
Consultor político, experto en comunicación electoral y de gobierno. Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar

Foto: El Diario Manabita
Es difícil saber cuál de los dos canta y baila con más gracia; la oratoria de Bucaram supera de lejos a Correa, su gemelo político. Aquí, durante el mitin de bienvenida en Guayaquil.
En 0,49 segundos, con solo teclear el término populismo en la internet, aparecen 4 millones 960 mil resultados.
Es un término hípervalorizado. Pese a los esfuerzos por definirlo y encontrar un consenso alrededor de él, muchas personas hablan de populismo desde entradas muy ambiguas: lo ven como una ideología que expresa el resentimiento de capas subordinadas contra un orden social impuesto por alguna clase dirigente, a la que recriminan por poseer el monopolio del poder, la propiedad, el abolengo o la cultura. Otros enfoques lo definen como un producto del subdesarrollo político de países de pobre desempeño democrático; así también, para algunos sería un estilo de gobierno originado en una anomalía de la democracia, y caracterizado por el liderazgo de “hechiceros” que surgen ahí, donde las masas incultas y sin educación cívica son mayoría. Se asume de modo general, que quien moviliza los sentimientos irracionales de las masas para ponerlas en contra de las élites es un líder populista; y hasta hay quienes afirman que "como concepto para entender la realidad, el populismo se ha extinguido.
Una mirada más fina y más actual, los ubica en el conjunto de fenómenos que se apartan de la democracia liberal, cada uno a su manera.
La historia de los movimientos populistas se remonta, según P. Wiles, a la Inglaterra del siglo XVII, con los levellers (niveladores) y los diggers (cavadores). En el Ecuador una mala traducción idiomática, pero muy acertada en lo político seguro entendería que “llevers” son quienes “llevan” -en los contratos con sobreprecio-, y los “diggers”, los que digieren cheques procedentes de los mismos contratos; así que para guardar seriedad editorial, vale anticiparnos y advertir sobre ese potencial desvío semántico.
“Populismo” y el adjetivo “populista”, fueron categorías inicialmente acuñadas en la Academia antes de convertirse en expresiones de uso común; y como muchos otros conceptos académicos, nacieron como parte del vocabulario político de algún país en concreto.
“Populismo” y el adjetivo “populista”, fueron categorías inicialmente acuñadas en la Academia antes de convertirse en expresiones de uso común; y como muchos otros conceptos académicos, nacieron como parte del vocabulario político de algún país en concreto.
Se cree que el término “Populismo” fue utilizado por primera vez en Rusia en 1878 por parte de los marxistas rusos, quienes llamaban Narodnichestvo a la corriente de los socialistas vernáculos, según la cual los campesinos serían la vanguardia de la revolución, y las comunas y tradiciones rurales servirían de ejemplo para edificar la sociedad socialista del futuro.
Con el paso del tiempo y en razón de que se convirtió en un concepto tanto elusivo como recurrente, el término “populismo” se encuentra como un fantasma omnipresente en la argumentación académica, en la retórica de la política para referirse a ideologías o movimientos tanto en contextos urbanos como rurales, y en sociedades de todo tipo: el bolchevismo en Rusia, el nazismo en Alemania, el Macartismo en Estados Unidos, y no se diga, en Latinoamérica, tierra fecunda y patria grande de todas las formas políticas posibles.
Pero también hay quienes revalorizaron el concepto. El sociólogo argentino Ernesto Laclau argumenta sobre las virtudes del “populismo” para ampliar la democracia y permitir el acceso y la participación movilizada de amplias capas sociales históricamente relegadas por las reglas del juego impuestas por las élites dominantes de las democracias representativas clásicas. “El populismo comienza –escribió– allí donde los elementos popular-democráticos son presentados como una opción antagonista contra la ideología del bloque dominante”. Por ello, para un estudio de este fenómeno es clave acercarse al estudio del discurso populista. Este enfoque ayuda mucho a desentrañar su carácter colectivo.
En realidad, el populismo es una estrategia política y un estilo de hacer política que radicaliza las contradicciones sociales entre la élite y “los de abajo” y condimenta su retórica con altisonantes declaraciones “nacionalistas” que claman por la recuperación de la soberanía entregada al imperialismo por parte de oligarquías traidoras.
Dada su capacidad de absorber casi todas las demandas y reivindicaciones sociales, el “populismo” ha estado en Latinoamérica desde hace décadas, y probablemente seguirá por aquí mucho tiempo más. Lázaro Cárdenas, en México, Getulio Vargas, en Brasil; Juan Domingo Perón, en Argentina; José María Velasco Ibarra, en Ecuador son solo los referentes más ilustres del “populismo” en la primera mitad del siglo pasado. La presencia del peonismo se mantiene hasta ahora en Argentina.
A fines de los 90`s|, empezaron a gestarse en la región condiciones económicas e institucionales cuya fragilidad y agotamiento gatillaron el descontento generalizado que abrió las puertas al ingreso y la hegemonía de neopopulismos paridos en la crisis de representación política, los cuales falsamente proclamaron la refundación de la “Patrias Grande”, anunciaron el giro hacia la izquierda y, favorecidos por casi una década de altos precios del petróleo y créditos chinos a gran escala establecieron la hegemonía política del llamado “Socialismo del Siglo XXI”.
El modelo parece haberse agotado, y en los países más emblemáticos del giro refundacional, los escándalos de corrupción y la falta de relevo de líderes carismáticos capaces de reemplazar a los conspicuos jefes del cartel pseudo revolucionarios, han entrado en crisis.
Lo interesante es que en países como Ecuador, Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y Perú, los movimientos o la estrategia populista, han sido la norma y no la excepción si se examina su presencia a nivel local, regional o nacional; de modo que ya es hora de superar los ascos que a algunos les provocan, y aceptarlos como parte constitutiva de la modernidad latinoamericana, independientemente de que se trate de la hermana díscola embarazada, que toda democracia clásica quiere encerrar en el clóset de sus vergüenzas.
En Ecuador, desde la década de los 40`s el “populismo” convive en nuestra “nación en ciernes” y ayuda a perfilar el contorno de nuestro estado fallido. Desde Guevara Moreno y Asaad Bucaram con sus “hordas cefepistas”; pasando por la “chusma velasquista” y su líder Velasco Ibarra, cinco veces presidente; hasta recalar en Abdalá Bucaram y los “borregos” correístas; el populismo y sus variantes criollas nos han regalado piezas de colección dignas no de un salón en Carondelet pensado para exhibir las chucherías de un autócrata narcisista, sino en un museo de cera, o quizá en un habitáculo con cuartos acolchonados. Hasta podrían caber en el inútil y sobrepreciado edificio de la UNASUR, que coincidentalmente está resguardado en su acceso principal por la estatua de “el tuerto” Kirshner, destacadísimo personaje de la troupé.
Desde un enfoque comunicacional, el tema de la representación política puesta en escena por los movimientos neo-populistas del siglo XXI aclara muchas cosas sobre su esencia y sus límites. El estilo populista es el más aventajado en el universo del show político.
Las nuevas técnicas de comunicación e información, donde son fundamentales la televisión y las redes sociales, produjeron un enorme salto cualitativo en el ejercicio de la política y su puesta en escena, vía marketing, en la esfera pública.
Las nuevas técnicas de comunicación e información, donde son fundamentales la televisión y las redes sociales, produjeron un enorme salto cualitativo en el ejercicio de la política y su puesta en escena, vía marketing, en la esfera pública. Pasamos del “dadme un balcón y seré presidente”, al dame un troll center y seré viralizado. Avanzamos, Patria.
Gracias a campañas de comunicación permanentes que exacerban la publicidad y la propaganda, y apoyados en las prestaciones de modernas técnicas de persuasión, es que los liderazgos de caudillos populistas han sido posibles, y ha perdurado en una lógica de abuso de las facultades delegativas dadas por sucesivos procesos electorales que han controlado desde su red institucional, creada para favorecer sus deseos de perennizarse en el poder. Si a esta estrategia se suman una planificada intervención para desmantelar la institucionalidad democrática previa; eliminar la independencia de poderes, y legalizar un paquete de normas que facilitan la persecución y silenciamiento de voces disidente, coartan la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de asociación y otras esenciales; al tiempo que blanquean la corrupción enquistada en el sector público, tenemos el paraíso populista con el que nunca llegaron a soñar en nuestro país o en otros parecidos, todos los antecesores de este tipo de gobiernos.
Los rituales políticos propios de la dramaturgia populista producen sentimientos de solidaridad y configuran emblemas y símbolos de identidad partidista, donde el caudillo es al mismo tiempo encarnación de esa organización política idealizada. Esa figura del caudillo es identificada por la masa como un sujeto fuera de lo común, un ser extraordinario.
Bucaram y Correa son, en ése y en muchos otros sentidos, idénticos, por lo que es más fácil identificar sus diferencias: los honoris causa y las ventajas de las prestaciones comunicacionales modernas en favor del uno, son esenciales. Es difícil saber cuál de los dos canta y baila con más gracia; la oratoria de Bucaram supera de lejos a su gemelo político.
En la narrativa electoral o de gobierno populista siempre hay “buenos” y “malos”. Una combinación binaria en la que históricamente los buenos son los pobres del campo y la ciudad, los malos son los oligarcas, los ricos, los pitiyanquis, los pelucones.
El compañero nunca es el malo, el malo es el otro; y el pueblo siempre perdona al caudillo populista, lo reelige y lo llora a mares cuando muere. En determinado momento, cualquiera que no sea “oligarca”, “pitiyanqui”, o “pelucón” puede sentirse incluido en el apelativo de pueblo o ciudadano, porque la ambigüedad del término “pueblo” es un significante vacío, un pocillo que la demagogia maniqueista del caudillo puede llenar a su antojo, en virtud de que ejerce el poder explotando un estilo de relacionamiento directo con la gente, no mediado por instituciones. “Pueblo” es sinónimo de “descamisado” en el peronismo; de “bolivariano” en el chavismo; o de “ciudadano”, en el correísmo; según la geografía y la necesidad semántica de cada quién.
Pero las nuevas tecnologías de información y comunicación también les han plantado desafíos y malestares que no han podido superar. Analicemos brevemente solo un ejemplo:
La fotografía recientemente difundida a través de la red social twetter, en la que aparecen el actual mandatario ecuatoriano junto a Correa, Glas y otras cimeras figuras del gobierno verdeflex de los últimos 10 años, no deja de levantar suspicacias en medio de la transición liderada por el presidente Lenín Moreno.
La fotografía recientemente difundida a través de la red social twetter, en la que aparecen el actual mandatario ecuatoriano junto a Correa, Glas y otras cimeras figuras del gobierno verdeflex de los últimos 10 años, no deja de levantar suspicacias en medio de la transición liderada por el presidente Lenín Moreno.
El impacto fue importante. Las primeras impresiones dudaron de la autenticidad de la imagen y la creyeron un montaje de los operadores propagandísticos a órdenes del antecesor. Cuando se verificó lo que los ojos veían, pero el corazón se negaba a aceptar, las reacciones deambularon entre el desasosiego de quienes abrazan la hipótesis de un continuismo correista sin el mashi, hacia otras que exaltaron el mensaje de cambio y continuidad como promesa electoral en plena aplicación; asimismo, otras hilaron sobre las razones escondidas detrás de las amplias sonrisas; o ataron cabos alrededor de los intereses probablemente protervos de las facciones del oficialismo representadas por los personajes captados en la gráfica. No faltaron las que restaron importancia al cordial encuentro de entrantes, salientes, itinerantes y permanentes, y recomendaron calma a los desconcertados internautas; mientras circulaban también -en broma y en serio -alarmas sobre un aparente secuestro express, ya que la selfie parecía captar un enternecedor momento del síndrome de Estocolmo.
Todo por una selfie y por el impacto de su difusión en redes sociales.
Alejado obligatoriamente de las insultinas semanales, cadenas de radio y tv, y de todos los espacios de comunicación en los que antes reinaba a su antojo, Correa ha debido refugiarse en las redes para dar fe de su existencia. La imagen relata cómo él y sus colaboradores íntimos colaboradores tratan de darse un baño de popularidad y de credibilidad, aprovechándose de la imagen del actual presidente, que desde su discurso de posesión y con algunas medidas como las tomadas en el caso Odebrecht está tomando distancia del exmandatario.
A Correa y sus incondicionales debe haberles dolido hasta la médula de su infinito amor someter su inconmensurable vanidad, pacientemente amasada y exhibida desfachatadamente durante diez años, al espacio virtual de una sefie; limitarla en el modesto rectángulo de 12cm x 7cm de un teléfono celular; mostrar sus inocentes sonrisas sin caravana, sin pantallas gigantes ni parafernalia técnica; sin guionistas, sin Tiko Tiko, sin música patriotera, sin Piero, Silvio, Ricardito o cualquier cantor beneficiado con la ley del 1x1; sin solazarse con el adulo de la masa de “espontáneos” del sector público, convidados a escenarios donde se corría lista para verificar su asistencia a los montajes dramatúrgicos, planificados y pagados con dineros del erario nacional.
Sin tarima, el populismo y su discurso se licuan, los liderazgos se invisibilizan. La prueba es cómo solo el retorno de Abdalá Bucaram al Ecuador, luego de un exilio forzado por acusaciones de corrupción vuelve a revivirlo en el ocaso de su carrera, y le permite entrar a jugar como factor de distracción y negociación en el territorio populista hasta hace poco dominado por Correa, en la costa. Para Abdalá Bucaram, “volver, que 20 años no es nada” como dice la letra del tango, se pinta casi como una promesa. Su impronta será la mejor herencia para su hijo Dalo y su carrera hacia Carondelet.
Desde este cambio de época, en la que el populismo muestra que es capaz sobreponerse al olvido, a la honestidad, a la consecuencia, al linchamiento mediático, al veganismo político, al vacío de los millennials y otras perniciosas supersticiones propias de la democracia, se impone una sonrisa para recibir lo que se viene.
Pero antes…. ¡primero una selfie!
[RELA CIONA DAS]

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