En el paro en Dicaro un anciano muestra la perforación de sus orejas, una costumbre waorani que representa grados de jerarquía. Foto: Josué Araujo
En el Yasuní, provincia de Orellana, una de las regiones más biodiversas del mundo, el gobierno local construyó una cancha de fútbol con césped sintético, es decir hecha con derivados del petróleo. Por las noches, seis faroles iluminan con potencia el campo de fútbol y hacen parecer que ahí no existe nada más. Apenas se ven las siluetas de los árboles, que rodean el campo de juego, detrás de un cerco de mallas cómo las que utilizan las ligas barriales urbanas. Como si fueran el público, una infinidad de grillos y luciérnagas alientan a los jóvenes waoranis mientras juegan.
La cancha sintética de Dicaro destaca en medio de la selva amazónica. Foto: Cortesía de Yasunidos.
En este bosque húmedo tropical, la cancha es grande, así que se juegan partidos de once contra once jugadores. Los jóvenes de la comunidad se reúnen por las noches para patear el balón. Desde pequeños niños hasta adolescentes, los equipos no tienen límite de edad. Los waorani suelen ser de baja estatura, pero lo compensan con la fortaleza corporal. Su dieta solía ser a base chonta, un fruto de alto valor proteico, y tapires, puercos y peces producto de la caza y la pesca. Pero la llegada de las petroleras ha cambiado los hábitos alimenticios de los jóvenes, que han desarrollado el gusto por el arroz y la coca cola.
Moipa Coba, un joven waorani de Dicaro, juega por las noches en la cancha de la comunidad. Abajo, un joven viste una gorra con la marca de la petrolera. Fotos: Cortesía de Josué Araujo.
Un pequeño, al que llaman ´Pollito´, dribla y evade descalzo a otros chicos mayores. La idiosincrasia del fútbol se replica en esta cancha en medio de la Amazonía. Como en otras partes del mundo, el juego de pelota parece superar todas las barreras culturales. Algunos chicos hablan en su lengua, el wao tededo, se burlan del arquero por “comerse” un gol, otros le gritan “spider man” a un chico que se sube a la reja a buscar un balón Mikasa que quedó atrapado. Otros llevan camisetas del Barcelona de España, de Emelec, o de figuras políticas.
La comunidad de Dicaro, a unas cinco horas de Francisco de Orellana, alberga a unos 350 waoranis, un pueblo de reciente contacto. A fines de 2022, se levantaron en paro en contra de la actividad petrolera, que ha cambiado su modo de vida. Petroecuador ingresó este 2023 a los bloques 16 y 67, luego de que no renovara la concesión a Petrolia. La petrolera española Repsol, había vendido recientemente sus acciones a la canadiense New Stratus Energy, que operó por corto tiempo en los bloques 16 y 67 bajo el nombre de Petrolia. Los waorani aseguran que el Gobierno intenta deslegitimar una protesta pacífica.
Para llegar a las comunidades hay pequeñas vías de lastre. En varias casas de la comunidad se ven antenas de televisión por cable. Fotos: Manuel Novik / PlanV
Cincuenta días de paro
Petroecuador controla el acceso de todo quien quiera entrar a Dicaro. Para llegar a la comunidad hay que pasar por un punto de control, donde un guardia privado de la petrolera registra a residentes y visitantes. Organizaciones ecologistas han denunciado que en ocasiones se les ha impedido el acceso a las comunidades. Desde ese puesto de control, hay que recorrer unos 100 kilómetros por la vía Maxus, llamada así en alusión a la empresa que a inicios de los años 90 construyó la carretera que atraviesa la parte norte del Yasuní.
Antes del paro, por la vía Maxus pasaban hasta 50 autos y buses diarios. Esta vía era muy transitada. La empresa petrolera no solo transportaba a sus empleados a las instalaciones y campamentos, sino que también a los residentes de Dicaro y otras comunidades de la zona. Con el paro volvió el silencio. Pero los helicópteros burlaron el punto de resistencia y abastecieron de combustible y alimentos a las petroleras.
La comunidad de Dicaro cortó árboles a lo largo de la vía Maxus para impedir el paso del personal de la petrolera. Foto: Manuel Novik / PlanV
Hace más de 50 días, Dicaro cerró la vía Maxus, a la altura de la plataforma petrolera AMO A. Cada día, hacen relevos para mantener el punto vigilado e impedir el paso a los petroleros. Durante el día, las familias cocinan una gallina con arroz o lo que los ancianos hayan cazado. Han instalado una sombrilla hecha de plantas para protegerse del sol. También hay tiendas improvisadas donde las mujeres y los niños descansan.
Robinson Coba, presidente, y Araba Omehuai, líder de Dicaro, se dirigen a la comunidad en el punto del paro cerca de la plataforma AMO A. Fotos: Manuel Novik / PlanV
Dicaro se declaró en paro hace más de cincuenta días, en el lugar han colocado carteles en español y en wao tededo.
A lo largo de la jornada de protesta, han recibido visitas de fuerzas especiales de la Policía, Ejército y agentes de la Fiscalía. Los comuneros grabaron los intentos de las Fuerzas Armadas para abrir el paso. El último intento fue el 1 de febrero, cuando llegó un contingente de la fuerza pública pretendiendo el paso de los petroleros con la excusa de las elecciones. Los videos de los indígenas muestran a los uniformados de un lado y al pueblo wao de otro. Entablaron un diálogo pacífico, pero Dicaro no permitió el paso.
La plataforma petrolera AMO A está a pocos minutos de Dicaro. El personal de la petrolera no ha podido acceder a la planta durante el paro. Foto: Cortesía de Yasunidos.
Dicaro no tiene agua
Petrolia, un consorcio de varias empresas donde destacaba la española Repsol, vendió sus acciones a la canadiense New Stratus Energy en enero de 2022, según el portal Periodismo de Investigación. La empresa, que dejó de operar en diciembre, proveía de gran parte de los servicios básicos para Dicaro y las otras nueve comunidades que viven a lo largo de la vía Maxus.
Las familias de la comunidad cocinan a leña con agua entubada del río en el paro. Foto: Cortesía de Josué Araujo.
El transporte era operado por ellos a través de buses, la empresa también recogía la basura de las comunidades, y daba trabajo a los comuneros en puestos de choferes o vigilantes de vía. También donaba medicamentos al centro de salud del Ministerio de Salud Pública (MSP). Según los funcionarios del MSP en Dicaro, el centro de salud también fue una donación de la empresa.
Tras el paro en Dicaro, y la partida de Petrolia, esos servicios se han suspendido. Dicaro se está llenando de basura y sus habitantes deben valerse por sus propios medios si quieren salir al puerto de Pompeya, el pueblo más cercano con conexión a la infraestructura vial nacional.
Petrolia recogía la basura de Dicaro y las otras nueve comunidades de Cononaco. Tras la salida de la petrolera, el servicio está suspendido, y las comunidades se están llenando de basura. Foto: Manuel Novik / PlanV
Hasta hace 50 años, el pueblo waorani de Dicaro vivía del agua de sus ríos. Pero con la llegada de las petroleras, los habitantes aseguran que los ríos Yasuní y Dicaro se han contaminado. Aparentemente, el agua está limpia, pero los moradores denuncian que no hay la misma cantidad de pesca que en años pasados. A pesar de eso, los niños se bañan y juegan en el río. Las familias lavan la ropa ahí. Todavía se pesca en esas aguas. Algunas familias llevan el agua del río entubada con bombas para su uso doméstico. Otras hierven agua o usan la de lluvia y la recogen a través de techos de zinc, que luego guardan en tanques sin ningún proceso de potabilización o cloración.
El río Yasuní tiene un olor pestilente. A pesar de eso, los niños de Dicaro se bañan en el río varias veces por semana. Foto: Cortesía de Josué Araujo.
A los niños de la comunidad parece no importarles que el río Yasuní esté contaminado. Se bañan en él varias veces por semana. Miembros de la Alianza por los Derechos Humanos acompañaron a un pequeño al Yasuní, debajo de un puente, mientras éste tomaba un baño. Del otro lado del puente, otro grupo de niños se baña y juega en el río. Los activistas obtienen un poco de agua del río, de aspecto amarillento, y lo guardan en una botella de plástico, que llevarán como un “regalo” a los ministerios de Energía y Ambiente.
Organizaciones ecologistas tomaron una muestra del agua del río Yasuní para entregarla en los ministerios de Ambiente y Energía. Foto: Cortesía de Josué Araujo.
En un recorrido en la zona, donde se produjo un derrame petrolero en 2008, se encontraron restos de petróleo en el suelo. En varios lugares de esta zona pantanosa, basta con remover el piso con una rama para retirar material negro con olor a aceite. Los restos petroleros siguen visibles en las inmediaciones de esta comunidad.
Las misioneras católicas que denuncian persecución
Las Misioneras de la Madre Laura, también conocidas como lauritas, son una congregación católica que llegó a Dicaro en diciembre de 2021. Algunas por un tiempo limitado y otras, como Marlene Cachipuendo, de manera más prolongada. Marlene renunció a sus labores en Quito para llegar a lugares donde “nadie va”. Ella, junto con otras religiosas, se han centrado en impulsar la educación de los jóvenes de Dicaro. Estas misioneras se encuentran presentes en todos los países de América Latina y en algunos de África.
Las misioneras han acompañado a la comunidad en el paro. Hay religiosas que visitan Dicaro por unas pocas semanas, otras se quedan por años. Foto: Cortesía de Josué Araujo.
Según la madre Marlene, la educación en la comunidad es mala. “Los profesores son quichuas, dan clases en español y no aceptan ayuda de los wao”, dice. La misionera impulsa a los jóvenes para que emprendan carreras universitarias en educación intercultural bilingüe.
Han logrado becas para 5 estudiantes en un instituto tecnológico en Lago Agrio y otras 6 becas en la Universidad Salesiana de Quito. Los jóvenes se conectan desde sus computadoras y cursan el semestre de forma telemática. Pero las becas son parciales, y los padres se han endeudado con valores de hasta $400 semestrales que no pueden costear.
En Dicaro hay dos escuelas: una pública, para educación primaria y otra fiscomisional para secundaria. En esta última, algunos docentes eran remunerados por Petrolia, otros eran funcionarios de la misma, también contaban con profesores quichuas de Lago Agrio. Por el paro, se suspendieron las clases de la secundaria.
No se sabe si Petroecuador seguirá desempeñando el mismo rol que tuvo Petrolia en la educación, y en los otros servicios. Pero los locales advierten que, prácticamente la totalidad del personal operativo pasará de Petrolia a la petrolera estatal.
Marlene pidió a las autoridades educativas que incorporen como docentes a bachilleres locales, pero no lo consiguieron. La religiosa advierte que los profesores se ciñen a una estructura tradicional. “El choque cultural es fuerte, por ejemplo, las familias indígenas se van de fiesta quince días y al regreso los jóvenes pierden el ritmo educativo. Entonces estamos trabajando para que los chicos entren al sistema, porque nadie entiende el de ellos”, dice la misionera. Marlene admite que el personal de la petrolera le ha señalado como un agente movilizador del paro.
Petrolia también auspició a algunos jóvenes, pero la salida de la petrolera los dejó sin oportunidades. Marco Orengo, fue uno de los muchachos que la petrolera auspició para estudiar una tecnología electrónica en Quito. Compartía un departamento cerca del parque La Carolina junto a otros cuatro jóvenes de Dicaro. Pero luego de dos semestres, el apoyo se acabó.
Marco todavía recuerda sus días en Quito, y pregunta si ya inauguraron el Metro. Dice, que quiere ir a conocerlo. Sus compañeros en el instituto le llevaban al mercado de San Roque, en el Centro Histórico, para que compre los víveres de la semana. Este joven de 26 años no sabe si podrá completar sus estudios, mientras tanto volvió a cuidar de su esposa y su hija en Dicaro.
PARTE II
La brecha generacional ahora es cultural
En Dicaro hay cerca de 350 personas, la mayoría son jóvenes entre 5 y 30 años. Los mayores de 60 años no superan el 10% de la comunidad, apenas unas 20 personas. El mundo de los ancianos, conocidos en wao tededo como pikenani, es distinto al de los jóvenes. Los ancianos cazan y pescan. Aunque en ocasiones visten “occidentalizados” con camiseta y pantalones, conservan su vestimenta tradicional.
Los waorani utilizan una corona con plumas de aves locales y un cobertor de pecho hecho de chambira. Foto: Cortesía de Josué Araujo.
Los pikenani llevan un cordón de algodón en la cintura que simboliza poder y energía. Para cubrir su pecho, hombres y mujeres usan cuerdas de chambira como un arnés. En la cabeza llevan una corona hecha de plumas del águila harpía, símbolo del pueblo waorani. También usan collares con detalles de chonta, un fruto propio de este territorio. En la cara se pintan con achiote, rasgo que asocian con los tigres.
Araba Omehuai es el líder de Dicaro. Por generaciones, su familia ha resistido al avance petrolero en su territorio. Foto: Cortesía de Josué Araujo.
Dicaro tiene dos líderes. El primero es Araba Omehuai, líder permanente cuya familia decidió quedarse en la comunidad, cuando las petroleras y la misión del Instituto Lingüistico de Verano (ILV) fomentaron la salida de los indígenas del territorio. El segundo líder es Robinson Coba, hermano menor de Araba y presidente de Dicaro, figura que toma el mando conjunto por dos años.
Araba y Robinson colocan con cuidado sus lanzas sobre la punta de sus sandalias, evitando que estas toquen el piso, para que la punta no se quiebre. Este accesorio ejemplifica el cambio cultural que sufren los waoranis; los pantalones cortos y las sandalias están hechas de tela industrializada y plástico.
Foto: Manuel Novik / PlanV
Hoy en día, muy pocos chicos cazan, la mayoría comen lo que traen sus padres. Los jóvenes buscan un trabajo en la petrolera para comprar alimentos de afuera. En el paro, los pikenani cantan en wao tededo, las letras de sus cánticos significan en español:“somos waorani, bienvenidos, somos de aquí”. Las canciones para los waorani son un símbolo de amistad. Mientras tanto, los chicos revisan sus tablets y teléfonos celulares. Intercambian risas y matan el tiempo alrededor de la motocicleta de un joven.
Un grupo de jóvenes waoranis conversan frente a la plataforma AMO A. Foto: Manuel Novik / PlanV
La misionera Cachipuendo ha vivido alrededor de tres años en Dicaro, ya ha podido conocer las costumbres de los indígenas. Cuenta que cuando el padre de una familia muere, el hijo se encarga de ser el cazador, “pero no sé si va a funcionar ahora eso”, advierte sobre la coerción cultural a manos del ingreso de la actividad petrolera. Los jóvenes pasan su tiempo en la televisión y en el internet, como cualquier otra persona de su edad en las áreas urbanas y mestizas. Las antenas de Directv abundan en la comunidad. Las tablets y los celulares también. La petrolera también instaló sitios con wifi para la conexión de la comunidad.
Algunos chicos gastan su dinero en recargar saldo en sus dispositivos. “La poca plata que ganan es para golosinas, Coca Cola y el internet”, dice la misionera, que conoce las costumbres de los jóvenes. Pero Cachipuendo les ha hecho notar que antes del contacto con las petroleras, obtenían todo lo que necesitaban de la naturaleza; alimento, medicina, artesanía y un hogar. “Se les creó necesidades y esa plata que reciben es para cubrirlas”.
Un joven se entretiene en su cuenta de Tik Tok en un punto de conexión a internet de la comunidad. Foto: Manuel Novik / PlanV
“La empresa entrega regalitos, los niños vuelven con comidas, es como una mamá que les hizo dependiente. Que no tienen agua, que no tienen combustible. Y la petrolera les da”, dice Marlene.
Los hombres jóvenes de Dicaro y otras comunidades se turnan para trabajar en la petrolera, son trabajos temporales. Hay puestos en la conducción, limpieza de vías y seguridad. Cachipuendo advierte que la empresa, a través de los relacionadores comunitarios, ha entregado camionetas, trabajo y bienes a los líderes de las otras comunidades. “La petrolera dividió a la gente”, alerta.
Según la religiosa, son los jóvenes los que se han dado cuenta de eso y han alentado a los líderes de Dicaro en el paro. “Tenemos una escuela sociopolítica en el Coca, y ellos participan. Han ido despertando. Han hecho clic. Los chicos dicen, vimos como toda la vida engañaron a nuestros padres”.
Darwin Caiga, un adolescente de Dicaro, cuenta que se quedó sin saldo para recargar datos móviles en su teléfono. Debe salir a Pompeya para poder hacer una recarga. Como Darwin, los jóvenes son aficionados al Tik Tok y a ver ligas profesionales de fútbol local e internacional. En diciembre, vieron el mundial de Qatar en la casa del presidente Coba, que instaló altoparlantes y un televisor para la comunidad.
Petrolia también se encargaba de la salud
Dicaro está en la parroquia Cononaco, cantón Aguarico, que abarca diez comunidades. El único centro de salud en una zona de unos 600 kilómetros cuadrados está en Dicaro. La comunidad más lejana del centro de salud está a unos 70 kilómetros, en camioneta el tramo puede tomar alrededor de dos horas.
La comunidad de Dicaro en la privincia de Orellana está dentro de la región del Yasuní. Foto: Cortesía de Josué Araujo
Dicaro tiene unos 350 habitantes, el 49% de la población de Cononaco. En la pandemia la gente volvió de las ciudades a la ruralidad. Según el MSP, en 2016 Cononaco tenía 418 personas, en 2022 se registraron 712 habitantes. Entre la población menor a 5 años hay un 21% de niños con desnutrición crónica infantil.
María José Tobar y Eric Rojas, médicos del Ministerio de Salud, observan fotografías de pobladores con daños en la piel. Los funcionarios residen temporalmente en Dicaro y atienden en el centro de salud tipo A. Foto: Cortesía de Josué Araujo
La doctora María José Tobar y el doctor Eric Rojas, médicos del MSP residentes en Dicaro, accedieron a una entrevista con PlanV y la Alianza por los Derechos Humanos. Según Tobar, Petrolia daba el servicio de transporte para las brigadas médicas y facilitaba su ambulancia para emergencias en otras comunidades. Con el paro en Dicaro, las comunidades ya no tienen acceso al centro de salud y deben caminar por horas para llegar.
Si hay una emergencia, el transporte también lo asumía la petrolera. La empresa ayudaba con una ambulancia, en la que los médicos del MSP se transportaban. Los funcionarios de Salud confirmaron que el edificio del centro médicos y algunos equipos fueron donados por Repsol, que luego cambió de nombre a Petrolia, en 2006.
La compañía hacía donaciones anuales de medicamentos, que, según Tobar, representaban la mayor parte de insumos y medicinas. Para casos más graves se tiene que transportar a los pacientes a Orellana, en esos casos el viaje puede tardar cinco horas.
Algunos niños y adultos de Dicaro tienen afectaciones en la piel. Aseguran que los daños se produjeron luego de bañarse en el río. Fotos: Cortesía de Josué Araujo
Varios niños y adultos de Dicaro afirmaron que luego de bañarse en el río su piel sufrió daños. El presidente de la comunidad, Robinson Coba, sostiene que el río está contaminado. Pero en el centro de salud no hay registro de problemas dermatológicos. Los médicos afirman que no han tenido casos de enfermedades dermatológicas ni otras patologías a causa de contacto con petróleo.
La médica Tobar, destaca que los pobladores de Dicaro escogieron la construcción de la cancha de fútbol en lugar de una planta de tratamiento de agua. “Están aduciendo enfermedades por la contaminación del agua, pero escogieron la cancha”, enfatiza.
Según el doctor Rojas, quien trabajó tres años como médico en un bloque petrolero, la industria hace estudios del agua cada quince días. “Se sabe que el agua de los ríos cercana a las petroleras no es apta para consumo humano, no es potable”, dijo, aunque aclaró que desde su vinculación al MSP en la actualidad, no han encontrado evidencias concretas en Dicaro de efectos de la contaminación.
Los dos médicos entrevistados en el centro de salud de Dicaro, confirmaron que Petrolia les administraba agua para su consumo personal. La empresa adquiría agua embotellada para el consumo de los médicos ante la falta de agua consumible en el sector.
La relación entre waoranis está quebrada
Robinson Coba, presidente de Dicaro, sostiene que, a pesar de los varios derrames en la zona, las petroleras han aportado con pocas cosas a la comunidad, pues afirma que no han recibido casas ni carros, pero que hay líderes de otras comunidades que sí han aceptado. “Ya debería tener carro, la empresa te da, me dicen”, declara Coba sobre lo que le comentan los líderes de las otras comunidades.
Robinson Coba es el presidente de Dicaro. Su nombre en wao tededo es Nemo Care, que significa gusano bravo. Robinson también fue chofer en la petrolera. Foto: Cortesía de Josué Araujo
De la empresa han recibido objetos como planchas de zinc para techos, gasolina y comida. Robinson admite que el municipio les dio a elegir entre la cancha y la planta de agua, pero dice que se debía a un tema de presupuestos participativos. Además, reclama que a lo largo de todos los años de presencia petrolera en su territorio, no han recibido reparaciones suficientes.
Coba afirma que la relación con la Nacionalidad Waorani (NAWE) está rota. El dirigente se queja de que los dirigentes de la nacionalidad actúan según sus intereses y no por los de cada pueblo. “La NAWE recibía los proyectos de la empresa. Ellos recibían los fondos”, dice el directivo. La NAWE es la máxima representante de la nacionalidad, pero las quejas de los pueblos por la falta de representatividad son varias. Por eso, los locales de Dicaro piden un convenio directo con Petroecuador, sin intermediarios. Invitaron al Estado a su territorio, pero no han asistido.
Cosmovisión e historia
Dicaro no se encuentra dentro del Parque Nacional Yasuní, pero si está dentro de la región del Yasuní, reserva de la biósfera declarada por la UNESCO. Según Pedro Bermeo, de Yasunidos, esta distinción se dio por el deseo del Gobierno de explotar la zona, y no implica que la región del Yasuní tenga menos biodiversidad que la zona declarada como parque nacional.
Robinson Coba muestra los lugares donde han registrado derrames petroleros, tanto cerca de Dicaro como de otras comunidades de la parroquia. Foto: Cortesía de Josué Araujo
Según un informe de Acción Ecológica, este pueblo se define como Waodani o “gente verdadera”. Un pueblo de tradición oral con una estructura basada en clanes de 30 personas. Los waorani eran semi nómadas, se desplazaban siguiendo el movimiento de puercos, monos u otros animales, de cuya caza se alimentaban. Pero desde 1956, año en que los misioneros norteamericanos del ILV entablaron contacto por primera vez con el pueblo waorani y ahora gran parte de su población ha migrado al Puyo.
Acción Ecológica afirma que el grupo waorani de Dicaro entabló contacto con las misiones religiosas y estatales en 1977. Al igual que en otros pueblos del mundo en situaciones similares, el contacto con extranjeros, a quienes denominan “cowori” los ha sometido a la dependencia y a nuevas enfermedades, afirma la organización ecologista.
Acción Ecológica indica que el ILV, una organización misionera protestante norteamericana, que supuestamente buscaba pueblos aislados para estudiar su lengua y traducir la Biblia, tuvo relación con las petroleras Texaco, Shell y Gulf Oil y fomentó que los pueblos salgan del territorio. El informe de la ONG indica que el ILV reubicó al 90% de la población en una estación misionera en una zona asignada por el Estado ecuatoriano de 1600 kilómetros cuadrados.
Pero la presión petrolera que ha sufrido el pueblo waorani no ha sido la única en la zona. Otras industrias como la de los caucheros y los madereros han acechado su territorio. Desde los años 70 los waorani lucharon por el reconocimiento de su territorio, hasta que 1990 se le asignó un área de 678 mil hectáreas, aunque el Gobierno aclaró que el subsuelo será administrado por el Estado, como establece la Constitución. Se estima que la zona asignada es tres veces menor a su territorio ancestral.
La nacionalidad waorani tiene unas 2000 personas en tres provincias; Orellana, Pastaza y Napo. Cuentan con cerca de 40 comunidades, incluidos los pueblos en aislamiento voluntario, los Tagaeri y Taromenane.
No hay diálogo
La Alianza por los Derechos Humanos difundió un comunicado de la comunidad de Dicaro donde afirman que Petroecuador busca desprestigiar la protesta pacífica. “El 11 de febrero Petroecuador acusó de actos vandálicos en su plataforma AMO A, cerrar una válvula y corte de energía”, dice el comunicado.
Los niños y niñas de Dicaro se han hecho presentes en el paro en la vía Maxus. Foto: Cortesía de Josué Araujo
Dicaro denunció que un funcionario de Energía de Orellana llegó hasta el punto del paro y les dijo: “con quiénes van a dialogar. El diálogo se agotó. Tuvieron la oportunidad y la desaprovecharon. Hay directrices claras. La justicia va con todo el peso de la ley contra el dirigente de Dicaro y la monja y todos los agentes externos”, habría dicho el funcionario público.
El Estado ha dispuesto un grupo de unos cinco militares para el proceso electoral que están asentados en la comunidad. Por las tardes reposan a medio uniforme; con pantalones de camuflaje y botas, pero con una camiseta casual. Descansan sobre un punto de conexión a internet en la comunidad.
La época de recolección de chonta ha sido alterada por el continuo vuelo de helicópteros a los campamentos de Petroecuador. Los waorani tienen evidencia de que los Tagaeri Taromenane están cerca y los vuelos pueden alterar sus movimientos y aumentar conflictos con los waorani. En Dicaro vive una de las niñas Tagaeri Taromenane que sobrevivió a la guerra entre estos dos pueblos.
Petroecuador emitió un comunicado el 15 de febrero asegurando que se levantaron las medidas de hecho en Dicaro luego de varios días de diálogo. Sin embargo, la Alianza por los Derechos Humanos desmintió que el paro se haya levantado, en cambio aseguran que tendrán una nueva reunión donde se discutiran los pedidos de la comunidad.
Las petroleras que han operado por décadas en el territorio han aportado servicios básicos, pero no se han hecho cargo por las afectaciones que estas poblaciones puedan tener a raíz de la contaminación.
El Estado ha permitido que las empresas ofrezcan servicios que eran de su competencia, mientras tanto, en medio de la oscuridad nocturna de la selva, la cancha de césped sintético que le ganó el partido a la planta de agua, sigue siendo la principal atracción del lugar.
Desde el puerto de Pompeya se debe cruzar el río Napo para seguir por tierra hacia Dicaro. Foto: Cortesía de Josué Araujo
[RELA CIONA DAS]
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