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11 de Septiembre del 2016
Historias
Lectura: 15 minutos
11 de Septiembre del 2016
Gustavo Isch

Consultor político, experto en comunicación electoral y de gobierno. Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar

Los establos del rey

La sombra del jefe supremo del oficialismo se cierne como una certeza –sombría para muchos, o salvadora para otros- sobre los probables componentes del binomio verde-flex Moreno-Glas.

 

Durante el correísmo, lo más fácil ha sido siempre ser oposición; el constituirse como opción, ha sido y sigue siendo la tarea pendiente de sus detractores. Los electores esperan ansiosos por esa estrategia, ese discurso, esa imagen, ese héroe o esa heroína que bajo la figura de un gobierno liderado por alguien con experiencia administrativa y política, firme pero dispuesto a tender puentes, y con más sustancia que escándalo, llegue a limpiar los establos e incluso, y si el clima lo permite, zafar al reino de tanto ganado obeso, improductivo e impúdico.

Cuenta la mitología griega que el rey Augías gozaba del beneplácito de los dioses y su ganado nunca sufría enfermedades. Gracias al favor olímpico, Augías logró poseer el mayor rebaño de todo el reino. Sus magníficas e incontables reses eran protegidas por 12 toros descomunales que los mantenían a salvo de abigeos y depredadores. Pero los establos nunca habían sido limpiados, por lo que los desperdicios acumulados y el hedor que despedían eran más importantes que la pinta magnifica de los animales, o el favor que los dioses guardaban hacia el rey.

Por fortuna, no hay trabajo por difícil que parezca que no pueda realizarse, ni tarea que no pueda cumplirse, por descomunal que sea la dificultad que entrañe. Hércules, el hijo predilecto de Zeus, el héroe vencedor de terribles monstruos y hacedor de hazañas inigualables, limpió los establos en un solo día abriendo un canal que desvió dos ríos cuyo caudal liberado, barrió con toda la inmundicia.

Hércules cumplió esta tarea en penitencia, y por el capricho de un rey que le encargó dicha misión con el fin de humillarle y ridiculizarle, poniendo a prueba los límites de su dignidad, pero el astuto héroe cumplió su trabajo debido a su fuerza y sabiduría.

Miles de años después, y más allá de la mitología griega, la realidad ecuatoriana podría asemejarse metafóricamente a la del reino de Augías y el quinto trabajo de Hércules: un país acariciado por la prosperidad sin precedentes originada en los altos precios del petróleo; una clase política dirigente apoyada por la inmensa mayoría de un pueblo; una sociedad embelesada casi unánimemente por la campaña comunicacional y por la refulgente retórica de una nueva generación de funcionarios públicos, que anunciaban la refundación de la patria; una Constitución y una institucionalidad a la medida, un contexto internacional favorable y con aliados estratégicos dispuestos a auspiciar el advenimiento de la nueva época… ¡El sueño de cualquier político vuelto realidad!

Las campañas electorales, los candidatos y los medios de comunicación están obligados a reflejar y facilitar la calidad del diálogo y la participación social ampliamente abiertos por ese evento. Tal oportunidad es inigualable para todos los actores políticos y para la gente. En ella se construyen y se prueban los verdaderos liderazgos.

Sin embargo, una década no ganada, sino de ganado colonizando las praderas y haciendo lo que sabe en las anchas alamedas parceladas por el Socialismo del siglo XXI, obliga a cambiar las condiciones en las que configuró un escenario donde muy pocos se atreven con ánimo y convicción a limpiar el desastre, enfrentando a otros que parecería se contentan con pasar una manito de gato.

El atrevimiento de unos y la persistencia de otros, tendrá lugar en el escenario prefigurado por las elecciones del 19 de febrero de 2017.

Toda campaña electoral es básicamente una competencia por la victoria en las urnas que enfrenta distintas visones y propuestas, transmitidas por un líder que encarna la voluntad de cambio y la utopía social. Pero no son solo eso. Las campañas electorales son el evento mayor de toda democracia; suponen la apertura de un momento especialísimo en el que los ciudadanos se activan políticamente y acceden a canales de diálogo y debate abiertos por los medios de comunicación y por las estrategias de campaña de los competidores. El voto es para muchos, el espacio cómodo y seguro desde el cual expresan lo que opinan sobre los asuntos más trascendentes que giran alrededor de su vida y la vida de sus familias; es aquella dimensión donde quizá por una sola vez, muchas personas piensan en su futuro, mirando hacia el pasado y plantadas en el presente.

Las campañas electorales, los candidatos y los medios de comunicación están obligados a reflejar y facilitar la calidad del diálogo y la participación social ampliamente abiertos por ese evento. Tal oportunidad es inigualable para todos los actores políticos y para la gente. En ella se construyen y se prueban los verdaderos liderazgos. El candidato capaz de interpretar y proponer lo que la gente necesita escuchar, y puede hacerlo con claridad, sencillez y seguridad se posiciona como un líder; de su lado, los electores responden identificando y adhiriendo a la propuesta que los cautive y los convenza; vale decir, eligiendo un héroe o heroína, capaz de encabezar un gobierno que pueda regenerar un país que huele a descompuesto.

Tal como se está definiendo el tablero electoral ecuatoriano, los votantes deberemos elegir entre dos candidaturas políticamente opuestas –probablemente antagónicas- cuyas bases de apoyo se asentarán en una división regional que mucho recuerda el viejo enfrentamiento entre sierra y costa; lo que supone que desde el 24 de mayo de 1822 la patria que ganó su independencia en las faldas del Pichincha, la misma por la que han muerto decenas de ilustres y miles de anónimos, y por la que buena parte del siglo XXI se han desgañitado ilusos y populistas bien aprovechados para mostrarla profunda, altiva “i soberana”, carece de un proyecto nacional integrador.

Por otra parte, la elección que se aproxima se plantea como una decisión de cara o cruz: continuismo versus cambio. Se trata de una opción binaria dibujada en una papeleta en la que el elector deberá escoger entre binomios armados para representar el equilibrio regional: “monos” y “serranos”; el de género: hombre-mujer o mujer-hombre; el de capacidad: experiencia y juventud; y probablemente alguna otra combinación que equilibre el expediente académico o empresarial con el de ejemplar trabajo social. Ello en lo concerniente a la forma. En el fondo, el factor ideológico pulsará entre dos visiones sobre el rol del estado.

Sin embargo, siendo importantes la definición del algoritmo que conjugue adecuadamente los atributos de los binomios en campaña, así como la estrategia para posicionarse geopolíticamente; la clave del trabajo para los asesores de los candidatos radica en la elaboración del mensaje central con el que los aspirantes a heredar un país a punto de despeñarse deberán convencer a un altísimo porcentaje de indecisos para obtener su voto. En rigor, eso hacen las campañas: posicionar mensajes clave y relatos, al abrir un diálogo entre candidatos, electores, estructuras sociales y comunicadores sociales.

Pocas veces como ahora, el país merece una campaña con un diálogo de calidad. Pero no se trata de un diálogo ejercido o fomentado por cualquiera. La sociedad y el elector, en estos procesos, esperan dialogar con líderes.

Pocas veces como ahora, el país merece una campaña con un diálogo de calidad. Pero no se trata de un diálogo ejercido o fomentado por cualquiera. La sociedad y el elector, en estos procesos, esperan dialogar con líderes. Las elecciones del 2017 exigen un diálogo profundo entre los ciudadanos y los candidatos en competencia. Y no puede haber diálogo sin liderazgo y sin claridad de ideas; un diálogo incluso más allá del interés o el cálculo partidista.

¿Cuáles son los atributos del líder que los electores ecuatorianos buscan en esta campaña? Ecuador es un país enfermo de caudillismo. Este mal afecta hasta hoy a todos los niveles del campo político, incluso por sobre los avances que pudieran registrase en términos de participación ciudadana, y es iluso creer que estas elecciones marcarán un punto de inflexión en ese aspecto. Por tanto, se requiere un perfil de candidato que reúna experiencia, capacidad de tender puentes y dialogar, firmeza para poner orden sin caer en excesos de autoritarismo, capaz incluso de superponerse a los limitantes de estructuras partidarias acostumbradas a medrar del poder. Y ciertamente, deberá ser alguien sobre el que no pesen actos comprobados de corrupción o regionalismo. La crisis económica y el poder de las técnicas de marketing electoral, harán el resto.

Ejercer el liderazgo es un aspecto central en una campaña electoral, y lo será más en un país permeado en amplias capas de su sociedad por diez años de un estilo caudillista, intransigente, confrontativo, autoritario, y muchas veces circense, de ejercer la política. Hasta el momento, es indiscutible que ninguno de los candidatos en precampaña, reúnen el perfil ideal.

La sombra del jefe supremo del oficialismo se cierne como una certeza –sombría para muchos, o salvadora para otros- sobre los probables componentes del binomio verde-flex, Moreno y Glas, prometiendo influenciar sobre ellos en el supuesto de que ganen las elecciones. Cada uno, o en dupla, son insolventes para llenar los requisitos que el Ecuador exige para salir del atolladero económico e institucional en que se hunde, y los electores indecisos y los que se encuentran en el casillero de votos blandos, lo saben y lo perciben claramente.

La sombra del jefe supremo del oficialismo se cierne como una certeza –sombría para muchos, o salvadora para otros- sobre los probables componentes del binomio verde-flex, Moreno y Glas, prometiendo influenciar sobre ellos en el supuesto de que ganen las elecciones.

Las dudas sobre la salud y hasta sobre la capacidad administrativa de Lenin Moreno, o las certezas sobre las consecuencias del “cambio de matriz productiva” impulsada por Jorge Glas, sin mencionar los cuestionamientos y denuncias difundidos por la oposición que salpican sus imágenes, son otros factores que les restarán posibilidades en campaña, ello sin olvidar el peso de la crisis económica que se planta como el gran elector de este proceso.

Por otro lado, Guillermo Laso, enfrentado no solo al binomio oficialista, sino a otra candidatura de la derecha política, probablemente encarnada por la carismática Cynthia Viteri, estará obligado a asegurar su voluble porcentaje de intención de voto y evitar que sus posibilidades sean mermadas en el mismo segmento de electores, por la opción que propondrá la llamada “Unidad” y por otras de menor importancia, que desde el centro derecha aparecen en el camino, como las del hijo de Abdalá Bucaram, la de Álvaro Noboa, y la recientemente promovida del agricultor Paul Olsen tutelada por el prefecto del Guayas. Ninguno de los nombrados, y menos éstos últimos, ha logrado durante toda su vida política, convertirse en un líder nacional capaz de aglutinar más allá de lo regional o lo coyuntural.

Es un hecho, que uno de los factores que comprime la falta de definición de más del 40% de electores, se debe a que al menos para la Presidencia de la República, se espera que out siders, tecnocumbieros, pastores de cualquier secta, deportistas u otras personalidades, no encabecen la papeleta. Muchísimos ecuatorianos entienden muy bien la diferencia entre un buen candidato -alguien que arrastra votos- y un potencial buen presidente -alguien preparado para administrar un país en plena crisis-.

En espera de una definición, la precandidatura del general Paco Moncayo, siendo la única seriamente viable en la centroizquierda y desde esa tendencia hacia electorado nacional, parece abocada a un errático comportamiento de la renacida Izquierda Democrática, sorprendentemente anclada a cálculos e indefiniciones que nada tendrían que envidiar los jurásicos devaneos de la vieja política criolla en sus mejores épocas. Esta proposición debe ser zanjada urgentemente en el seno de las agrupaciones que auspician el Acuerdo Nacional por el Cambio y al interior de la ID.

La tarea es compleja para los equipos de asesoría política y los estrategas de comunicación de las diversas tiendas en carrera. Ningún candidato que sea incapaz de liderar su propia campaña, puede aspirar a liderar el país. No lo merece. El liderazgo del que hablamos, pasa por definir en el corto tiempo que resta para la realización de los comicios, el peso y el modo que se dará a la exposición de propuestas para salir de la crisis, ordenar la institucionalidad y pacificar el Ecuador; o del otro lado, para continuar por la misma senda recorrida durante esta década, con pinceladas de amabilidad y al amparo de un discurso que seguramente propondrá mejorar lo hecho y no se responsabilizará de los desatinos de sus antecesores.

Los estrategas de comunicación política sabemos que las campañas empiezan con mensajes enfrentados, y que se necesita un mensaje afirmativo capaz de diferenciarse de los adversarios.

Durante el correísmo, lo más fácil ha sido siempre ser oposición; el constituirse como opción, ha sido y sigue siendo la tarea pendiente de sus detractores. Los electores esperan ansiosos por esa estrategia, ese discurso, esa imagen, ese héroe o esa heroína que bajo la figura de un gobierno liderado por alguien con experiencia administrativa y política, firme pero dispuesto a tender puentes, y con más sustancia que escándalo, llegue a limpiar los establos e incluso, y si el clima lo permite, zafar al reino de tanto ganado obeso, improductivo e impúdico.

Por cierto, en el relato griego, Augías no pagó lo convenido a Hércules, convirtiéndolo en un acreedor del reino. El semidios, sin embargo, no se preocupó por ello. A fin de cuentas como todo héroe, trabajaba free lance y solo por penitencia, eventualmente, se convertía en funcionario público; eso sí, sin relación de dependencia…

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