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2 de Junio del 2020
Historias
Lectura: 30 minutos
2 de Junio del 2020
Redacción Plan V
Bitácora de una tragedia: el dolor y el horror de buscar el cadáver del ser amado
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Los hospitales se convirtieron en salas de espera para los familiares que buscaba (y aún buscan) los cuerpos de sus seres queridos. Foto: Diario El Universo

 

Pasaron primero por la morgue, y cada cual tenía que buscar a sus familiares. Nadie les quiso ayudar. El personal que laboraba en esa área se limitaba a mirarlos. Apestaba demasiado, los cuerpos estaban ya descompuestos, llenos de gusanos. La identificación que a cada cuerpo se le había puesto con un papel ya no se podía ver, por la sangre emanaban. A pesar de que la morgue tenía que estar refrigerada, no lo estaba. Marjorie buscó detenidamente a su padre. Superando el horror, miró uno por uno los cuerpos desfigurados pero no lo encontró.


Si viviéramos en la antigua Grecia, los espíritus de los muertos que no han sido encontrados no podrían cruzar el río Aqueronte, para llegar al reino de Hades. Estarían condenados cien años a ser errantes por sus orillas, porque Caronte no hubiera recibido el pago de sus familiares para que los cruzara en su barca. Y a pesar de que tuvieran la moneda que colocarían debajo de la lengua, o tapando sus ojos cerrados, tampoco lo podrían hacer, porque esos cuerpos no aparecen. Y así, las almas de estas 30 personas, cuyas historias de horror aquí retratamos, deberían esperar un siglo para que Caronte se apiade de ellas, y las cruce hasta el país de la muerte. Si sus cuerpos aparecieran. Pero no aparecen.

Esta es la segunda parte del hecho más dramático de la historia reciente del Ecuador. El de los cadáveres desaparecidos en manos del Estado. Treinta de estos han sido documentados por la Defensoría del Pueblo y constan como evidencia en la acción de protección que interpuso contra el Estado en nombre de sus familias. Pero pudieran ser más de 200. 
 

  SEGUNDA PARTE  


Les pidieron que se asegurasen bien dónde estaba el cuerpo

El 21 de marzo, Daisy Bartola, llevó a su esposo Bolívar Basurto, de 61 años de edad, al dispensario médico Valdivia. Presentaba problemas al respirar. Llegaron al dispensario en donde lo intubaron: Pero le informaron que no llegaba aire a los pulmones, por lo cual iba hacer trasladado al Hospital Teodoro Maldonado, del IESS. Llegó al hospital y ahí lo dejó. Luego le pidieron que deje su número de teléfono para comunicar el estado de su esposo. Esperó siete días esa llamada. A las seis de la tarde del sábado 28 de marzo la llamaron a decir que su esposo había muerto y que vaya al hospital con la cédula. Cuando llegó entregó su cédula; se demoraron tres horas únicamente para informarle que debía regresar al día siguiente, porque a esta hora no podía hacer nada con los papeles que le entregaron. Al día siguiente volvió al hospital y le dijeron que tenía que realizar papeles en la Junta de Beneficencia, sacar un documento en Infectología y el certificado defunción. Al momento de ir de nuevo a la Junta de Beneficencia para sacar el ticket para poder enterrarlo, salió una señorita y dijo a los que estaban en ese trámite que fueran a los hospitales donde estaba su familiar fallecido y se asegurasen de que el cuerpo aún estuviera, para que no pierdan tiempo, ya que el gobierno se había llevado los cuerpos en contenedores. Con esa angustia, y como era ya tarde, Daisy se dirigió al hospital al siguiente día. En la morgue del Hospital Teodoro Carbo le informaron que él ya no se encontraba ahí y que el gobierno se iba hacer cargo de los cuerpos. Sigue buscando el cuerpo de su esposo.

El Estado se haría cargo, pero hasta ahora no asoma el cuerpo de Ana Terreros

El día 27 de marzo su tía necesitaba ayuda médica urgente. Llamó incansablemente al 911 a desde las 21h00. Nunca respondieron. Así que salió desesperado a la calle a buscar algún transporte para trasladarla a un hospital. Tres horas después, un patrullero de la Policía accedió a ayudarlo. Ana Terreros Alvear, de 82 años, falleció en el hospital Efrén Jurado, del IESS a las 00h45 del 28 de marzo. Quiso saber del cuerpo de su anciana tía, pero del mismo hospital le indicaron que este fue trasladado, junto a decenas de cadáveres al Hospital Guasmo Sur. Lo habían hecho en vehículos de la Comisión de Tránsito del Guayas, el 30 de marzo por la tarde. Todos los días, Oswaldo acudía al hospital del Guasmo, con la caja y teniendo la bóveda lista, para recibir el cuerpo de su tía y proceder con el entierro. Pero los guardias, ni el personal que entregaba los difuntos ni el personal médico del hospital mostraron predisposición a hacer su trabajo, además del maltrato que los familiares diariamente. Cuenta Oswaldo que él supo que amás entregaban cuerpos que habían llegado de hospitales del IESS, otros hospitales, de las calles o casas. Mencionaban que no entregarían los cuerpos, porque esa responsabilidad de enterrar los difuntos la tenía el Estado, a través de una fuerza de tarea dirigida por Jorge Wated. “Él dio la orden de no entregarnos los cuerpos porque ellos los iban a enterrar. Me lo dijo a mí y a 40 personas a mi alrededor dentro de las instalaciones de este hospital”, contó Oswaldo. La sigue buscando.

Durante horas buscaron desesperadamente un cento de salud que lo recibiera, sin resultados. A las cinco de la tarde arribaron al Hospital del Guasmo, con Carlos prácticamente sin signos vitales.

La búsqueda inútil del cuerpo de Carlos Macas, perdido entre los NN de los contenedores

Carlos Macas Ramírez, de 51 años de edad, que vivía en la Cooperativa Unidad Popular, se despertó ese 31 de marzo, el último día de su vida, con mucha dificultad para respirar. Cerca de las diez de la mañana, su familia no sabía qué hacer. Édison Macas cuenta que junto con sus hermanos decidieron llevarlo a una clínica, pero en ninguna fue recibido. Solo en la clínica Alcívar un doctor lo evaluó y vio que tenía la presión demasiado baja, le chequeó el corazón y cuando examinó sus pulmones notó que estaban llenos de líquido. Les dijo que debía ser entubado de manera urgente, pero que buscara donde intérnalo porque allí no tenían disponibilidad. Durante horas buscaron desesperadamente un cento de salud que lo recibiera, sin resultados. A las cinco de la tarde arribaron al Hospital del Guasmo, con Carlos prácticamente sin signos vitales. Minutos después de ingresarlo en emergencias, un médico cubierto de pies a cabeza les indicó que había fallecido. En ese mismo momento solicitaron que se les entregara el cadáver de su padre, pero les indicaron que una vez ingresado, no se podía devolver “así no más” el cuerpo. Tuvieron que hacer el papeleo de admisión y la carpeta respectiva. La funcionaria en ventanilla les dijo que, al no fallecer por covid-19, el cuerpo de su padre debía ser llevado por Medicina Legal y que el hospital no podía hacer nada al respecto. Por ello no les emitieron el informe médico con el cual ellos podían sacar el acta de defunción del INEC. Así pasaron más de 15 días. Lo único que les indicaban era que debían estar atentos a que Medicina Legal llegara a retirar el cuerpo de su padre cosa que no pasó. Fueron ellos mismo a Medicina Legal, cerca de la Policía Judicial, PJ y ahí les indicaron que en ese momento ellos no estaban retirando cadáveres de ningún hospital. Es más, que a ellos se les había dado la orden de recoger los cuerpos de las casas y calles y llevarlos al Hospital del Guasmo.

El 15 de abril se acercaron nuevamente al hospital, donde les indicaron que les habían dado una nueva disposición: que los cuerpos de los fallecidos en el Hospital del Guasmo por las causas que haya sido, el Estado iba a encargarse del entierro. El 21 de abril el hospital subió el acta del INEC de su padre al sistema del Registro Civil y Édison pudo sacar el acta de defunción. La respuesta del hospital fue que debía la familia debía estar pendiente de la página estatal del “coronavirus” donde debía aparecer el lugar donde su padre sería enterrado. Y el día viernes 1 de mayo, la familia de Carlos Macas vio la noticia sobre los cuerpos no identificados en los contenedores o morgues provisionales que se ubicaron en los patios del Hospital del Guasmo. Con angustia por saber del cuerpo de su padre, Édison se acercó al hospital al día siguiente, nuevamente, para preguntar al hospital por qué hasta la fecha el nombre de su padre no salía en la página del coronavirus. Quería saber de primera mano dónde había sido enterrado o si su padre estaba entre los fallecidos no identificados de los contenedores. La funcionaria de Admisión, luego de hacer algunas llamadas y de revisar varios listados, le indicó que su padre estaba en los contenedores y que estaba como N.N. Le dijo también que las personas con las cuales ella había hablado le indicaron que Criminalística ya se había llevado muestras de esos cuerpos para hacer la identificación, y que apenas se los identificara serían enterrados. Desesperado, Édison pidió que se le permitiera ingresar a los contenedores y tratar de identificarlo, aunque sea por la vestimenta. Ellos negaron su petición y no le permitieron el acceso.

Le indico que su padre ya estaba identificado, y que era el número 74. Que dentro de los contenedores el cadáver debía tener ese número y que los encargados tenían todos los datos de su padre y ya solo tenía que esperar que llegaran el personal de Medicina Legal

Los familiares de Carlos Macas fueron al hospital nuevamente, el lunes 4 de mayo, a preguntar si ya Criminalística tenía alguna respuesta. La funcionaria de Admisión les dijo que todavía no. Édison volvió el jueves 7 de mayo y fue atendido por otra funcionaria. Ella hizo más gestiones, verificó nuevamente en el sistema e hizo varias llamadas. Le indico que su padre ya estaba identificado, y que era el número 74. Que dentro de los contenedores el cadáver debía tener ese número y que los encargados tenían todos los datos de su padre y ya solo tenía que esperar que llegaran el personal de Medicina Legal o los encargados de enterrar los cuerpos. Pero Édison escuchó de los muchos problemas en torno a los cuerpos no identificados en los contenedores y decidió volver a Criminalística a verificar que la información que le habían dado en el hospital fuera, cierta porque un grupo de 63 cuerpos ya identificados habían sido llevados a los camposantos y quería saber si su padre era uno de ellos. Pero hasta el 14 de mayo no hubo manera de que la familia de Carlos Macas pudiera acceder a ese listado. Ese mismo día 14 de mayo, Édison tuvo cita con un antropólogo, el cual revisó si su padre constaba en una lista de no identificados. El funcionario le había dicho que tenía una lista de no identificados y que su padre no constaba ahí. Un día después, el 15 de mayo, la familia pudo conseguir el listado oficial de las 63 personas ya identificadas en los contenedores. Su padre no constaba.


Los cadáveres fueron arrunados en contenedores sin refrigeración, y sus familiares se vieron obligados a buscar a sus seres queridos por sí mismos. Foto: Nayet Villota publicado en Diario El Universo

No se les entregaría el cadáver de Luis, así se paren de cabeza...

El domingo 29 de marzo, los familiares de Luis Yépez Peralta de 45 años de edad, que vivía en la cooperativa Jaime lo ingresaron al hospital del IESS, Teodoro Maldonado. Tenía baja la saturación de oxígeno, y diabetes. Le pusieron oxígeno y quedó internado. Al mediodía del lunes 30, una pariente los llamó para decirles que Luis había hablado, tomado agua y pedido comida. Que ella lo había visto de lejos por última vez sentado en la cama y con asistencia de oxígeno. A las cinco de la tarde del día siguiente les avisaron que Luis había muerto a las 3:40 de la madrugada del 31 de marzo.  Al llegar a la morgue del hospital les dijeron que no había el acta de defunción y que supuestamente habían perdido el papel. Así que les dieron un nuevo documento para hacerlo llenar. No se lo entregaron sino el viernes 3 de abril y con eso pudieron hacer los demás trámites. El encargado de la morgue le dijo que cuando estuviera todo listo llegaran con la caja y dos personas para sacar el cuerpo. El domingo 5 de abril estaban listos y fueron a retirar el cuerpo, pero el médico que estaba a cargo les cambió los planes: les dijo que se entregarían los cuerpos solo a los que tuvieran caja. Así que la familia de Luis y otros protestaron. Así se paren de cabeza el cuerpo no sería entregado por nada del mundo, les dijeron,  y que, es más,  los cuerpos ya estaban en los contenedores y  estos no se iban abrir. Buscaron en la lista de los contenedores, pero Luis no estaba.

Copiaron mal el número de la cédula

Antonio Feijoo, de 65 años de edad, murió  el 28 de marzo en su casas. El cuerpo fue trasladado por Medicina Legal, sin mencionar su destino final. Amanda contó que ella y su papá amanecieron con malestares parecidos a la gripe: Así pasaron los primeros cinco días de la cuarentena obligatoria. Al ver que a su papá los síntomas se le complicaron llamó ECU911. Lo hizo varias veces, para que enviaran una ambulancia para llevar a su padre y atiendan a los que estaban en casa. Por los síntomas sospechaban que podía ser COVID-19. Pero lo único que les decían en el ECU911 es que a su papá le dieran paracetamol y que no había disponibilidad de ambulancia. Le dijeron que viera cómo lo sacaban al hospital. Pero como estaban con todas las prohibiciones de salir se llamó a un patrullero policial, el 28 de marzo, pero ellos se negaron diciendo que no tenían permitido subir a nadie. Amanda les dijo que podía ser la enfermedad y que tenía con ella a los niños también. Les rogó que la ayudarán, pero ellos le dijeron, cuenta Amanda, que menos los ayudarían porque no se iban a arriesgar a contagiarse con el virus y tampoco iban a llevar su padre de hospital en hospital, que ninguno estaba recibiendo pacientes. Así que ellos no iban a estar buscando hospital para dejar a su papá. Y se fueron.

En casa no podía continuar viviendo con el cadáver de su padre, descomponiéndose mientras esperaban que lo fueran a retirar. Amanda estaba con medicamento y decidió salir varios días en la iglesia del sector para aislarse.

A las 23:30 de esa noche su papá ya no se movía; había ya fallecido en su casa. Llamó nuevamente al ECU911 para que los ayudarán a retirar el cuerpo. Le dijeron que en una o dos horas llegarían. Así pasaron otros cuatro días. Todos los vecinos y familiares se pusieron de acuerdo en llamar para que fueran a retirar el cuerpo, pero les decían que esperen. Por último, no contestaban o cerraban la llamada al escuchar el nombre de su padre.  Como se sentía mal, Amanda fue al hospital para que le hicieran la prueba de COVID-19, pero le hicieron una tomografía del tórax dónde salió que tenía obstruidos los dos pulmones. El doctor le dijo que no podía hacerse la prueba a menos de que estuviera grave; es decir, cuando ya no pudiera respirar muy bien y tuviera que estar ingresada en el hospital. Le dijo si podía hacerles la prueba a sus tres hijos, porque estuvieron en contacto con ellos. El doctor le dijo que a los niños les afecta de forma leve que no se preocupara mucho por ellos, que se tranquilizara y tomara las pastillas que le recetaba: cinco unidades de Azitromicina.

En casa no podía continuar viviendo con el cadáver de su padre, descomponiéndose mientras esperaban que lo fueran a retirar. Amanda estaba con medicamento y decidió salir varios días en la iglesia del sector para aislarse. Sus hijos se fueron con su papá para precautelar su salud. El 31 de marzo, tres días después de haber fallecido su padre, llegó un patrullero a tomar algunos datos del fallecido. Mario, el padre de sus tres hijos, les dio una copia de la cédula de Antonio Feijoo, pero copiaron mal el número, porque los policías estaban con miedo a contagiarse. El 1 de abril, entre a las 19 y 20 horas llegó la gente de Medicina Legal. Entraron a la casa con amplias medidas de seguridad y se llevaron el cuerpo, que ya estaba descompuesto. En ningún momento les dijeron a dónde se lo llevaban. Ellos supusieron suponía con los datos que los agentes del Estado tenían se lo podía localizar después, pero eso nunca sucedió.


Un trabajdor de la salud de un hospital de Guayaquil muestra a los familiares que buscan a sus seres queridos el formato del documento que deben llenar. Foto: Diario Expreso
 

Perder a su padre fue muy duro, pero es infinitamente peor no poder darle cristiana sepultura

Víctor Emilio Calderón Vaca murió el 31 de marzo en el Hospital de Los Ceibos, del IESS. Tuvo Insuficiencia Respiratoria Aguda-posible COVID-19 no identificado, como literalmente constó en el certificado de defunción del INEC que emitió el hospital. Ese fatídico día, él presentó dificultad para respirar. Diana Llamuca, su hija adoptiva, buscó incansablemente oxígeno por todo Guayaquil y no logró encontrarlo. Al ver que su padre ya no podía respirar llamó al 911. Le respondieron luego de diez minutos, pero la transfirieron al 171. Ahí, alguien que se identificó como médico la atendió, le dio su nombre, pero ella luego no pudo recordarlo porque estaba muy nerviosa. El médico dijo que no podía hacer nada y que lo lleve de urgencia a la casa de salud más cercana. Pidió una ambulancia; en este momento no había le dijo el doctor, pero si podía buscara en el sector privado. Tuvo que hacer eso y pudo conseguir una ambulancia del centro médico “Doctor ambulancia”. Eso ocurrió aproximadamente a las 15h00. Quienes la ayudaron a trasladar a su padre desde Durán hasta el hospital del IESS en los Ceibos, cobraron USD 150 por sus servicios. Al llegar al hospital, una los atendió muy amablemente, pero le dijo que no había camas disponibles y que para recibirlo tendría que quedarse con la cama y el oxígeno de la ambulancia. Así lo hizo, aunque eso significaba un valor adicional que tuve que pagar a la ambulancia privada, y luego hizo el ingreso de su padre al hospital. A las nueve de la noche de ese día, un doctor salió del interior del hospital a preguntar si había algún familiar de Víctor Calderón. Les comunicó que él había fallecido. Lamentablemente no se pudo hacer nada, les dijo. A Diana Isabel le parecía que estuviera viviendo una película de terror, de la cual aún no despierta. Al día siguiente, 1 de abril, su esposo, su hermano y ella realizaron todos los tramites. Su otra hermana estuvo en el hospital a las seis de la mañana para retirar el acta de defunción del INEC.

La angustia y la desesperación se volvieron agonía. Ella no podía estar todos los días en el hospital o en el cementerio, ya que su madre y su hermana estaban con síntomas de COVID-19, y le tocó atenderlas en su casa con la ayuda de una doctora particular.

A Diana Isabel y su familia solo les quedó confiar en la palabra del vicepresidente Sonenholzner y DE Jorge Wated, quien les dijo que todos los cuerpos iban a ser enterrados de manera digna. Pero para ella eso solo quedó en promesa. Su pesadilla no ha terminado. No saber dónde está el cuerpo de su padre le ha causado problemas de salud, alteración de los nervios, ansiedad, arritmias cardiacas. El dolor que viven no lo compara con nada. La pérdida de su padre fue muy dura, pero es peor cuando no se sabe dónde está su cuerpo, para poderle dar una cristiana sepultura.

El dolor y el horror de Marjorie en busca del cuerpo de su padre

El jueves 26 de marzo, Marjorie Raza llamó al 171 por que su padre José Gonzalo Raza Parra, de 70 años, se ahogaba. Le respondieron que todo estaba colapsado. Desesperada pidió que le enviaran una ambulancia, pero le dijeron que no había y que ella, por su propios medios lo llevara a un hospital. Eso sí, le preguntaron los síntomas y les dijo que sospechaba que era COVID-19: Que lo lleve al hospital más cercano le recomendaron. Eran las 10 de la noche, salió a la calle en busca de algún carro y le pidió ayuda a un patrullero: Los policías le dijeron que ellos no prestaban esos servicios no tenía como llevarlo. Su padre se seguía ahogando y las horas pasaban. Decidió esperar hasta el día siguiente. A las  5:50 de la madrugada llevó a su padre al Hospital del Guasmo; intentó ingresarlo por emergencia, porque seguía mal. Tuvo que esperar casi una hora para que lo viera el doctor de turno, pero lo trataron como si tuviera la peste. Pidieron que le hiciera una radiografía y que era necesario ingresarlo, que abriera la historia clínica, pero era una enorme cantidad de gente en Admisión. Las personas que atendían ahí eran se iban de repente de su puesto y no regresaban pronto. Hicieron varios reclamos desde la fila, pero no les hacían caso. Desde ese momento ella entendió que eso resultaría en un calvario, porque los funcionarios no prestaban atención a nadie, no entregaban un solo medicamento. Veía a la gente morir a su alrededor. En el hospital dejaban junto a ellos, por horas y, desesperados, pedían oxígeno para sus familiares, pero les decían que no había. Lloraron e imploraron por medicinas, pero les decían que no había. Pasaron las horas y se tornaba peor la situación de su padre. Rogó que le dieran el ingreso. Pero sin pudor un médico les dijo que tenían que esperar que alguien se muriera para darle el ingreso. La saturación de José Raza bajaba y otro médico les dijo que vayan buscando una caja porque si la saturación baja de 60, se mueren. Eran directos, no tenían sentimientos, los trataron muy mal. Así lograron pasar esa noche dantesca, entre peleas por el oxígeno. A las seis de la tarde del sábado 28 al fin le dieron el ingreso y dijeron a sus familiares que se fueran, que ellos les llamarían. Desde ese día Marjorie Raza nunca más vio a su padre. Ella fue a preguntar al día siguiente por él y no le dieron información. El lunes a las 13 horas nuevamente estuvieron en el hospital, pero les dijeron que unas personas vestidas con chaleco rojo les darían información. Había muchísima gente en espera de eso había muchísima gente. Al fin asomaron los del chaleco rojo y uno por uno les dieron la información de su pariente. Le dijeron que su padre había muerto el día anterior, el domingo 29 de marzo, a las 19 horas, por un infarto.


La fiscalía general tiene en sus manos varias denuncias sobre el mal manejo de cadáveres durante la crisis sanitaria de Guayaquil. Foto: EFE

Le pidieron que dejara los datos de su padre, que regrese “tranquilita” y vuelva al día siguiente a las 9 de la mañana. Así pasó varios días hasta que se dio cuenta que la lista que leían no variaba, era la misma.

Al salir, un guardia le dijo que afuera del hospital habían puesto un letrero. Que se comunicara a los números que estaba ahí, para saber del cuerpo de su padre. Hizo la respectiva llamaba y le dijeron que ellos no la podían ayuda, pero que mirara la página https://coronavirusecuador.com/fallecidos/.  Desde ese momento ella busca todos los días sin obtener resultados. Se ha trasladado tres veces a la PJ y tampoco le han dado una solución. Lleva más de dos meses sin saber de su padre.

¿Dónde están los cuerpos de su padre y de su esposo, muertos en el hospital de Infectología?

Su esposo, Jorge Alberto Cedeño Zambrano, de 51 años murió el 27 de marzo por presunto Covid-19. Ana Domínguez contó que les enviaron a hacer trámites legales para gestionar la sepultura de  su padre y la cremación de su esposo. Tuvo dos pérdidas en esta crisis. Por la aglomeración de personas y el restringido horario de atención de Registro Civil tardaron días para poder sacar dichas partidas de defunción. Lo pudieron hacer el lunes 30 de marzo), al igual que el pago de la bóveda y la cremación. Una vez realizado los trámites y de haber cancelado todo lo solicitado, regresaron al hospital donde murió su esposo antes mencionada se  sorpredió con la información de que el día anterior, mientras ella hacía los papeles, se habían llevados todos los cuerpos al Hospital del Guasmo y al Parque de la Paz de Samborondón. Fue ahí donde empezó su calvario, ya que aun teniendo todo gestionado para el entierro, los cuerpos de sus familiares habían desaparecido. El Hospital de Infectología, donde fueron atendidos y fallecieron, no se hizo responsable. Y a pesar de trámites administrativos que debieron realizar para el retiro de los cadáveres ésta casa de salud no daba información exacta de donde podrían estar. Hicieron publicaciones en redes sociales, pidieron ayuda al  gobernador del Guayas, pero no se tomaron la molestia de leer las publicaciones y los mensajes internos enviados. Una de las médicas del Hospital de Infectología les dijo que “el señor Jorge Wated Reshuan, encargado de los retiros de cadáveres, vía WhatsApp en resumidas palabras nos indicó que el Estado se encargaría de las sepulturas y que debía revisar únicamente el portal web: coronavirusecuador.com; afirmándome que los cuerpos de mi padre y esposo sí se encontraban en el Hospital del Guasmo”. De eso han pasado 69 días y Ana Domínguez no tiene ni rastros del cuerpo de su esposo. Y del cuerpo de su padre, sospecha que no es suyo el que está enterrado con su nombre.

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Bitácora de una tragedia: el dolor y el horror de buscar el cadáver del ser amado
 


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