

Foto: Presidencia de la República
El gobierno convocó a un debate con "economistas críticos" sobre la situación del Ecuador. Este se dio en Quito, el miércoles 28 de octubre.
Sí, como con la “tri”, sí se puede. Así parece concluir la sociedad ecuatoriana luego del debate. La ausencia de intercambio de opiniones e ideas en el sistema político ecuatoriano, hizo que un cuasi (un mal, quizás) debate sea bien recibido. Bien valorado como inicio de una práctica necesaria para abordar la convivencia pública al borde de una crisis. Es una necesidad sistémica y no una concesión del poder.
Fue un cuasi debate. Hubo confrontación, algunas ideas. Faltó pluralidad. Los participantes representativos, pero sólo de un segmento de la sociedad. Contrapuntearon. Presentaron opiniones, de eso se trata. Cifras, pocas, pero de eso no se trata. Se escucharon poco, unos a otros, sordera especialmente ubicada en quienes se sienten emisores desde la razón, como ha sido la estructura del poder en Ecuador.
Las formalidades necesarias para un debate estuvieron ausentes. Esto es, reglas claras y precisas que garanticen la equidad. Una conducción reconocida como imparcial y legitimada para reconvenir a las partes acerca de las normas. Para preguntar, sin sustituir a los debatientes, sin ser el portavoz, adicional, de una de las partes. Es decir, para garantizar un ejercicio de comunicación política.
Lamentablemente el “árbitro” no lo fue. Luego se conoció que este conductor del debate participó activamente, como funcionario gubernamental, en la preparación del encuentro en el despacho presidencial. Como lo mostró su comparecencia en el lado de los “sin corbata”, cargado de preguntas publicitarias. Su gestualidad corporal acompañó a ciertas formas descompuestas del equipo presidencial y del presidente mismo.
El lado gubernamental convocó un debate inscrito en su estrategia política o publicitaria, que es lo mismo. Es decir, en el marco de la transformación de la política en publicidad. Desde allí se explica que no hubiese una idea nueva en el presidente y sí la reiteración del discurso pretendidamente envolvente de las sabatinas o de las conferencias de prensa. Muletillas, una tras otra, para desmontar y denigrar al discurso del adversario. La lógica sufrió una vez más. Pero estamos acostumbrados. Pero también estamos desacostumbrándonos.
Hasta ahora, todas las decisiones de política económica las tomó, de manera vertical, el presidente. En el mejor de los casos “informó” (si aquello se llama información) a la ciudadanía. Ahora, la crisis ad-portas “obliga” a debatirla con la ciudadanía.
Durante la Revolución Ciudadana, prácticamente, se había cerrado la posibilidad del debate público y plural, no solo sobre las decisiones de política económica, sino también sobre el conjunto de problemas políticos que aquejan de la sociedad ecuatoriana. Desde la sociedad, no se pensó –o se dejó pensar- a qué país aspiramos. Nos dijeron qué país deseaba el régimen. Y asumimos que ese era el país que deseábamos. Por alguna falta. Quizás de “personalidad social” para separarnos de los operativos publicitarios de elevarnos el autoestima. Que han sido muchos y eficaces. ¿Alguno de ustedes no quiere ser parte de un operativo mundialmente exitoso como la revolución ciudadana?
En los últimos años, el discurso y la agenda pública fueron impuestos desde el gobierno. La discusión estuvo “sobreideologizada”. Los “buenos” de mentes lúcidas, corazones ardientes y manos limpias, monopolizan todo el poder del Estado y, por el otro, los “pelucones”, los de siempre, los que destruyeron el país y nunca volverían, se escondieron tras su propia debilidad. A esperar que baje la oleada.
Envuelto en el manto gris del discurso del “buen vivir” y el cambio de la matriz productiva, la iniciativa gubernamental ha operado basada en la debilidad del contendor. Como en el judo que funciona en base a la fuerza del contendiente. O como las plantas que viven del árbol que las sostiene. Hasta ahora, todas las decisiones de política económica las tomó, de manera vertical, el presidente. En el mejor de los casos “informó” (si aquello se llama información) a la ciudadanía. Ahora, la crisis ad-portas “obliga” a debatirla con la ciudadanía. Para hacerla corresponsable de las medidas a futuro. Y de paso, del pasado inmediato.
A la mayoría electoral, legitimidad de arranque de un régimen, se la hace durar. Saben hacerlo. De hecho, para el régimen, la campaña electoral nunca termina. Sirve para mucho. Si hubiese un concurso de operadores de legitimidad, sí que seríamos “experiencia planetaria”. Así las cosas, los votos le otorgan al presidente una infinita (como su amor por la patria) posibilidad de decisión, sobre lo que le conviene al país, en los temas de su competencia y en asuntos de su absoluta incompetencia. Aunque para el poder omnímodo, nada de lo humano le es ajeno.
Abruptamente se impuso la llamada “democracia delegativa”. En el acto de delegación electoral está contenido el desprendimiento entre elector –poseedor de una capacidad de delegación- y la autoridad –el delegado- que “autoriza” a la toma de decisiones sin control institucional ni social de ningún tipo. El populista convierte a la razón política en un sentimiento, vínculo con las masas que le da infinitas posibilidades de transgresión institucional.
El delegado, la autoridad inflada por la soberanía popular, exacerba sus capacidades y atribuciones. Una de las principales es no aceptar el intercambio de opiniones, que se expresa en rechazar la participación en espacios de debate no controlados por él y que impliquen interactuar con voces críticas. El debate se inscribió en esa actitud soberbia y autoritaria. Pero, también, los primeros resultados nos muestran otra cosa. La emergencia de resquicios en los que respira la democracia. Se retoma la vigencia de mecanismos democráticos. Sin apelativos. La oportunidad está. Y la debemos profundizar.
El debate en el canal público abrió un pequeño espacio para la política, para la “buena política”, la que une y congrega en un horizonte común al país. Para el intercambio entre diversas visiones y posiciones. Se abrió un espacio para la discusión sobre el modelo desarrollo que, dada la crisis, muestra la continuidad y vigencia de un modelo rentista –todos los actores y los procesos acuden a la renta estatal como su identidad y sustento- el que se basa en el extractivismo –de los recursos naturales, hoy el petróleo, mañana los minerales-. Rentismo angustiado por la bonanza que ha finalizado. Al que le faltan las ideas para caminar. Y el compromiso de la población para lo que le espera.
(Aquella visión, debe ser superada. Como se ha mostrado insistentemente, la diversificación productiva, no ha llegado como tampoco la nanotecnología y otras promesas. Los datos de superación sostenible de la pobreza y la desigualdad son débiles y poco fiables. Refugiado en el instrumento gasto público y sus efectos multiplicadores, que francamente no los vemos en la dimensión que se requiere dada la magnitud de la inversión.)
Desde el gobierno, en el debate se insistió en negar la crisis y profundizar el gasto. Como si la economía y la historia no fueran cíclicas. Como que el tema de los ciclos es para otros, no para la revolución ciudadana. Desde los debatientes no gubernamentales, hubo un punto de coincidencia, entre otros. Incitar al régimen a que no niegue la realidad. Y lo hicieron desde distintos ángulos ideológicos. Mentirse es lo peor que puede hacer un político. Más aun un presidente. El autoconocimiento de sí, de lo que pasa, es fundamental en el proceso de autodeterminación. Para que no perdamos la soberanía sobre nosotros mismos. Es un acto de cordura, que deberemos conservar para relacionarnos entre nosotros y con el mundo. Nos esperan diferencias. Tratables con madurez. La condición, evitar el autoengaño.
La tramoya del debate, incluso los ministros presentes, sacristanes que apenas podían derramar cera sobre el piso, organizó todo a favor del gobierno. Tanta audacia, sin embargo, le permitió a la ciudadanía ver que el “rey había estado desnudo” de ideas, de proyecto de país y de condiciones para superar la crisis, cuyos escenarios ya se han instalado. Y que el rey se paseaba orondo, pontificando, sin saberlo o amparando no saberlo. Creyéndose arropado por el “buen vivir” que ha liquidado, por las carreteras que no habrá como mantener.
El régimen no tiene propuestas para el país. Probablemente las tuvo antes, ahora no. Y, los interlocutores no estuvieron dispuestos a hacerle el coro al monólogo al que estábamos acostumbrados. Y asumieron papeles en defensa del interés general. Con visiones sobre la coyuntura. E incompletas, quizás interesadas desde sus puntos de vista. Pero la política es eso también. Construcción de la generalidad desde la particularidad. Tenían propuestas para la coyuntura, aunque no se vislumbraron sino esbozos de visión estratégica.
El "moderador" del debate y el presidente hostigaron a González desde el primer momento. Este planteó la necesidad de ir más allá de la política económica a partir de la necesidad de una política industrial y de defender el mercado interno.
Como es ampliamente conocido, los interlocutores fueron elegidos por el régimen y el destino asignado era, entre otros, “avalar” la política económica y las medidas inmediatas para continuar haciendo más de lo mismo. Se pretendía un debate sobre política económica, fundamentalmente. Terminó siendo un debate político. Quizás sin proponérselo, los interlocutores no guardaron la “compostura” que se aspiraba. Fueron elegidos cuidadosamente.
El más “importante” interlocutor –Dahik- fue consecuente con su teoría y su práctica. De alguna manera, fue el portavoz de un segmento de los empresarios que se encuentran, coyunturalmente, afectados. No solo criticó, sino propuso y marcó escenarios prospectivos. Su participación fue relevante, lo que le permitió extenderse en un sólido y coherente pensamiento económico liberal.
El “moderador” del debate y el presidente hostigaron a González desde el primer momento. Este planteó la necesidad de ir más allá de la política económica a partir de la necesidad de una política industrial y de defender el mercado interno. Acérrimo defensor del IESS, señaló además, como prioritario el retiro de las enmiendas constitucionales, centrándose en la reelección presidencial. El debate reintrodujo a González en la política y su diferenciación con el gobierno al plantear que los hermanos Isaías habían participado en el financiamiento de la campaña electoral del presidente. De este modo, ha sido compelido a cambiar en su rol político pretendido de mediador entre las necesidades y el régimen para asumir más claramente un papel en la oposición, quizás a partir de un discurso propositivo.
Pozo diseñó consecuencias del modelo de desarrollo y la necesidad de enfrentarlas. Atacó directamente el argumento del presidente sobre la reducción de la pobreza, justificativo del gasto público y mostró que antes, con menos recursos, se había tenido mayor eficiencia en ese rubro. De ese modo, legitimó a su gestión económica cuando fue ministro, sin centrarse en ello.
Obviamente los interlocutores escogidos no cubrieron el espectro social, político e ideológico del país. En particular fue excluida la izquierda disidente y la centro-izquierda emergente. El régimen no acepta compartir esos espacios y aspira a un enfrentamiento exclusivamente con la derecha construida como su rival. Estas ausencias abren una amplia agenda de debates e intercambios.
Preguntarnos sobre quién ganó el debate puede ser insulso. El ganador no fue un actor. El ganador fue un proceso que se abre. El debate fue ganado por la democracia ecuatoriana. No sólo como un espacio sino como una necesidad de que se reconstruya el sistema político. A veces, los ecuatorianos, despreciamos o, al menos, no les damos el valor que requieren estos procesos de lentos resultados. Pero que son una necesidad para salir del autoritarismo. Condición de posibilidad de una transición.
En este camino hacia la redemocratización del país aparecerán nuevos impulsos. Quizá todos ellos serán insuficientes individualmente. Este debate es un pequeño acontecimiento que se ordena en ese camino hacia la democracia. En que todos los actores políticos, deben afinar su percepción para reconocer el sentido que se despliega. Y saberse capaces de acompañar a los acontecimientos y subirse al impulso que representan. ¿Cómo hacerlo? Impulsando desde cada poro de la sociedad a estos procedimientos renovadores de creación de opinión. Fuera de los diálogos gubernamentales mediocres. Dentro de los intercambios sociales constructivos.
Esta crisis ecuatoriana aglutina. Pero no llega a expresarse por sí misma, ni permite expresarnos. Está en nuestra voluntad hacerlo. Las condiciones se preparan. Las oportunidades no esperan, ni se presentan infinitamente.
Es inútil discutir, por ejemplo, la definición econométrica de crisis de cara a la comunicación política. Es un ejercicio de otros ámbitos. Lo importante es no caer en la trampa legitimadora del régimen, en los sofismas de la publicidad. Crisis es esa implosión, que se expresa como pendiente destinada a la ruptura, en que caen los indicadores del progreso, que son percibidos como tales por los sujetos sociales y políticos, desde cada uno de los espacios de su reproducción. La econometría, bien gracias. Mejor, que determine cuando empezó la recesión (como la ecuatoriana), porque puede ser el momento pre-crítico más importante para la preparación de mañana. En nuestro caso, del nudo al que convergen todos los conflictos. La imposición de la relección indefinida puede desatar ese nudo y abrir un mundo nuevo de acontecimientos y perspectivas.
Esta crisis ecuatoriana aglutina. Pero no llega a expresarse por sí misma, ni permite expresarnos. Está en nuestra voluntad hacerlo. Las condiciones se preparan. Las oportunidades no esperan, ni se presentan infinitamente. En los debates por venir, el país podrá producir lecturas conjuntas, vinculado por las agendas, apoyado por la tecnología cibernética, asentado en la pluralidad, y desde allí podrá interiorizar y usar este momento de avance democrático.
La condición para avanzar en medio de otros cuasi debates o incluso de otros malos debates es desacostumbrarnos de la dependencia del Ejecutivo, del rentismo en la política. Avanzaremos en medio de esos debates, primero, porque así es como se construye históricamente la democracia, desde las constricciones de la lucha política. Y segundo porque interesa que la sociedad pudo darse cuenta que el rey estaba desnudo, sin argumentos para el momento. Que era preciso retomar la capacidad de la sociedad para pararse sobre sus propios pies.
El post-debate también será una confrontación entre la publicidad -que querrá reconstruir nuestra racionalidad política como una impresión de las imágenes fabricadas por el régimen- y la sociedad, que pugnará por buscar derroteros para su autonomía, también discursiva. Caminando por la ciudad, conversando con los vecinos sobre este debate, todos o casi todos transmitieron, “ya no () aguanto”, haciendo relación a una situación y a unos sujetos, seguramente.
[RELA CIONA DAS]



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