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12 de Abril del 2015
Historias
Lectura: 11 minutos
12 de Abril del 2015
Juan Jacobo Velasco
Cien pancartas

Foto: Presidencia de la República

El Presidente en la inauguración del nuevo tramo del puente de la Unidad Nacional, sobre el río Guayas.

 

El de la coyuntura económica actual es el mejor justificativo para plantearse opciones de políticas de gasto fiscal o replantearse varias agendas que en su momento fueron esbozadas pero a la postre se incumplieron. El consorcio de medios de comunicación estatales debiera ser vendido total o parcialmente. Esa fue una propuesta del mismo Gobierno cuando se incautaron varios de esos medios.

Debiera parecer extraño pero resulta ser la normalidad. Cada obra gubernamental tiene un aparataje publicitario que incluso en época de bonanza petrolera resultaba algo ostentoso pero que en este periodo de vacas flacas ciertamente es exagerado e irracional.

Más allá de lo costos asociados a las sabatinas, la publicidad incesante o el tinglado de medios gubernamentales, lo realmente llamativo es que en este momento de fuerte crisis interna y de la serie de medidas tomadas para sostener una situación fiscal y de balanza de pagos cada vez más complicada, nadie ha dicho nada acerca de un gasto realmente suntuario, que no genera ningún resultado productivo y que se presenta como una contradicción gubernamental enorme en términos de las razones por las cuales está operando la lógica de la nueva matriz productiva y los énfasis de las medidas de protección arancelaria.

Para muestra un botón. Un problema de salud de un familiar me obligó a regresar al Ecuador de urgencia. En el trayecto al centro hospitalario, me tocó atravesar varias veces el tramo entre Samborondón y Guayaquil, usando la parte del Puente de la Unidad Nacional que conecta esos dos sectores.

Desde su construcción, dicho puente se constituyó en una de las principales arterias del país. Y quizás sea la más importante, si se considera que es el último tramo que conecta a la Sierra y a buena parte de la Costa con Guayaquil para embrocar el importantísimo flujo de gente, comercio, producción y exportaciones hacia y desde el puerto principal. Su nombre refleja meridianamente lo que el puente hace: une a un país y lo conecta con su esencia funcional y estratégica como ninguna otra vía o tramo vial.

Los guayaquileños sabemos que históricamente el puente no ha sido tratado a la altura de su importancia. Una mezcla entre dejadez y falta de iniciativa para remozarlo tuvieron su efecto en el decaimiento y estrechez –dado el flujo incremental de vehículos, particularmente con el aumento de la población en la vía a Samborondón- que la obra mostraba con el paso de los años. Hasta que el gobierno de Rafael Correa tomó la decisión de mejorarlo, ampliarlo e re-iluminarlo, en una acción que todos los ecuatorianos, y particularmente los guayaquileños, agradecemos y aplaudimos.

La iniciativa permitió tener un puente moderno y sólido, que seguramente durará varias décadas más. En este momento la obra sigue siendo vital porque todavía no hay otros puentes accesorios. Por ende, el de la Unidad Nacional es un paso obligatorio y un ejemplo que retrata la inversión estatal en infraestructura. En ese sentido, la obra es en sí misma un excelente  medio de márquetin revolucionario.

Hasta ahí todo bien. Puede haber la típica discusión de café sobre el costo total de la obra de remozamiento del puente o si era necesario o no tener tantas luminarias (más de 200, si se suma el total de los postes de alumbrado de los tramos de ida y venida) solo en el trayecto La Puntilla-Guayaquil. Pero lo que llama poderosamente la atención es que en ese mismo trayecto, que constituye la mitad del puente, sumadas las vías de ida y venida, y a izquierda y derecha de cada vía, a razón de dos postes de alumbrado sobresale una pancarta con el rostro de Rafael Correa y la frase “avanzamos patria”. Cada pancarta se ve costosa y es una repetición permanente de la imagen presidencial y de la frase que se convirtió en gancho comercial del régimen.  No existe ninguna innovación en un entramado tan repetitivo y cliché como el discurso del Gobierno. A vuelo de pájaro, solo en ese tramo existen 100 pancartas con la figura del primer mandatario, cifra que me imagino debe duplicarse si se contabilizan las pancartas en el resto del puente y en el trayecto total, incluyendo la conexión en La Puntilla.

La obra de mejoramiento del puente ha sido significativa y necesaria. Nadie tiene duda de su impacto diario y de su alcance en el mediano y largo plazos. Pero lo que cuesta entender es por qué el puente se convirtió en una exposición artística del mismo rostro y muletilla presidencial repetida  100 veces solo en la mitad del mismo.

La obra de mejoramiento del puente ha sido significativa y necesaria. Nadie tiene duda de su impacto diario y de su alcance en el mediano y largo plazos. Pero lo que cuesta entender es por qué el puente se convirtió en una exposición artística del mismo rostro y muletilla presidencial repetida  100 veces solo en la mitad del mismo. Esta lógica se replica ad aeternum en cuanta obra pública ha sido tocada por la mano revolucionaria. Quizás cambian los gestos presidenciales, la extensión y contenidos de las frases y el tamaño de la pancarta, pero un conteo de las vallas publicitarias y de cuanto instrumento del márquetin exista para mostrar las maravillas del Gobierno, seguramente permitiría arribar a la conclusión de que la campaña de mercadeo de la Revolución Ciudadana no es solo exagerada sino que raya en lo estrafalario y en el sinsentido.

La del aparato de mercadeo del Gobierno resulta una muestra palpable de las notorias contradicciones en las que cae la autoridad sin ningún rubor en este periodo recesivo. Por una parte, el Gobierno da cuenta de la crisis económica que está experimentando el país como consecuencia del excesivo endeudamiento, la caída de los términos de intercambio por un escenario de precios bajos del crudo y un sector externo afectado por un dólar apreciado. Su respuesta ha venido en la forma de mayores restricciones a la importación, de incrementos tributarios y de empezar a esbozar a cuentagotas las ventajas de una salida de la dolarización para adoptar una moneda nacional que permita devaluar.

Empero, más allá de las voceadas bajas de sueldos de algunas autoridades, en una acción que no tiene impacto real en el presupuesto fiscal,  nada se ha dicho en serio sobre la necesidad de racionalizar el gasto urgentemente.  Lo de los excesos del aparato de mercadeo y de medios de comunicación del Gobierno es quizás el hecho más elocuente de un tipo de gasto público a todas luces suntuario e improductivo. ¿Bajo qué justificativo se pueden mantener los gastos mediáticos y de mercadeo cuando la economía nacional necesita de una reestructuración del gasto público inteligente, racional y, sobre todo, consecuente con la precariedad económica? ¿No era que la incautación de algunos medios de comunicación se hizo con el objetivo de ser revendidos posteriormente?

El de la coyuntura económica actual es el mejor justificativo para plantearse opciones de políticas de gasto fiscal o replantearse varias agendas que en su momento fueron esbozadas pero a la postre se incumplieron. El consorcio de medios de comunicación estatales debiera ser vendido total o parcialmente. Esa fue una propuesta del mismo Gobierno cuando se incautaron varios de esos medios. Y vaya que cobra sentido en la actualidad, cuando el Ejecutivo requiere urgentemente de recursos para paliar su forado presupuestario. La venta de medios implicaría dos cosas. Por un lado, una fuente de ingresos como consecuencia de la venta de los activos, la señal (en el caso de las radios y canales de televisión) y de la marca. Por otra parte, la venta implicaría reducir el gasto corriente administrativo y de gestión, que en el caso de los medios de comunicación públicos seguramente exceden a los ingresos.

Otra estrategia tan atingente como necesaria sería la reducción del aparato de mercadeo estatal. Varias veces se han hecho estimaciones del costo de las sabatinas, que parecieran implicar varias decenas de miles de dólares de las arcas fiscales por emisión. Tal como ocurre con es el esquema de las salvaguardias, la coyuntura de crisis económica debería gatillar una racionalización que pudiera significar la suspensión temporal de las sabatinas o la reducción sustantiva de su número.

Dos ejes debieran ser los puntos de partida de una estrategia más grande que lleve a reorganizar la estructura estatal, particularmente la lógica mediante la cual existen tantos ministerios y un aparato burocrático que, como el big bang, se expandió a la velocidad de la luz y a niveles inimaginables.

Lo mismo debiera ocurrir con todos los medios de mercadeo que se observan. No solo que 50, 100 o el número de pancartas que sea es una demostración ostentosa en una obra pública. Adquiere ribetes de irracional, estrafalaria y ciertamente irresponsable cuando la economía nacional es débil, existe déficit fiscal y se le está pidiendo al país sacrificios que implican limitar el gasto y asumir los costos de la aplicación de medidas como las salvaguardias.

Estos dos ejes debieran ser los puntos de partida de una estrategia más grande que lleve a reorganizar la estructura estatal, particularmente la lógica mediante la cual existen tantos ministerios y un aparato burocrático que, como el big bang, se expandió a la velocidad de la luz y a niveles inimaginables. Pero una buena manera de comenzar esta estrategia debiera ser bajar el número de pancartas que se repiten sin ninguna razón de ser, en un acto que mezcla egolatría, mal gusto, irresponsabilidad fiscal e inconsecuencia en un periodo de crisis como la actual.

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