

Fotos: Luis Argüello
Decenas de miles de quiteños y quiteñas se sumaron a la marcha convocada por los sindicatos y los movimientos sociales. Esta es una muestra de diversos momentos de la movilización en la capital.
La lluvia no tuvo piedad. Poco antes de las 16:00, el aguacero era muy fuerte sobre el centro norte de Quito. El olor de la hierba mojada del parque de El Ejido se mezclaba con el del estiércol que provenía de un camión de la Unidad de Equitación y Remonta de la Policía. Del camión habían bajado diez caballos provistos de armaduras. Parecían de esos que montaban los cruzados, listos para combatir a los infieles para rescatar la Tierra Santa. Pero sus jinetes no eran cruzados. Eran sendos policías que, contra las recomendaciones de seguridad en una tormenta, buscaban guarecerse del aguacero bajo los árboles del parque.
Pasaban junto a ellos, con ponchos de aguas de plástico amarillo, en una hilera como de hormigas caminando por el prado, los indígenas con su andar apresurado, que cruzaban el parque hacia la avenida Diez de Agosto, para sumarse a la marcha del 19 de marzo.
Ellos, los indígenas, expertos en enfrentar los elementos, como cuando en el páramo vencen el frío y el viento, el polvo y el sol, caminan disciplinados hacia su puesto en la marcha. Detrás, estaban los obreros, los sindicalistas, los políticos ex correístas, los emepedistas, los médicos y los estudiantes de medicina, los jóvenes anarquistas, las feministas, los artistas, y otros que han llegado temprano, a pesar de la lluvia, a sumarse a la concentración.
La marea de gente va a contramarea de los torrentes que bajan por la calle. Los zapatos de taco bajo de la mujeres indígenas se cubren de agua hasta los tobillos.
A las 16:00, casi a la hora en punto, la marcha se empieza a mover. Y es que la lluvia apremia. Los vendedores de paraguas y ponchos de agua, con ese olfato que tienen para proveerse de mercadería precisa en el momento adecuado, circulan por todos los grupos, prestos a proteger de la lluvia a cambio de un dólar a los marchantes. Pero, ya se sabe, los paraguas no sirven de mucho en las calles empinadas de Quito. La marcha deja el sector de El Ejido y empieza a trepar la cuesta hacia el Centro Histórico, con la intención de llegar a la calle Guayaquil. La marea de gente va a contramarea de los torrentes que bajan por la calle. Los zapatos de taco bajo de la mujeres indígenas se cubren de agua hasta los tobillos. Los mestizos, también cubiertos de plásticos de a un dólar, tienen zapatos y pantalones empapados.
Y los carteles, habitualmente hechos de cartulina, sucumben ante el aguacero. Algunos terminan de paraguas: la gente se tapa la cabeza con ellos. Otros, títeres de cartón que -muy jocosos no, se diría desde el poder- caricaturizan al Presidente de la República y se operan como marionetas con cordeles caen heridos de muerte por la tormenta. Una mujer, muy previsora, ha emplasticado su cartel que dice que viene a la marcha porque ya está harta de lo que ocurre en el país. El cartel vence a los elementos, pero la mujer tiene el cabello mojado. Eso no la detiene, y sigue caminando por Santa Prisca.
Pero los campesinos que forman la vanguardia de la marcha no se amilaman porque llueve un poco. Siguen a buen ritmo, saltando entre los charcos y evitando las correntadas que bajan en sentido contrario a aquel en que caminan, desde San Blas hacia la planicie de El Ejido.
Los torrentes arrastran loma abajo banderas, carteles y otros objetos que los marchantes dejan tras de sí. Un grupo de mujeres jóvenes empieza a gritar destempladamente: "qué ch... qué llueva, Quito no se ahueva"...
En San Blas, cuando las calles del Casco Antiguo empiezan y se estrechan, la gente empezó a llenar la calle Guayaquil. Los indígenas avanzaron rápido, y, a media marcha, están los jóvenes anarquistas. Estos llevan consigo envases de spray. Y con ellos, empiezan a dejar grafitos en las piedras coloniales de los conventos. Algunas personas de la misma marcha tratan de impedirlo, sin mucho éxito. Anarquista que se respeta no se detiene por piedras coloniales ni patrimonios centenarios.
Varias de las consignas que estampan en las murallas parecen dictadas por la Supercom: "los capitalistas son dueños de los medios, el pueblo de las calles". Los anarquistas han decidido atacar a la prensa y no al Gobierno, pues casi ningún grafito se refiere al correísmo.
En todas las intersecciones de la calle Guayaquil, en sentido norte-sur, hay piquetes de policías. Son, en su mayoría, aspirantes policiales vestidos con chalecos verdes fosforescentes.
No llevan equipos antimotines ni armas, salvo los que están apostados en Guayaquil y Chile, a una cuadra de la Plaza de la Independencia y del Palacio de Gobierno, que lucen armaduras y escudos. También llevan en la manos unas pequeñas cámaras, con las que graban las caras de todos los que pasan. Algunos evitan la pesquisa digital tapándose con el paraguas.
El trayecto de la marcha está blindado. Es imposible desviarse. La marcha, tras trepar la cuesta de San Agustín, baja nuevamente hacia la Plaza de Santo Domingo. Las paredes coloniales del Colegio de San Fernando tampoco se salvan de los anarquistas y las feministas que rechazan el Plan Familia que blanden el spray sin compasión alguna.
Al llegar a Guayaquil y Bolívar, la marcha trepa una nueva cuesta, esta vez, hacia la Plaza de San Francisco. Estudiantes secundarios del sur de Quito enfilan hacia la centenaria plaza, pero a ratos se detienen, se agachan un momento, y salen corriendo en una como estampida. A ese ritmo como de juego en el recreo arribaron a la Plaza de San Francisco.
El palco de los "pelucones" y los drones en el cielo
La Plaza de San Francisco está llena de gente, y, a diferencia de la última concentración del correísmo, no está en un 50% ocupada por una tarima gigantesca. Apenas hay una pequeña tarima cubierta con una carpa blanca en la esquina del costado norte. El resto de la Plaza está disponible para los marchantes. En la calle Benalcázar, varios piquetes de policías bloquean el paso al Palacio de Gobierno. Policías de civil, con pistolas en el cinto, reciben instrucciones de un funcionario de acento costeño que no se desampara de su Iphone. El costado norte del atrio está tomado totalmente por la Policía. Desde la escalinata central, en cambio, es posible acceder al atrio del templo franciscano. En el costado sur, un grupo de jóvenes visiblemente adinerados -relojes caros, chompas para la lluvia marca Columbia y The North Face, Samsungs S5- se han apostado en uno como palco, a prudente distancia de los indígenas, los trabajadores, los estudiantes de los colegios y universidades fiscales, y los encapuchados de ademán misterioso, tapados el rostro con pasamontañas o pañuelos, como quien juega al militante secreto de algún grupo clandestino y muy, pero muy, importante.
A la marcha se fue sumando, a partir de las 17:00, cuando paró el aguacero y terminó la jornada laboral, gente quiteña de clase media y alta, en un nutrido grupo que se hizo evidente ya que en marchas anteriores no se los había visto.
A la marcha se fue sumando, a partir de las 17:00, cuando paró el aguacero y terminó la jornada laboral, gente quiteña de clase media y alta, en un nutrido grupo que se hizo evidente ya que en marchas anteriores no se los había visto. Aunque muchas personas de esa extracción social estuvieron también en la Tribuna de la Avenida de Los Shirys, al norte de Quito, fueron llegando luego a la Plaza de San Francisco. Intelectuales feministas, abogados de ternos caros y militantes de partidos de centro derecha también se hicieron presentes. La delgada línea entre la sociedad marcada por la diversidad y la "fanesca" denunciada por el Gobierno era indistinguible.
"¿Y tú qué haces aquí? ¿Viniste a protestar por el precio del salmón?", ironizaban entre sí, sonrientes, los jóvenes adinerados.
Los "pelucones" miraban con curiosidad a los campesinos, los campesinos a los "pelucones" y todos, de cuando en vez, alzaban la vista al cielo, pues dos helicópteros, entre ellos un Súper Puma del Ejército, sobrevolaban la Plaza a baja altura, cuyo ruido lejano era apagado por las bandas de pueblo que no dejaron de tocar en la plaza ni callaron en los seis kilómetros de recorrido entre el edificio de la Caja del Seguro hasta la Plaza San Francisco.
Al Súper Puma se sumaron dos drones: uno pequeño y blanco, y otro negro, más grande, con luces verdes y rojas, y unas cámaras grandes y evidentes, que parecían filmar las caras de todos desde lo alto. A los aparatos voladores los recibieron con pifias.
"¿Y si nos tomamos un selfie con los drones?" propuso un "pelucón" y arrancó risas de su grupo. Pero también se hicieron bromas sobre los helicópteros, que fueron catalogados como un peligro en caso de que fueran los Dhruv, y no faltó quien dijera que el equipo que manejaba los drones, al parecer, desde la terraza del palacio que alberga al lujoso hotel Casa Gangotena, debía llamarse Los Ángeles para que la sigla quede como LA-DRONES.
La tarima silenciada
En la tarima, entre tanto, el habitual discurso de barricada de los dirigentes indígenas, sindicalistas, y ex correístas, de aquellos que han vuelto al redil de la izquierda con el rabo entre las piernas, pues ante la imposibilidad de tragar el correísmo curuchupa, han decidido escupirlo entero. Que el pueblo, unido, jamás será vencido. De pronto, la pequeña tarima se quedó sin luz. Corrió el rumor de que se la cortaron y eso silenció las intervenciones de quienes se apostaron en la tarima.
Las personas de clase media lucían una camiseta blanca: "Yo marcho, tu marchas, él marcha", decía la leyenda. Hacia las 18:00, ante el silencio de la tarima, la gente empezó a regresar por donde había venido. Un exaltado tomaba fotos desde media plaza, pidiendo a la gente en el atrio, a gritos, que levante el puño en ademán libertario. No faltó quien le pose para la foto, con la derecha en alto.
La plaza se había vaciado y vuelto a llenar al menos dos veces, sobre todo desde cuando terminaron de llegar las delegaciones de los sindicatos y gremios obreros y empezó a llegar la plaza el movimiento indígena con banderas gigantes del arcoiris.
En otro lado de la plaza, un viejo sindicalista echaba números: San Francisco puede albergar a unas 40 mil personas. Y estaba casi llena, aunque había amplios claros en especial en el centro de la Plaza y se decía que había gente en la calle Bolívar que no entraba al cuadrilátero de San Francisco. Entre 50 y 60 mil personas, decía, convencido de su aritmética. Esto no era exacto: la gente se colocó en el costado sur de la Plaza, y ante el silencio de la pequeña tarima, empezó a volver por donde había venido. Lo cual significaba que la plaza se había vaciado y vuelto a llenar al menos dos veces, sobre todo desde cuando terminaron de llegar las delegaciones de los sindicatos y gremios obreros y empezó a llegar la plaza el movimiento indígena con banderas gigantes del arcoiris, y las miles de personas de clase media, ciudadanos comunes que se había sumado desde la avenida de los Shyris y habían engrosado la movilización hasta la plaza San Francisco. Un observador que se hubiese colocado en la esquina de San Agustín, al pie de la Plaza Grande, donde hubo poco movimiento, habría de separar durante dos horas y media de una apretada corriente humana para mirar la cabeza y el fin de la marcha. Quienes llegaron a las cinco de la tarde a la plaza, vieron cómo seguía arribando gente hasta casi las siete de la noche y cómo miles de personas que iniciaron el regreso por la misma calle Guayaquil armaron una nueva marcha hasta la avenida 10 de Agosto.
La Plaza se fue vaciando, hacia las 18:30, dejando el terreno libre para los encapuchados que, como es habitual, chocaron con policías con escudos en donde alguien pintó algunas leyendas . Un apurado Ministro del Interior, hacia las 19:00, denunciaba el ataque contra un patrullero y varios policías, y la detención de por lo menos dos manifestantes.
Mucho más que en la marcha del 19 de noviembre del 2014, en Quito hubo mucha más presencia de ciudadanos de clase media, vinculados a sectores no sindicales, como la Cámara de Comercio de Quito, con Blasco Peñaherrera a la cabeza, o Juan Carlos Solines ex binomio presidencial con Guillermo Lasso, el asambleísta Ramiro Aguilar y miembros de su estudio jurídico, y otros sectores como militares y policías en servicio pasivo, entre los cuales estuvieron el general de Ejército (sp), Ernesto González, quien hace poco publicó el libro Testimonio de un Comandante, o el coronel César Carrión entre otros.
También se hicieron presentes maestros de las universidades de la Capital, académicos como Enrique Ayala Mora, rector de la Universidad Andina Simón Bolívar, quien encabezó una nutrida delegación del Partido Socialista.
Los movilizados, que se agruparon en sindicatos y gremios hicieron, el llamado para un paro nacional que se planificaría luego de la marcha del 1ro. de Mayo. Y a pesar de las advertencia de los sectores vinculados a la izquierda, sindicatos y gremios, de que "la derecha no será bienvenida", hubo centenares de movilizados desde la centro derecha y la centro izquierda, y muchísimos más independientes, que reclamaron su derecho a participar en las protestas.
[RELA CIONA DAS]




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