Fotos: Luis Argüello
Ana Karina López y Mónica Almeida, periodistas y autoras del libro El séptimo Rafael.
Portada del libro. La foto corresponde a El Universo.
Un perfil o retrato periodístico es la vida de una persona traducida en hechos. Y son los hechos, nada más que los hechos, los que marcan el trepidante ritmo de esta biografía "no autorizada" de Rafael Vicente Correa Delgado, ex presidente de la República entre el 2007 y 2017, el cuarto récord de duración en la historia de los gobernantes del Ecuador.
Mónica Almeida y Ana Karina López son dos periodistas ecuatorianas, con cerca de tres décadas de ejercicio profesional. Su especialidad: el periodismo político y el de investigación. Se tuvieron guardado por casi dos años este proyecto, El séptimo Rafael, no solo por la debida prudencia que se puede y debiera guardar en este caso, sino por la necesidad de no crear expectativas exageradas sobre los resultados de su trabajo. Y no defradudaron: cada una de las más de 250 páginas de este libro, edición de las autoras, resuma sobriedad profesional, certezas, hechos confirmados y reconfirmados para contrastar lo que la mitología correísta decía de su líder, lo que el líder decía y dice de sí mismo y revelar lo que no se sabía de Rafael Correa, salvo las autoreferencias, y que Almeida y López van desentrañando con precisión de neurocirujanas.
¿Se puede llegar al alma de un sujeto como Correa? ¿De este personaje sobre el cual se trazó un manto de leyendas sin que nadie se atreviera a contrastarlas? Diego Cornejo Menacho, escritor, ex periodista y pintor, en la presentación del libro, el viernes 19 de mayo, en Quito, dijo que no era posible solo con periodismo. Que para retratar el alma humana se hacía necesaria la literatura. Las autoras, dijo Cornejo, no había logrado penetrar en el alma de Correa.
Quien empiece a leer las 250 páginas de esta obra periodística —hecho que lo mantendrá sembrado frente al texto sin querer dejarlo un solo momento— descubrirá, sin embargo, el alma de Rafael Correa y cómo se ha expresado en sus actos. Conocerá cómo mismo fue su infancia y juventud, de cuál fuente vital bebieron sus ancestros, cómo la línea de los seis Rafael anteriores de su familia se terminó expresando en esta figura que lo ubicó desde muy pequeño en una andadura que lo convertiría en un personaje histórico (duela a quien el duela). De esa manera, mostrando lo que este personaje ha sido y es capaz de hacer para obtener poder y para sostenerlo, se descubrirá su alma. No les va a gustar lo que vean.
Mónica Almeida y Ana Karina López se encuentran con Plan V en una mesa exterior de alternativo bar Botánica, en La Floresta.
El libro —cuentan ellas— es producto de los desencuentros entre las dos periodistas. Mónica había propuesto hacer un libro sobre otro personaje político. Luego Ana Karina propuso otra cosa. Ninguna podía. Se sentaron a conversar sobre el libro luego de seis meses de ausencia de Mónica, quien salió para Francia con su familia. La reunión fue en el Creps & Wafles de la Orellana. Se propusieron lo insólito: hacer lo que nadie había hecho, contar esa historia llena de leyendas y mitos de lado y lado. ¿Hacerlo desde la opinión, desde la anécdota, desde la alabanza o desde el odio? Hacerlo desde el periodismo, con rigor, confirmando una y otra vez las versiones, contrastándolas con la realidad, con los documentos, con las evidencias.
¿Cómo no se va a capturar el alma de Correa cuando se cuenta, en el libro, de lo que pasó en la Universidad San Francisco, donde fue 12 años profesor y de la cual salió con líos por delante? No lo puede negar, dicen las autoras, pues tienen en su poder los documentos, los roles, el dinero recibido... Ahí está retratado lo que ha sido capaz de hacer y de ser. Una persona que, para armar un proceso judicial contra el ministro de Educación de la época de Sixto Durán Ballén —cuando fue funcionario de ese gobierno (en el Mec-BID)— buscó respaldo del MPD. Y cuando fue presidente se ocupó, casi personalmente, de destrozar su organización, a sus líderes y su financiamiento. Luego destruyó la UNE. ¿Cómo no se puede capturar al alma de un personaje así?, se preguntan ellas.
Es el retrato del poder, también. De lo que podemos llegar a hacer y ser cuando tenemos un poquito de poder sobre alguien o sobre algo. No se diga de lo que es capaz de hacer un hombre con un poder ilimitado, sin que haya rendido cuenta alguna. Por eso, en su presentación del libro, las autoras hacían una pregunta —que a algunos pareció injusta—: ¿cuánto de Rafael Correa tenemos cada uno de nosotros? Estoy convencida de que todos llevamos un Rafaelito adentro, lo que pasa es que no tenemos el poder, dice Mónica Almeida. Un burócrata que llega a tener un poquito de poder, el ejecutivo, el dignatario, mira en lo que se convierte.
—¿Se convierte en qué?
—En un déspota.
¿Quién es Correa? ¿Es un falsario, es un simulador? ¿Qué es? La pregunta las pone a pensar: no hemos usado adjetivos sobre el personaje —dice Almeida— vamos contando los hechos. Pero hay ciertos rasgos, en sus defectos y virtudes. Por ejemplo, una vez que tiene el poder en sus manos actúa de una manera distinta a cuando no tenía poder. Él se cree superior al resto, más inteligente. Se cree un predestinado y eso ha influido mucho en las cosas que ha hecho.
Nadie en el mundo —matiza López— piensa que lo que hace es malo. Todos tienen una percepción de si mismos que los hace pensar que sus actos son por el bien de todos. Lo hace Trump, por ejemplo.
Pero, ¿eso no es lo normal en un político? ¿No es un mérito propio que piensen que está predestinado a salvar la patria incluso al mundo? se les repregunta. Los más inteligentes no lo creen, continúa López. Fouche, por ejemplo, no lo pensaba. Los más cínicos saben que no es así. Pero aquí tenemos un predestinado en el marco de un país en crisis, sin instituciones.
Es un rasgo que sobresale en él desde la niñez: si el tiene que ir de A a B, siempre va a escoger el camino más corto. Aunque sea atropellando a alguien.
¿Era así desde pequeño? Sí, asegura Almeida, es un rasgo que sobresale en él desde la niñez: si él tiene que ir de A a B, siempre va a escoger el camino más corto. Aunque sea atropellando a alguien, pero sí él cree que lo correcto es ir de A a B, buscará la manera más expedita de hacerlo pasándose sobre cualquier cosa. Y eso de que el fin justifica los medios, también. Y si a eso sumas el hecho de que es poco permeable a la crítica ni la acepta. Y es lo que incluso alguna gente del buró político nos dijo: el rato que te peleabas con él, no eras invitado al siguiente buró. Así nomás. Los compañeros del colegio dijeron lo mismo, es un rasgo que permaneció con él. Así como otros rasgos: su enorme capacidad de trabajo hasta el extremo de no dormir, su capacidad de análisis de la realidad.
Para Ana Karina, en un país normal, donde para llegar al poder tenías que pasar por un partido, con una carrera, con la experiencia buena y mala, el carácter del político se va moldeando. Pero a Correa no le ocurrió así: se dio cuenta que solamente tenía que apostar, y muy alto, a la movida más audaz. Y le resultaba. Hacía apuestas muy altas, hasta llegar al filo del precipicio, y cuando estás rodeado de la nada, qué pasa: creas el vacío y reinas. Y apuestas cada vez más alto. Y luego tienes toda esa gente que tienes alrededor que está para cumplir tus órdenes, deseos y caprichos.
—¿Cómo es el país que Correa llega a conquistar? ¿Y él, es una aplanadora?
—Es avasallador, dice Almeida. No le quisimos poner la palabra aplanadora.
Correa tenía cable a tierra, pero nos hizo pensar siempre que no. Por un lado va su discurso: antipartido, antipolítico, pero creo —dice Ana Karina López— que en El séptimo Rafael, se demuestra que su camino fue el más político, clientelar, partidista... Por afuera se presenta como una cosa, pero él hace lo que todo político debe hacer. Por ello se va alejando de la gente más ideológica y se rodea de los más pragmáticos, quienes le han acompañado en estos años, en segundo plano, pero beneficiándose del poder.
Mónica y Ana Karina en el país de las maravillas
Primero, las periodistas se sentaron con un cuadernito a decidir el objetivo del libro y qué no iba a ser el libro. Luego arrancaron por lo más fácil aparentemente. El capítulo cuarto, la historia de Correa en la Universidad San Francisco. Luego fueron a Guayaquil y empezaron con la historia de la Universidad Católica. Estuvieron varias veces, la primera cinco días. Consigueron cuatro entrevistas fuertes y asentaron la parte de Guayaquil. Luego una fuente les dirigió a otra. De cada entrevista fue saliendo más información. La sensación de ellas era que abrían una puerta sobre el personaje y con ella se abrían muchas más. Y era como en Alicia en el país de las maravillas, tenías varias puertas que se abrían a la vez. Hablaron, por lo general, con gente que estuvo con él, que lo conoció muy de cerca, pero que ahora mantenía distancia, mucha o poca, pero distancia.
El acercamiento a las fuentes fue muy sutil, pues, decían, estamos haciendo un retrato, un pequeño perfil. Pero ya cuando estaban con la persona adecuada confesaban sus propósitos. No dijeron nada por teléfono. Mónica Almeida dice que es objeto de escuchas ilegales, y para que la Senain se entere antes que el entrevistado preferían un acercamiento por la tangente. Nada se hizo por correo electrónico, nunca se enviaron mensajes ni textos por correos. Empezaron por sus propios conocidos, que fueron abriento las puertas a otras fuentes, en un delicado trabajo de generar la confianza para la protección de las fuentes, y que lo que ellas dijeran no fuera reconocido ni manipulado. Así llegaron al umbral de la guarida del lobo, sentandose a escuchar a sus fuentes por cuatro o seis horas. —Hemos aprendido a escuchar, dice Mónica Almeida.
El texto tiene idas y vueltas. Para explicar el pasado se van al presente, para explicar el presente se van al pasado. Es la historia, por ejemplo, en la lucha de Rafael Correa por la pensión diferenciada en la Universidad Católica de Guayaquil, lucha por la cual se ganó el respeto de compañeros y autoridades. Pero en esa investigación encontraron que Correa no había sido becado todos los años, como se había asegurado, y que no hubo un tal concurso nacional para ir a la maestría en Bélgica.
Hay que leer el libro para conocer no solo a Rafael Correa sino al país que lo hizo y lo permitió. Y el país que cocinó a Correa, esa sociedad. Nada es fortuito.
Hay que leer el libro para conocer no solo a Rafael Correa sino al país que lo hizo y lo permitió. Y el país que cocinó a Correa, esa sociedad. Nada es fortuito. Esa catadura reaccionaria, esa forma de pasarse a todo el mundo por encima para lograr lo que se quiere, no es solo de Correa: en este país mucha gente defiende eso, dice Mónica Almeida. Es muy dificil encontrar en el país a personas que defiendan valores democráticos o que los derechos humanos sean para todos, no solo para la gente que me cae bien. Y si ese es de una tendencia política y hay que defender los derechos de la otra tendencia, pues no es posible, dice Almeida.
En El séptimo Rafael se evidencia también el retrato de la gente que lo acompaña, en quienes él confía: sus compañeros de la Universidad Católica, la gente de los círculos religiosos, la gente de los Boy Scout. Sus amigos, verdaderamente amigos son los de la escuela y el colegio. Los que pasaron 12 años juntos. El resto es gente que le es útil únicamente para ciertas cosas, y luego es desechada. Peor, hay gente que a pesar de todo se queda con él, por conveniencia. Como hace todo el mundo: me conviene llevarme con este, pero este tiene poder y aceptas que te insulten, te humillen, te digan que tienes un zapato en la cabeza... Hay un personaje que no está en el libro pero hay su testimonio, al cual Correa lo ofendió e insultó, y él se fue. Y el resto de acólitos le pedían que se quedara, que agachara la cabeza porque lo iba a nombrar ministro. Y él: es que, carajo, yo no quiero ser ministro.
Y ese es el tema del libro: gobierna en función de sus afectos y desafectos personales. Los convierte en asunto de Estado.
Él, desde el principio, buscó la trascendencia en el tiempo. Él, cuentan las autoras, anunció en enero del 2007 la creación del museo de la Presidencia. Hablaba ya de trascender, y por eso la similitud con Alfaro; él se sitúa históricamente. Desde el principio. Siempre anunciaba lo que iba a hacer, pensaba en voz alta. Una forma muy costeña de ser. Y ese ser costeño, en cuanto a la formación de las élites, es un tema que también marcó a Correa. Mucho repite la gente también que es muy cálido, que es preocupado en lo personal de su gente. Gente que lo quiso desde cuando no tenía poder, porque era, por ejemplo, muy preocupado de sus alumnos. Contrasta con una figura como la de Pedro Delgado, que era también profesor de la San Francisco, pero a quien nadie quería. En cambio Correa era querido, por lo general, y no tenía malas evaluaciones. Tenía sus detractores, por supuesto, pero como en todas partes. Sin embargo, dice Ana Karina, no es normal que luego de una gran relación con la Universidad que incluso le facilitó el doctorado en la Universidad de Illinois, le inicie una persecución. Ellas creen que por razones personales.
Y ese es el tema del libro, dicen: gobierna en función de sus afectos y desafectos personales. Los convierte en asunto de Estado. Muchas de sus decisiones que afectaron a muchas personas tuvieron razones personales. Y las autores insisten: como muchas veces lo hacemos todos. El retrato de Correa es el retrato del país. ¿De lo peor del país?
Al libro le ha ido de maravilla. Bien recibido por la crítica, algunos aún esperan la reacción de Rafael Correa. Le pidieron entrevista, por supuesto, pero no hubo respuesta. Quedan muchas cosas en el tintero. Almeida y López reconocen que se quedaron en sus memorias porque querían salir con el libro antes de que él se fuera de la Presidencia. Y lo hicieron.
[RELA CIONA DAS]
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