

Foto: Gianna Benalcázar. Archivo Plan V
Arístides Vargas, director de Malayerba y creador de la obra La República Análoga, vigila un ensayo del grupo desde la platea del teatro de la Casa Malayerba.
Una pareja de amigos, por quienes individualmente guardo un aprecio singular, me secuestraron para ir a una obra de teatro, de la que no tenía referencias. Confieso que evito exponerme sin referencias. Por precaución anímica. Por chanta, como dirían los argentinos, buenos productores y consumidores de dramas. Pero acepté. Y fui a una cita a ciegas con La República Análoga. En su casa. Acogedora. Casi sin distancia física entre actores y público. Lo que aumentaba el riesgo.
Ahora he dejado que pasen unas semanas para escribir este comentario, que me comprometí conmigo mismo. Como con una buena comida –los alimentos y su preparación son el más primario acto cultural que poseemos los humanos- quise que los recuerdos afloraran. Quiero contarles, qué ha quedado en mi memoria y de qué modo. Con la salvedad, de que no sé nada de teatro. Nada más que mi sed estética. Y por los estímulos permanentes de mi hija, que sospecho entiende a la literatura desde la actuación. Y porque deseo que mi memoria no comience a traicionarme, más aún ahora en que sus infidelidades no son graves aunque sí frecuentes.
(No puedo dejar de confesar un acto paternal pero amistoso con Fernanda. Hace unos fines de semana supe por un periódico de Bolivia que presentaría un monólogo en La Paz. No me lo había participado. Sé por qué. No obstante, no pude conmigo. Tomé un avión y me presenté en la sala. Es el acto de complicidad del que me siento más satisfecho).
Pronto me vi envuelto, conducido, en una trama de complejidad creciente, provista de una técnica de complejización que ascendía en espiral. Y me implicaba personalmente. Podía tener una relación sana entre espectador y actores, sin sentirme forzado por ninguna interpelación.
Vuelvo sobre la república análoga. Sentado en la cuarta fila del auditorio de la Casa Malayerba, inicialmente me seguí preguntando qué hacía allí. Pronto me vi envuelto, conducido, en una trama de complejidad creciente, provista de una técnica de complejización que ascendía en espiral. Y me implicaba personalmente. Podía tener una relación sana entre espectador y actores, sin sentirme forzado por ninguna interpelación. Comencé a sentirme cómodo.
Sin embargo, conceptualmente, al iniciar la obra me sentí incómodo con la invocación a la República. Quizás porque creo, y cada vez con más contundencia, que es preciso saberse republicano, como condición de la ciudadanía y para ser socialista hoy. Del socialismo pluralista y tolerante, de matriz libertaria, se entiende. Lejos, repudiando a las falsificaciones vulgares que quisieron instalarse al alba y que ventajosamente han comenzado su atardecer. Su retirada, sin embargo, se prolonga demasiado, con enormes costos para nuestros pueblos.
Luego me tranquilicé cuando el guion devino en una crítica al Estado, a la forma estatal agresora de la ciudadanía. Al Estado de miserias históricas. Al Estado que se construye en la historia, pero lleno de recovecos e intersticios pequeños, de mitos y de villanías y villanos.
Ciertamente, los actos fundacionales del Estado están llenos de prosa sencilla, como sencillas son las sociedades y las tramas sicológicas de las sociedades y de los actores. Aquellas características se vuelven inaguantables cuando socialistas reencauchados en el siglo XXI deciden refundar a los Estados. Así, las sociedades dejan de buscar su destino y construir la(s) historia(s) llena(s) de recovecos, una necesidad de historia con destino abierto y plural. Y sus líderes/caudillos –formas primarias de marxismo y dependencia mal aprendidos en alguna universidad norteamericana- asumen que saben para dónde va la historia. Y nos la imponen.
La obra en sus inicios pronuncia una zoquetada: “la república de la estridencia guarda en su interior la república del silencio”. Digámoslo con propiedad, una pendejada. Que puede no serlo, en la medida en que la trama entra en rutas sicoanalíticas. De drama de Política sicoanalítica, de Política comprendida desde el sicoanálisis. La obra camina por varios planos de silencio. De administración del silencio. Pero que se ratifica en el mundo de la cojudez (ecuatorianismo que dice de los atributos de un bobo, de una solemne babosada) cuando inscribe a la república en el mundo de la legislación natural –“la república es la construcción natural de la felicidad”, república invisible, empresa imposible que solo existe en la medida en que apela a su imposibilidad.
Nota al margen. No pretendo asimilar a la obra con la situación ecuatoriana actual. Sería devaluarlas. Pero nos ofrece una oportunidad analítica desde la estética, desde mi perspectiva de espectador, lo cual es su mayor valor. Cuando la vean (y les sugiero que vayan), van a pensar en la Política, desde la diversión. Desde momentos gratos de ironía, de humor y humor negro.
La república análoga nos introduce, desde su ángulo y libreto, en los caminos de la construcción prosaica de la simbología estatal. En todos los momentos del Estado nos vemos sometidos a esta construcción vulgar e insulsa de la simbología pública. Expuestos como estamos a la sociedad del conocimiento –tenemos un “ministerio de telecomunicaciones y de la sociedad de información”, expresión de hipermodernidad ésta, debo decirlo, que me acurruca y me da ternura- la obra nos muestra, desde su título, una forma idiota de llegar a la sociedad del conocimiento. República análoga.
Los representados son varios actores sociales convocados por las redes virtuales. Digámoslo, son ciudadanos virtuales, que han pasado desde la política como chat –potenciación de la irrealidad- hacia reunirse y enfrentarse como realidad real, casi como un imposible para ellos. Fundar una república análoga.
La obra camina en un escenario que es una construcción ficcional de la realidad. Los convocados a la construcción republicana –construir una República es en sí mismo un paso tolerante- deben enfrentar a relacionados reales y a fracciones de realidad en ellos mismos. La obra transcurre como una construcción de la realidad política rodeada de imaginarios y abismos, los que se presentan como experiencias de terror, que no nos dejan crecer a los actores sociales y a nuestras formas republicanas. Que nos muestra a los republicanos como seres profundamente ineficaces, que no aceptamos o no queremos aceptar a nuestra propia ineficiencia (política) como método. En fin, es la dificultad de manejo de la libertad. Siempre.
La república alucinante se ubica físicamente en Palmira (imagino el desierto de Palmira, ícono de la pobreza indígena ecuatoriana), “paisaje vacío y oscuro de la barbarie”, en la que se plantea formular una Constitución (forma civilizatoria, supongo), agregado normativo de principios éticos inservibles. Los entendí como la ausencia de una densidad societal suficiente para asentar instituciones invisibles, relación perversa en la que comienza un cuento de nunca acabar de Constituciones que de-constituyen a las pasadas y a las futuras. De ciudadanías aspiradas lejanas de las ciudadanías sociales.
La república imaginada –la análoga- por una izquierda jurásica alucinante no podía sino instalarse en la sociedad del conocimiento. Parecida al biosocialismo republicano o socialismo del sumak kawsay...
La república imaginada –la análoga- por una izquierda jurásica alucinante no podía sino instalarse en la sociedad del conocimiento. Parecida al biosocialismo republicano o socialismo del sumak kawsay, el que empezó con una propuesta constitucional. También la república refundada en el siglo XXI surgió con imágenes y gritos. Mediática, científicamente construida sobre percepciones inducidas, y exclamaciones y manteles. Fotos. Y una autoridad elegida con un dilema profundo, entre manejar un país asentado en muchos pero muchos recursos y no manejar los conflictos sino estimularlos. Enajenándolos. Cooptándolos. Intercambiando democradura por felicidad (léase monumentalidad material, puentes, carreteras) …. “en una noche lluviosa, se juntaron los patriotas de la república análoga, con el propósito de establecer los lineamientos generales de un territorio inexistente donde la felicidad será el principal objetivo”…allá en Manabís….
Desfilan los personajes a través de la obra. El desfile se mantiene en el límite de la saturación. Aunque no siempre. Pero es la estética. Un emisor y múltiples receptores.
El sastre, personificación de la clase obrera, columna vertebral del capitalismo, presentado como un obsesionado por el hambre que no espera, pero finalmente novio de la poesía, que lo conduce, manipula, enamora, como la cruda realidad. La poesía aspira a que el romance culmine, se concrete –viste de novia- mientras la clase obrera, de pretensiosa vestimenta aristocrática –como la usanza de un artesano- no sabe lo que está haciendo. La clase obrera, el sastre, es un cuerpo y un discurso. Un hambre atrasada, que a los ojos de todos puede volverse insaciable. O que solamente la saciedad le permite hablar.
La clase obrera también quiere casarse con la poesía. Y en esa ruta se muestra real y finita. Busca ser tolerada, en su infidelidad, por la poesía, a la que corteja como una tarea infinita. Irrealizable. Cose permanentemente al traje de novia para lograrlo. Y come permanentemente, más por temor que por hambre. Esta es una clave de la construcción republicana. El temor y el terror están en la base de la república.
La crítica social aparece cuando nos dice que “la historia no cuenta con los sastres, porque los sastres no cuentan con la historia… porque mi estómago tiene sonidos y tiene espíritu, lo supe un día en que fui a la iglesia a pedirle a dios que saciara mi hambre, pero mi conciencia se negaba a pedir, porque mi conciencia es atea pero mi estómago es creyente, mi historia no es más que un desorden estomacal, mezcla de hambre y fervor religioso... Si te sujetas a tu moral corres el riesgo de que te arrebaten tu moral, o que la tengas que apostar por un mendrugo de pan, por eso los corruptos no tienen moral, para no tener problemas morales a la hora de andar en inmoralidades”.
Dicho está. La lucha de clases como tensión permanente entre la materia y la palabra. Y el actor principal, una forma relativa, no absoluta, de clase obrera. Que solo ocasionalmente puede hablar por sí misma. Que hablan por ella. Con una ventaja adicional. Ama a una poeta, que finalmente es una “voyerista de la fundación republicana”, que puede ver diferente (realismo poético será): “la república que ellos ven es infinitamente más bella que la que yo veo...”
Un intento de jefe, el Dr. Carpio, médico experto en cosmética –operaciones plásticas, entre plásticos, sobre plásticos- es un ser violento, un líder intemperante, destemplado, que solamente sabe cortar y recortar. Es un “aterrador hombre de negocios utópicos”. Maneja ocasionalmente a un arma. Desata el uso de armas por todos. Es lo que mejor sabe hacer. Propiciar violencia con actos erráticos, con discursos de falsa templanza. Pero heroicos sin esencia. Que se sabe mediocre. Pero se exhibe superior a todos. Que se debe ratificar superior a cada paso.
Sediento seguidor de su proyecto, de revolución en la república análoga, tiene como horizonte a la felicidad. Y a la muchedumbre. Por la cual vive. De la cual vive. A la que chantajea, una vez que la ha seducido. O cree haberlo hecho. “¿Quieren que me suicide aquí para demostrar el estado decadente en que me hallo?”, repite con insistencia. Cual discurso en una sabatina. Siempre al borde del suicidio político. Como mecanismo de vínculo, como chantaje por la popularidad, por la credibilidad.
El PhD de la obra, el Dr. Carpio, como si fuera nuestro PhD de la vida real, sabe que son indispensables ciertos niveles de violencia. En la república análoga se siente como un Napoleón, con revolver, que no tiene miedo, justamente porque lo tiene. En ese momento de la república análoga es la forma institucionalizada de la violencia. Esa que no permite a los gobernantes actuar con miedo visible y tampoco actuar sin miedo interno. El revolver puede, como en efecto lo es en la obra, una forma de descontrol.
La violencia asociada al poder –control de comportamientos e imposición de órdenes- en la versión análoga tiene sed de sangre, en los otros, en él mismo. Gusta de cantidades ingentes de sangre. Real y potencial. Como el endurecimiento político. “¡Oh fluido sagrado que echa a andar la historia! ¡Savia sagrada que riega la naciente república invisible!”. El líder sabe cómo provocarla. Se cortará un dedo y se lo coserá. Sabe cómo hacerlo. Es un experto en situaciones catastróficas. Cualquier parecido, no lo busque en septiembre. Peor el 30. Porque puede serlo. Las revoluciones precisan de sangre, fieles a la tradición del siglo XIX o a la tradición reciente en el siglo XXI.
“Una república que se precie debe tener un pasado manchado de sangre, unos héroes traicionados y una profunda ceguera para ver el futuro...".
“Una república que se precie debe tener un pasado manchado de sangre, unos héroes traicionados y una profunda ceguera para ver el futuro, debe haber fracaso, es básico ser un fracasado, esto hace que se cree una cultura del disimulo, que se disimule el fracaso con héroes que nunca existieron,….”
Los personajes políticos se suceden. Son varios. Esta crónica ha crecido demasiado. No los reseñaré. Las identidades y las identificaciones, ya las verán. Pueden ser muchas. Pero también ninguna. En medio de un ceceo muy bien logrado, por un actor extraordinariamente profesional, podemos descubrir una base de la política y del Estado, el nacionalismo básico. “Tiene dazón el zeñod Chested necesitamos independizadnos de algo.”. Resérvense comentarios, por favor, sobre cualquier parecido.
El político y la política (la que se escribe con minúsculas) requieren de guarda espaldas. Expertos en ventriloquía –pueden amenazar en una red o con una pistola encarnando a la seguridad- quieren comandar a las fuerzas armadas de los Estados nacientes o refundados. Son filósofos del monopolio de la violencia. Como sentencia el libreto, “el metro de la historia no mide el tamaño de las personas sino el tamaño del mito.”
No puedo cerrar esta crónica sin llamar la atención sobre la madre y sobre el historiador, entre otros papeles principales.
La madre es un personaje derivado de una estructura conceptual y expositiva. La pieza es una presentación de una suerte de edipismo social. Entre la sexualidad y la tecnología, hay una retroalimentación y una tensión en la que aflora el edipo del narrador principal de la historia. El convocante de la forma análoga de relación estatal. Madre e hijo son los agentes de una familia irresuelta. Que me recuerda a las viejas formas del marxismo universitario, del que muchos participaron con mayor o menor dogmatismo. Proclives a una forma de filosofía como refugio de la realidad. De una relación irresuelta como refugio conceptual ante la inmadurez y el desorden políticos.
(Mientras escribo esta crónica se movió la tierra. He dudado por unos días si seguir. Estos párrafos tocan a la política, que debe entrar en calma. Por unos días. Pero la vida sigue. Y el Estado también).
La madre es una madre en el sentido pleno. Tiene un lado de realidad como supermujer, capaz de organizar la supervivencia de los pilares de ese Estado. Y que lo vive como tal. Siente placer de enlazar, víveres de por medio, al ciudadano análogo, principal convocante, entre la reproducción biológica y la reproducción política. Su placer no es el del ciudadano. “(mi placer) está en la calle, en la reputa calle y en la reputa vida…claro, la tonta les hace la comida para que los señores piensen… Todo método es plausible si el poder es el fin… y el Carlos Marx , cuando no le jodía a su esposa le jodía a su amante, que aparte era su cocinera. ¿Cómo se puede hacer teoría sobre la vida sin pensar en sus propias vidas, en sus pequeñas y desastrosas vidas?” Y tiene un lado de madre, que se las dejo para cuando miren la obra.
El historiador, clase mediero, sospecho que proyección del autor del libreto, ocasionalmente vínculo a tierra del elenco análogo, pero, como tal, un sin oficio. Es el único que puede acceder a la conciencia y a la fantasía constructiva. “Serenadora de ímpetus, fabricante de destinos.” Manipula un paraguas, con una función espacial especial. Es decir, nos presenta la función del paraguas de la sociedad. Pero que finalmente también es indomable. El jefe de la experiencia análoga es quien puede someter al paraguas. Somete a la protección y a portador de la protección. El dilema de cerrarlo o dejarlo abierto. Tal vez se cierre solo. Una suerte de cansancio histórico de las sociedades frente al Estado. Y a su misma dinámica.
La obra presenta un discurso espacial paralelo. El paraguas y los desacomodos/los acomodos efímeros. Los momentos de orden, están acompañados por los coros… Así, la política se concreta como agregación. Pero, ¿qué se agrega? El paso de la tontera a la sabiduría, depende del interlocutor…En fin, son los seguidores de la república. ¿De esa o de la República?
No sigo, porque el propósito es incitarles a que vean la obra, que estará, según leí en la publicidad, unos fines de semana en El Teatro. Finalizo. Me ha regodeado recordando esa exitosa cita a ciegas. Por haberme alejado de la realidad. Para poder verla, a la realidad, desde acá. No desde allá.
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