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30 de Enero del 2022
Historias
Lectura: 14 minutos
30 de Enero del 2022
Gabriela Muñoz
Karol Noroña, la periodista que no se doblega
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Karol Noroña, periodista de 27 años, cuyas crónicas sobre la violencia en el Ecuador han sido publicadas por medios internacionales. Fotos: Karen Toro

 

“En estos lugares, los niños de 11 años empiezan a robar. Luego, a los 17, son parte de las redes del crimen organizado. Si eres una chica que vive en Socio Vivienda, en Guayaquil, por ejemplo, ¿qué opciones de vida tienes si no convives con esta red de violencia? La respuesta es sobrevivir": Karol Noroña.

@GabyMunoz777

¿Quién es la periodista que está investigando a fondo lo que pasa con el crimen organizado en Ecuador? ¿Qué periodista analiza y enlaza los temas de género y narcotráfico? ¿Qué periodista indaga las muertes en las cárceles en este país?

Consulto a directores de portales digitales, investigadores de temas sociales, influenciadores de opinión y reporteros. Karol Noroña, responden. Y en Google aparece:  Quito, 1994. Periodista y cronista ecuatoriana. Cuenta historias sobre los derechos de las mujeres, los efectos del crimen organizado y la situación del sistema carcelario en el país. Cubre la lucha de las familias que buscan a sus desaparecidos. Ha escrito en medios tradicionales e independientes, nacionales e internacionales. Obtuvo el segundo lugar del premio Periodistas por tus derechos, de la Unión Europea en Ecuador. Es coautora del libro Periferias: crónicas del Ecuador invisible. Forma parte de la organización Chicas Poderosas Ecuador. Su trabajo sobre las matanzas y masacres en las cárceles, que han aterrorizado a los ecuatorianos, está colgado en los portales del diario El Tiempo de Bogotá y de la BBC de Londres.

Karol me cuenta su historia, sin filtros —tal como es ella— en una cafetería del norte de Quito. Fue vicepresidenta del Consejo Estudiantil del colegio Borja 1.  Nació en Quito (sector de Turubamba). Le gustan los poemas del escritor ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, el vino tinto y la caña manabita, por supuesto.

Los libros de su vida son El Principito (“Y me gusta por las noches escuchar a las estrellas que suenan como quinientos millones de cascabeles”), Don Quijote (lo relee una vez al año) y la obra de Milan Kundera (La insoportable levedad del ser). Pero también le encantan las obras de Virginia Woolf, Adrienne Rich, Cristina Peri Rossi y de Pedro Lemebel.

Cuando empezó a estudiar Periodismo en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE), descubrió a Javier Valdez, periodista mexicano, fundador del diario Riodoce, del Estado de Sinaloa, y uno de los nombres más importantes en la investigación e información sobre narcotráfico y crimen organizado. Fue asesinado el 15 de mayo de 2017, en Culiacán.

Entre las obras de Valdez están: Levantones e Historias reales de desaparecidos y víctimas del narco. El periodista muestra, a través de crónicas y reportajes, a las personas que viven de actividades relacionadas con el narcotráfico así como las historias de madres y esposas que suplican justicia por sus hijos y esposos desaparecidos.

Su primer trabajo como periodista en un medio fue en el diario El Comercio. Empezó en el área de Cultura, luego pasó al área digital y después empezó a cubrir femicidios en este país donde, en 2021, asesinaron a una mujer cada 38 horas.

También escribió y publicó Huérfanos del narco, que cuenta los testimonios de una generación afectada por la violencia del crimen organizado y Narcoperiodismo, una investigación que aborda las historias de periodistas y fotógrafos que son o han sido amenazados, torturados y asesinados por narcos y sicarios por publicar la verdad, una verdad que afecta a los líderes de los carteles.

Karol dice: “el periodismo me salvó la vida”. ¿Por qué? “Porque hubo un momento en mi adolescencia que tuve una vida desordenada, difícil, compleja y que preocupó mucho a mis padres. Fue una etapa dura. Y al final de todo, mi familia comprendió que no soy perfecta, que soy así”, señala en tono firme.

A los 18 años, recuerda, “quería vivir, experimentar, conocer”… como dice la mexicana Ángeles Mastretta en su libro Arráncame la vida, “quería que me pasaran cosas”.

En una clase de crónica periodística, su profesora Ana Gabriela Dávila le enseñó al curso que para aprender a escribir crónicas es necesario ir, ver, sentir, comprender y contar. Por eso, les pidió que fueran a la avenida 24 de Mayo, una de las zonas más complejas en el Centro Histórico de la capital, para que escribieran textos con ángulos nuevos, diferentes, que mostraran el verdadero latido urbano de Quito.

“Recorrí las calles y, de pronto, ingresé a una de las tiendas del barrio. Empecé a escuchar a un hombre de la Costa —lo reconocí por su acento— y a una mujer. Encendí un tabaco y oía cosas extrañas. Me invitaron a conversar. Me contaron que se dedicaban al microtráfico de marihuana. Yo anotaba, absolutamente sorprendida, cada palabra que soltaban. Luego entró otra mujer, quien me dijo que quería asesinar a su marido…

Esa reportería fue clave en mi vida: me di cuenta de que eso es lo que quería hacer: contar las historias de quienes muchos consideran que son el desecho de la sociedad.

Su primer trabajo como periodista en un medio de comunicación fue en el diario El Comercio. Empezó en el área de Cultura (asignación tradicional para los periodistas nóveles), luego pasó al área digital y después empezó a cubrir femicidios en este país donde en 2021, asesinaron a una mujer cada 38 horas.

También empezó a cubrir temas de desapariciones y, en otros medios independientes, se dedicó a escribir sobre las matanzas en las cárceles, ocurridas el año pasado. Empezó a hurgar en lo que está detrás de los crueles asesinatos a decenas de personas privadas de libertad, un tema que conmocionó al país.

Es difícil no conmoverse cuando se leen sus textos.

“Vengo llorando.
Dejando al viento mis lágrimas de hijo
para que se unan al inmenso sistema de tu tanto
formado por tus lágrimas de madre…”.
(Regreso. A mi madre. “La mutación del hombre”. Miguel Donoso Pareja, 1957)

Este verso lo incluyó en su crónica Sobrevivientes de una masacre tras las rejas, que detalla la vida de Rosa. Sentada sobre un banquito de madera, ella contó a Karol cómo sobrevivió los días en los que se convertía en un escudo humano para que los golpes de su esposo no alcanzaran a sus niños, las tardes en las que su hijo Carlos, aún pequeño, intentaba defender a su madre de la violencia. El mismo Carlos que, asustado, por teléfono, intenta ahora tranquilizar a Rosita —como llama a su mamá— desde el interior de su celda, en el Centro de Rehabilitación Social (CRS) de Cotopaxi, en Latacunga.
Karol toma un sorbo de vino tinto y se indigna. “En las masacres en las cárceles murió gente que estaba a punto de salir de la cárcel. He conversado con sus familias y desde mis textos muestro su dolor, su desesperación”.

“… Estarás orgullosa porque seré otro hombre
y he matado mi triste soledad y mi llanto
y ahora son las distancias y las acciones buenas
y aunque estamos muy cerca y sin embargo lejos
yo haré que esta acidez se convierta en dulzura
y de esta despedida sin viaje volveremos
para darnos un beso cuando estemos de vuelta”.
(Regreso. A mi madre. ‘La mutación del hombre’. Miguel Donoso Pareja, 1957)

Karol concluye con estos versos una de sus crónicas más leídas. “Rosa no quiere amanecer con otros 15 mensajes y videos de la masacre vivida en la cárcel donde están confinados Carlos y sus compañeros. No quiere más distancias ni despedidas. Carlos espera la libertad y el anhelo de un nuevo comienzo, que su proyecto de vida haciendo muebles aún sea posible en este país. Carlos sueña con el abrazo de sus hermanos a su regreso, pero, sobre todo, imagina el beso de su madre en la frente”.

Recorrí las calles e ingresé a una de las tiendas del barrio. Empecé a escuchar a un hombre de la Costa y a una mujer. Encendí un tabaco, Me invitaron a conversar y Me contaron que se dedicaban al microtráfico de marihuana.

Dentro de esa estela que dejan el crimen organizado y el narcotráfico, no solo hay madres con el corazón resquebrajado.

La investigadora Elsa Jiménez Valdez indica en su análisis Mujeres, narco y violencia: resultados de una guerra fallida, que el mundo del narcotráfico es misógino y cosifica a las mujeres: “Las vuelve un objeto al que simplemente se le debe tomar, con independencia de su voluntad, para exhibirla como trofeo, para lucirlo. Lo importante es demostrar lo macho que es el agresor, aun cuando en el fondo se sabe que esto corresponde al glamour del mundo del narco. La mujer, entonces, se convierte en objeto por medio del cual el narcotraficante comunica a la sociedad con la que interactúa, su éxito en términos de riqueza y poder social".

Karol Noroña dice que en Guayas y Manabí, especialmente, preocupa que las mujeres de las zonas más pobres de esas provincias convivan en círculos de violencia.

“En estos lugares, los niños de 11 años empiezan a robar. Luego, a los 17, son parte de las redes del crimen organizado. Si eres una chica que vive en Socio Vivienda, en Guayaquil, por ejemplo, ¿qué opciones de vida tienes si no convives con esta red de violencia? La respuesta es sobrevivir. Muchas deciden ser parte del círculo y se vuelven parejas sentimentales de la gente involucrada en ese mundo. Es una sobrevivencia disfrazada de voluntad”.

Converso con Karol, quien acaba de cumplir 27 años, sobre la última investigación de la periodista mexicana Anabel Hernández acerca del rol de la mujer en el mundo narco. “Cuando los hombres terminan de tener todo económicamente, comienzan a comprar personas. Y principalmente, los narcotraficantes compran mujeres. Son su soporte emocional. Finalmente, estos hombres necesitan que alguien les aplauda y les reconozca sus victorias, aunque sean victorias criminales. Y, de alguna forma, les ayuden a huir del repudio social. Todas estas mujeres son el pilar emocional y esto es fundamental para cualquier ser humano”, escribe Hernández.

Lo que más preocupa, añade Karol es que muchas piensan que ser la novia/amante/esposa de narco es una opción de vida. En eso, los medios de comunicación son corresponsables cuando promocionan y difunden novelas y series que son una apología del delito.

Hay una estrecha conexión entre la información y el poder. El primero es, como mínimo, un instrumento de control. El filósofo francés Michel Foucault va más allá y argumenta que “el conocimiento es, en sí mismo, una forma de poder. Hay poder en el conocer”.

Karol afirma que si las jóvenes no reciben información sobre los peligros de ser parte de las redes del narcotráfico, “cada vez empezarán a ver al narco como un tema aspiracional, como una meta. Y eso es absolutamente preocupante”.

Una arista que también deja ver lo que está pasando en el país es la vulnerabilidad de las reporteras que investigan este tipo de temas.

En Ecuador es nuevo cubrir temas de narcotráfico y crimen organizado. La editorialista y activista social Nelsa Curbelo, de El Universo, escribió que “es una sociedad sumida en el asombro y el dolor. El duelo es colectivo, la espera larga, agónica. ¿Cuáles serán las medidas, qué se hará? Incertidumbre. ¿Cómo hemos llegado a esta descomposición social, nosotros, la isla de paz, de gente amable, el país de los mil paisajes y las islas encantadas?”.

El camino es largo. Hay una realidad que, poco a poco, empezamos a procesar. La protección a reporteros que cubren estos temas es urgente.

Karol Noroña no se doblegará. Dice que seguirá investigando. Que seguirá escribiendo. Que seguirá contándole al país lo que está pasando.

Este perfil se escribió el 22 de enero de 2022, cuando en Guayaquil se han producido 72 crímenes en pocos días. Hay una nación nerviosa y preocupada.

“Doloroso saber que la violencia reportada en ciudades es la punta del iceberg de aquella que es silenciada en las periferias, en los barrios no nombrados, en las calles sin rostro”, escribió Karol Noroña en su cuenta de Twitter.

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Karol Noroña, la periodista que no se doblega
 


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