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13 de Febrero del 2018
Historias
Lectura: 15 minutos
13 de Febrero del 2018
Álex Ron

Escritor y catedrático universitario.

Arte, desencanto y revolución

Fotomontaje: PlanV

Las políticas estatales sumieron al arte no oficial en una especie de vasallaje hacia los contendos de las obras que eran subvencionadas. Tres artistas se pronuncian.

 

Tres artistas: Andrés Crespo (actor), Ernesto Carrión (escritor) y Sebastián Cordero (director y guionista cinematográfico) hacen una evaluación de los diez años pasados en torno al arte. De la mano de Alex Ron (escritor, residente en Manta) muestran las cicatrices de la marca estatal en el arte ecuatoriano, critican la mediocridad imperante y reivindican los caminos del arte para cambiar de registro e intentarlo de nuevo.

La libertad es el bien mayor del hombre, para alcanzarla y mantenerla, es necesario una conciencia despierta. El papel del artista es contribuir al despertar de la conciencia de las personas.

Jean Paul Sartre

Todo artista busca transformar la realidad, pero muchas veces la realidad impone sus tiempos y signos hasta convertir al artista en un simple experimento de la historia. Aquí un acercamiento a varios actores culturales ecuatorianos de indiscutible relevancia que vivieron la década correísta con intensidad y que hacen una lectura política de lo vivido con Rafael Correa y su gobierno.

  ANDRÉS CRESPO   (Guayaquil, 1970)

 

Urdesino, actuó en varias películas como Pescador , Sin muertos no hay carnaval, Prometeo deportado, Sin otoño sin primavera.  Ganador de algunos festivales internacionales con su personaje de Blanquito en la cinta Pescador

Desde tu sensibilidad como actor y escritor, ¿cómo has vivido estos diez años de correísmo?

Ha sido un proceso de desencantamiento tenaz, hoy vivo con una vergüenza transparente porque yo fui parte del sueño colectivo por cambiar el Ecuador a través de la Revolución Ciudadana. Después terminé siendo un testigo más  de un proceso de descomposición política nunca antes visto. En su momento planteamos Gkill City como una voz de alerta frente a un estilo narcisista de gobierno, al final venció el estado de propaganda.

¿Cómo ves el estado de propaganda al que llegamos con Rafael Correa?

Como el máximo rango de prostitución de la comunicación y la imagen, subestimando y engañando a la gente. Pobreza de espíritu de los que estuvieron a cargo de comunicación y publicidad gubernamental.

¿Las políticas culturales del gobierno de la Revolución Ciudadana no terminaron silenciando políticamente a los diversos artistas ecuatorianos?

La vulnerabilidad del artista frente al poder fue muy alta porque el artista siempre ha estado jodido económicamente y ha dependido de un mecenas. El estado fue el nuevo mecenas pero la creación no pudo ser libre. Por eso digo que los artistas deberíamos tener un negocio propio, aunque sea una tiendita de barrio.

¿El cine subvencionado por el Estado cumplió su rol liberador de conciencias?

No, porque siempre existió una mentalidad elitista, onanista, fuera de la realidad. No se dio una lucha estética para enfrentar a la industria cinematográfica de Hollywood. Por otro lado el sentido crítico respecto a lo que pasaba en el país fue muy pobre.

¿Existió libertad para crear historias aún siendo financiados por el Ministerio de Cultura?

El problema es que la plata compra una actitud, tú recibes dinero del Estado y de una u otra forma creas una premisa: no joder a tu auspiciante. La plata te compra de antemano. Los países donde se ha permitido que la empresa privada financie proyectos cinematográficos a cambio de reducción de impuestos han tenido éxito. Ahí se encuentra producción cinematográfica más democrática, ha sido un proceso más bacán.

¿Cuál es tu desafío como artista frente al futuro?

Seguir siendo crítico desde mi trinchera en redes sociales, usar la experiencia de los últimos años para adelantarnos a los hechos, para crear una sociedad más inteligente. Creo que el documental es un arma para enfrentar al poder basta ver “Con mi corazón en Yambo” (María Fernanda Restrepo), “La muerte de Roldós” (Manolo Sarmiento)  y “Abuelos”  (Carla Valencia) para darnos cuenta de la capacidad de denuncia de este género.

En la última década se dieron crímenes de estado: Fausto Valdivieso, Gral. Gabela, FredyTaish. Falta mucho por transparentar y ahí el cine documental será fundamental.

  ERNESTO CARRIÓN   (Guayaquil, 1977)

 

Escritor. Premio Casa de las Américas de Novela 2017, Premio Lipp de Novela 2017, Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade (2008), Premio Latinoamericano de Poesía Ciudad de Medellín (2007)

¿Cuál es tu lectura política de los últimos diez años de correísmo en Ecuador?

Hay una frase de Nicanor Parra que me gusta mucho, y que para mí se aplica a cualquier artista liberado de las ideologías que pretenden jalarnos de un lado hacia el otro: «Hasta cuando siguen fregando la cachimba: Yo no soy derechista ni izquierdista. Yo simplemente rompo con todo».

Sin embargo, si algo se puede criticar de estos últimos diez años, casi con certeza, es la elevación de un pseudo-izquierdismo, un socialismo Disney, donde aquellos que apuntan a pelear por las masas más necesitadas viven de un modo capitalista extremadamente contradictorio.

¿Las políticas culturales del gobierno de la Revolución Ciudadana terminaron silenciando políticamente a los diversos escritores ecuatorianos?

Valdría cuestionarnos sobre las políticas culturales. ¿Han sucedido realmente? ¿Hemos empezado en algún momento a ser un país donde se respete el trabajo del artista y del escritor? ¿O seguimos siendo una nación donde, al igual que en algunas otras, los escritores viven aupados por el canon gracias a sus relaciones políticas con el poder? Lo que quiere decir que para ser escritor en un país sin lectores -como el nuestro-, para sobrevivir y no perecer en el anonimato o en el desgaste laboral, debes generar lazos con el poder político de turno. ¿O no han sido precisamente muchos de los "escritores canónicos ecuatorianos" servidores del poder político ejerciendo cargos en embajadas a través de la historia? 

El asunto va más allá de la izquierda o de la derecha. La fascinación por la ideología, en el caso de un escritor, es siempre algo peligroso, ya que puede representar la anulación de su conciencia crítica. El fanatismo es ceguera, y de la peor. Un escritor se debe a su tiempo, y a la crítica de ese tiempo, así como a la crítica de sí mismo.

¿Y el Ministerio de Cultura?

La creación, hace diez años, del Ministerio de Cultura supuso una política cultural, el origen de un espacio para brindar oportunidades a los creadores, sin embargo sospecho que nació únicamente como un espejismo de una política que intentaba distinguirse de otras, pintándose de igualitaria e incluyente, pero que al nacer de un plumazo, en su gesto resumió su intención. Ya que las políticas culturales reales demandan de cambios profundos, que incluyen muchos más factores y urgencias que la elevación de una figura como un monumento. 

¿El artista ecuatoriano sigue siendo un marginal o se transformó en un ser complaciente con el poder, un simple cómplice?

Ser artista en Ecuador será siempre ser marginal hasta que el Estado Nación decida sacarnos de ese sitio donde vivimos estigmatizados por todos los ciudadanos de nuestro país. Esa era la obligación del Ministerio naciente, no seguir precarizando el trabajo del artista, del actor, del pintor, del músico, del cineasta, del poeta, etc. El deber del Ministerio de Cultura debería ser, además de atender a los creadores para que puedan vivir con dignidad, remunerando sus actividades, cambiar ante los ojos de la sociedad su imagen, sensibilizar a la sociedad para que está entienda que sus artistas son quienes colaboran con los cambios y quienes generan productos culturales que sobreviven al tiempo y que nos ayudan a entendernos como ciudadanos de cada país y del mundo que nos toca vivir. Vale saber que en un país como Uruguay, por ejemplo, figuran en muchos de sus billetes poetas, pintores, músicos e intelectuales, más que políticos y soldados.

Entonces en Ecuador los escritores siempre seremos marginales, orillados a ser leídos por menos de 300 personas en un número considerado de años. Y esto es así, por falta de políticas públicas que descentralicen la cultura, que "desquiteñicen" la forma de mezclar literatura con política y relaciones públicas.

Tú hablabas de realizar una auditoría respecto al financiamiento de viajes a escritores. ¿Por qué?

Me parece que debe realizarse una auditoria a los 10 últimos años de lo que sucedió dentro del Ministerio de Cultura, y me refiero, en calidad de escritor y gestor de un festival de poesía, sobre dónde, porqué , y a quiénes se les destinaron fondos, publicaciones (si las hubo) y viajes al exterior, en calidad de representantes del país. Esto lo digo porque hay escritores -no es mi caso, fui invitado 3 veces en 10 años- que fueron invitados muy poco o ni una sola vez, y esto por ser de sectores alejados del centro, donde está la decisión del poder. Asimismo, estoy seguro de que deben haber casos a la inversa, de muchos autores que salieron 7 o 10 veces, por sus relaciones con el poder de turno. El nuevo ministerio de cultura debe ayudar a transparentar esto. 

De otra manera, seguiremos viviendo en una cultura de clanes, que solo representa atraso para nuestra cultura.

¿Nos hemos quedado en una repetición de eventos y estereotipos culturales?

El evento se lo lleva el viento, los eventos no hacen cultura, hay que producir saberes que deben ser aprovechados por la comunidad. Yo sí creo que en un poema puede y debe cambiar la percepción del mundo. Pero con políticas culturales tan encerradas en lo clánico es imposible, Medardo Ángel Silva debería estar publicado por Visor. Hay que llevar la literatura a los cantones, hacer que los niños cuenten historias, crear talleres literarios en los pueblos, ahí deberían estar los burócratas de la cultura...

¿Han funcionado los fondos concursables?

Los fondos concursables es, por supuesto, un estímulo, una política cultural acertada, sin embargo mientras estos fondos sigan beneficiando al menos del 1 por ciento de la población del Ecuador, no generarán ningún cambio real dentro de la cultura nacional. Solo se corre el riesgo de que terminen ganando esos fondos los mismos actores de siempre, así no se abre el abanico a nuevas, variadas e incipientes propuestas que merecen también ser estimuladas para germinar. 

En diez años no se ha creado una obra que alcance a reflejar el fenómeno populista de Correa, ¿por qué?

Tal vez esto sea así, porque estamos pasando de una etapa a otra, o porque no hemos ni siquiera salido aún de allí. 

Pienso que el correismo demostró que nuestro país es muy inmaduro políticamente.  Aunque desde antes ya habíamos mostrado que nos moviliza la idea del caudillo sobre la idea de una nación llena de ciudadanos capaces, que por civilidad y amor al prójimo, se relacione en aras de justicia. Soñamos con la segunda y tercera llegada de Jesucristo. Y esa forma en la que nos relacionamos políticamente es inmadura y perjudicial, pues al mismo tiempo nos aleja de la responsabilidad sobre lo que sucede en el país, ya que vamos así entregando el poder a "un salvador" en lugar de a un  funcionario que tiene 4 años para ejecutar con visión nuestros recursos. Hay que recordar aquí la frase de Henry Miller: «toda rebeldía instaura una tiranía». Hay que estar despiertos y siempre que sintamos que el fanatismo entra en nosotros, abrir los ojos, pues solo la autocrítica -me parece- puede salvarnos. 

  SEBASTIÁN CORDERO    (Quito, 1972)

 

Director de varias películas como “Sin muertos no hay carnaval” (2017), “Pescador” (2007), “Rabia” (2010), “Ratas, ratones y rateros” (1998), entre otras. Actualmente es el director de cine más reconocido a nivel nacional e internacional.

Se dio un cambio de paradigma para hacer y entender el cine en los últimos diez años, ¿qué ha cambiado?

El cine ecuatoriano es muy diverso, hay mucha variedad de propuestas. Creo que el documental ha sido lo más potente: “Con mi corazón en Yambo” (María Fernanda Restrepo), “La muerte de Roldós” (Manolo Sarmiento).

Hay algunas pelis de ficción que me gustan “Resonancia” (Mateo Herrera); “Alba” (Ana Cristina Barragán) y “Mejor no hablar de ciertas cosas” (Xavier Andrade).

Pero es cierto no hemos tenido una peli que cambie paradigmas como en su tiempo lo hicieron “Memorias del subdesarrollo” de Tomás Gutiérrez o “Cuatro, meses, tres semanas, dos días” de Mungiu.

¿La sed creativa se mantiene?

Creo que en estos diez años han existido búsquedas pero se ha perdido la conexión con el público, por dar un ejemplo en 2011 “Pescador” tuvo 105000 espectadores y en 2017 ”Sin muertos no hay Carnaval” solo llegó a 45000.  “Pescador” costó la tercera parte de lo que costó “Sin muertos no hay carnaval”.

Mi cine ha sido de observación y crítica, no planteo soluciones, son situaciones complejas. El contenido crítico se ha mantenido denunciando las cosas que suceden a diario. “Pescador” y “Sin muertos no hay carnaval” retratan situaciones reales pero con diferentes puntos de vista. “Pescador” es un Cándido de Voltaire, un tipo optimista que tiene el valor para negarse a hacer algo. “Sin muertos no hay carnaval” es una peli que refleja al Guayaquil que no aparece en las postales, el otro Guayaquil.

Al inicio fui muy optimista, el apoyo al cine fue muy positivo pero de a poco se dieron cosas que no me gustaban. Por ejemplo muchas veces se forzaban procesos creativos para cumplir con ciertos requisitos burocráticos.

El desencanto es real, estamos igual de jodidos que antes, pero para enfrentarlo tenemos la memoria y hay que inventar nuevos caminos. Yo estoy con tres proyectos más de tipo personal, creo que es un buen momento para viajar dentro de uno mismo a través del arte.

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Arte, desencanto y revolución
 


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