Palacio de Carondelet, el día de la MC. Fotos: Luis Argüello / PlanV
Y comparto contigo esta mi pausa, el silencio que me habita en monólogos de madrugada. La perplejidad que me produce las coincidencias de argumentos y de reacción melliza de las derechas más rancias con las llamadas izquierdas y movimientos sociales en torno a la MC.
Comparto el silencio de la pausa para tomar aliento, para entender la desorientación, y es que la MC, la muerte cruzada, el “morir matando”, ha develado a mi limitada comprensión un escenario que muestra lo que somos, un nosotros en fractura, no solo política, cultural, sino también, y sobre todo, humana.
Había dicho en una entrevista, hace algún tiempo ya, que el Ecuador no tiene un verbo que lo conjugue, y esa realidad o ausencia se expresa en nuestra naturaleza equinoccial, en la exclusión como conducta país. Excluir para poder ser, una premisa que nos condena.
Nuestra incapacidad de hilar y tejer, de admitir al otro, al diferente y al distinto es mayúscula. No entendemos lo que significa la diferencia y su necesaria presencia para crecer adentro que es lo que importa. No admitir al otro en cualquier plano de la existencia es no admitirnos a nosotros como lo que somos. La tolerancia en nuestro sentido de construcción humanidad es un extravío. Es una realidad cada vez más amarga y dolorosa, y ha sido la política y los caudillos, los partidos, el caldo de cultivo de esta construcción plural que busca dominio desde la exclusión, como principio de convivencia.
En ese sentido creo que los últimos gobiernos y la última asamblea que nos habitó, fueron y fue, la expresión más acabada y descompuesta de la construcción de la intolerancia y la mediocridad, en nombre de una democracia atada a la corrupción como poder. Hemos edificado mafias y hemos creado un mercado electoral donde las carpas-partidos se reciclan en camorras para negociar desde la mezquindad de su interés, el juego del acceso y manejo del poder.
El Ecuador no tiene un verbo que lo conjugue, y esa realidad o ausencia se expresa en nuestra naturaleza equinoccial, en la exclusión como conducta país. Excluir para poder ser, una premisa que nos condena.
Pertenezco a una generación que ya está de salida y que carga con el peso de la responsabilidad de dejar esta geografía equinoccial y el planeta entero en destrucción y violencia.
Más de cinco décadas de explotación petrolera, el “Chernovyl” amazónico, ha significado para el Ecuador destrucción de los bosques y sus habitantes, la extinción de sus culturas ancestrales, derrames y derrames, mecheros, contaminación, enfermedad y muerte. Son más de cincuenta años de esa y otra destrucción, la del ecosistema manglar en las costas del Ecuador, un bosque con miles de especies transformado en piscinas, una tala que no termina y que es exterminio del alimento y el trabajo de los pueblos del manglar, su gente y su cultura. El 80% del manglar despareció de las costas del Ecuador y como si esto fuera poco, gobiernos y financistas buscan ahora emprender la minería a gran escala, como el otro emblema de “desarrollo” de la hermandad política en continuidad de un trío nefasto para el país. Correa-Moreno-Lasso, una fraternidad de extrativismo que amenaza la vida y que aúpa el lleve mineral a cambio de la muerte del mañana.
Calle Piedrahita, el día de la MC.
Si en medio siglo hemos destruido la naturaleza país en nombre del desarrollo, la otra geografía que también somos, la geografía humana a la que nos pertenecemos como una expresión del singular y universal de esta tierra que habitamos y nos habita desde nuestros mayores y que nos determina y hace ser en nuestro carácter y diversidad como cultura y expresión, esa geografía de pueblos, sufre una erosión profunda en su ser plural e individual.
Basta mirar la nueva generación de políticos jóvenes, mujeres y hombres del siglo XXI, para llamarnos la atención y entender que como generación hemos elaborado pacientemente, en nuestro relevo de humanidad, una erosión más que un cambio. Los “babys” las y los “influencers de tube”, devenidos en políticos, repiten los Lassos viejos del ayer, aquellos que desde las dictaduras petroleras se han venido cultivando como ejercicio de democracia. El espacio público, no como servicio y construcción país, sino como fuente de enriquecimiento y dominio personal de una trinca que se arroga el nombre de todos, como objetivo de su existencia humana y ciudadana.
“Si roben, roben bien, justifiquen bien", premisa sincera para el quehacer político de una novel rosa del jardín de la “unidad plurinacional”. O también de la misma parcela, la afirmación de autoridad electa, “el alcalde puede llevar ese dinero a su bolsillo” como norma para el lleve en los contratos públicos. Veleidades de un tiempo circular, el pachakutik, que se repite y muestra la porosa personalidad de los nuevos dirigentes del partido de los pueblos originarios.
Militares caminan alrededor de la sede de la Función Legislativa, el día de la MC.
Basta mirar la nueva generación de políticos jóvenes, mujeres y hombres del siglo XXI, para llamarnos la atención y entender que como generación hemos elaborado pacientemente, en nuestro relevo de humanidad, una erosión más que un cambio.
Son más de cuatro funcionarios públicos, entre alcaldes, prefectos y asambleístas, del tiempo circular, detenidos, destituidos y condenados a cárcel por corrupción y estupro… Un poroso poncho rojo que antes defendía la tierra y la cultura ancestral y que hoy presume de su capacidad de golpIZA como camino hacia el poder. Ese poder chimichurri, sin moral, ni principios que busca ser la nueva sazón de los pactos políticos sin ética. Si eso sucede en la carpa del arco iris, en las otras que jalonan un ayer de revolución socialcristiano de credo fétido, la descomposición es mayor. Entonces me pregunto ¿qué tiempo nuevo para las nuevas generaciones hemos construido?
No tengo mucha fe en el mañana de este espacio imaginario, como lo dijo JEAdoum, “limitado por sí mismo”. Creo que nos estamos deshilachando como sociedad, somos un Estado fallido y no lo admitimos, y como muchos otros países de estatura política mínima, estamos condenados a repetir los errores de la historia con gusto.
Los viejos y pálidos colores de nuestro espectro político, han contaminado y descompuesto al multicolor nuevo del arco iris. Buscamos a nuestro populismo jalonado desde los cuarenta del siglo anterior, para repetirlo en modo siglo XXI. Lo hicimos con Correa –esa mezcla de Febres Cordero y Bucaram– y lo repetiremos hasta el cansancio, hasta que se extinga el caudillo como lo hicimos con Velasco, para luego reemplazarlo con uno igual, de leva o de poncho, de anaco o de falda. Esa realidad es nuestra historia porque el populismo garantiza el confort de la comodidad del dinero fácil, de la política como negocio sin ética, sin preparación y sin principios. La preeminencia de la mediocridad de mi yo camorra como interés supremo.
Por ello, como comunidad, como nosotras y nosotros, no podemos ser prósperos. Seremos lo que somos, un desencuentro que extingue la esperanza… En fin mi querida amiga, no eres la única que muerde el agrio de la desazón y mira en la retina de los ojos el gris sin esperanza de nuestro país sin horizonte.
Estamos en pausa.
[RELA CIONA DAS]
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