

Fotos: Cortesía de Wilson Cabrera
Wilson Cabrera
La Delicia, 1964
Es radiodifusor desde la adolescencia. Director de radio Canela, la voz de la esmeralda oriental. Ha trabajado en radios de Morona Santiago; fue corresponsal de HCJB y de Teleamazonas, en la actualidad.
Cabrera ha vivido y trabajado toda la vida en las poblaciones de Morona Santiago, defendiendo el derecho de sus conciudadanos a tener una voz desde ese sector tan alejado de los centros de la política y la economía. Su radio fue incautada violentamente durante el gobierno de Rafael Correa y denunció esos atropellos ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, en Washington DC. Ha sido perseguido por poderes locales por sus denuncias de corrupción en el manejo de recursos públicos. Pero nunca ha callado.
Gil Cabrera Espinoza, padre de Wilson Cabrera, viajó desde el cantón El Pan, de Azuay, hasta Morona cuando tenía ocho años de edad. Ahí hizo su vida y construyó una familia.
Fue un ganadero de toda la vida y también agricultor. Junto a Nelly Riera formó un hogar de nueve hijos y les dio educación gracias a la ganadería. Ahí nació Wilson, en la comunidad La Delicia, en el cantón Santiago, de Morona Santiago.
El padre también era un hombre preocupado por lo que ocurría en el país. En ese rincón de la patria, donde la heredad terminaba en montañas selváticas, el padre se conectaba a una de sus valiosas posesiones: una radio onda corta. Wilson recuerda que desde niño escuchaba, junto a su padre y hermanos, la señal de la HCJB y Radio Quito, de la capital, y CRE, de Guayaquil. Ahí escuchó sobre el derrocamiento de Velasco Ibarra, el auge del militarismo petrolero de Rodríguez Lara y su posterior caída.
La radio fue una influencia determinante para lo que sería su vocación, la que se labró al amparo de la onda corta. Desde niño soñaba con tener una radiodifusora. Cuando fue al colegio el país vivía la transición de la dictadura militar al gobierno de Jaime Roldós Aguilera.
“La democracia ha sido una apariencia. En esta democracia, salvo excepciones, la persecución a la prensa por parte de los gobiernos fue una constante”
De muchacho sentía en carne propia la escasez de las familias y la falta de vías de comunicación. A través de la radio se enteraban no solo de la política, sino de derrumbes, muertes, crecientes de ríos, plagas… Era la forma de conectarse con lo que pasaba en los pueblos olvidados.
En el primer año del colegio escribió una carta al primer ministro de Educación de la recuperada democracia, Galo García Feraud. Le contaba que la escuela donde estaba no tenía nombre y ahí se arrumaban más de 70 estudiantes de todos los grados. Una escuela que había sido construida por los padres de familia. El ministro le contestó que había dispuesto 250.000 sucres para construir una nueva escuela y que este dinero había sido acreditado a la Prefectura. Así, por medio de cartas, se dio cuenta de la importancia de la palabra para lograr las reivindicaciones. Algo que corroboró cuando tomó contacto con los directivos de la HCJB, y logró que dos periodistas fueran hasta su lejana tierra a conocer cómo se vivía. Eran tiempos de la guerra de Paquisha. Empezó a enviar reportes regulares a esta radio de filiación religiosa.
Sus historias giraban en torno a la situación de abandono. Con sus reportes fue consiguiendo resultados para la comunidad.
Cuando terminó el colegio se fue a Macas a trabajar en la radio Río Amazonas y luego en La voz del Upano. Entonces se dio la Guerra del Cenepa, en el primer trimestre de 1995. Empezó sus reportes para la BBC de Londres, desde Patuca y las comunidades del frente de combate. Fundó la revista El Observador y denunció casos de corrupción con la falsificación de cédulas en el Registro Civil de su provincia. El caso llegó a la Comisión Anticorrupción que se había formado tras la caída de Abdalá Bucaram, pero también provocó la réplica de los denunciados con una demanda por injurias. Recibió el respaldo directo de Ramiro Larrea, presidente de la Comisión y ex presidente de la Corte Suprema de Justicia. También el periodista Miguel Rivadeneira, director de Ecuadoradio y editor de El Comercio lo respaldó desde su columna en el rotativo quiteño. Especialmente una columna “Macas, tierra de nadie” tuvo un gran impacto.
A la par, Wilson y su esposa concretaban el sueño de tener una radio. El Estado les concesionó la frecuencia y le pusieron de nombre radio Canela. A través de sus ondas hizo las primeras denuncias contra diputados de su provincia, en lo que luego se llamaría el Caso Peñaranda, la historia de corrupción política más grande en la década de los 90.
Por su micrófono pasaron los principales acontecimientos políticos y sociales de estos últimos 40 años de democracia. Wilson recuerda que a los oyentes les impactaban los juicios políticos. Llevar a un ministro al Congreso era toda una conmoción nacional. El Congreso era el centro de la política, aunque también causaron gran impacto hechos como la rebelión del general de la FAE, Frank Vargas Pazzos, o los levantamientos indígenas.
Y también reportó todos y cada uno de los acontecimientos de su mundo amazónico. No era fácil. La transmisión consistía en ir a la cabina de Andinatel y desde ahí comunicarse por teléfono con Quito. En la cabina central sus reportes eran grabados para el noticiero. Así reportó la muerte de 15 personas por una creciente del río Upano, en 1988. Estudiantes y profesores que fueron arrancados de un puente colgante. Fue en el gobierno de Rodrigo Borja, en sus inicios.
La democracia tiene mucho significado, pero no se aplica, dice Wilson. Hemos vivido haciendo el juego a una falsa democracia. Algunos que ganaron elecciones en su provincia nunca ganaron, fueron impuestos. Las elecciones se hacían en sectores alejados, donde la mayoría era analfabeta. Los resultados nunca fueron reales, los que contaban los votos se apropiaron de ellos. La democracia fue para él solo una apariencia. En esta democracia, salvo excepciones, la persecución a la prensa fue una constante, hubo siempre estigmatización contra los periodistas. Pero antes no había una persecución sistemática, los incidentes entre el poder y la prensa se superaban. Pero la cosa cambió desde el gobierno de Lucio Gutiérrez. En febrero del 2005 pusieron una bomba en su radio, cuando denunció las irregularidades que cometía un pariente del presidente en Morona Santiago: la llegada de equipos usados para el hospital de Macas. La bomba explotó cuando su familia estaba dentro de la radio. Hubo protestas de la Sociedad Interamericana de Prensa.
“El peor error de los gobernantes en estos 40 años de democracia es que no escuchan a la gente. Los gobernantes han perdido el sentido profundo de la democracia”
Pero considera que la época más dura llegó durante el gobierno de Rafael Correa. Ese gobierno no solo perseguía al medio de comunicación hasta cerrarlo, sino también quería inhabilitar al periodista como persona y ciudadano. A Wilson Cabrera ese gobierno le cerró la radio con un gran despliegue policial, acusándolo de operar una radio pirata. Le pusieron juicio penal; sus recursos de defensa fueron pisoteados al antojo de sus acusadores. En el 2011, Wilson expuso en la sede de la OEA y de la CIDH, en Washington DC, la defensa de sus derechos conculcados.
Siempre llevó adelante esos principios. Las coberturas de los asesinatos de los líderes shuar Bosco Wisuma, Freddy Taish y José Tendetsa tampoco fueron fáciles, porque Wilson no se sumó a la versión oficial de que sus muertes se atribuían a circunstancias distintas a la defensa de su pueblo y de los derechos de la naturaleza.
Hasta el 2020, Wilson no había recuperado la radio, a pesar de que el nuevo gobierno, de Lenín Moreno, le había dado la razón.
Para Wilson, el ejercicio de su oficio en la democracia lo ha llevado a defender su trabajo, sus investigaciones y el derecho del público a conocer la verdad apegada a los hechos. La democracia es fundamental, siempre que garantice las libertades, dice. En ese rincón del Ecuador, en medio de la soledad y los avatares, ha luchado hasta el sacrificio personal por defender el derecho a que la gente se manifieste, a que la gente exponga lo que sucede y que los poderes entiendan que no pueden manejar las situaciones de manera autócrata. Él dice que el peor error de los gobernantes en estos 40 años de democracia es que no escuchan a la gente. Los gobernantes han perdido el sentido profundo de la democracia.
Con el apoyo de la Fundación Esquel. Visite el portal: 40 años de democracia: una tarea inconclusa
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