
Es PhD por la Universidad de Pittsburgh y tiene una maestría en estudios de la cultura en la Universidad Andina Simón Bolívar y una licenciatura en historia en la PUCE. Es profesor en Whittier College, California, Estados Unidos.

Foto: Flickr Presidencia de la República
Mientras miles de manifestantes protestaban en las calles cercanas, el presidente Rafael Correa y su canciller, Ricardo Patiño, cantaban canciones de la vieja izquierda latinoamericana.
El jueves 13 de agosto del 2015 fue el primer día del actual levantamiento indígena y huelga nacional de los trabajadores en el Ecuador. El presidente Rafael Correa, en lugar de tomar las cosas con calma y tratar de comprender las razones de los pueblos indígenas y de los obreros organizados, quienes, entre muchas otras cosas, reclaman el archivo de las enmiendas constitucionales que buscan la reelección presidencial indefinida, pronunció un eufórico discurso en la Plaza Grande en el que decretó el fracaso del paro, desmintió a los manifestantes y declaró no entender las razones de la huelga general o el levantamiento indígena.
Cuando Correa terminó su alocución, lucía descompuesto. El triunfalismo de su discurso contrastaba con su postura corporal en donde los efectos del estrés y la preocupación eran palpables. Sin embargo, el mega evento montado por el oficialismo y pagado con fondos del erario público continuó. Hubo cantantes invitados que lanzaban loas al presidente y al resto de gobiernos “progresistas sudamericanos”. Al final de este espectáculo, Correa y su ministro, Ricardo Patiño, compartieron el escenario para cantar el clásico tema del cubano Carlos Puebla, “Hasta siempre”, para rendir homenaje al guerrillero heroico Ernesto Che Guevara.
Más allá de la irresponsabilidad de organizar un espectáculo de estas proporciones o el hecho de ponerse a cantar en la tarima, mientras buena parte del país se encontraba movilizado y a pocas cuadras se producían enfrentamientos entre policías y manifestantes (habría que aclarar si hubo infiltrados en las marchas populares), quisiera analizar ciertas partes del discurso presidencial. Cuando Correa se refirió a la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) es posible identificar dos momentos en su relato. El primero, una alabanza a la organización indígena de los años 90 que, señaló, fue el movimiento social más avanzado de toda América Latina en la lucha contra las reformas neoliberales; el segundo, en cambio, tachó de corruptos a los líderes actuales de esta organización tildando además a los movilizados de violentos.
Según el presidente ecuatoriano, su gobierno ha sido el que más salud, educación y otros servicios ha dado a los pueblos indígenas y a los trabajadores por lo que, según él, los reclamos de los manifestantes son incomprensibles. El presidente además sentenció que no se dejará chantajear y bajo ningún aspecto se sentará a negociar con los “tira piedras” que cierran las carreteras del país.
Su discurso, por un lado, es fundacional en tanto divide la historia ecuatoriana en un antes y un después del correísmo.
Correa también indicó que su gobierno derrotó a las élites corruptas y al neoliberalismo que tenían vendido el país a los intereses imperialistas. Su discurso, por un lado, es fundacional en tanto divide la historia ecuatoriana en un antes y un después del correísmo. El antes, desde su punto de vista, era enteramente corrupto frente a un después que recuperó “la patria” de las garras del neoliberalismo, el imperialismo y las élites corruptas.
Por otro, sin embargo, es conservador, pues llama a defender el orden constituido y no tiene reparo alguno en descalificar a las organizaciones obreras e indígenas. En marzo de este año, Correa dio la contraorden de reprimir con dureza a los “violentos” y “tira piedras”, pues, según él, la fuerza pública no solo tiene el derecho, sino el deber de defenderse. En este ensayo, mi intención es ofrecer una respuesta a esta dialéctica entre el elemento fundacional que admira a la CONAIE de la década del 90 o que cree haber fundado una “nueva patria” y el conservador que se preocupa más por los derechos humanos de la policía que los de los manifestantes a cuyos miembros tacha de violentos.
La violencia originaria
Esta dialéctica entre lo fundacional y lo conservador, desde mi punto de vista, tiene en su base una violencia originaria que da sentido a las palabras de Correa y al resto del discurso oficialista. Walter Benjamin, en “Para una crítica de la violencia” (1921), analiza la dialéctica entre medios y fines que subyace al derecho moderno tanto natural como positivo.
En el primero, señala, los medios se subordinan a la realización de fines justos; en cambio, el segundo, según él, privilegia el uso de medios legítimos para alcanzar determinados fines. Sin embargo, de acuerdo con Benjamin, esta dialéctica entre medios y fines no aborda adecuadamente el problema de la violencia y tampoco lo resuelve.
A decir de este autor, la verdadera dialéctica del derecho moderno no es entre medios y fines, sino entre una violencia fundadora y otra conservadora de derecho. Esto significa que el propósito del derecho no es alcanzar o garantizar la justicia a través del uso de medios legítimos o fines justos, sino que el mismo derecho se constituye en el fin último de su legalidad en tanto la meta es evitar cualquier situación que ponga en riesgo su propio orden. Si radicalizamos las ideas benjaminianas, podemos sostener que el derecho moderno se asemeja a una actitud paranoica siempre preocupada por anticipar las posibles amenazas en su contra.
Aunque el derecho positivo reconoce ciertos fines naturales en donde el ejercicio de la violencia es legítimo, contradictoriamente busca impedir que las personas particulares utilicen la violencia así sea para estos fines convirtiéndola en monopolio exclusivo del Estado.
Aunque el derecho positivo reconoce ciertos fines naturales en donde el ejercicio de la violencia es legítimo, contradictoriamente busca impedir que las personas particulares utilicen la violencia así sea para estos fines convirtiéndola en monopolio exclusivo del Estado. En el derecho de huelga, según Benjamin, esta contradicción se hace evidente. El temor no está en que los trabajadores usen o no la violencia para alcanzar la justicia de sus fines, sino en el hecho de que el uso de esta violencia puede significar la destrucción del orden vigente y la fundación de uno nuevo; es decir, no interesa la justicia de los reclamos, sino el hecho de que el orden legal es consciente de que el uso de la violencia en sí mismo contiene un elemento fundador de derecho.
La dialéctica de la violencia –fundadora y conservadora-, no obstante, es ambigua debido a que no es posible establecer una frontera precisa ni una continuidad entre ambas. La pena de muerte y la policía, a decir de Benjamin, son los mejores ejemplos de esta ambigüedad. La primera no busca la justicia ni se constituye en una forma de castigo, más bien muestra que el poder del derecho está en la capacidad para decidir sobre la vida o la muerte de las personas; o sea, en la fundación de un orden.
Mientras tanto, la policía, según este crítico, trabaja en el borde de la distinción entre violencia fundadora o conservadora de derecho; esto es, en el momento en que esta distinción es suspendida e ingresamos en un ámbito de indefinición radical.
Un ejemplo de lo dicho se encuentra en los servicios de espionaje o en las prácticasde las policías secretas que operan por fuera de la ley que están obligadas a defender.
El «derecho» de la policía indica sobre todo el punto en que el Estado, por impotencia o por los contextos inmanentes de cada orden legal, se siente incapaz de garantizar por medio de ese orden, los propios fines empíricos que persigue a todo precio. De ahí que en incontables casos la policía intervenga en nombre de la «seguridad», allí donde no existe una clara distinción de derecho, como cuando sin recurso alguno a fines de derecho, infringe brutales molestias al ciudadano a lo largo de una vida regulada a decreto, o bien solapadamente lo vigila (32).
Entre el narcisismo y el "nuevo orden"
El discurso de Correa se rige por una dialéctica similar a aquella entre la violencia fundadora y la violencia conservadora de derecho. El hecho de marcar un antes y un después en la historia ecuatoriana no sólo es el indicio de una propuesta abiertamente narcisista, sino que su interés es fundar un nuevo orden.
Gracias a la Revolución Ciudadana, en la concepción del presidente y sus seguidores, el Ecuador entró en una nueva etapa de la historia marcada por la recuperación de “la patria” y la derrota del “enemigo neoliberal”. El pasado, según Correa, representa lo oprobioso y corrupto; mientras que el presente es el tiempo de la prosperidad, el progreso y la esperanza.
Sin embargo, cuando el oficialismo tacha de violentos a los manifestantes, sigue la lógica inversa, aquella de la violencia conservadora. No sólo descalifica a sus contrarios, sino que su prioridad es la defensa del orden constituido. Es por esta razón que en los escudos de los policías antimotines que vigilan o reprimen a losmanifestante leemos las siguientes frases: “Soy policía y padre también”, “Soy policía e hijo también”, “Soy policía y hermano también”, “Soy policía y tío también”, etc.
Es errado, sin embargo, pensar que la violencia fundadora antecede a la conservadora, ambas funcionan simultáneamente.
Esta lógica conservadora toma partido por la policía puesto que la encargada de resguardar el orden. Mientras que aquellos que están del otro lado de la protesta arbitrariamente son definidos como agresores potenciales; es decir, se los tilda de violentos. Así se los deshumaniza y se justifica la violencia conservadora de derecho con la consiguiente represión que ello implica.
Es errado, sin embargo, pensar que la violencia fundadora antecede a la conservadora, ambas funcionan simultáneamente. El régimen, ya sea por medio de los discursos presidenciales o la propaganda oficialista, tiene la necesidad de repetir una y otra vez los logros del gobierno. Esta constante refundación discursiva viene aparejada de la necesidad de defender o conservar “lo logrado”. De este modo, un proyecto de Estado que se define cómo el verdadero heredero de las luchas históricas de la CONAIE en los años 90 simultáneamente puede combatir a esta organización y transformarse en un proyecto de vigilancia social y policial.
Esto quiere decir que la violencia fundadora de derecho no puede funcionar sin la violencia conservadora y viceversa, sino que ambas se nutren mutuamente. La violencia originaria del discurso correísta llega al extremo de perder de vista la disparidad entre los grupos en disputa, pues los que tienen las armas y un mayor poder de agresión son los policías y no los manifestantes a quienes no se define como padres, hijos, hermanos o tíos, sino como “tira piedras”.
Los manifestantes son tachados de violentos en dos niveles. El primero, porque ponen en riesgo el nuevo orden de prosperidad y esperanza; el segundo, porque atentan contra los derechos humanos de los policías, cuyos derechos obviamente se debe proteger, pero laretórica oficialista es selectiva y plantea una asimetría entre los derechos humanos de los miembros de la fuerza pública y los de los manifestantes.
El discurso presidencial, de este modo, borra los derechos humanos de los marchistas ya que, desde su perspectiva, no son otra cosa que personas irracionalmente violentas con lo que legitima cualquier acción violenta que pueda suceder por parte de la policía.
El discurso presidencial propiamente no se preocupa por los derechos o bienestar de sus ciudadanos; más bien teme que la protesta funde un nuevo orden.
La ambigüedad de la dialéctica entre la violencia fundadora y conservadora que guía el discurso presidencial también se deja ver en el momento de la huelga o el levantamiento general. Por un lado, Correa reconoce el derecho de los manifestantes a oponerse y marchar contra su gobierno; pero, por otro, descalifica sus demandas ya sea porque simplemente están mal informados, porque “son tira piedras” que añoran el pasado o porque están aliados con la derecha tradicional.
En este sentido, el discurso presidencial propiamente no se preocupa por los derechos o bienestar de sus ciudadanos; más bien teme que la protesta funde un nuevo orden. Es por esta razón que el oficialismo repite constantemente la amenaza de desestabilización que supuestamente hay en su contra por medio del intento de un golpe de Estado blando a partir del calentamiento de las calles o de la “manipulación” de los medios de comunicación privados.
La incapacidad de negociación política
Para concluir, me gustaría regresar al inicio. ¿Por qué se produce una contradicción entre las palabras de Correa y su lenguaje corporal? ¿Por qué la necesidad de recurrir al tema musical de Carlos Puebla, “Hasta siempre”? Empecemos por la segunda pregunta. Esta canción permite fundar derecho y definir al correísmo como un gobierno de los trabajadores y de los pobres. El evento a favor de Correa en la Plaza de la Independencia se transforma en una gran fiesta que lastimosamente también conserva derecho y celebra la represión de los indígenas, obreros y otras organizaciones acusándolas de estar llenas de odio y favorecer los intereses de la derecha. La imagen del Che ayuda a consolidar la imagen popular de un gobierno que contradictoriamente ha declarado la guerra a las organizaciones populares.
La imagen del Che ayuda a consolidar la imagen popular de un gobierno que contradictoriamente ha declarado la guerra a las organizaciones populares.
Si es cierto que la dialéctica entre una violencia fundadora y otra conservadora de derecho es similar a una actitud paranoica, esta tesis ayuda a comprender la discrepancia entre el discurso oral y el lenguaje corporal de Correa. El hecho mantenerse alerta y convertir su propia defensa en el objetivo central del gobierno, obliga a anticipar permanentemente las posibles amenazas. Tiendo a pensar que tanto la euforia del discurso presidencial antes descrito como la tensión corporal van de la mano. La euforia funciona como la violencia fundadora que celebra los “logros” del gobierno presentándolos como una gran fiesta nacional; mientras que la tensión sería el resultado de la violencia conservadora que impide relajarse y ve enemigos por todas partes. Sin embargo, es imposible separar la euforia de la tensión y viceversa. En este sentido, la imagen de Rafael Correa celebrando su gobierno y desmintiendo a los manifestantes condensa una violencia originaria que da cuenta de la incapacidad de negociación política que hay en el gobierno ecuatoriano, el cual solo puede ver una amenaza potencial en el contrario y, por ende, busca deshumanizarlo tildándolo de violento irracional.
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