

El coronel Christian Rueda es obligado a hablar por la radio con sus compañeros para pedirles que no repriman al movimiento indígena.
Fotos: Luis Argüello / PlanV

Rueda, junto a otros nueve policías, fueron retenidos y obligados a hacer todo lo que los dirigentes quisieron, en el escenario del Ágora de la Casa de la Cultura. Fotos: luis Argüello / PlanV

El escenario fue la tarima política donde se desarrollo un acto de recriminación pública a policías y a algunos periodistas. Fotos: Luis Argüello / PlanV
En el Ágora de la Casa de la Cultura Ecuatoriana había indignación. Un enojo nunca antes visto que se había incrementado en la tarde y noche del pasado miércoles después de la represión policial de los últimos días contra los manifestantes. Aunque en esas confrontaciones también salieron heridos policías como el uniformado que se quemó tras ser impactado por una bomba molotov, un hecho donde se investiga a los autores de ese ataque.
Pero el jueves temprano los ánimos ya estaban caldeados. La Conaie anunció en sus redes sociales la muerte de indígenas en Quito durante las protestas sin precisar cuántos y ni las circunstancias. Más tarde otros dirigentes confirmaron que el indígena Inocencio Tucumbi era una víctima. Mientras que otras autoridades indígenas sostenían que había más fallecidos en las últimas horas en Quito. Por ejemplo, en la lista que mostró a Plan V el prefecto de Cotopaxi, Jorge Guamán, estaban los nombres de Raúl Chilpe, Marco Oto y José Daniel Chaluisa. Pero Chilpe murió en Molleturo, Azuay, el 6 de octubre en un atropellamiento; Oto y Chaluisa fallecieron en el hospital Carlos Andrade Marín —entre el 8 y 9 de octubre— por las graves heridas que tenían después de caer de un puente en San Roque, en el centro de Quito, durante una persecución policial. Los indígenas han contado como suyos también las muertes de Oto y Chaluisa. Iza también mencionó la muerte de una persona en Latacunga. Eso se confirmó tres días después cuando la Defensoría del Pueblo actualizó la lista de fallecidos a siete víctimas. El otro dirigente al que se refería Iza era José Rodrigo Chaluisa, quien murió por asfixia y arrollamiento cerca a El Arbolito el 9 de octubre, según la entidad estatal. En Quito, durante las protestas, hubo otros dos muertos: Abelardo Vega Chaizaguano, arrollado por un patrullero y Silvia Marlene Mera Navarrete, quien fallece por un accidente en moto en un cierre vial. Ambas muertes ocurrieron en el centro de Quito durante las protestas del 11 de octubre.
Miles de celulares fueron usados por los activistas del movimiento indígena para registrar y difundir los hechos ocurridos en el Ágora.
Dentro del ágora, el jueves y desde los micrófonos, el dirigente Leonidas Iza aseguraba que estaban por llegar “los cuerpos” de los caídos sin ofrecer mayor información. La gente enardecida vitoreaba las palabras del dirigente. El cerco informativo ha sido otro protagonista de la crisis. En búsqueda de información sobre las otras muertes, Plan V se dirigió a Medicina Legal y al hospital Eugenio Espejo. En el primer lugar, un funcionario dijo conocer solo la existencia de un cuerpo, el de Tucumbi. En el hospital, donde falleció el indígena, se encontró un fuerte hermetismo para dar información. También se corrió el rumor de más víctimas en el hospital Andrade Marín, pero esa casa de salud tampoco dio datos. Fuentes extraoficiales médicas se contradijeron sobre la existencia o no de más cuerpos. Desde el Ministerio de Salud el silencio ha sido implacable.
Así van las cifras de las protestas en Ecuador hasta el 13 de octubre: 7 muertos y 1.340 heridos, según la Defensoría del Pueblo. La entidad también informó sobre 1.152 detenidos. Hasta el 11 de octubre había 108 policías heridos, tres de ellos graves. Y 127 periodistas atacados, según Fundamedios.
Entre la dirigencia indígena circularon fotografías de Tucumbi. Un rostro desfigurado, ensangrentado, con los ojos hinchados y amoratados era la imagen. Se observa también tubos conectados a su boca como parte de la atención que se le dio en emergencia. Iza aseguró que Tucumbi cayó por el impacto de una bomba y después le pasó los caballos en la noche del miércoles. El prefecto Guamán dijo a Plan V que al indígena le cayó un artefacto en la cabeza mientras huía de los policías que desalojaron el parque El Arbolito. En un video difundido, el hijo de Tucumbi aseguró que mientras buscaban ingresar a la Asamblea, alrededor de las 19:30, fueron perseguidos hasta la Universidad Salesiana. “Los señores policías nos siguieron con las bombas y dispararon a mi padre, desde los caballos, le disparan a la cabeza, y se murió mi padre”. Pero la ministra María Paula Romo, en cadena nacional, sostuvo que el manifestante murió por una caída y no por un golpe ni asfixia, según -dijo- el informe de autopsia que tenía. Tampoco la secretaria de Estado dio detalles de cómo fue esa caída. Como en las otras tres muertes, Romo ha exculpado a la Policía de esos hechos. Pero en el Ágora, los indígenas tenían claro quienes eran los responsables y ese fue el detonante de una jornada inédita.
Los miembros de la guardia comunitaria indígena usan escudos artesanales, de madera sobre todo, y palos o lanzas con clavos en los extremos.
Un ágora convertida en plaza pública para la recriminación
Lo que ocurrió en el Ágora de la Casa de la Cultura fue el desplazamiento político de una dirigencia moderada por parte de una dirigencia radical, más joven y dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias. La víspera, se había anunciado ya por algunos canales oficiales que se esperaba concretar un diálogo el jueves. Pero ese día, a las siete de la mañana, las cosas cambiaron para siempre. Un patrullero de la policía de turismo fue retenido a la altura de la iglesia de El Girón, en la calle Veintimilla. Por tener información de que había varios muertos, la noche anterior, las bases indígenas detuvieron a los policías. Estos comunicaron el hecho a su jefe inmediato, el coronel Christian Rueda Ramos el cual se acercó con otros efectivos. Por la seguridad de sus hombres y una mujer policía, se ofreció a ir hasta el Ágora con sus uniformados para garantizar que no habría represión y violencia por parte de la Policía. Y ahí fueron retenidos los primeros ocho policías. Al igual que las cinco de las motos policiales en que iba parte de los gendarmes.
Mientras tanto, en la tribuna del ágora, donde miles de indígenas se habían concentrado, dentro y fuera, varios dirigentes hablaban. El primero en hacerlo fue un dirigente de Cotopaxi —de donde salieron las más numerosas y combativas comunidades que tomaron Quito— quien anunció la “captura” y que iba a llevar a la tarima a los policías, “con qué objetivo: hoy voy a conversar con los presidentes de las organizaciones, de las provincias, ya que nuestro presidente de la Conaie no está apoyando para la gran movilización”. Este reclamo, frente a unas bases indignadas por la represión policial, se profundizó cuando tomó el micrófono Leonidas Iza. Hijo de un dirigente histórico de Cotopaxi, este joven activista, desde la tarima, armó un perfomance de más de seis horas, en las cuales emocionó, exaltó y condujo la sesión de humillación y desquite en contra de los policías y luego contra los medios de comunicación.
Lo que ocurrió en el Ágora de la Casa de la Cultura fue el desplazamiento político de una dirigencia moderada por parte de una dirigencia radical, más joven y dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias.
Cerca de las 09:00, Iza había anunciado que harían la justicia indígena a los Policías y consultó a las enfervorizadas masas si dejaba pasar a los medios de comunicación, que se agolpaban fuera del ágora. 'Nooo', le respondieron miles, pero Iza les dijo desde el micrófono que debían hacer pasar “a Teleamazonas, a Ecuavisa” para que transmitan lo que estaba pasando en el ágora, y vean los cadáveres que iban a ser velados en la tarima.
Hacia las 10:00, el grupo de los ochos policías, pálidos y nerviosos, se los exponía sobre el escenario. Les quitaron sus medias, zapatos y botas policiales, que fueron colocados en bolsas negras y estas junto a las cinco motos que también habían sido retenidas. Para esa hora, el coronel Rueda se cubría por una bandera tricolor y era presionado a comunicarse por radio. Iza le acercó el micrófono para que la gente escuche lo que decía el coronel a sus colegas. Contó que había llegado voluntariamente y una voz respondió desde la radio en claves. Eso molestó a la gente. Iza pidió al uniformado, que estaba sin medias, que pida a la Policía que se retire de las inmediaciones del ágora y del parque El Arbolito para salir a una marcha pacífica. El líder buscaba garantías para una nueva protesta después de la represión policial y militar de la noche anterior. El coronel, en el radio, reiteró: “será una marcha pacífica”.
Las cinco motos capturadas a la Policía fueron ubicadas al pie del escenario.
Los pies del coronel Christian Rueda fueron los primeros y únicos en exhibirse, pues la dirigencia optó por no aplicar la justicia indígena a los uniformados.
Los diez policías capturados (a los 8 del inicio fueron sumados dos más) fueron el trofeo de la dirigencia radicalizada. En primer plano, René Íñiguez, periodista, en el sitio que fue asignado a la prensa.
La prensa permaneció más de siete horas en el Ágora. Los comunicadores fueron impedidos de circular libremente pues estaban rodeados de la guardia indígena. Abajo, un manifestante examina una de las motos policiales capturadas.
Eso fue transmitido en vivo o grabado por una treintena de periodistas que llegaron a cubrir la retención de los policías y una rueda de prensa de la dirigencia. Antes de esta, hubo innumerables reclamos a los medios por la falta de cobertura de las protestas indígenas de esos días. “Que los medios de comunicación se mantengan con el pueblo”, dijo Iza. Alrededor del escenario, varios indígenas eran los encargados de la seguridad, de la inteligencia y del monitoreo de los medios de comunicación. La guardia indígena se cubría de escudos rudimentarios hechos de tablas. Iza los escuchaba o los leía. Usaron papeles escritos a mano para transmitir mensajes que servían al dirigente para sus anuncios.
Uno de ellos fue el siguiente: “aquí nos vamos a mantener todos” en referencia a que indígenas, policías y periodistas no podrían salir hasta que sus pedidos se hagan efectivos. Otro indígena encargado de los medios pidió a sus compañeros que se coloque un cerco para evitar la salida de los comunicadores con el objetivo de garantizar la cobertura de sus discursos y de la misa en honor al indígena fallecido. Eso fue interpretado como un secuestro, aunque durante las seis horas que duraron los hechos, algunos equipos reportaron la salida e ingreso del lugar sin problema. Pero eso no ocurrió con el periodista de Teleamazonas, Freddy Paredes, quien fue perseguido y apedreado al salir del ágora (el incidente con Paredes está registrado por Plan V en este artículo de opinión). Dentro del recinto, a los periodistas se les dio agua, un sánduche, cola, huevos duros, se les facilitó la recarga de la batería de sus equipos para la transmisión y se les garantizó su seguridad y así fue. Pero se les exigió que transmitieran “todo” lo que ocurría allí dentro. En especial monitorearon la cobertura de los canales privados y públicos. “Sí está pasando”, “no está pasando”, eran los mensajes insistentes desde los vigilantes indígenas.
Lo sucedido dentro del ágora fue un acto, sobre todo, para contrarrestar el discurso oficial. Al mediodía, la cadena nacional dada por José Agusto Briones, secretario general de la Presidencia, fue escuchada a través de los parlantes. El funcionario anunció el secuestro de los policías y de los periodistas. Briones puso como condición del diálogo la liberación de los uniformados y de los comunicadores. El secretario dijo que la muerte del indígena fue por una caída. Una vez finalizada la cadena, Iza buscó desmentir cada una de esas afirmaciones. Sobre su compañero muerto, explicó que cayó por el golpe de una bomba. Tachó al Gobierno de asesino. Luego puso el micrófono a los policías retenidos. Para entonces ya sumaban 10 uniformados. Dos más habían sido identificados minutos antes por los indígenas y los señalaron como infiltrados. Eran de inteligencia y estaban vestidos de civil. Cada uno de los 10 gendarmes, temerosos y poco expresivos, afirmaron estar bien. “Para reprimir al pueblo se ponen valientes, aquí también tienen que estar machos, machos”, les dijo Iza. Pero otro tono lo puso Yesica Lechón, la única mujer policía del grupo, a quien la silbaron antes de su discurso. “Mis compañeros y yo estamos bien y no nos encontramos secuestrados”, dijo la uniformada con una expresión de preocupación. Sus últimas palabras provocaron gritos de apoyo. En el escenario apareció un hombre con uniforme que fue presentado como un “militar del pueblo”. Dijo: “el problema no son los uniformados, sino el Gobierno”. Las FF.AA. después desmintieron que fuera parte de las filas militares.
Cada uno de los policías fue obligado a decir por los micrófonos que no estaban secuestrados. Fue una idea de Iza para desmentir al secretario de la Presidencia, José Agusto.
Un hombre vestido de militar se hizo pasar como tal y desde el escenario abogó por la unidad de los militares con los indígenas.
Era el turno de los periodistas, pues también habían sido mencionados por la cadena. Los indígenas pidieron que suban al escenarios a los comunicadores. Los primeros en hacerlo fueron los periodistas de medios comunitarios, algunos hablaron en kichwa, y dijeron sumarse a la “lucha”. Pero Iza insistió en la presencia de representantes de los canales. El primero en subir fue Freddy Paredes de Teleamazonas. Paredes, en medio de pedidos de silencio, dijo: “hemos venido a receptar el punto de vista de los dirigentes. Yo particularmente quiero ir a procesar el material a mi canal”. Pidió salir. Iza le contestó: “Yo le pido con respeto. Les hemos pedido a ustedes de favor que están diciendo mentiras, están diciendo mentiras, ¡carajo! Hemos pedido a usted, humanamente les hemos dicho, cubran que ya vienen los muertitos y nos vamos todos. Totalmente de acuerdo, no es cierto. No es una condición individual, es una decisión colectiva. Tenemos que aprender a respetar también. Yo le pido por favor, no será usted, pero el canal está mintiendo diciendo que estamos haciendo disturbios y no ha habido muertes. Yo quiero que usted como persona, como ser humano, como hermano ecuatoriano simplemente diga la verdad aunque los medios tengan otras condiciones políticas. Y garantizamos total seguridad y comida”. Paredes insistió en salir para procesar la información. “Me han preguntado si estoy secuestrado o no, yo he venido voluntariamente y para confirmar que no estamos secuestrados los periodistas, queremos irnos los que necesitamos hacer nuestro trabajo para que se difunda (...) Quiero saber si no podemos salir los periodistas en este momento, quienes deseamos salir, cuál es el significado de lo que nos está pasando en este momento”. La audiencia estalló en silbidos y gritos. La comunicadora Eliana Champitiz fue la siguiente en el micrófono y se dirigió a los colegas: “todos sabemos que los medios tienen facilidades para hacer transmisiones en vivo desde acá, traigan las unidades móviles”. Desde el improvisado púlpito se cuestionó las coberturas y la falta de información sobre la represión policial. Álex Cevallos, de Ecuavisa, dio un discurso efusivo que fue aclamado por los indígenas. “Yo he venido voluntariamente a informar y a trabajar”.
Primera foto: uno de los "periodistas" comunitarios "desmiente" al gobierno al decir que no estaba secuestrado y luego se declara en favor de la protesta. Fotos del medio: Freddy Paredes fue también obligado a decir que no estaba secuestrado. Él cuestionó la medida de hecho y fue sometido a una limpia para "purificarlo". Foto final: el reportero de Ecuavisa, Alex Cevallos, dijo que no estaba secuestrado y su efusivo discurso a favor de los indígenas fue aclamado por miles.
Mauricio Herrera (GamaTV), Daniel Borja (Canal Uno), coincidieron con la opinión de Cevallos y llamaron a la paz y a la no violencia. Pero también hubo alocuciones contra la prensa tradicional por “oligárquica y hegemónica”. Las palabras alimentaban un resentimiento de larga data de los indígenas contra los medios tradicionales, un discurso perfeccionado durante el régimen de Rafael Correa contra el oficio. De ahí que la prensa ha sido uno de los actores más agredidos durante las movilizaciones: acompañados del epíteto ‘prensa corrupta’ se han registrado 127 ataques de distinto tipo hasta el domingo 13 de octubre.
Iza enfocó su discurso en la presa e insistió que el objetivo del movimiento indígena era que salga material de los hechos en el ágora en todos los medios. Estos a su vez hicieron lo que estuvo a su alcance para reportar los simbólicos discursos. Las fallas de internet fueron continuas y los comunicadores incluso recurrieron a los mensajes por SMS para pasar la información.
Un supuesto sargento del Ejército en servicio pasivo explica a los asistentes los impactos de la granada que sostiene Leonidas Iza en su mano derecha. El hombre dijo que esa era una bomba que podía matar a todos en el ágora y desaparecer a la gente a mil metros a la redonda.
Detalle de la bomba de gas lacrimógeno que es usada para dispersar movilizaciones. La policía mantiene el artefacto bajo su custodia.
Pero en el día hubo momentos tensionantes. Por ejemplo, cuando Iza anunció el hallazgo de una supuesta granada. Se paseó con ella afirmando que se trataba de un armamento letal. Pidió a uno de los asistentes, un sargento del Ejército en servicio pasivo, que informe sobre su letalidad. El hombre de sombrero y chompa negra dijo que las esquirlas podrían afectar a 1.000 metros a la redonda. Según webs especializadas, se trata de granadas de uso múltiple CTS Sting-Ball modelo 9590 con forma de pelota de goma que, al iniciarse, expulsan 105 bolas de goma con gas en un radio que rodea el dispositivo. Las 'sting-balls' se utilizan principalmente para el control de multitudes. La información de Iza fue corregida por la Conaie un día después en su cuenta de Twitter. Agregó que estos artefactos son usados por la Policía y lo denunció a DDHH. Pero la granada en manos de Iza causó nerviosismo entre los asistentes, quienes pidieron que la saque del lugar de puertas cerradas donde estaban entre 5.000 y 7.000 personas. Como parte de su demostración de que la granada era enviada por el gobierno, Iza pidió que sea llevado a la tarima al que portaba la granada. Apareció un joven visiblemente nervioso. Dijo que no era policía ni agente, que era estudiante de música y que llevaba la granada de gas porque en una persecución se la había quitado a un uniformado y la llevó al ágora para mostrarla.
Los dirigentes mostraban cargadores de armas y balas retenidos a los policías. También se mostró una bomba lacrimógena, que Iza, en la última foto, sostiene entre sus manos.
Bombas lacrimógenas fueron mostradas al público enardecido. Los dirigentes denunciaron que el Gobierno quería matarlos con esos artefactos.
El dirigente Leonidas Iza, quien condujo todo el acto en el Ágora.
La Conaie radical y firme
El jueves fue un día caótico. Mientras eso ocurría en el escenario, tras este se mantuvo reunida la alta dirigencia indígena. Según dirigentes consultados, la multitud indígena que llegó a Quito había superado incluso a las expectativas de los mismos dirigentes. Según el líder histórico de la Conaie, Luis Macas, a la capital llegaron 30.000 indígenas. Para la exasambleísta de Cotopaxi, Lourdes Tibán, este era el levantamiento más grande de los últimos 20 años. En ese sentido, dicen, les fue difícil controlar e identificar a los infiltrados.
Una toma desde la tarima del Ágora, la cual tiene un aforo de 4200 personas cómodamente sentadas.
Las puertas de ingreso a la reunión de los líderes de provincia y nacionales estuvieron resguardadas por la guardia indígena. Jaime Vargas, presidente de la Conaie, salió solo tres veces al escenario público. La primera fue para fustigar a la fuerza pública. “Por la sangre de nuestros hermanos no vamos a negociar con este gobierno mentiroso, nefasto, este señor Lenín Moreno tiene que ir a la cárcel por el crimen de nuestros hermanos”. Y el líder nacional de los indígenas se volvió contra el coronel Rueda y le gritó mientras le ponía la mano en el pecho: “¿tienes corazón? Este es pueblo ¡carajo!, no sean cínicos, no son asesinos, son tus hermanos luchando por nuestra causa. ¿Qué -le golpeó el pecho al policía cobijado de una bandera tricolor- les pasa compañeros? Ver morir a mi gente, eso me ha indignado y he convocado a un paro nacional, vamos a radicalizar con mayor fuerza. Y si tienen que matarme que me maten”.
Jaime Vargas, presidente de la Conaie, increpa al coronel Rueda, quien fue obligado a colocarse la bandera nacional.
Desde hace años no se había escuchado un discurso tan fuerte por parte de un presidente de la Conaie. Vargas, de 40 años, es el primer achuar que ha llegado a la presidencia de la Conaie. En 2017, después de seis años, el liderazgo de la principal organización indígena del país volvió a la Amazonía. Antes estuvo liderada por indígenas de la Sierra. De ahí que su llamado a los guerreros de esa región dejó un mensaje contundente: la radicalización. “Señores de la Policía Nacional, ¡únanse al pueblo! No cumplan órdenes de ese traidor y mentiroso, ladrón. ¡Únanse al pueblo! Señores de la fuerza pública, señor comandante de las Fuerzas Armadas, quiten el apoyo a ese patojo de mierda”. Y desde el altillo animó a gritar a sus compañeros: ‘el pueblo unido jamás será vencido’.
Antes de finalizar su discurso, dijo que había líderes oportunistas que se estaban tomando el nombre de la Conaie y amenazó con tomar decisiones fuertes contra esos indígenas que han buscado protagonismo. Los llamó traicioneros. Yaku Pérez, expresidente de la Ecuarunari y prefecto de Azuay, ha sido uno de los cuestionados. “El Gobierno nos quiere hacer pedazos”, agregó Vargas. El presidente de la Conaie fue quien dijo que si los medios no transmiten sus discursos los someterán a la justicia indígena. Pero Iza bajó el tono de esa declaración e insistió a los medios que se queden hasta que concluya el velorio del indígena fallecido.
Antes de finalizar su discurso, vargas dijo que había líderes oportunistas que se estaban tomando el nombre de la Conaie y amenazó con tomar decisiones fuertes contra esos indígenas que han buscado protagonismo.
La segunda aparición de Vargas fue para la rueda de prensa que se había anunciado desde temprano. Sin su tradicional corona de plumas que lo caracteriza como líder achuar, pero con un pañuelo de los colores del movimiento indígena, se dirigió a sus miles de compañeros. “En el Ecuador tenemos un gobierno asesino hacia su pueblo ¡carajo! Que se ha entregado en alma y sangre al Fondo Monetario Internacional (FMI). Eso quiere decir que el FMI está asesinando al pueblo ecuatoriano. Hemos dicho con claridad no a la minería, no al petróleo, queremos paz en nuestros territorios”. Luego se explicó que los dirigentes se habían quitado su tradicional corona de plumas —algo que casi nunca lo hacen— en honor a los fallecidos.
Preocupado por la transmisión en los canales de televisión, Vargas interrumpió varias veces su discurso. “Señores medios de comunicación —dijo estas líneas visiblemente enojado— no defiendan a un gobierno que no defiende a su pueblo, que se ha entregado al FMI, no defiendan el interés del señor Nebot, ¡carajo! No defiendan a Lasso, ¡carajo! Hemos declarado al señor Nebot, a los incitadores, a esos racistas de este pueblo, al señor Nebot, Lasso y Cynthia Viteri, personas no gratas de este pueblo que lucha día a día”. Vargas se refirió así a los discursos que consideraron racistas de Viteri y Nebot, alcaldesa y exalcalde de Guayaquil, respectivamente, y al excandidato presidencial Guillermo Lasso. Vargas llamó a la radicalización del paro. “Esto no se va a quedar así. Mandaremos a la cárcel a este señor asesino Lenín Moreno”. Este fue el discurso que la Conaie pidió que se transmita en cadena por los canales de televisión.
Miles de personas recibieron el féretro del líder muerto en las refriegas. Los policías fueron obligados a cargar el féretro mientras eran insultados por los manifestantes.
Foto: PlanV
Vargas salió por tercera ocasión cuando llegó el cuerpo del indígena Tucumbi. Los indígenas hicieron una calle de honor con rosas blancas para permitir el ingreso del féretro. Antes unos cuatro uniformados de los 10 retenidos fueron obligados a salir para cargar el ataúd. Ingresaron en medio de la multitud que se levantó para esperar el ingreso del cuerpo. El féretro entró cobijado con la bandera del Ecuador y la wipala indígena. A la vez que lloraban por su muerto, la gente insultaba a los policías. El grito de “asesinos, asesinos” los acompañó por los cerca de cincuenta metros de las gradas hasta la tarima. Los cánticos de un grupo de monjas empezaron. Un padre y tres ayudantes habían llegado horas antes para la misa en cuerpo presente. Cuando inició la ceremonia se pidió un minuto de silencio por todos los caídos en las manifestantes. Tucumbi era líder indígena en Cotopaxi. Había llegado a Quito para las manifestaciones en compañía de sus tres hijos y esposa. Al acto llegaron más familiares afectados y dolidos. Una mujer, su madre, habló, gritó y lloró frente al público; fue un largo lamento que sacó lágrimas a muchas mujeres indígenas en el ágora.
Para entonces, y desde un par de horas antes, Leonidas Iza había salido del escenario. Se notó, en cambio, la presencia de Lourdes Tibán y Salvador Quishpe. Para entonces, la dirigencia histórica de la Conaie había acusado el golpe político y de imagen que había significado para el movimiento el “show” de Iza, la humillación a los policías (nueve horas expuestos en la tarima) y a los periodistas, la violenta coacción de la transmisión en vivo para Ecuavisa y Teleamazonas y, finalmente, el atentado contra la vida del reportero Freddy Paredes.
Se hicieron colectas para la familia del fallecido.
Pasadas las 16:00 salió la prensa, uno por uno, encolumnada y asustada, por la puerta de atrás del escenario del ágora. Nadie hubiera garantizado su seguridad frente a la gente apostada en las afueras del recinto, exaltada por los discursos de los dirigentes. Después los restos de Tucumbi salieron del escenario, por la parte de atrás del escenario, llevado en hombros casi al trote por sus propios compañeros. Y finalmente tocó el turno de los policías. Su entrega sanos y salvos había sido motivo de una larga discusión y negociación entre la dirigencia indígena. Quishpe, con una sudadera roja y azul y una gorra negra, se acercó a cada uno de los policías y les dirigió unas palabras. Luego habló más largamente con el coronel. Le dijo que los indígenas luchaban por una causa justa, que no eran asesinos, ni vándalos ni violentos, que llegaron pacíficamente a Quito, pero recibieron represión y violencia. Le dio la mano y organizó la columna de policías. Los hicieron ponerse de pie, uno detrás del otro y la guardia comunitaria, con sus escudos de madera y palos, los rodeó con un triple anillo de seguridad. Les hicieron agarrar una larga soga y les advirtieron que no se soltaran de la misma. Así, rodeados de unos cien indígenas abandonaron el ágora luego de nueve horas de tensión e incertidumbre; caminaron lentamente en medio de una caótica procesión, bajo insultos y gritos de “asesinos”.
Del brazo de Vargas, el coronel Rueda y sus hombres (y una mujer policía) fueron movilizados a su entrega a las autoridades, sanos y salvos luego de varias horas de retención. Fotos: Luis Argüello / PlanV
El compacto grupo, con los policías en el medio, avanzó lentamente por la avenida Patria hacia la avenida 10 de Agosto. Decenas de policías, que resguardaban edificio como el de la Fiscalía, observaban perplejos esta inusual marcha. Vargas llevaba al coronel del brazo izquierdo y el derecho fue tomado por una mujer dirigente. Así llegaron en medio de gritos y ante el asombro de los curiosos hasta la 10 de Agosto. La mujer policía caminaba más lentamente en medio del llanto, un indígena le ofreció una botella con agua, ella no la recibió.
Caminaron en medio de la noche y la bruma que causaba el humo de las protestas. El lento e incierto avance de sus compañeros, era observado por un angustiado alto mando policial, desde la sala de situación de la Comandancia de la Policía Nacional. Ya no había medios cubriendo el proceso de entrega y ese era un problema mayor. Solo el fotorreportero Rodrigo Buendía, de AFP, continuó hasta el final junto a los policías. Al final, luego de una nueva confusión, fueron entregados a la Defensoría del Pueblo. Sanos y salvos.
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