
Foto: Luis Argüello. Archivo PlanV
@GabyMunoz777
Aella no la encontrarán en todas las plataformas digitales. No tiene cuenta en Twitter ni en Instagram y, peor, en Tik Tok. Apenas si está pendiente de los mensajes que le llegan a su Whatsapp y a las notificaciones que le llegan a su cuenta de Facebook. Es la única forma de contactar a la articulista y actual editora general de Abya Yala, que alza su voz desde otros espacios, que escribe interesantísimos análisis de la realidad del país desde portales especializados, que narra con la sinceridad y franqueza que la caracteriza en la revista Diners.
“Soy de esa generación que tiene un pie en el siglo XX y otro en el XXI. Pensaba, cuando era niña, que al llegar al año 2000 se acabaría el mundo. Y, cuando adolescente, que en el siglo XXI se arreglarían los problemas del mundo pues ya se habían hecho algunas conquistas: se acabaron las dictaduras latinoamericanas, por ejemplo. La mujer había ganado varios espacios de poder (…)”.
“Hoy la gente ya no se comunica: se conecta, que no es lo mismo. Ahí vamos por la vida, conectadísimos, pero incapaces de dirigirnos la palabra, de conversar, de compartir. Estamos solos, pero llenos de amistades virtuales a las que nunca podremos ver porque somos esclavos del tiempo, pero les llenamos de besos, corazones y caras felices por WhatsApp. No nos explotan…, nos explotamos solos. Nos atiborramos, hasta el empacho y el agotamiento, de series de televisión (maratones para las que sí sacamos tiempo) mientras los jóvenes youtubers se hacen millonarios con pocas palabras y menos ideas, pero con muchos likes, que es lo que importa”, escribió en una de sus columnas para la revista Diners. La tituló: Del siglo pasado.
Le digo a Milagros que esta columna retrata lo que está pasando con la gente, con la sociedad y con las plataformas digitales. Ella se ríe y dice que, por eso, no “tiene nada de esas cosas”.
Vuelvo a verla luego de más de 15 años. La recuerdo fumando, caminando por los amplios y desordenados espacios de la redacción de El Comercio, donde fue editora de Cultura. Desde su sección publicó a un montón de escritores nóveles, a cineastas con su ópera prima, a pintores con su primera exposición.
“Hoy la gente ya no se comunica: se conecta, que no es lo mismo. Ahí vamos por la vida, conectadísimos, pero incapaces de dirigirnos la palabra, de conversar, de compartir. Estamos solos, pero llenos de amistades virtuales a las que nunca podremos ver porque somos esclavos del tiempo, pero les llenamos de besos, corazones y caras felices por WhatsApp. No nos explotan…
Sigue siendo expresiva con sus manos. Con su mirada de ojos verdes penetrantes. Con su tono de voz firme y gruesa. Con su lenguaje impecable. Con su cabellera corta y blonda. Con sus anteojos y atuendos que combinan muchos colores.
Dice que en un punto de su vida no quería editar ni un párrafo más en el periódico. Quería explorar nuevos caminos. Entonces escribió El Secuestro de Ticán, la historia del secuestro del empresario deportivo Esteban Paz publicada por la editorial Planeta.
Luego de 12 años de trabajo en El Comercio fue primero a Librimundi a colaborar con Marcela García en la editorial donde trabajaron publicaciones como El gran ausente, la biografía del caudillo y del cinco veces presidente del Ecuador, José María Velasco Ibarra, escrita por el académico norteamericano Robert Norris.
Luego se fue a vivir al Coca, en la provincia de Orellana (así es ella, decidida y alma libre), donde trabajó con el capuchino Miguel Ángel Cabodevilla en la Fundación Alejandro Labaka, que lleva el nombre de un misionero asesinado en trágicas circunstancias en su trabajo de acercamiento a los grupos no contactados.
En esa parte de su vida, Milagros profundizó sus conocimientos sobre nacionalidades indígenas, derechos humanos, biodiversidad, defensa de los recursos naturales, pueblos aislados. Y también integró el equipo que participó en la construcción y funcionamiento del Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana (MACCO).
Este bello complejo cultural gestiona, promociona, promueve, rescata y difunde el patrimonio cultural amazónico y organiza actividades culturales nacionales e internacionales en el cantón.
Luego de que dejó el Coca (después de 12 años de trabajo en la Fundación Labaka) y regresó a Quito a trabajar en editorial Abya-Yala, escribe análisis de coyuntura que se publican en el portal del Comité Ecuménico de Proyectos con el auspicio de la organización alemana Brot für die welt
En el lugar, dice, la cultura es una herramienta para el desarrollo. En sus años viviendo junto a los ríos amazónicos anchos y profundos. Sobre la Amazonía escribió A quien le importan esas vidas, un reportaje sobre la tala ilegal en el Yasuní; La utopía de los Pumas; La selva de papel y, junto al misionero Cabodevilla Una tragedia ocultada. Su más reciente libro es La semilla rojinegra, una serie de crónicas sobre sus vivencias en la Amazonía. También colaboró, con Blanca Chancoso, lideresa histórica del movimiento indígena, en su autobiografía, trabajo que mereció el premio José Peralta en 2021.
Mientras conversamos, deja un lado su taza de café y empieza a desarrollar una radiografía del Ecuador actual. Luego de que dejó el Coca (después de 12 años de trabajo en la Fundación Labaka) y regresó a Quito a trabajar en editorial Abya-Yala, escribe análisis de coyuntura que se publican en el portal del Comité Ecuménico de Proyectos con el auspicio de la organización alemana Brot für die welt.
Me explica que nuestro país tiene siete pecados capitales:
Soberbia: Ecuador sigue entrampado entre correístas y anticorreístas. Y la prensa tampoco deja esa pelea. “Ecuador necesita una prensa seria, que investigue y que se conecte muchísimo más con los problemas de la gente. Tengo la sensación que la mayoría del periodismo ha caído en hacer periodismo de boletín”.
Ira: Lo que pasa con los temas de violencia en el país es sintomático. La sociedad ecuatoriana está normalizando la violencia, la ira y, finalmente, la muerte, que parece que ya no duele ni conmueve.
Codicia: Ni los argumentos del cambio climático ni la pandemia parecen cambiar la situación de extractivismo voraz, pero, sobre todo, el extractivismo violento, con despojo incluido. Ecuador sigue empeñado en que el oro y el petróleo sean su mayor fuente de ingresos. Aún no se piensa en las consecuencias que tendrá el contexto de la guerra para la economía. El mapa del extractivismo crece y, sin embargo, la situación económica no cambia.
Envidia: Las agendas políticas van por un lado y las urgencias del país por otro. Mientras el país reclama por trabajo, por salud, educación, seguridad, equidad, derechos…, su clase política está peleando por espacios de poder.
Lujuria: Si se entiende a la lujuria como exceso o abundancia de cosas que estimulan o excitan los sentidos, diríamos que temas como la corrupción calzan como anillo al dedo en la definición del quinto pecado capital. Ecuador está en el número 105 de 180 en el Índice de percepción de la corrupción que publica la Organización para la Transparencia Internacional. Sobreprecios, coimas, contratos petroleros, contratos de salud en los peores momentos de la pandemia, tráfico de influencias y un montón de juicios a funcionarios de cuello blanco que no llegan a sentencia alguna.
Gula: Los ecuatorianos se han hecho adictos a los programas de Masterchef que pasan en los canales de televisión local. Cocineros que se consideran expertos compiten para ser nombrados el mejor chef del Ecuador. El programa va en el capítulo 70 de la tercera temporada. Mientras tanto, la desnutrición crónica infantil afecta al 27, 2% de los niños menores de dos años en Ecuador de acuerdo con Unicef y es uno de los mayores problemas de salud pública del país.
Pereza: ¡Qué pereza!, dicen los jóvenes cuando se les pregunta de la política ecuatoriana y de su participación o interés en ella. El escepticismo es generalizado: no creen ya en las instituciones, tampoco en la democracia tal como está concebida ni en los partidos políticos o dirigentes y, menos aún, en la justicia. Las leyes electorales han hecho que proliferen movimientos políticos que aparecen y desaparecen de acuerdo a las coyunturas políticas.
“El fútbol no debe ser el único hilo que pueda unir a todos los retazos. Hay otras causas comunes. Pero aquí lo esencial es conversar, dialogar, siempre. Caso contrario seguiremos con estadillos como el de octubre de 2019 y el de junio de 2022”, dice.
¿Qué hacer? le pregunto. Ella lo piensa un momento y compara al Ecuador con una colcha de retazos.
Es la metáfora de una sociedad fragmentada, con piezas de distintos colores y texturas que deberían coserse porque les toca coexistir. El país está roto. Ahora hay que pegar sus pedazos.
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