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23 de Noviembre del 2022
Historias
Lectura: 24 minutos
23 de Noviembre del 2022
Julio Oleas-Montalvo
Entre la COP27 y el G20: el triunfo de la industria del petróleo
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No nos fallen. Un letrero levantado por activista ambiental durante la cumbre del COP27, que tuvo muy pocos resultados y mostró la ofensiva de la industria extrantiva para impedir una desaceleración de su producción. UNclimatechange / Flikr, CC BY-NC

 

Mientras la ONU propone una transformación global, impulsada por la acción colectiva y guiada por el multilateralismo, el G20 –responsable del 78% de las emisiones de GEI, según un informe reciente de la ONU– reivindica el crecimiento como objetivo supremo, para “recuperarnos juntos, recuperarnos más fuertes”.


El 99,9% de los estudios científicos concluye que el cambio climático se origina —sin ninguna duda— en las actividades económicas realizadas por los seres humanos. Se dice, en jerga científica, que ese cambio tiene origen antrópico. Y sin embargo, la inmensa mayoría de los seres humanos (sus empresas, gobiernos, ejércitos) seguimos extrayendo recursos de la naturaleza, produciendo bienes y servicios y consumiéndolos como si esos estudios mintieran. Como que una junta de médicos advierta a un fumador crónico que, para evitar un enfisema mortal, debe abstenerse de fumar. Pero este, empecinadamente, sigue aspirando nicotina y alquitrán.

Para tratar de llevar a la práctica las advertencias de la comunidad científica —la junta de médicos del planeta— año tras año, desde 1995, la ONU realiza la “Conferencia de las partes” (COP) del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (CMNUCC). Su vigésimo séptima edición terminó hace poco en Sharm-el-Sheikh (Egipto). El CMNUCC obliga a los países signatarios a evitar el cambio climático, por lo que en la COP de 2015 las partes se comprometieron a impedir un aumento de la temperatura global superior a 2°C por encima de los niveles preindustriales, y a esforzarse para limitarla a 1,5°C.

Convención Marco de las Naciones Unidas Sobre el Cambio Climático (CMNUCC).

Las COP eran un medio para presionar a los líderes mundiales a que se comprometan a tomar acciones contra el cambio climático, y a responsabilizarlos por ellas. Pero las negociaciones realizadas en la COP27 estuvieron “completamente desprovistas de realidad”, en opinión de Sunita Narain, directora general del Centro para la Ciencia y el Medio Ambiente de Nueva Delhi. “Nunca he visto nada como esto. Hemos reducido todo a un gran espectáculo,” dice.

A la COP 27 asistieron unas 40.000 personas. Las delegaciones de Arabia Saudita y Brasil fueron las más numerosas. La sociedad civil estuvo subrepresentada, mientras que los cabilderos coparon los escenarios. Human Rights Watch y Amnistía Internacional denunciaron que el gobierno egipcio trabó la acreditación de activistas críticos a su presidente, Abdelfatah al Sisi. En la apertura, en tono de urgencia el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó que “estamos en una carrera al infierno climático con el pie en el acelerador”.

las negociaciones realizadas en la COP27 estuvieron “completamente desprovistas de realidad”, en opinión de Sunita Narain, directora general del Centro para la Ciencia y el Medio Ambiente de Nueva Delhi. “Nunca he visto nada como esto. Hemos reducido todo a un gran espectáculo,” dice.

Los resultados de la COP27: mezquinos, casi suicidas

La Conferencia debía concluir el viernes 18 de noviembre, con la acostumbrada declaración de los acuerdos logrados. Pero el 19 las delegaciones seguían discutiendo un texto que solo encontró el consenso la madrugada del domingo 20. La declaración final de las COP es casi una norma internacional. Si solo uno de los 193 miembros se opone, no se la aprueba.

Este año —estanflación mundial y guerra en Ucrania por medio— la COP27 estuvo cerca de omitir el objetivo de 1,5°C, lo que habría significado un rotundo fracaso. Pero finalmente esto no ocurrió y se pudo proclamar la necesidad de alcanzar “reducciones rápidas, profundas y sostenidas de las emisiones de gases de efecto invernadero” para 2030. Los estados exportadores de petróleo bloquearon los llamamientos para eliminar gradualmente los combustibles fósiles. EE. UU. y Europa tampoco apoyaron y la invasión rusa fue un magnífico argumento para ocluir esta opción.

En el corto y mediano plazo eliminar en forma gradual el uso de combustibles fósiles, hasta prescindir por completo de ellos, afectaría la economía de unos 50 países extractores, desde Arabia Saudita (USD 201.700 millones por exportaciones anuales) hasta la República del Congo (USD 1.100 millones anuales), de allí la “efervescencia” con la que se opusieron los países exportadores a cualquier opción de reducción gradual. Tras la guerra en Ucrania, el tratado de no proliferación de combustibles fósiles, impulsado por The Global Climate & Healt Alliance y respaldado por el Parlamento Europeo, el Vaticano y la Organización Mundial de la Salud, se aleja en el futuro incierto del calentamiento global.

El activismo global contra la insdustria extractiva y el cambio climático se manifestó en la COP27, activismo que llevan adelante sobre todo los jóvenes del planeta. Mohamed Abd El Ghany / Reuters

Las conversaciones ambientales solían enfrentar a países pobres y ricos. En la COP27 esta disputa cambió de actores: ahora enfrenta a exportadores contra importadores de combustibles fósiles. La mayoría de países exportadores de petróleo no disponen de alternativas viables de corto plazo; para ellos el petróleo es tan preponderante que las actividades alternativas “se han marchitado a su sombra”, como comenta David Fickling, analista de materias primas y energía de Bloomberg, haciendo referencia a la “enfermedad holandesa” que aqueja a esos países.

El resultado más destacable es la promesa de crear un fondo de compensación por los daños causados por el cambio climático. Este primer avance hacia la justicia ambiental es un antiguo anhelo de los países menos desarrollados.

El resultado más destacable es la promesa de crear un fondo de compensación por los daños causados por el cambio climático. Este primer avance hacia la justicia ambiental es un antiguo anhelo de los países menos desarrollados. La delegación norteamericana estuvo en principio opuesta a este fondo, así como a admitir el principio de que los grandes emisores debían aceptar la responsabilidad de sus emisiones históricas. Pero la parte difícil todavía no comienza: “el fondo debe establecerse y llenarse de efectivo. Todavía no hay acuerdo sobre cómo debe proporcionarse la financiación…”.

El balance de la COP27 no es halagüeño, aunque para quienes prefieren ver el vaso medio lleno, se pueden destacar varios puntos: (i) La ONU adelantó que habrá “tolerancia cero” con las empresas acostumbradas al greenwashing; (ii) Cobró impulso y reconocimiento la Agenda de Bridgetown para reformar el sistema financiero, comenzando por el Banco Mundial, entidad que no ha ayudado a los países pobres a reducir sus emisiones; (iii) Un relanzamiento de la importancia de las energías renovables; (iv) Los más de 2.000 litigios climáticos justifican la noción general de que la acción climática debe concebirse como un deber legal, y no como una opción voluntaria; (v) Un acuerdo en paralelo, de USD 20.000 millones para la transición del carbón en Indonesia, que podría emularse por Vietnam y Senegal; (vi) Un nuevo impulso para establecer un acuerdo global para la naturaleza; y (vii) La guerra en Ucrania y la reelección de Lula da Silva en Brasil evidencian las complejidades geopolíticas y las dificultades reales para acelerar la transición global hacia la descarbonización de la economía.

En las COP no se discute la principal causa de la crisis ambiental

El calentamiento global ya es de 1,1°C, lo que significa que el mundo ya enfrenta la posibilidad de rebasar varios “puntos de inflexión”: el derretimiento de la capa de hielo de Groenlandia, la desertificación de la Amazonia, el colapso de la corriente del Atlántico norte, extensas sequías que provocarán hambrunas en varios continentes y el descongelamiento del permafrost. Si la temperatura llega a 1,5°C, estos puntos de inflexión pasarán de posibles a probables.  Pero ya es casi imposible no sobrepasar la fatídica cifra de 1,5°C. El aumento del nivel del mar se ha acelerado; olas de calor extremo, sequías e inundaciones devastadoras afectan a millones de personas y cuestan millones. Sin embargo, una discusión abierta y franca sobre la causa básica de este sombrío horizonte sería poco menos que un anatema.

En junio de 1992 el CMNUCC se abrió a la firma de los estados miembros en la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro. Desde ese año la economía mundial creció a un promedio anual de 3% y la población pasó de 5.453 millones a 8.000 millones. Pero ¡huelga decirlo! el medio en el que ocurrieron estos crecimientos (el planeta Tierra) no creció en absoluto. Para la comunidad internacional, con el G20 a la vanguardia, la preocupación por la desaceleración del crecimiento –de 5,5% anual en 2021, a 4,1% en este año y a 3,2% en 2023– es más intensa y determinante que la preocupación por el calentamiento global. Una civilización que venera la libertad individual no tolera límites al crecimiento. Pero los límites del planeta son reales, como ya lo sugirió K. Boulding, el autor de The economics of the coming spaceship earth, hace más de medio siglo.

Con la globalización el capitalismo ha llegado a una fase en la que el objetivo del crecimiento económico causa daños ecológicos de dimensiones civilizatorias. Herman Daly, profesor emérito de la Escuela de Políticas Públicas de la Universidad de Maryland y antiguo economista jefe del Banco Mundial, cuestiona si el crecimiento, tal como se practica y mide en la actualidad, realmente aumenta la riqueza. “¿Nos hace más ricos en sentido global, o podría estar aumentando los costes más rápidamente que los beneficios y haciéndonos más pobres?”. El crecimiento económico medido con el PIB solo suma los beneficios, pero no resta los costos: muertes y lesiones provocadas por accidentes de tráfico, la contaminación química, incendios forestales, la pérdida de biodiversidad, la destrucción causada por inundaciones, tifones o huracanes, el agotamiento de los recursos naturales...

"Los estamos observando". El mensaje de la juventud sobre los Estados y la industia extractiva en la COP27. Foto: UNclimatechange

Daly cree que para evitar el colapso del sistema capitalista es necesario pasar de una economía de crecimiento a una economía estacionaria (que no crezca). Y que es posible hacerlo sin abandonar el capitalismo, para lo cual se lo debe rediseñar.

Para los países ricos el crecimiento ya no debería ser el objetivo fundamental, mientras que los países pobres todavía requieren crecer para incrementar su bienestar. En consecuencia, “la parte rica del mundo tiene que dejar espacio ecológico para que los pobres alcancen un nivel de vida aceptable”, aclara Daly. Y, también, que es necesario no confundir crecimiento con desarrollo. “Cuando algo crece, se hace más grande físicamente por acumulación o asimilación de material. Cuando algo se desarrolla, mejora en sentido cualitativo”.

Daly cree que para evitar el colapso del sistema capitalista es necesario pasar de una economía de crecimiento a una economía estacionaria (que no crezca). Y que es posible hacerlo sin abandonar el capitalismo, para lo cual se lo debe rediseñar. Así como un jet está diseñado para avanzar, un helicóptero está diseñado para quedarse en un mismo lugar y, si fuere necesario, también puede avanzar. La Tierra no se expande, precisa Daly. “No obtenemos nuevos materiales y no exportamos cosas al espacio. Así que tienes una Tierra en estado estacionario, y si no reconoces eso, bueno, hay un problema de educación”. Problema que comienza con los relevantes políticos, diplomáticos, empresarios y cabilderos que aterrizaron en Sharm-el-Sheikh en sus jets privados –que contaminan entre 5 y 14 veces más que los aviones comerciales. Entre otros, Rishi Sunak, primer ministro británico, Lula da Silva, presidente electo del Brasil, Pedro Sánchez, presidente del gobierno español. Entre 200 y 400 jets privados habrían aterrizado en la COP27. John Kerry, delegado especial del presidente Biden, tuvo el buen juicio de viajar en un vuelo comercial.

Desigualdad social y desigualdad ambiental: dos caras de la misma moneda

Dadas la forma en la que se organiza el sistema económico capitalista y las tecnologías empleadas (intensivas en el uso de combustibles fósiles), el crecimiento económico, considerado por la economía ortodoxa como la única forma de alcanzar el bienestar, acarrea erosión, agotamiento y contaminación.

Entre 1990 y 2015 la humanidad duplicó la cantidad de CO2 (el principal gas con efecto invernadero, GEI) suspendido en la atmósfera. Pero la responsabilidad de esto no es uniforme entre todos los seres humanos. Según un estudio de Oxfam-Intermon, entre 1995 y 2015 el 1% más rico de la población mundial generó el 15% de las emisiones acumuladas de GEI. Y más importante: en ese mismo periodo, el incremento total de las emisiones generadas por ese 1% triplicó al del 50% más pobre.

Varias torres de refrigeración o enfriamiento de una central nuclear europea. Foto: Max Pixel

No es verdad que la responsabilidad del aumento de las emisiones de GEI se encuentre en el impacto ambiental del ascenso de las clases medias de China e India, los dos países más poblados del planeta. Los más ricos de cualquier país no solo son más responsables de la contaminación; además son cada vez más responsables. El análisis de las diferencias de los niveles de consumo y de la huella de carbono de ricos y pobres lleva a concluir que “el cambio climático está indisolublemente unido a la desigualdad económica: se trata de una crisis impulsada por las emisiones de gases de efecto invernadero generada por los ricos, pero que afecta fundamentalmente a los más pobres”.

El primer día de la COP27 Guterres planteó un “impuesto extraordinario” para financiar pérdidas y daños. El Primer Ministro de Antigua, Gastón Browne, propuso un “impuesto global al carbono”, aplicable a las empresas de combustibles fósiles que solo en la primera mitad de 2022 habían obtenido beneficios por casi 70.000 millones de euros, “dinero más que suficiente para cubrir los costes de los principales daños climáticos en los países en desarrollo”, y en especial en los pequeños estados insulares que ya son los más afectados por el calentamiento global. Estas propuestas no prosperaron.

China sufre una aguda contaminación por el desarrollo de la industria.

El marketing corporativo aprovecha activamente las COP para consolidar la imagen de empresas cuestionadas. Una de ellas, Coca Cola, se convirtió en patrocinadora de la COP27. Esta transnacional utiliza anualmente 3 millones de toneladas de envases de plástico producido a base de combustibles fósiles.

Una oportunidad para el greenwashing

Unos 140 países —que representan más de 90% de las emisiones de GEI— ya se han fijado metas de emisiones nulas para mediados de siglo, pero según el FMI en realidad solo se lograría una reducción del 11%. El marketing corporativo aprovecha activamente las COP para consolidar la imagen de empresas cuestionadas. Una de ellas, Coca Cola, se convirtió en patrocinadora de la COP27. Esta transnacional utiliza anualmente 3 millones de toneladas de envases de plástico producido a base de combustibles fósiles. En 2021 la organización Break Free from Plastic designó a Coca Cola, por cuarto año consecutivo, como una de las mayores contaminadoras del planeta. El eurodiputado Mounir Satouri considera que este patrocinio marca la deriva de la COP, “una deriva a la que solo la participación real de la sociedad civil puede poner fin”.

Más de 1.500 transnacionales han asumido en forma voluntaria compromisos de emisiones netas cero (que los contaminadores pueden seguir emitiendo GEI, si los mitigan en otras áreas). Una de las formas de eludir esos compromisos es subcontratar las actividades contaminantes con otras empresas. Además, según The Big Con, el informe preparado por Corporate Accountability, Friends of the Earth International y Global Forest Coalition, transnacionales como Shell, Microsoft, Apple, Amazon, Walmart, United, Delta, JBS, Cargill y Nestlé utilizan las políticas empresariales de emisiones netas cero como “técnicas de distracción”. “¿Debe felicitarse la política de emisiones netas cero? ¿Podemos confiar en estas corporaciones con funestos antecedentes de bloquear el progreso y de evitar acciones significativas? ¿Están sus compromisos respaldados en planes reales, y esos planes fortalecen la democracia y promueven las prioridades de las comunidades indígenas?” se preguntan.

El greenwashing se apoya en una tropa de cabilderos. Unos 636 cabilderos asistieron a la COP27 para proteger los intereses de las industrias contaminadoras. La actividad económica más contaminante del mundo –la petrolera– tuvo más delegados que el total combinado de los diez países más afectados por el cambio climático.

Este greenwashing se apoya en una tropa de cabilderos. Unos 636 cabilderos asistieron a la COP27 para proteger los intereses de las industrias contaminadoras. La actividad económica más contaminante del mundo –la petrolera– tuvo más delegados que el total combinado de los diez países más afectados por el cambio climático. Ellos instaron a los delegados gubernamentales de países en desarrollo a promover nuevas exploraciones y a rechazar medidas que prohíban la extracción. “Dentro de veinte años, es probable que sigamos viendo reuniones climáticas globales que no logran acordar una reducción gradual (y mucho menos una eliminación gradual) de los combustibles fósiles”, anticipa David Fickling.

El eje de este cabildeo es la Asociación Internacional de Comercio de Emisiones (IETA, por sus siglas en inglés), fundada por Shell, BP y Chevron. Su principal objetivo es lograr que el cuestionado mercado de carbono sea el centro de la política climática internacional, lo que supone ignorar la primera ley de la termodinámica, que propone que la materia y la energía nunca pueden crearse ni destruirse. La IETA trata de evitar a toda costa recortes drásticos de emisiones y aboga, según denuncia Coraina de la Plaza, activista climática de Global Forest Coalition, por “esquemas de compensación neocoloniales ‘verdes’ para obtener más ganancias y contaminar a través de compensaciones forestales, forestación, reforestación, plantaciones de árboles y soluciones tecnológicas peligrosas”.

Las emisiones globales de GEI del petróleo y del gas son hasta tres veces mayores de lo que informan los contaminadores, según un estudio satelital de la ONG Climate TRACE que analiza las emisiones de 72.612 fuentes de CO2. El informe anual de la ONU sobre las brechas de emisiones (The Closing Window, Emissions Gap Report 2022) es desalentador. “¡La ventana se está cerrando! El mundo no va por buen camino para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París y las temperaturas globales pueden alcanzar los 2,8°C para finales del siglo” advierte la ONU. Según este informe, el mundo debe, cuanto antes mejor, reducir las emisiones de GEI en 45% para evitar una catástrofe global.

En el G20 lo importante es la recuperación del crecimiento

Mientras la ONU propone una transformación global, impulsada por la acción colectiva y guiada por el multilateralismo, el G20 –responsable del 78% de las emisiones de GEI, según un informe reciente de la ONU – reivindica el crecimiento como objetivo supremo, para “recuperarnos juntos, recuperarnos más fuertes”, según el lema de la reunión realizada en Bali, el 15-16 de noviembre. Esta visión se alinea con el discurso promercado y proempresarial del FMI. Kristalina Georgieva, Directora Gerente del FMI, formula una combinación de incentivos “que empuje a las empresas y los hogares a priorizar las tecnologías y los productos limpios”.

Guterres advierte que la humanidad tiene una sola opción: cooperar o perecer. Y hace un llamado a un pacto entre los países más pobres y los más ricos para acelerar la transición energética, abandonar cuanto antes los combustibles fósiles y hacer frente a los impactos climáticos. Pero en realidad parece que la humanidad ya optó por perecer: entre 2016 y 2018 el G-20 y los bancos globales de desarrollo destinaron USD 86.000 millones por año a combustibles fósiles; y entre 2019 y 2021, USD 55.000 millones por año, según un informe de Oil Change International y Friends of the Earth. Mientras tanto, en el mismo periodo el financiamiento para energías limpias se ha mantenido en menos de 29.000 millones de dólares anuales, “en lugar de crecer exponencialmente, que es lo que se requiere para promover una transición energética global limpia y justa”.

Foto: Shutterstock

Para los países reunidos en Bali la gravísima situación de la seguridad alimentaria mundial sería un problema exacerbado por los conflictos y tensiones, solucionable con la retirada incondicional de Rusia de suelo ucraniano y la promoción de “cadenas de suministros sostenibles y resilientes”. Parecería que en el G20 no existe relación entre el hambre y el cambio climático. Para garantizar un suministro de energía asequible, se comprometen a “fomentar la seguridad y la resiliencia energética, así como la estabilidad de los mercados” y, además, “transformar y diversificar rápidamente los sistemas energéticos”. Queda claro que la rapidez de esa transformación y diversificación dependerá de la estabilidad de los mercados, que es inversamente proporcional a la aparición de conflictos internacionales (como la ya consumada invasión rusa a Ucrania, o posibles escaladas bélicas en Taiwan o en la península coreana). Aparentemente Fickling tiene razón, y la suerte de la humanidad ya está echada.

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