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10 de Marzo del 2016
Historias
Lectura: 14 minutos
10 de Marzo del 2016
Rodolfo Asar

Periodista, ha colaborado en televisión y prensa. 

Trump, el fenómeno que nadie vio llegar

Varios grupos protestan contra el candidato republicano Donald Trump. En sus carteles muestran tachos de basura como símbolo del tipo de lenguaje que usa el multimillonario contra los latinos.

 

Mientras escribimos este artículo, se van confirmando nuevas victorias de Donald Trump en el bando republicano y de Hillary Clinton en el demócrata. Salvo un drástico giro -muy poco probable- uno de los dos será el nuevo presidente de los Estados Unidos.

Los analistas siguen desconcertados. Nadie vio venir el arrollador avance del candidato millonario. Los propios candidatos del partido Republicano no lo tomaban en serio, y si se equivocaron tan gravemente eso demuestra que están desconectados de su electorado. Un síntoma de la crisis de ese partido, pero también de algo más profundo que está ocurriendo en la sociedad estadounidense.

El economista Paul Krugman sostiene que Trump no es más que una expresión de la larga debacle de los republicanos. “La verdad, dice, es que ese partido desapareció hace mucho tiempo, y en la actualidad no quedan más que fantasías neoconservadoras y economía vudú”.

Mientras los otros candidatos, los del aparato del partido, siguen defendiendo la guerra de Irak desatada por el republicano George Bush, Trump dice que fue un desastre y sus votantes lo ovacionan. Mientras los candidatos del aparato republicano siguen amenazando con destruir el sistema de seguro social que Obama logró aprobar, Trump sostiene que lo protegerá. Y de yapa, sugiere que subirá los impuestos a los ricos. Es demagogia pura, pero en ese sentido se diferencia de la derecha republicana tradicional.

Su discurso populista apunta a recuperar una base social sin la cual no podrá ganar: millones de votantes centristas de clase media baja que pueden inclinarse por uno u otro partido, según la personalidad del candidato, sus promesas y su credibilidad.


Donald Trump habla en un mitín de campaña en el Sunset Cove Amphitheater, en Boca Raton, Florida.

La debacle republicana

La decadencia que menciona Krugman tiene su origen en las posiciones cada vez más radicales que durante la era Obama fue adoptando el partido Republicano. Su ala de extrema derecha se nuclea en el Tea Party, una fracción interna que agrupa pensamientos muy diferentes unidos alrededor de la crítica a lo que consideran excesiva intervención del Estado y la exigencia de rebaja de impuestos; niegan el calentamiento global, y acusan a la migración indiscriminada de todos los problemas del país. 

A mediados del 2010 pudimos presenciar una asamblea del Tea Party en un pueblo del norte de Arizona. Aquella tarde, el orador estelar era el sheriff Joe Arpaio, que enviaba a sus agentes a detener a cualquier persona con rasgos latinos. Y si era un indocumentado, lo encarcelaba y humillaba vistiéndolo con uniformes rosados. Por entonces, el 60% de la población estadounidense apoyaba la detención de quienes violaban las leyes migratorias.

El público de aquella conferencia estaba conformado casi en su totalidad por ancianos blancos, irónicamente migrantes internos que por prescripción médica llegaron para vivir en el seco Arizona.  El sheriff, el “duro”, les dijo todo lo que querían oir: que el déficit fiscal del Estado era por culpa de los indocumentados que se hacían atender en los hospitales públicos y enviaban gratis a sus hijos a la escuela, porque eso significaba más impuestos. “También nuestra seguridad está amenazada -rugía- ellos entran a robar a nuestras casas”. Y aunque las estadísticas mostraban una disminución de los delitos, lo ovacionaron de pie. El miedo usado como arma de la demagogia.

No sorprende, entonces, que Arpaio le haya dado su apoyo a Donald Trump: promete detener el “fin de la América blanca” deportando a 11 millones de indocumentados y construyendo un muro en la frontera con México.¿Por qué se ensaña tanto con los latinos?


Susan Wantz de Boca Raton, Florida, sentada con una pancarta,  discute con Patricia Lobracco, una seguidora de Trump. El letrero dice, entre otras cosas: "Trump es un odiador".

Los Estados Unidos multiétnico

55 millones. Es el número de latinos que viven en Estados Unidos. Más que en toda Colombia o Argentina. Es apenas un 17% de la población total, pero las proyecciones indican que en el 2060 llegarán a 120 millones, casi el 30% de los estadounidenses.  Y no sólo eso. En el 2011 ocurrió un hecho inédito: por primera vez en su historia, en Estados Unidos nacieron más niños de las llamadas “minorías étnicas” (latinos, asiáticos, afroamericanos) que niños blancos. Es lo que el demógrafo William Frey llama “la explosión de la diversidad”.

Ciertamente, la composición étnica de la población de Estados Unidos ha ido variando enormemente en los últimos años, pero lo que en realidad parece preocuparles más es la creciente conciencia y la participación política de la población latina. Un dato: entre 1976 y 2008, el número de votantes  blancos creció un 27%. El número de votantes latinos subió un impresionante ¡462%! Y son mayoritariamente votos por demócratas.

Es decir, los latinos se irán convirtiendo progresivamente en los grandes árbitros de la política nacional como ya lo son en California y Texas (los dos estados más poblados), Nuevo México y Arizona, donde ya superan el tercio del total de sus  habitantes.

¿Quiénes son los votantes de Donald Trump?

Según una encuesta publicada por The New York Times y CBS en diciembre del año pasado, el 91% de los seguidores republicanos de Donald Trump es blanco. Lo apoyan principalmente hombres blancos, solteros, con bajo nivel educativo y mayoritariamente conservadores. Entre las mujeres su respaldo es ostensiblemente menor.

Otro sondeo de la cadena NBC muestra que sus seguidores responden que están de acuerdo en mayor proporción que los republicanos cuando se les pregunta por los siguientes asuntos: si los inmigrantes son una carga para Estados Unidos (8 de cada 10, frente a 6 de cada 10 votantes republicanos), poseen más armas de fuego, creen que los afroamericanos son los responsables de no mejorar su propia situación económica, niegan la contribución del ser humano al cambio climático, y consideran que el gobierno debería promover la recuperación de valores tradicionales en la sociedad.


Donald Trump saluda a sus seguidores en un mitín realizado el 13 de marzo del 2016, en Bloomington, Illinois.

¿Y por qué lo siguen los trabajadores de bajos ingresos? Porque están resentidos con el sistema. No sólo que vieron cómo caían sus ingresos desde que empezó la crisis económica del 2008, sino también cómo el poder rescató a los bancos que la causaron. Y aunque la economía se ha recuperado en estos dos últimos años, sus beneficios siguen siendo acaparados por los de arriba. El goteo apenas está llegando a los de abajo, cuyo consumo ha aumentado muy tibiamente. Se siguen sintiendo marginados por el establishment que representan los politicos tradicionales de ambos bandos. Y eso también explica la sorprendente elección del demócrata Bernie Sanders con su discurso contra las corporaciones.

La política del miedo

Al acelerado cambio demográfico se le suma la paranoia creada contra los musulmanes, la globalización y los tratados de libre comercio con el consiguiente cambio de la estructura productiva,  y el falso mito de que Estados Unidos ya no es la primera potencia mundial porque le cede ese rol a China. Así, se puede entender  que el discurso de Trump cale profundamente en el mismo público de Arpaio y en los trabajadores adultos que ven amenazados sus puestos de trabajo.

Las recientes internas partidarias en Michigan son una prueba contundente: sendas victorias para Trump y Sanders en un estado con fuerte tradición obrera de la industria automotriz, sumido hoy en una reconversión industrial que no termina de hacer pie. Los trabajadores de esa clase media blanca pauperizada piensan que ya no podrán integrarse a otro tipo de empleo que exige nuevas habilidades. Y eso incluye a migrantes latinos que ya consiguieron legalizarse.

Pero la situación de Michigan no refleja al conjunto del país. “Es la economía, estúpido” fue la frase no oficial de la campaña de Bill Clinton contra George Bush padre en 1992. Y las ganó.  Significa que es el estado de la economía lo que termina decidiendo las elecciones en Estados Unidos. Y esa es una gran ventaja para Hillary  Clinton que no pierde oportunidad para recalcar los logros de la gestión de Obama.


La favorita para alcanzar la nominación demócrata, Hillary Clinton, durante una concentración de campaña.

Actualmente el desempleo está en el 4,9%, la cifra más baja desde la crisis del 2008. Las tasas de interés bancarias hacen que, aunque tímidamente, la gente se endeude para comprar una vivienda. La caída en el precio de la gasolina mantiene a raya la inflación y sostiene el consumo. Los salarios básicos han aumentado en estados como California. Si esa tendencia se mantiene en los próximo seis meses, parece difícil que el discurso xenófobo cale masivamente. Porque la migración sirve para cubrir la nueva demanda de empleos de baja paga, y los trabajadores blancos no verán amenazados los suyos.


Un seguidor de Trump sube la escenario durante un acto de campaña en Bloomington, Illinois.

El costo de Donald Trump

Los economistas ya están advirtiendo a la gente sobre las consecuencias que podrían tener las amenazas de Donald Trump de “proteger la economía nacional”. Si impusiera un impuesto del 35% a los carros mexicanos como ha dicho, un consumidor debería pagar 32 mil dólares por un modelo que ahora cuesta 24 mil. Y muchos se ensamblan en México con piezas fabricadas en Estados Unidos. Y las represalias comerciales tampoco les saldrían gratis: el mercado mexicano es el segundo más importante para los productos norteamericanos: más de lo que importan Japón, Alemania y China juntos. La Cámara de Comercio de Estados Unidos sostiene que una eventual Guerra comercial con México le costaría a ese país seis millones de puestos de trabajo.

Y hay más: el conocido periodista Andrés Oppenheimer, dice: “la deportación de los casi 11 millones de inmigrantes indocumentados no sólo separaría a millones de familias y convertiría a Estados Unidos en un estado policíaco como China o Cuba, sino que también aumentaría el precio de la construcción, la agricultura y otras industrias que usan mano de obra mexicana.

No sólo estos datos económicos preocupan a buena parte de los estadounidenses, sino la posibilidad de restricciones en sus derechos como suele suceder con los gobiernos populistas, y sobre todo el peligro  de una política exterior agresiva contra los países que no considere “amistosos”. Pensar en Irán o Corea del Norte causa escalofríos. Como también su intercambio de elogios con Vladimir Putin, no precisamente un adalid de las libertades.

Hillary Clinton está recibiendo apoyo masivo entre las minorías étnicas, y si Donald Trump finalmente es uno de los candidatos, en los próximos meses presenciaremos en los Estados Unidos una movilización social que no se ha visto desde la Guerra de Vietnam.

Seguramente el millonario Trump irá moderando su discurso para atraer votantes moderados, y tampoco se puede olvidar que parte de sus negocios de bienes raíces está en el exterior, lo que hará improbable que cumpla sus amenazas de medidas económicas radicales contra México y China. Ese giro a posiciones más moderadas tal vez haga cambiar de idea a parte de esa mitad de votantes republicanos que hoy afirman que no votarán por él en noviembre. Y a un sector de los millones de independientes que desconfían de su discurso demagógico.

La preocupación sobre lo que ya ha dicho es genuina, aunque por ahora solo se exprese en las redes sociales. Hillary Clinton está recibiendo apoyo masivo entre las minorías étnicas, y si Trump finalmente es uno de los candidatos, en los próximos meses presenciaremos en los Estados Unidos una movilización social que no se ha visto desde la Guerra de Vietnam.

Universidades, sindicatos, asociaciones de latinos y afroamericanos se pondrán en movimiento, no solo para ir a votar masivamente, sino también para manifestar su rechazo a quien ven como un peligro potencial. Y ahí podremos comprobar cuánto ha cambiado la vieja América blanca, protestante y anglosajona.

Datos:

En las elecciones 2014, el 62% de los latinos y el 89% de los afroamericanos votó por candidatos demócratas. El 60% de los blancos, por republicanos.

Una encuesta reciente de Pew Research muestra que el 65% de las personas de clase baja no se sienten satisfechas con su situación financiera actual.

En la misma encuesta, el 64% de los votantes independientes cree que la política del partido Republicano favorece a los más ricos. Un 32% sostiene lo mismo sobre el partido Demócrata

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