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14 de Julio del 2021
Historias
Lectura: 53 minutos
14 de Julio del 2021
Mateo Febres Guzmán

Estudiante de Relaciones Internacionales; colaborador en revista Ideario para ensayo, cuento y poesía. Reside en Guadalajara, México. 

A sus 86 años, Rodrigo Borja pasa revista a su paso por la política del Ecuador
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Fotos: Cortesía de Ana Paula Flores

 

El ex presidente Rodrigo Borja pasa revista a su trayectoria política desde su casa, al oriente de Quito. El ex mandatario recuerda sus inicios en la política, sus conflictos con sus rivales como León Febres Cordero, y da sus impresiones sobre sus sucesores, desde Jamil Mahuad hasta Guillermo Lasso, pasando por Rafael Correa.

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La primera sorpresa fue la casa, y que se desplomaba el cielo en lluvia sobre Quito. Eran las 4 de la tarde, un lunes, y habían pasado tres semanas desde la primera vuelta electoral de 2021; el país todavía a la espera de resultados definitivos.

Estacioné el automóvil en una cuchara residencial, y fui directamente a la casa equivocada: una enorme residencia de color naranja, que ocupa casi toda la cuadra. Yo creí, o creí creer, por el color, que no podía ser otra la casa en que aguardaba el entrevistado.

- Busco al doctor Borja, buenas tardes – dije al citófono, convencido.

En el estruendo de la lluvia diáfana, la voz de una mujer:

- Al frente vive el doctor Borja, aquí no es.

El equívoco, que fue la primera y no la última de las sorpresas de esa tarde, nos llevó a cruzar la calle, grabadora y cámara en la mano, a timbrar el nuevo timbre, de una casa considerablemente más pequeña y desapercibida, a repetir las ceremonias: buenas tardes, claro, pase, y etc.

Subiendo una pequeña escalinata, y al final de un zaguán que bordea su jardín, Rodrigo Borja, expresidente del Ecuador (1988-1992), con la mano levantada y saludando sonriente a sus invitados, recubiertos de lluvia y de paraguas por igual.


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Fue como estar ante la historia viva. Rodrigo Borja parecía estar emocionado, y saludó afectuosamente. Luego las introducciones de rigor y, subiendo las gradas a mano izquierda, procedería un breve recorrido por su casa.

- Este es mi gimnasio – dice indicando una pequeña habitación con máquinas para hacer ejercicio.

Yo la miro con decoro, pero el doctor propone, con un ademán, que ingrese y vea bien el cuarto, un recodo acaso responsable de tenerlo en tan buena forma a sus 86 años de edad.

Después, la biblioteca, donde está ubicado el escritorio en donde escribe, desde hace décadas, su Enciclopedia de la Política, obra cumbre de un expresidente que en su vida ha escrito varios libros de referencia obligatoria para las ciencias sociales en el Ecuador, que cuenta con más de mil páginas y es, “por su naturaleza, siempre inacabada”.

Los libros van del suelo hasta el tumbado y, en el fondo, una ventana amplia con el paisaje de una parte del valle, dejando ver la lluvia incontenible. Junto a su mesa de trabajo, todavía el enorme globo terráqueo que le obsequiara en su momento el ex presidente de Francia,  François Mitterand, amigo suyo.

En un pequeño recoveco, como arrancados de las páginas de sus memorias, los retratos con los viejos líderes del mundo, que conoció en su paso por el poder: Bush padre, Boris Yeltsin, Felipe González, Olof Palme, Willy Brandt, Juan Pablo II, Mitterand, la lista es larga. En un sitial importante, recabando las nostalgias de la lejanía, una fotografía con Fidel Castro, el día de su posesión presidencial, 1988.
Observo minuciosamente, mientras él va relatando cada uno de los momentos. En ese trance, ubico el rostro de mi abuelo, junto a él, en una concentración de masas de 1978.

Crecí siempre con las anécdotas de la Izquierda Democrática, el partido que creó Rodrigo Borja en los años setenta. Mi abuelo fue uno de sus compañeros, y daba cuenta de las vicisitudes, las anécdotas, y el trajín de la lucha política, la insipiencia de ese partido multitudinario, la socialdemocracia ecuatoriana, que lo llevó al poder en 1988. Tres intentos lo llevaron a instalarse en el Palacio de Carondelet, y una vida entera de añorarlo. En el Ecuador, como se sabe, casi siempre la tercera es la vencida.


Rodrigo Borja en su diálogo con el autor de esta nota, en marzo de 2021,  en su casa al oriente de Quito.

Crecí siempre con las anécdotas de la Izquierda Democrática, el partido que creó Rodrigo Borja en los años setenta. Mi abuelo fue uno de sus compañeros, y daba cuenta de las vicisitudes, las anécdotas, y el trajín de la lucha política, la insipiencia de ese partido multitudinario, la socialdemocracia ecuatoriana, que lo llevó al poder en 1988.

Hace muchos años que el expresidente Borja decidió retirarse de la política ecuatoriana. En las muy escasas entrevistas en que se ha presentado desde entonces, ha esquivado cualquier referencia que pudiera traslaparse a la realidad nacional, siempre frontalmente. No es el único caso en el Ecuador en que un presidente se abstiene de comentar lo público luego de dejar el poder, pero es, sin duda, el caso más importante en el que esto sucede. Luego de varias décadas de ser un protagonista del escenario político, la ausencia de su voz dejó consigo un vacío importante, y su decisión no ha estado libre de críticas y detracciones. Su retiro se debió a la persecución de otra de sus pasiones: la pasión por escribir su enciclopedia, de acceso libre en internet, y editada, en su formato físico, por el Fondo de Cultura Económica, de México.

Debido a su retiro, la entrevista se estructuró para abordar tres ejes temáticos: las anécdotas históricas del siglo pasado – Borja pertenece a una generación de actores políticos que ya en nada se asemejan a la actual, y es siempre apasionante retomar los viejos relatos de ese país que es otro y, sin embargo, el mismo-, la política internacional – por la que siempre se ha interesado-, y su trabajo intelectual – la transición de la política hacia el oficio de escribir-. Eran estos los temas a abordar y, durante una hora, fue esa la entrevista. Pero esa tarde de lluvia y marzo, no estaría exenta de sorpresas gratas, de un insospechado afán.

Es así que llega el momento de sentarnos en su sala, las paredes ocres, el cielo raso blanco e impecable. Desde la planta baja asciende un rumor de música, y nos instalamos, prestos a iniciar nuestra conversación:

- Con su permiso, doctor Borja, voy a encender la grabadora.
 

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- Se trata de vencer los miedos, no de no tenerlos. Que los miedos no cohíban al sujeto y no lo limiten, no lo obliguen a transitar por senderos que no son los que desea.

Es lo que me dice primero, cuando le pregunto por las formas de la valentía. Rodrigo Borja no ha sido un hombre muy proclive a los temores, a pesar de que en más de una ocasión ha estado frente al cañón de una pistola. Cerca de la muerte estuvo en las campañas electorales, en el gran apagón de Nueva York, y en aviones que se rehúsan a aterrizar sin la amenaza de desplomarse intempestivamente. Y, sin embargo, la historia que él elige relatar es aquella en que arriesgó su vida, muchos años atrás, por el amor:

- Yo todavía tengo una terrible impresión de los miedos que tuve una noche cuando al día siguiente me tenía que batir a duelo de pistola contra un contendor, que no era contendor político, sino contendor amoroso. Me desafió a un duelo de pistola, y cuatro días después, aquí en un bosque de Cumbayá, nos batimos a duelo.

- Usted recibió un tiro en la clavícula -, le digo, como si no supiera de memoria la anécdota que está a punto de contar.

- La tengo todavía deforme, porque el tiro se clavó dentro del hueso. El médico me sacó como si fuera un clavo, con una tenaza, la bala que tenía en la clavícula, pero me salvé.

- ¿Creyó que iba a morir?

- Claro, porque botaba tanta sangre, y me faltaba el aire. Le dije a mi compañero: “llévame este rato al hospital”, y el trayecto, que en ese tiempo era empedrado, duraba cuarenta minutos; cuando llegué, puse en apuros al cirujano: “¡por favor atiéndame ya, que me estoy muriendo! ¡Por qué se sonríe doctor!” le dije. Cogió mi mano, la llevó a la clavícula, y me hizo tocar la bala, que había estado ahí clavada. Entonces yo volví a la vida, porque creía que el tiro estaba en el pulmón, y que me iba a morir.

"Cogió mi mano, la llevó a la clavícula, y me hizo tocar la bala, que había estado ahí clavada. Entonces yo volví a la vida, porque creía que el tiro estaba en el pulmón, y que me iba a morir".

Ríe abiertamente el doctor Borja, en la reminiscencia.

- ¿Cómo se siente hoy al ver, en retrospectiva, tantos episodios en la proximidad de la muerte?
- Me censuro… yo era demasiado propenso a afrontar los riesgos -, se reprocha-, Yo me acuerdo, por ejemplo, en una concentración de masas en Guayaquil; estaba en una tribuna, y empecé a oír los silbidos de unas balas. Me di cuenta de que desde un edificio en construcción al frente me estaban disparando, entonces empujé a mi mujer y a los compañeros, los llevé atrás, y me quedé solo; como estaba hablando, empecé a hablar caminando, para evitar que me apunten.

Relatos como éste abundan en las páginas de la política ecuatoriana del siglo veinte. Las campañas electorales, parece, solían estar diseñadas para la violencia, y el expresidente así lo menciona:
- Siempre eran violentas, había muchos enfrentamientos a tiros. Al Congreso la mayor parte de los diputados íbamos con una pistola en el bolsillo. 

Fue en 1979 cuando Carlos Julio Arosemena, también expresidente y legislador, le aconsejó la compra de un revólver para defenderse en el Congreso. Eran otros tiempos de la democracia ecuatoriana; los debates legislativos tenían una chispa intelectual de la que hoy carecen, si bien en más de una ocasión hubo disparos y hubo golpes; algo que, a pesar de todo y por fortuna, no se ve ya en mucho tiempo. Pero entonces, eran estos los gajes del oficio.

Le pregunto por otra anécdota de peligros y pistolas: la ocasión aquella en que Oswaldo Guayasamín, el más grande pintor ecuatoriano del siglo veinte, se interpuso entre él y las armas enemigas. Borja entonces era secretario general de la Casa de la Cultura, y una tarde le impidieron entrar a su oficina.

- Eso iba a terminar mal. Eran unos cuarenta o cincuenta sujetos, muchos de ellos armados, y yo estaba completamente solo. Yo era muy joven, estaba en los primeros años en la Facultad de Derecho, y encuentro mi lugar de trabajo con candado en la puerta. Entonces les apunté con la pistola para que me abran el candado, y lo abrieron. Pude entrar a mi oficina, pero cayeron los jóvenes armados, así que tuve que sacar mi pistola y mantenerlos a raya.

- ¿Le salvó la vida Guayasamín?

- Claro. Pero son cosas demasiado arriesgadas que hacía.

- Cuando uno es joven es así, ¿no?

- Claro -, y en su respuesta, la risa nuevamente.

"Yo era muy joven, estaba en los primeros años en la Facultad de Derecho, y encuentro mi lugar de trabajo con candado en la puerta. Entonces les apunté con la pistola para que me abran el candado, y lo abrieron. Pude entrar a mi oficina, pero cayeron los jóvenes armados, así que tuve que sacar mi pistola y mantenerlos a raya".


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No es ningún secreto que Rodrigo Borja es un gran conversador. Sus memorias son estimulantes, y frecuentemente, en el diálogo, deja ver su agudo sentido del humor. Mientras otros personajes históricos de la política ecuatoriana han hecho de su discurso un hacha para cortar madera, mi interlocutor casi siempre ha preferido optar por el bisturí.

Su partido, la Izquierda Democrática, se constituye como tal en 1978, un año antes del retorno a la democracia, luego de una dictadura que duró un trienio. Su ideario era el de “una izquierda no marxista”, a decir del expresidente Borja; una socialdemocracia adaptada al contexto ecuatoriano que, en la configuración bipolar de la Guerra Fría, representaba la alternativa de un tercer camino. En su libro de memorias, Borja lo resume de la siguiente manera: “izquierda es, desde los tiempos de la Revolución Francesa, la vocación de cambio social; y su apellido ´democrática´ significa que queremos ese cambio sin sacrificar la libertad, con respeto a los derechos humanos y a la prerrogativa de los pueblos de elegir sus gobernantes”.

Su lema es todavía “justicia social con libertad”; su apuesta fundacional, la persecución de una democracia de tres dimensiones: política, social, y económica.

- ¿Es todavía hoy un reto pendiente? -, le pregunto, respecto de esta tridimensionalidad.

- Sí, claro, es un trabajo siempre inconcluso. Ya las nuevas generaciones de miembros y dirigentes de nuestro partido aportan con lo suyo para ir ampliando sus declaraciones de principios.

Aunque ya no hace política activa desde hace dos décadas, la primera persona del plural da cuenta de una nostalgia inconfesable. Al preguntarle si permanece en contacto con la dirigencia del partido, “de vez en vez”, me dice, “porque saben de mi retiro”.

- ¿Con Wilma Andrade, por ejemplo?

- Vienen acá a conversar, con poca frecuencia.

No ha vuelto a conquistar el poder la Izquierda Democrática desde que Rodrigo Borja dejó la presidencia en 1992. A partir de entonces, los candidatos propuestos por el partido se han ubicado, salvo una excepción, en el cuarto lugar de los balotajes presidenciales. Es el caso, también, de la última elección. Entonces, por varias semanas no se sabía aún qué candidato pasaría a la segunda vuelta. Pero se sabía, entre otras cosas, que la ID ocupaba, de nuevo, el cuarto lugar.

Curiosamente, que el partido socialdemócrata haya quedado en su lugar tradicional, causó sorpresa en el país. Debido en gran medida a una eficaz campaña de marketing político, el candidato de la ID, Xavier Hervas, se convirtió, de la noche a la mañana, en un interlocutor importante del debate nacional. No obstante, cuando le pregunto si el Ecuador está siendo testigo de un nuevo empoderamiento del partido, él me habla de Guillermo Herrera, que es el actual presidente de la agrupación, y no del candidato Hervas:

- Todavía en los barrios populares la Izquierda Democrática tiene mucho respaldo. Hay un nuevo dirigente, muy competente, muy honesto e inteligente, y de una enorme simpatía personal. El jefe del partido tiene madera de líder, yo creo que él puede ser.

La brevedad de su respuesta me obliga a recular. Y, sin embargo, recibo gratamente estas pequeñas incursiones hacia la realidad actual de su partido, que presagian, nuevamente, la sorpresiva distensión con que comentaría, más adelante, otros asuntos de relevancia actual. Respecto de los años de formación de la ID, el doctor Borja rememora:

- Armé el partido desde las bases, esa fue una historia impresionante. Yo dictaba clases de las cuatro de la tarde a las siete de la noche en la Facultad, y de ahí yo no me iba a la casa a descansar, sino que me iba a recorrer los barrios de Quito; fui sembrando la semilla de Izquierda Democrática en los barrios populares, y eso hice en todas las ciudades.

"Armé el partido desde las bases, esa fue una historia impresionante. Yo dictaba clases de las cuatro de la tarde a las siete de la noche en la Facultad, y de ahí yo no me iba a la casa a descansar, sino que me iba a recorrer los barrios de Quito; fui sembrando la semilla de Izquierda Democrática en los barrios populares, y eso hice en todas las ciudades".

- ¿Cuáles son las grandes diferencias que existen entre aquel país de los años setenta, y el país de ahora?

- El analfabetismo ha sido recortado. En mi tiempo eso no era así: había una gran masa de jóvenes que no habían podido, por problemas económicos, ir a la escuela y al colegio. Y el lenguaje del político era diferente.

- ¿Qué es lo que permanece todavía?

- La pobreza, la marginalidad social, la falta de empleo se mantienen.

- ¿Observa usted que ahora la colectividad se encuentra más activa políticamente, más militante? ¿O más bien hay un creciente desinterés por la política?

- La televisión ha despertado mucho interés. En los hogares humildes, sus dueños han hecho ahorros para poder comprarse un aparatito de televisión. Y claro, en el curso del programa están los noticiarios, y también las intervenciones de políticos, de intelectuales, de periodistas, de obreros… Todos los que pasan por la pantalla diariamente.

Afuera, la lluvia parece haber cedido en su caer. Cerca de una hora ha transcurrido desde el inicio de nuestra conversación, pero la noche se hace esperar, tan caprichosa.
 

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Le pido al doctor Borja, que pronto se levantará a encender la luz de su sala, la evocación de algunos viejos personajes de la política ecuatoriana. Sobre Carlos Julio Arosemena, de quien hablábamos hace un momento, me dice que era un “idealista, un tanto iluso, pero un hombre honorable”. Raúl Clemente Huerta, “un hombre inteligente, muy buen orador”, y alguien a quien apoyó cuando, entonces, era candidato a la presidencia contra Camilo Ponce Enríquez, uno de los fundadores del Partido Social Cristiano. Sobre Jaime Roldós, el primer presidente del Ecuador luego del retorno a la democracia en 1979, la opinión de Rodrigo Borja, que amerita una pregunta subsiguiente:

- Jaime Roldós era un gran caballero de la política. Era un hombre honesto y decente.

- ¿Usted es de las personas que evocan con nostalgia a Jaime Roldós como figura política?

- Sí, es que no es fácil encontrar un político caballeroso, y eso era Jaime Roldós.

- ¿Valiente?

- Valiente. Además, él se independizó del hombre que le puso en el poder, Assad Bucaram. Era un elemento valioso de nuestra política. Fíjese que yo estaba en otra línea, pero saludábamos muy afectuosamente.

Respecto de figuras que, como Roldós, ocuparon el poder luego de 1979, el doctor Borja no escatima en su discurso. Me confiesa, por ejemplo, que con Osvaldo Hurtado siempre tuvieron una relación fría, a pesar de que “no era una enemistad”.

"Jaime Roldós era valiente. Además, él se independizó del hombre que le puso en el poder, Assad Bucaram. Era un elemento valioso de nuestra política. Fíjese que yo estaba en otra línea, pero saludábamos muy afectuosamente".

Luego, conversamos sobre León Febres Cordero, acaso su más íntimo enemigo.

- Decían que Febres Cordero fue, mientras vivió, el “dueño del país”. Usted, que lo ha visto desde adentro, ¿cree que estas apreciaciones tienen sustancia?

- Tienen algo de sustancia, porque él encabezaba un grupo social millonario, eran los dueños de la mayor parte de las empresas productivas del país, los principales exportadores del Ecuador.
- ¿Y eso le daba para manejar la política también, y la Justicia?

- Claro. Yo me acuerdo que tuvimos el único debate que creo que se ha dado entre los candidatos presidenciales, en Guayaquil… eso terminó mal.

El expresidente Borja me comenta que luego del debate, que consta entre los momentos míticos de la política contemporánea, tuvo lugar una gresca entre ambos candidatos.

- ¿Esa relación nunca se compuso? ¿Siempre fue de enemistad?

- Siempre fue, salvo un día. Yo iba con mi mujer a dar una conferencia en Madrid, y habían cuatro horas de espacio para tomar la escala Miami-Madrid. En esas cuatro horas, fuimos a un centro comercial, y mi mujer me dice: “mira quién viene ahí”. Y oigo: “¿cómo está doctor Borja?” – “Hola ingeniero, qué tal, cómo está”. Me extiende la mano, y le doy la mano. Murió poco después de eso. Pero terminamos estrechando la mano.


Borja y León Febres Cordero en uno de los duelos políticos más importantes de la política nacional: el debate de 1984 en televisión. 

"En esas cuatro horas, fuimos a un centro comercial, y mi mujer me dice: “mira quién viene ahí”. Y oigo: “¿cómo está doctor Borja?” – “Hola ingeniero, qué tal, cómo está”. Me extiende la mano, y le doy la mano. Murió poco después de eso. Pero terminamos estrechando la mano".

Estas palabras del doctor Borja exigen una pausa, un silencio breve. La anécdota, puntual, exhala una especie de nostalgia.

- También usted fue un duro crítico del presidente Mahuad – le propongo, para quebrar el silencio.

- Sí – responde -, pero no dejamos de ser amigos. Mahuad era un hombre muy simpático, muy afectuoso, pero claro… Para mí fue una desilusión, lo que nos enteramos después.

Con esas líneas introductorias, y tomando, desde luego, una licencia cronológica, arribamos a la evocación de una figura indispensable: José María Velasco Ibarra, quien fuera en cinco ocasiones presidente de la República, y el gran caudillo ecuatoriano del siglo veinte.

Y es que, en el Ecuador, al igual que en otros países latinoamericanos, la figura del caudillo tiene raigambre en las entrañas de la memoria histórica, en sus avatares, en su incierto acaecer.

Bajo el afilado discurso de Velasco se forjaron varias generaciones de políticos; entre ellas, la del doctor Borja, quien fue su fervoroso opositor. Me cuenta que lo conoció cuando tenía siete años: una noche se sentaron a almorzar, por invitación de su padre, y fue aquella la primera ocasión en que estrechó su mano.

- ¿Cuál era la esencia de su oposición a Velasco Ibarra?

- Era absolutamente ingenuo en materia económica, él no sabía lo que era un sucre. Entonces sus ministros y funcionarios hacían lo que a ellos les parecía, y el doctor Velasco no entendía. El doctor Velasco hablaba del pueblo, sin saber lo que era el pueblo, era un señor encopetado que estaba en las alturas de los buenos comedores, no conocía al pueblo. Era un filósofo, y un brillante orador de masas.

- Y un caudillo.

- Y un caudillo político, así es.

"Era absolutamente ingenuo en materia económica, él no sabía lo que era un sucre. Entonces sus ministros y funcionarios hacían lo que a ellos les parecía, y el doctor Velasco no entendía. hablaba del pueblo, sin saber lo que era el pueblo, era un señor encopetado que estaba en las alturas de los buenos comedores, no conocía al pueblo. Era un filósofo, y un brillante orador de masas".

- Las páginas de nuestra historia están pobladas de caudillos, aún en la política contemporánea. ¿Cree usted que es el destino del Ecuador ser una tierra de caudillos?

- No. Eso ocurría porque en esos tiempos el pueblo ignoraba a los gobiernos, no tenía plata para comprar el periódico, no estaba al tanto de la marcha del país. Ese era el problema de nuestros pueblos esos años; ahora los pueblos saben todo.

- Pero eso no ha evitado que surjan en los años recientes más caudillos.

- Bueno… sí, porque la figura del caudillo es atractiva para el pueblo. Su oratoria es de reivindicación, y hacen todo en nombre de los pueblos.

Le menciono, entonces, que los caudillos provienen de la izquierda y de la derecha por igual. Y respecto de los caudillos contemporáneos, apunto que éstos, como los de entonces, también se sienten dueños del pueblo.

- Sí, claro, y hablan arrogantemente. Algunos caudillos son muy buenos actores de la televisión, entonces logran simpatías populares. Hay algunos, claro…

El doctor Borja, en su cavilación, asiente. Hay algo, un dejo de inquietud, un par de manos que se frotan, leves, como queriendo decir algo. Y existen momentos en la entrevista en que posiblemente lo mejor sea optar por el silencio, momentos de una cierta tensión involuntaria, un animal vivo que palpita y aguarda, con paciencia, a la palabra. Un momento así, en el que, hilando aún en el tema apasionante de los caudillos en el Ecuador, me permito la coquetería de enunciar que no hace falta llegar a viejo para adoptar las poses de un caudillo, que si algún aporte pueden ofrecer las últimas décadas en el país es la seguridad, entre otras cosas, de que hay caudillos que pueden ser muy jóvenes.

Y el expresidente Borja no me ofrece tregua:

- Claro, y no solo eso. Vea, el caso de este nuevo caudillito: el banquero. Lasso.

Y así, con la llegada de la noche hacia la sala, llega también un nombre propio.
 

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Hay un cruce de miradas, la insinuación de una sonrisa. Como si algo dijera de repente que, en realidad, sin sospecharlo y por fuera de toda planeación, para eso estábamos ahí, en la sala iluminada del doctor Borja, bajo los designios de una noche en que la lluvia se ha calmado.

Me provoca una enorme sorpresa que Rodrigo Borja empiece a hablar, tan espontáneo, del presente. Nuestra conversación adquiere un tono distinto, un tono que acompañará a las inesperadas incursiones en la realidad actual del país, que a partir de ese momento empezarían a tomar forma.

El Ecuador de marzo está a la espera de definiciones en torno a la elección presidencial. Se sabe que uno de los finalistas es Andrés Arauz, el candidato que ha propuesto el correísmo, pero se desconoce todavía al contendor: Guillermo Lasso, podía ser, o Yaku Pérez, candidato por el movimiento indígena. De ese tiempo a esta parte, el ganador del balotaje sería Lasso, quien es ahora el presidente de la República. El resto, como se suele decir, es historia.

Se trata de un momento en que Rodrigo Borja abre la puerta a temas que se alejan de la estructura planeada en la entrevista.  Entonces sobreviene una improvisación fructífera. A partir de las evocaciones de la figura del caudillo en el Ecuador, prosigue nuestra charla:

- Lasso es un multimillonario – continúa -, pero en la televisión se conduce bien, y ha generado simpatías. Y si gana, ¡tendremos un presidente banquero!

- ¿Qué opinión le merece eso?

- ¡Horrible pues! Un presidente que gobierne para la bancocracia… ¡horrible pues!

A Guillermo Lasso, como a Borja, le tomó tres intentos instalarse en el Palacio de Carondelet. Fue, durante mucho tiempo, el candidato de la derecha y el adversario político por excelencia del presidente de ese entonces, Rafael Correa, cuya figura proyectó – y proyecta todavía - una larga sombra sobre la vida política del país. Son grandes las distancias ideológicas entre el expresidente Borja y el presidente Lasso; en más de un sentido, se constituyen en dos antípodas. Y contundentes, como son, sus opiniones respecto de Lasso, le menciono, indefectiblemente:

- Sin embargo, el anverso de esta cara, Andrés Arauz, que es el candidato de Correa…

- No pues, es peor. Correa – y hace una pausa -. Ahí viene, además de la autocracia, la corrupción. Correa resultó ser un corrupto impresionante.

“Resultó ser”; dos palabras importantes que introducen:

- ¿Usted creyó alguna vez en Correa?

- Claro… En sus inicios. Claro.

Y desde luego, no fue el único. Era 2006 cuando el expresidente Correa lanzó su candidatura por el movimiento Alianza PAÍS, que congregó a una buena parte de la izquierda ecuatoriana. Más que un ideólogo del movimiento, Correa fue un producto electoral que catalizó los malestares de varios lustros de crisis permanente en Ecuador. Entonces, a una porción mayoritaria de la izquierda y del país, Correa le significó una de las formas de la esperanza, y gobernó durante diez años, ocupando casi todas las instancias de la sociedad. Fue una larga década.

Al preguntarle cuándo fue que advino el desencanto, Borja advierte:

- El desencanto fue cuando asumió la presidencia y empezó a gobernar a favor de las minorías.

La aseveración no es del todo clara. Se puede inferir, no obstante, que el expresidente se refiere a minorías de carácter económico; la búsqueda por pensar las élites en Ecuador - su accionar errático y muchas veces egoísta -  es una de las grandes tareas sin resolver de nuestra democracia.

Me cuenta que, cuando Correa aún dictaba clases en la Universidad San Francisco, algún colega profesor, amigo de Borja, le comentaba que solía dar “clases fascistas”, y que todos los profesores de la Facultad estaban desesperados en aquella época, cuando éste ya se empezaba a constituir en un personaje importante del teatro político.

- ¿A usted le parece que es un hombre de izquierda realmente?

- No.

Los calificativos con que se refiere a él son numerosos. Me cuenta que, cuando Correa aún dictaba clases en la Universidad San Francisco, algún colega profesor, amigo de Borja, le comentaba que solía dar “clases fascistas”, y que todos los profesores de la Facultad estaban desesperados en aquella época, cuando éste ya se empezaba a constituir en un personaje importante del teatro político.

Como la palabra “dictadura”, el adjetivo “fascista” se suele usar a diestra y siniestra en el debate público para denostar todo aquello que va del centro hacia la derecha. En gran medida, esto ha hecho que la sustancia discursiva que atañe al adjetivo se diluya; de tanta repetición se corre el riesgo de banalizar algo tan aberrante y peligroso. De todas maneras, ha sido el tiempo el encargado de desmitificar la real postura política de Rafael Correa y su movimiento. En las últimas elecciones se terminó de evidenciar que, para ellos, el progresismo, - que es la denominación que prefieren -, no es más que un ornamento de papel, una estrategia de mercadotecnia electoral. En muchas cuestiones de pensamiento y de valores, la candidatura propuesta por Correa se diferenció poco respecto de la del candidato de la derecha. Inmisericorde, el paso de los años, ha delatado la esencia de ese mal llamado progresismo en el Ecuador.

- ¿Habló alguna vez con él en ese tiempo?

- Sí, una vez lo conocí. Buen sentido del humor, simpático.

- ¿Qué cree que pase si regresa al país?

- Él podría regresar, pero no muy pronto. Siempre que desaparezcan las acusaciones penales de corrupción. Yo creo que él tiene claustrofobia. Los claustrofóbicos no pueden asumir el encierro porque les da infarto. Él tiene terror de ir a la cárcel, ¡terror! Por eso no viene, pues.

Me permito la osadía de decirle que el ático en que vive Rafael Correa en Bélgica desde que salió del gobierno es también, de alguna manera, una cárcel hecha por él. Pero el expresidente Borja, enérgico, me arranca del equívoco:

- No, pero él viaja por toda Europa, pues. Vive caminando por Europa, cómo va a ser eso cárcel. Cárcel es la cuarta parte de este cuarto, eso es cárcel.

Mi interlocutor conoce de sobra lo que significa estar preso por razones políticas. Durante los gobiernos de Velasco Ibarra, me explica, estuvo preso diecisiete veces. También, siendo muy joven, en un viaje, cayó preso por unas horas en la España del franquismo, por hablar mal del dictador, mientras iba con un amigo en un taxi rumbo a conocer Madrid.

Sobre Yaku Pérez – una apreciación que no puede faltar -, me dice que “es un buen candidato” y “un hombre inteligente”.

- ¿Usted ve en Pérez la posible renovación de la izquierda en el Ecuador? ¿O ya es mucho decir?

- Creo que es mucho decir, sí. Yo no conozco a Pérez, no he pasado de saludar con él. Pero el hombre se maneja bien. El otro día impactó llegando en bicicleta, eso no ha pasado nunca con un candidato presidencial. Entonces es un hombre que tiene iniciativa, que tiene imaginación.

De las intervenciones de mi interlocutor se puede colegir que él no observa, en este momento, la insurgencia de un líder político en el país. Él considera que ese liderazgo, para que exista, debe reunir las siguientes características: “una gran vitalidad, magnífica fisiología, inteligencia, extraordinaria capacidad de trabajo, imaginación, serenidad, profundo sentido de la historia”, alguien para quien la urgencia de crear se sobrepone a todo sosiego. Un líder político, de acuerdo a Borja, es una persona para quien no existe la palabra descanso.

- ¿Ve usted a alguien que se aproxime hacia esto?

- Todavía no hay. Es una tarea muy sacrificada. Uno quiere estar con sus amigos, jugar cartas, tomarse un trago, estar con la familia, y el líder político está ausente de esto: está en los barrios populares.

En el interminable ruido del debate político en el Ecuador, la voz de Rodrigo Borja es una invitación a reflexionar serenamente, y a pensar de nuevo los rasgos del pasado, de forma que el camino hacia el futuro pueda allanarse, esclarecerse. Luego de mucho tiempo de haber estado hablando en un pretérito lejano, Rodrigo Borja elige, en esa tarde vuelta noche tras la lluvia multitudinaria, hablar de hoy.
 

  7  

En calidad de presidente del Ecuador, Rodrigo Borja tuvo la oportunidad de conocer a varios líderes políticos del mundo. Fue amigo de Fidel Castro y de François Mitterand, de Felipe González y de Olof Palme. En una ocasión, a propósito de una cumbre de jefes de Estado, jugó un partido de tenis contra el entonces presidente George H. W. Bush y su secretario de Estado; la pareja de mi interlocutor fue Carlos Menem. En sus memorias, Borja cuenta que en ese partido lo que se apostaba era la deuda externa.

Internacionalista como pocos, y habiendo conocido de primera mano los entretelones del poder político mundial, recorremos brevemente aquellos recovecos de la historia, que décadas después le suscitan, todavía, una pasión.

- Era un hombre muy mediocre el viejo Bush. No tanto como el hijo – me dice -, el hijo es peor.

- ¿Un buen tenista, en todo caso? – le respondo, sosteniendo una sonrisa.

- Sí. Un día vino a verme el embajador norteamericano, pidió audiencia y lo recibí. Llegó para decir: “presidente, yo creo que usted es el único presidente de América Latina que no ha solicitado una invitación a Washington, ¿qué es lo que pasa?” Y yo le dije: “cómo puede uno pedir la invitación. Yo soy el que debe invitar, y nunca me ha invitado el gobierno norteamericano.” Un mes después, el embajador me trae una invitación del viejo Bush. No sabía si aceptar o no aceptar, pero terminé por aceptar, entonces me fui a Washington, pero todo fue diferente. Me fui en línea comercial, y mi delegación no eran veinte personas, que acostumbraban los gobiernos ecuatorianos; eran tres personas.

Me habla de la buena suerte de Fidel Castro, que se libró tantas veces del fusilamiento. Me dice, cuando le pregunto si la izquierda ha pecado de autoritaria en ocasiones, con una suave pena en la voz:
- A veces sí, ha suprimido libertades, ha suprimido la consulta al pueblo, y ha ganado el poder con las armas; en algunos casos, como el cubano, eso era entendible. El dictador masacraba a sus adversarios, los fusilaba. Es una dura lucha.

"Un día vino a verme el embajador norteamericano, pidió audiencia y lo recibí. Llegó para decir: “presidente, yo creo que usted es el único presidente de América Latina que no ha solicitado una invitación a Washington, ¿qué es lo que pasa?” Y yo le dije: “cómo puede uno pedir la invitación. Yo soy el que debe invitar, y nunca me ha invitado el gobierno norteamericano.” Un mes después, el embajador me trae una invitación del viejo Bush".

- Pero han cambiado las luchas también. Ahora ya no es posible pensar en una revolución a la cubana.
- En eso se ha avanzado mucho. Ahora solo los ilusos piensan en las armas como mecanismo de la toma del poder. Ya las izquierdas han formado potencias electorales para ganar el poder con el respaldo y el voto popular.

Y entonces, casi de forma automática, me dirijo hacia 1971:

- Usted tuvo la oportunidad de conversar con Salvador Allende; él le dio unos consejos.

- Cómo no, claro, yo le conocí a Salvador Allende. Le invité al local del partido, cuando aún no teníamos casa propia y alquilábamos locales pequeños. Y, claro, me impresionó su generosidad, su solidaridad con la gente. Su honestidad, su inteligencia, su cultura. Allende era una especie de modelo para este joven que quería hacer vida en la política.

- Él le previno en esas conversaciones de caer en lo que él llamaba el “izquierdismo infantil”.

- Exactamente, esa fue la frase que él usó.

- ¿Cuáles son los rasgos de ese izquierdismo infantil?

- La ilusión de creer que es fácil alcanzar el poder. Eso es difícil, es complicado. Ese es el izquierdismo infantil: creer como un niño que la política es un juego fácil de manejar, cuando no es así. La política tiene enormes problemas, que claman por una solución.  La izquierda por definición tiene que evolucionar permanentemente. No puede decir que una tesis es la última palabra, hay que ir perfeccionándola, ensamblándola en la realidad sociológica para que dé frutos.

Borja concluye en que, efectivamente, uno de los grandes males de la izquierda latinoamericana es el infantilismo del que le advitió el expresidente chileno.

- ¿Y la corrupción?

- Ha habido casos – me comenta, pero le otorga un espacio a la esperanza-: no creo que sea algo muy generalizado, la corrupción en las izquierdas. Todavía pienso que las izquierdas son una fuente de legitimidad ética.

Sin irnos por las ramas, le planteo una inquietud, que hoy parece tan apremiante para el caso ecuatoriano:

- ¿Cuáles son los peligros de la doctrina neoliberal?

- Es una doctrina de ultra derecha, que plantea todo con el propósito de condensar la riqueza en los grupos adinerados, hacer todo lo contrario de lo que se debe hacer.

Y así, hablando del neoliberalismo, rememora frente a mí una pequeña anécdota con el expresidente mexicano, Carlos Salinas de Gortari:

- Resulta ser un tipo muy simpático, con gran sentido del humor. Yo lo conocí, curiosamente, cuando él era presidente. La Universidad Nacional de México me invitó a dar una conferencia. Llegué dos días antes, y veo que al día siguiente se anuncia la conferencia del presidente mexicano. Fui, me senté en la última banca, y aunque usted no lo crea, la conferencia de él fue la lectura de diez páginas de mi Enciclopedia, pero sin nombrarme a mí. Felizmente no me senté adelante, porque si me siento adelante, y me ve Carlos Salinas, la da infarto pues.

- ¿Le plagió un discurso? – le pregunto incrédulo, riendo juntos.

- Sí, sí, leyó, pero línea por línea, durante cuarenta y cinco minutos, su conferencia, que era tomada de mi libro. Mi Enciclopedia era un libro desconocido a la sazón.

Trayendo a colación a Mitterand, a Mario Soares, Billy Brandt y Fidel Castro, le propongo la duda:

- ¿Observa usted un declive en el liderazgo internacional?

- Hay un declive. Yo coincidí en una época de grandes líderes políticos. En el Ecuador los jóvenes tienen asco de la política por los latrocinios de sus titulares, entonces la política no tiene candidatos a buenos gobernantes. Y ese es un fenómeno también de algunos países de América Latina.

Esto se debe, al parecer de Borja, al descrédito de la política:

- El político honorable sabe que su sueldo va a ser muy bajo. Yo ganaba noventa sucres mensuales. Para pagar la educación de mis hijos yo arrendaba mi casa, en el barrio del Batán.

Para redondear el tema internacional, la brevísima reseña de una vida poblada de anécdotas, las reminiscencias de su paso por el poder, adviene, imperdonable, la añoranza:

- ¿Usted siente nostalgia por las viejas amistades de esos años?

- Sí y no. Remplacé la política por la obsesión de mi enciclopedia. Yo quería pasar a la historia con un libro importante. Y me dediqué por treinta y seis años a trabajar catorce horas diarias en mi libro. Eso es lo que ahora me hace feliz.


 

  8  

En su libro De cerca y de memoria, el poeta Jorge Enrique Adoum recuerda a Rodrigo Borja siempre escribiendo: “solamente mientras caminaba no trabajaba, físicamente, en su Enciclopedia”.

- Ya con el riesgo de que mi esposa me creyera loco – dice Borja, respecto de la pasión con la que escribe, desde hace tres décadas, su Enciclopedia de la Política -: no aceptaba invitaciones, no iba al cine, me invitaba usted a almorzar, y me excusaba. Me decía: “¿por qué te excusas?” – “porque pierdo cuatro horas de trabajo”, le decía.

"Ya con el riesgo de que mi esposa me creyera loco – dice Borja, respecto de la pasión con la que escribe, desde hace tres décadas, su Enciclopedia de la Política -: no aceptaba invitaciones, no iba al cine, me invitaba usted a almorzar, y me excusaba. Me decía: “¿por qué te excusas?” – “porque pierdo cuatro horas de trabajo”, le decía".

Le pregunto a mi interlocutor si es que una vez que se ha transitado por los senderos de la política, existe vuelta atrás:

- ¿O la política es algo que permanece indeleble en uno?

- Bueno, la política como preocupación sería indeleble, para usar su acertado término. Yo estoy trabajando, y apago la computadora para ver el noticiario de las siete de la noche. Y veo a la medianoche otro noticiario. Osea, es una preocupación. Pero la intervención es la que se puede suprimir, que es mi caso. Entonces yo no hago nada que se pueda suponer que es un asunto de intención política. Yo estoy dedicado, feliz, a mi enciclopedia.

- ¿Qué le ha llenado más: la pasión por la política o la pasión por escribir?

- Cada una en su momento es la más llenadora. La política fue en su tiempo. Yo luché por el poder, hubiera dejado todo, dejé todo, con el peligro de morirme de hambre después. Ahora mi pasión es escribir.

"Yo luché por el poder, hubiera dejado todo, dejé todo, con el peligro de morirme de hambre después. Ahora mi pasión es escribir".

Si bien no siempre es uno el mejor juez de uno mismo, la proximidad hacia el final de nuestra charla me obliga a preguntarle:

- Si le tocara a usted definir, ¿dónde ubicaría el grueso de su legado?

- La Enciclopedia. La Enciclopedia es lo que más me enorgullece.

El expresidente Borja es un hombre de muchos oficios y pasiones. A lo largo de su vida, ha sido corredor de coches de carrera, locutor radial, especialista en tiro al blanco, abogado, profesor, militante, bailador de saltashpa, tripulante de un submarino, legislador, piloto, presidente, por mencionar tan solo algunas de sus ocupaciones.

- Raúl Pérez Torres ha dicho en algún momento que, cuando era joven, usted escribió poesía.

- Sí, aunque realmente no tenía penas de poeta. Algo escribí, pero de poca importancia. Era una actividad muy juvenil.

Muy en el fondo, yo discrepo. A pesar de que la poesía y el poder político sean dos antípodas, para salir por la puerta principal del Palacio de Carondelet cuando su mandato ha terminado, a caminar las calles de Quito, algo de poema se requiere, y algo de valiente. Acaso para ser poeta no hace falta escribir un solo verso.
 

  9  

Antes de partir, Rodrigo Borja y yo reflexionamos sobre el silencio. Luego de haber hablado tan profundamente respecto de cuestiones escabrosas, sorpresivas, y de otras apasionantes y livianas, no veo una razón por la cual no decirle:

- Le hicieron una entrevista al expresidente Obama, en la que él se lamentaba no haber sido suficientemente crítico luego de su paso por la presidencia, especialmente en los primeros años del gobierno de Trump. Él decía que tal vez guardó mucho silencio.

- Bueno, a mí Obama no me merece mucha admiración. Pero lamentarse de eso hoy…

- La periodista le contestaba: ¿no cree usted que es el deber de todo expresidente ser vocal en las críticas que se puedan tener hacia las administraciones siguientes? Y ahí la lamentación de Obama, que decía: tal vez cometí un error.

- Yo no conozco casos en los países latinoamericanos en que el presidente entrante critique todas las obras del saliente, o gran parte de ellas. Eso en Estados Unidos tampoco ha sido usual. El presidente saliente no ha sido criticado por el entrante, ahí ha habido mucho respeto.

Lo último que nos decimos, antes de apagar la grabadora y que el doctor Borja me acompañe hasta la puerta de su domicilio para despedirnos:

- Parece que siempre estamos en crisis, ¿no?

- Siempre hay crisis, pero no tanto como hoy. La crisis de hoy es tenebrosa, y lo grave es que está contaminada por la corrupción.

Nuestro diálogo, que empezó en la lluvia de una tarde clara, concluye, con la noche, aquí. Después de haber abordado recovecos de la historia, una pequeña parte de la amplia vida, después de haber incursionado, sorpresivamente, en temas del país de hoy, después de haber hablado tanto, y escuchado tanto, y en la contrapuesta reflexión del Ecuador, que se construye y reconstruye a partir de una colección de instantes y de ayeres que a un tiempo se dirigen hacia un mañana incierto y a un pasado que ya solo existe en la memoria, puedo partir, de vuelta hacia de donde vengo, cuestionándome incesantemente: por qué.

Y, sin embargo, posiblemente no sea uno quien deba dar respuesta a esta inquietud. Nos despedimos afectuosamente con Rodrigo Borja, con la voluntad de un hombre que quiso ser escuchado, y con la gratitud de otro que estuvo ahí para escuchar.

*Mateo Febres Guzmán es colaborador de PLANV, quiteño, estudiante de Relaciones Internacionales; escribe en revista Ideario ensayo, cuento y poesía. Reside en Guadalajara, México.

GALERÍA
A sus 86 años, Rodrigo Borja pasa revista a su paso por la política del Ecuador
 


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