el pueblo que en mi infancia había marcado mis sueños con su realidad mágica. Debía ir a constatar que nada estaba perdido en medio del desastre. Ya habían pasado algunos meses, la gente debería haber asimilado el golpe y estarían inmersos en la reconstrucción. Debería ser tiempo de bailar y beber, tiempo de volver a ser ellos mismos.

En Jaramijó y me hospedé frente a la funeraria. Al mirarla por la ventana de mi habitación pensé en el arduo trabajo que habría tenido en abril.

Mientras las campanas de la iglesia llaman a misa, pensaba que era el momento de buscar la historia que fui a cubrir. Esperaba escuchar la banda con su música festiva, pero solo vi gente que entraba a la iglesia en ruinas, y vi a los santos patronos de Jaramijó en un costado, como si de simples testigos se tratara y no de los festivos protagonistas de antaño. No hubo banda, ni música, ni boato, apenas unos cuantos guardianes de Pedro y Pablo que se apostaron junto a los santos, una misa como cualquier otra en cualquier parte del mundo.

El cura llamó a la solidaridad, al sacrificio. A seguir el ejemplo de los santos patronos y concluyó la ceremonia. ¡De pronto, música! Ya decía yo que no podía ser algo tan triste, los presidentes de los cinco gobiernos junto con sus respectivas damas bailaban, el resto observaba. Pero bailaban sin entusiasmo, sin mirarse entre ellos. Bailaron tres piezas como ordena la tradición y emprendieron camino del "palacio" de uno de los gobiernos. -"Espere a la cena"-, dice una mujer. ¿Cena? ¿Cómo puede haber cena en medio de esto que parece velorio? Y sin embargo decidí esperar. Probablemente luego de todo esto habrá baile, pensé, la gente empezará la fiesta de verdad. Gente atareada con charoles gigantescos ofrecían a los asistentes pollo con arroz y una gaseosa. La gente comió, la mayoría en silencio; otros conversan muy bajito. Terminaron y salieron poco a poco. Al cabo de unos minutos el "palacio" ya estaba vacío.

No hay fiesta, apenas un simulacro de ella. La Arquidiócesis de Portoviejo había decidido cancelar la fiesta en toda la provincia como una expresión de luto.

Pero Jaramijó es más que su fiesta. Salí el día siguiente a caminar y el pueblo empiezó a mostrar su magia. La fiesta estaba ausente pero la magia seguía intacta.

Vi que la mayoría de casas tenían marcas rojas de spray en sus paredes. Entendí que son códigos que marcan a las edificaciones que deben ser derrocadas porque son inhabitables. Pero todas están todavía habitadas y nadie piensaba salir de ellas. Nadie hace caso, siguen habitando sus cuarteadas viviendas como si no pasara nada, las marcas son apenas unas pintas más como en cualquier ciudad del mundo.

Luego de caminar otro tramo más llegué a un pequeño parque. Allí hay un busto en honor a Eloy Alfaro, aquel conterráneo que condujo la Revolución Liberal de 1895 y luego fue presidente. Aquel que más tarde tuvo una muerte atroz a manos de una turba que lo linchó y arrastró por las calles de Quito. En el parquecito vi gente viviendo en precarias covachas hechas con cartón plástico y cobijas.

Me encuentré con los parias de los parias. Con aquellos que lo han perdido todo, hogar, trabajo. Aquellos que ya no son noticia de primera plana y por tanto ya nadie los regresa a ver. Aquellos cuyas viviendas se vinieron abajo con el terremoto de abril. Conversé con una mujer y me dijo que ya no reciben agua, peor comida, que nadie los visita, que no saben qué van a hacer. Ya han pasado cien días del terremoto días. Alcancé a hacer unas pocas fotos y seguí el camino, sin que antes se me hubiera borrado cualquier vestigio de sonrisa de mi rostro.

Jaramijó no fue tan afectada por el sismo, pero sí hay gente que perdió todo. Pero no pasa nada, la gente sigue en lo suyo, siguen como si ya se hubiesen acostumbrado al paisaje y no les llamara la atención.

Los que pueden han empezado a reconstruir, pero hacen exactamente lo mismo: levantan sus casas con las técnicas precarias que provocaron el desastre. Nadie dice nada, la vida continúa, las pancartas con propaganda de que todo está bien y que nos espera un mundo mejor proliferan, pero regreso a ver y es completamente distinto.

No hubo fiesta, pienso, pero sí me encontré con una realidad que sigue siendo mágica para mí, pero sin quitar el ingrediente de lo trágico.

Llega el momento de partir y en la carretera miro un rótulo con el nombre del lugar: Tierra bonita. Me detengo y respiro, pienso que sí, que tiene razón el rótulo: es una tierra hermosa que con mi mirada citadina no logro entender por completo, pero a la cual espero volver el año entrante. A la fiesta, no a la tragedia.

Este artículo es parte de un proyecto emprendido por el autor, para registrar y apoyar la lucha por levantarse de los habitantes de la Costa azotada por el terremoto. Si desea contribuir al financiamiento del mismo, visite:

 http://gatoquefuma.blogspot.com/

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