
Consultor político, experto en comunicación electoral y de gobierno. Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar

Un análisis de las encuestas hace pensar que sus empresas promotoras participan activamente en las estrategias de campaña de algunos candidatos.
Los sondeos de opinión, popularmente conocidos con el nombre genérico de encuestas, han entrado a jugar en estos días en el Ecuador un rol estelar. Ello es normal y no es un evento exclusivo de estos lares; por el contrario, el creciente protagonismo de las encuestas electorales es un dato importante en todos los países regidos por sistemas democráticos.
Con el pasar del tiempo las encuestadoras y sus voceros se han convertido en actores indispensables del show electoral. La publicación de sus investigaciones sobre intención de voto es esperada por los círculos políticos, por los líderes de opinión y por los medios de comunicación, con anhelante expectativa; la divulgación de encuestas opera en el contexto de la dramaturgia política como el séptimo velo que, una vez deshojado de la voluptuosidad propia de la competencia por el poder, nos muestra el abdomen plano o rollizo de la esquiva oferta del candidato que busca seducirnos.
Los pronósticos electorales son los que abren los noticieros de radio y televisión y venden las portadas de los periódicos. Los dueños de las casas encuestadoras, los jefes de informativos y los productores de programas de opinión saben que tanto el público interesado en política, cuanto el ciudadano común, tiene interés en conocer quién va primero, quién pierde y cómo va la carrera electoral, de tal suerte que usualmente las encuestas electorales responderán al interés social por conocer el lugar que ocupan los aspirantes en el tablero y la evolución de la intención de voto sobre ellos, entre los electores; otras estadísticas que de vez en cuando consignan datos sobre variables complementarias, aparentemente no levantan tanta curiosidad. Nos gustan los datos, pero nos preocupamos mucho menos por los por qués; sin embargo no todas las elecciones son iguales y por eso se justifica reflexionar brevemente sobre la importancia de este recurso para luego entender que quizá sea más importante preguntarse: ¿Qué es lo que ocultan las encuestas?
Las encuestadoras tienen la obligación de hacer su trabajo y el derecho de publicarlo, garantizando que los procedimientos técnicos y el enfoque para la recogida, tabulación y presentación de resultados sean transparentes.
Los informes de sondeos de opinión electoral se instalan en el centro del debate en la esfera pública concitando un extraordinario interés. Así debe ser, pues los ciudadanos tienen derecho a informarse sin restricciones y de la fuente que elijan, sobre los avatares y el posicionamiento de los candidatos a dignidades de elección popular; y es mandatorio que los medios de comunicación tengan plenas garantías para cumplir su trabajo de informar y promover el debate sustentado en la esfera pública. Por su parte, las encuestadoras nuevas o las de antigua data, tienen la obligación de hacer su trabajo y el derecho de publicarlo, garantizando que los procedimientos técnicos y el enfoque para la recogida, tabulación y presentación de resultados sean transparentes y no mañosamente sesgados a favor o en contra de algún actor en carrera.
Pero para muchas personas esta última afirmación es cada vez más difícil de aceptar sin reservas. Los papelones de ciertos sondeos de opinión en no pocos países –incluido el Ecuador- han abierto un comprensible escepticismo ciudadano sobre si se han originado únicamente en errores técnicos, y no como resultado de una participación interesada en la lid electoral.
Una de las razones que ayudan a explicar estos errores tan comentados, reside en el hecho de que las encuestas publicadas pueden ser un arma propagandística que ciertos partidos y algunos periodistas han utilizado para favorecer un candidato. La discusión sobre si los comunicadores pueden y deben -o no- asumir una postura política no es tema de este artículo, simplemente consignamos un hecho real cuya derivación es riesgosa para las encuestadoras: si un sondeo predice el triunfo de una opción muchos indecisos se sumarán al supuesto ganador auspiciado por el vaticinio. Esa presunción ha fallado muchas veces, y el llamado “voto útil” puede desquiciar una predicción incluso a boca de urna.
Frente al error publicado, hay quienes argumentan que cada muestreo es una fotografía del momento y que no podía predecir lo que “sorprendentemente” ocurrió más tarde. Otra explicación acude al voto vergonzante, es decir aquel que el encuestado oculta porque siente vergüenza de aceptar por quién votará. Finalmente se aduce que la data falló porque hubo mucha gente que se decidió a último momento. Se dice que en Ecuador este es un comportamiento muy repetido. Una mirada retrospectiva a lo ocurrido en este país desde 1996, y sin profundizar en detalles fácilmente accesibles con solo un par de clicks en la internet, sirve para advertir sobre la seriedad del cometimiento de errores ligados a la difusión de sondeos de opinión:
1. Año 1996, 17h00. Los resultados de los sondeos ”a boca de urna” tomados hasta el cierre de los comicios no se divulgaban. El problema es que daban la victoria por menos de un punto a Jaime Nebot, candidato del Partido Socialcristiano sobre Abdalá Bucaram, candidato a la presidencia por el Partido Roldosista Ecuatoriano, quien en la práctica resultó ganador con más de nueve puntos de diferencia.
En el 2006 no faltó aquella encuestadora que vaticinaba, llena de un sospechoso triunfalismo, que Correa casi podía ganar en la primera vuelta. Su rival era el inefable Álvaro Noboa. Correa perdió.
2. En 1997 una encuestadora difundió una proyección basada en parte de los votos contabilizados luego del cierre de las urnas. En esta simulación el Movimiento Pachakutik lograba 2 asambleístas. El realidad esta agrupación obtuvo 7 asambleístas propios y algunos más en alianza con otros partidos.
3. En las presidenciales de 1998, se difundieron datos que poco más de dos semanas antes de las elecciones, daban ganador a Jamil Mahuad con 20 puntos de ventaja sobre el magnate bananero Álvaro Noboa. Finalmente, la distancia fue tan corta, que incluso se habló de fraude. Por cierto, ese sondeo de datos reales es decir votos consignados hasta el cierre de los escrutinios- se realizó con autorizados por el Tribunal Supremo Electoral.
4. El 30 de septiembre de 2002 se difundieron las últimas encuestas presidenciales de esa campaña. Las tres encuestadoras de mayor reputación en ese entonces, daban a ALvaro Noboia como ganador. Todas se equivocaron pues fue el Coronel Lucio Gutiérrez quien se alzó con la victoria, aunque en los sondeos nunca estuvo siquiera en el segundo lugar.
5. Año 2006. Inicio de la “década ganada” según la campaña propagandística del Estado Verde Flex que busca reelegirse el próximo 19 de febrero.
Durante el proceso electoral que llevó a Rafael Correa a la presidencia, la disparidad de criterios era tan grande entre las encuestadoras, que uno podía encontrar sondeos que daban al líder de la llamada “revolución ciudadana” 30 y hasta 35 por ciento de las preferencias electorales. Incluso no faltó aquella que vaticinaba llena de un sospechoso triunfalismo inaceptable para una encuestadora seria, que Correa casi podía ganar en la primera vuelta. Su rival era el inefable Álvaro Noboa. En la realidad, el multimillonario empresario alcanzó el 26.8 por ciento de los votos, y Correa logró 22.8. Hubo segunda vuelta y no faltaron los sondeos que afirmaron que había un empate técnico entre los dos candidatos.
Un interesante 23 por ciento correspondía en las simulaciones a posibles votos blancos, nulos e indecisos. Poco antes de finalizar la segunda vuelta, los datos inducían a pensar que sería muy difícil para Correa remontar la ventaja que le había sacado Noboa. Todos conocemos el desenlace de esas elecciones, aunque vale decir que en aquel balotaje el desempeño en campaña fue mejor por parte del candidato de Alianza País, en tanto que el de Álvaro Noboa quedó como un paradigma de estulticia política.
6. En la consulta del 2011 el Sí triunfó a duras penas a nivel nacional y perdió en varias provincias de la Sierra y la Amazonia, cuando ciertas encuestas auguraban un triunfo holgado.
23 de febrero de 2014. Fecha aciaga para Alianza País. El festejo organizado en la Av. de los Shyris gracias a las estimaciones de su encuestadora de confianza debió suspenderse.
7. 23 de febrero de 2014. Fecha aciaga para Alianza País. El festejo organizado en la Avenida de los Shyris gracias a las estimaciones de su encuestadora de confianza debió suspenderse, la tarima se desmontó y los cantantes y oradores en el guión se retiraron apresuradamente. El movimiento verde flex sufrió su primera y hasta hoy no superada derrota electoral, y tuvo que conformarse con ganar únicamente en 3 de las 24 capitales provinciales del país.
8. Luego de una larga coyuntura preelectoral, a la fecha de este artículo, los sondeos muestran que las mayores opciones electorales son las de los binomios Moreno-Glas y Lasso-Páez. La presencia de otros tres aspirantes a la presidencia plantea el hecho de que en estos tres meses y medio que faltan para los comicios del 19 de febrero de 2017, dependerá mucho de lo que hagan los estrategas de campaña y los candidatos, para captar la adhesión mayoritaria de los electores.
Que un binomio gane en primera vuelta es sumamente improbable, pero no imposible. Podría ser; all you need es que la sapiencia de algún habitante de este paraíso tropical logre juntar unos cuantos cientos de miles de zombies, difuntos en toda la regla, ciudadanos dotados con el don de la ubicuidad, y padrones que admitan votos repetidos disimulados por un fino operativo informático.
También puede ocurrir que ante la falta de una campaña de propuestas y libre de insultos y canalla demagogia, los indecisos prefieran la continuidad, y el Ecuador deba atenerse a que el Estado candidato venga por más.
Es un hecho: las elecciones se ganan en el campo, no en las encuestas, pero ciertamente las encuestas ayudan a inclinar la balanza en poblaciones electorales mal informadas o predispuestas. Por otro lado, las encuestas por sí solas no son predictivas, pero sí contienen un peso inductivo muy serio capaz de direccionar votos. ¿Cómo ocurre esto? Expliquémoslo mediante un ejemplo:
Las elecciones se ganan en el campo, no en las encuestas, pero ciertamente las encuestas ayudan a inclinar la balanza en poblaciones electorales mal informadas o predispuestas.
Ecuador. Durante todo el año 2016 todas las encuestadoras publican informes en los que los precandidatos más opcionados son los de Alianza País y CREO. El número de votos indecisos fluctúa mes a mes hasta bordear en promedio el 60% de electores al 15 de octubre de ese año.
Si sabemos cuál es y dónde se encuentra el “voto duro” y la intención de voto constante de ambas tiendas electorales ¿por qué no se publica cuál es y dónde se encuentra el “voto blando” (aquél que puede variar en el curso de la campaña por varias razones) de la muestra investigada? ¿Por qué razones cambiaría? ¿Se investiga cuáles son aquellos personajes por los que nunca un elector daría su voto y las razones para esa predeterminación? Si ese dato puede o no incidir en la formación de opinión pública ¿por qué no se divulga? ¿Es solo accesible para quienes contratan el levantamiento de encuestas? ¿Es irrelevante o no, conocer cuánto influye en el voto de los electores el lugar de su nacimiento, la provincia a la que pertenecen, la ideología que profesan? ¿Su situación laboral?¿En base a qué datos arman los equipos de campaña de los candidatos su oferta electoral? ¿Entienden que con ellos podrán dialogar con los electores de manera diferenciada y eficaz? ¿Las casas encuestadoras tienen esta información?
La lista de preguntas podría seguir.
Durante todo el 2016 se han difundido resultados de simulaciones de voto entre variopintas figuras que ni siquiera habían estado precandidatizadas, junto a los dos únicos posicionados; la distorsión potencialmente resultante no es cosa menor cuando el ciudadano común y muchos opinadores no reparan en la importancia de ésta variable, en la configuración del imaginario social.
No faltan encuestadoras que exhiben datos difíciles de digerir hasta para los más desprevenidos electores a favor de ciertos candidatos.
Al 1 de octubre del 2016, y con una papeleta más definida debido a que ya cuenta con dos binomios en firme, y algunos presidenciables -aún sin binomio a la fecha en que escribimos este artículo- las simulaciones publicadas últimamente se habrían realizado hasta el 15 de ese mes. Un aparente triple empate de tres opciones compite de lejos, con una recuperada candidatura oficialista. No faltan encuestadoras que exhiben datos difíciles de digerir hasta para los más desprevenidos electores a favor de ciertos candidatos.
Para otros ciudadanos más acuciosos ciertos números no cuadran. ¿Qué está ocurriendo y cabe esperar que seguirá pasando?
Primer efecto: preeminencia. Los voceros de las dos agrupaciones que han estado en precampaña durante todo el 2016 -o quizá sea más apropiado decir desde hace varios años- siguen apareciendo como las de mayor intención de voto. Los voceros de esas agrupaciones utilizan esos datos tácticamente para instalarse en la mentalidad de un importante sector del electorado, mediante una agenda de entrevistas, acercamientos editoriales, mítines, y otras modalidades de propaganda y relaciones públicas como las más opcionadas. ¿Muchos indecisos estarán preguntándose para qué votar por un candidato que, según las encuestas no va primero o segundo? Muchos blandos no sabrán si mantenerse con el primer o con el segundo opcionado.
Segundo efecto: desconfianza. Los nuevos candidatizables entran a la campaña en condiciones de doble desventaja: por un lado, miran sin convicción sus propias capacidades frente al poder del Estado candidato, representado por uno de los dos binomios, que según las encuestas registran mayor intención de voto; y por otro, emocionalmente reproducen su propio temor y lo esparcen sembrando la desconfianza y una baja fidelización entre los miembros de sus estructuras partidarias y sus potenciales adherentes.
La sociedad y la opinión pública no deberían satanizar los acuerdos, pues la política es eso, la lucha por captar y administrar espacios de poder, ello implica entre otras cosas, una política de alianzas.
Tercer efecto: derrotismo. Al casi renunciar a ganar desde el inicio, privilegian la táctica de conformar “unidades” con el objetivos que varían según el partido, movimiento o personaje, y subrayo el término “personaje” pues a muchos les faltan décadas para convertirse en líderes. ¿Cuáles pueden ser estas ventajas?: ganar curules parlamentarias, acceder a los fondos electorales, evitar desaparecer del campo político por su mínima representación penada por las leyes electorales; aspirar a algún cargo público si tienen la suerte de juntarse con el candidato ganador, solo por citar algunas.
Por cierto, en este punto cabe una reflexión: la sociedad en general y la opinión pública no deberían satanizar estos procedimientos, pues la política es eso, la lucha por captar y administrar espacios de poder, ello implica entre otras cosas, una política de alianzas; y si las personas críticas no participan, deben conformarse con saber que serán gobernadas por los que sí participan. Lo que debe censurarse y castigarse no solo con el voto rechazo, es la mentira, la incoherencia, la manipulación, el abuso, el fraude electoral orquestado, el oportunismo descarado que encumbra a hábiles indeseables en sitiales de privilegio a los cuales nunca debieron haber llegado. Los políticos que nos representan, de algún modo, son el espejo de lo que la sociedad en su conjunto es, de modo que no caben los golpes de pecho o el lavarse las manos a cuenta de que la papeleta no incluye al binomio del Papa Francisco y Michelle Obama.
Cuarto efecto: desorientación. Los estrategas más hábiles conducen el debate en la esfera pública; y ahí, una vez más, la difusión de encuestas serias o cocinadas bajo pedido, tienen un enorme poder para inducir la formación de juicios y prejuicios en el electorado. Solo por citar el caso más emblemático de este efecto: el tema de “la unidad” de toda la oposición como única posibilidad para relevar del poder al anillo verde flex, ha sido el infaltable argumento de todo debate. Hoy, meses más tarde y a las puertas de iniciar la competencia hacia Carondelet, los datos confirman que la mayoría de electores no creen en tal unidad y prefieren candidaturas separadas. El criterio opuesto, si alguna vez realmente existió en el mundo real, en ese mundo del ciudadano común y no fue solo una jugarreta del mundo político, se desinfló, y por cierto puso a algunos militantes a entender que, para el correísmo es más fácil combatir una oposición reunida en ovillo, que a una o dos candidaturas fuertes, secundadas por otras menores que le van a dar tiros por todos lados, a menos claro que sean “chimbadoras”.
Quinto efecto: indecisión. Muchos electores esperarán hasta el último día, literalmente para definir su voto.
Casi nadie termina siendo competente para interpretar las encuestas leer quién va primero y quiénes segundo y tercero.
Sexto efecto: descuido y arrepentimiento. Muchos electores que miran como seguro el triunfo de un candidato, ni siquiera irán a votar. Si no lo creen, piensen en el enorme porcentaje de colombianos que en el reciente referéndum por la Paz, prefirió quedarse jugando pokemon en lugar de acudir a las urnas, confiados en que ganaba el Sí. O la derrota de “Juntos Podemos” en España, o la de quienes en el Reino Unido apoyaban la permanencia británica en la Unión Europea. Son casos ajenos y ocurridos en latitudes lejanas, pero sirven para ilustrar este efecto y su presencia en cualquier escenario.
Séptimo efecto: confusión. Casi nadie termina siendo competente para interpretar las encuestas leer quién va primero y quiénes segundo y tercero; aparte claro está, de los políticos inteligentes, algunos estrategas de campaña, y los empresarios que dentro y fuera del país guardan cautela, contrayendo la economía aún más, o apostando por más de un "caballo".
Octavo efecto: el escepticismo como seguro electoral. ¿A quién creer? ¿Por quién tomar partido? Por ejemplo: ¿puede alguien explicar cómo, una distinguida mujer y candidata a la cual han abandonado prácticamente todas las estructuras y líderes que se le unieron inicialmente con sus respectivas clientelas, que no tiene binomio, que proviene de Guayaquil, la ciudad más fragmentada electoralmente, puede estar tercera o segunda en la intención de voto nacional? ¿Cómo esta candidata, con qué votos, está ganando en el Sur de Quito a un popular ex alcalde de la capital y héroe de guerra?
Noveno efecto: debilitamiento de la credibilidad. Los candidatos que realmente tienen intención de competir para ganar, contrastan la información de las encuestadoras, ninguno “see casa con una sola”; lo cual a estas alturas resulta lógico, pero ayuda a difundir la desconfianza en los resultados que se exhiben. El candidato a vicepresidente por CREO dijo en Teleamazonas, el jueves 27, que la encuesta publicada sobre el triple empate, que tanto revuelo ha levantado en la comidilla política “es sesgada”, y que ellos cuentan con una encuestadora internacional.
Con tal nivel de protagonismo de los sondeos de opinión, los candidatos cometen el error de ajustar su comportamiento público a lo que dicen las encuestas.
Décimo efecto: errores de apreciación estratégica. Con tal nivel de protagonismo de los sondeos de opinión, los candidatos cometen el error de ajustar su comportamiento público y su trabajo en el campo, en el marco de las encuestas que los reaniman o que amenazan “voltearlos” en alguna publicación.
Todo esto, sin negar algunos resultados exhibidos por las casas encuestadoras, pues no se trata de cerrarse a algunas evidencias, pero tampoco tragarse completamente -¡faltaba más!- las cifras mostradas por algunos sondeos sospechosamente desproporcionadas a favor de una candidatura. Y sin dejar de notar que hay mucha tela por cortar sobre la volatilidad y diferencias de apreciación de los datos que circulan, sujetos a lo que los actores políticos hagan o dejan de hacer para incidir cada día en la configuración del tablero electoral.
Quizá debamos asumir que muchas encuestadoras a veces operan presionados por el legítimo interés de mantener su reputación pública, ser portadoras de primicias para la prensa adelantándose a su competencia, y sin duda, de su vivo interés por ser contratadas por los burós de campaña para proporcionarles sus servicios. Algunos encuestadores con su reporte bajo el brazo, incluso dan el paso para convertirse en asesores políticos, cuando menos riesgoso para ellos sería que se limiten solamente a presentar sus recomendaciones al final de sus informes, y dejar las estrategias a los consultores, candidatos y equipos de campaña, con lo cual precautelarían la objetividad de su propia labor y su credibilidad.
Quede claro que no se trata de echarles la culpa de nada a las encuestas, aunque reconozcamos que algunas encuestadoras son como las brujas: no existen, “pero de que las hay, las hay”. Tampoco se trata de creer que todo se debe a la curiosidad morbosa sobre los candidatos que los operadores políticos o los medios de comunicación consideran que se debe alimentar socialmente.
Los tiempos de las “encuestas de carne y hueso”, de las vueltas de popularidad alrededor de la manzana, del “pálpito” del patriarca familiar que alguna vez fue candidato, han quedado atrás.
Los ciudadanos comunes y corrientes tienen un legítimo derecho a enterarse a través de la difusión de encuestas electorales cuál competidor puntea, cuál corre rezagado, y cuál deambula sin ninguna opción. Por otro lado, los equipos de campaña de los candidatos deben diseñar estrategias y ejecutar tácticas debidamente orientadas por datos obtenidos mediante técnicas de investigación apropiadas; en este punto, las investigaciones cuanti-cualitativas son herramientas indispensables para su trabajo.
Los tiempos de las “encuestas de carne y hueso”, de las vueltas de popularidad alrededor de la manzana, del “pálpito” del patriarca familiar que alguna vez fue candidato, han quedado atrás; sin mencionar la época en la que un balcón bastaba para que un buen orador convocara plazas llenas de embelesados boquiabiertos. Aquella edad de bronce de la política ha sido arrasada por las nuevas tecnologías de comunicación, por los aportes de la ciencia política, y por las prestaciones del marketing. Hoy en día ninguna decisión política responsable, en campaña electoral o en gobierno, debería tomarse sin contar con un levantamiento previo de información.
Sin embargo algo está pasando, y es algo sobre lo que eventualmente y con preocupante frecuencia, las encuestas no alcanzan a interpretar. Hoy en día, como bien lo señala el profesor y consultor Xosé Rúas, “la tendencia del electorado es a sentir cada vez más indiferencia o incluso desencanto por el proceso electoral y los votantes no responden tan fielmente a las viejas consignas de la propaganda."
Y ese hecho capital invita a reflexionar si tanto los políticos profesionales, cuanto sus equipos de consultoría y ciertamente sus casas encuestadoras, han reparado en las causas que subyacen en el comportamiento electoral de sociedades como la ecuatoriana, permeadas por un liderazgo carismático autoritario, y capaces de soportar una década de división social fundada en el antagonismo, el atropello jurídico, el abuso del poder público, para finalmente aguantar la crisis económica que muerde sus bolsillos, y hacerse de la vista gorda frente al historial de corrupción en las esferas de poder, que avergonzaría a cualquier democracia civilizada. No hay que desconfiar de las encuestas; en resumen, simplemente hay que saber qué es lo que podemos y lo que no podemos esperar de ellas.
[RELA CIONA DAS]


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