

Santiago Ribadeniera, Fernando Vallejo, Ramiro Sáenz, César Ortiz y NIcolás Dueñas, al alcanzar la cumbre del Obispo, en el Altar, en 1967.
La foto de Bernardo Beate es en blanco y negro, nítida y de alta calidad. Aparecen Adolfo Holguín, Leonardo Meneses, Santiago Ribadeneira y Bernardo. Es en la cumbre del Morurco, y con un calzado de la época, 1972, pisan las rocas que parecen movedizas. Al fondo se perfila el glaciar sur del Cotopaxi. Es una de las fotografías más icónicas del Club, dice a 46 años de distancia, Jerónimo Derkinderen, en el octavo piso del edificio administrativo de la Escuela Politécnica Nacional, en la sede del CAP. Este joven, flaco y barbado, dirigió la edición conmemorativa por los 50 años del Club, un libro que tomó dos años realizarlo (el CAP se fundó en abril de 1966). Él no le da mucha importancia al tiempo, los andinistas saben que es como subir una montaña; con cuidado, con paciencia y pasión se llega a una cumbre que muchas veces resulta esquiva, no importa cuánto demore.
En la cumbre del volcán Morurco, 1972, en una de las fotografías más icónicas del CAP: Adolfo Holguín, Leonardo Meneses, Santiago Ribadeneira y Bernardo Beate.
Portada del libro por los 50 años del Club de Andinismo Politécnico, que se lanza este 15 de abril en el Teatro de la EPN.
"Éramos un grupo de amigos que nos conocíamos del colegio San Gabriel, las primeras excursiones las hacíamos de forma privada. Una de las primeras fue al Illiniza Sur, en esa época se hacían pocas ascensiones. Cuando entré al prepolitécnico, Ramiro Sáenz y Adolfo Holguín, estaban en primer semestre", cuenta Santiago Ribadeneira en la revista 50 años de historia, que apareció, esta sí, cuando el CAP tuvo su cincuentenario de vida.
El Club se fundó por la idea de cuatro amigos que fueron a conquistar el Chimborazo. Ribadeneira participó en la construcción del refugio de madera del coloso, que había hecho el mítico andinista y formador de juventudes, Fabián Zurita. La primera directiva del CAP estuvo conformada por Adolfo Holguín, Cristóbal Jijón, Raúl Salazar, Teodoro Álvarez, Diego Terán, Santiago Ribadeneira, Edmundo Brown, Abraham Friedman, Ramiro Sáenz, Matilde Almeida y Luis Cepeda.
Era un grupo de universitarios, con distintas experiencias, pero con un solo objetivo: dedicar su tiempo libre a las montañas, a la naturaleza, y construirse como personas y profesionales útiles a su país. Por entonces, las montañas se subían con equipos precarios. No había casas de renta de equipos y a cada andinista tocaba hacerse del suyo. En ese tiempo, cuenta Ribadeneira, no había plumones ni botas extranjeras, ni fibras térmicas, ni carpas, ni rompevientos; menos cuerdas. Se acomodaban con suéteres que les tejía la mamá o la abuelita y con bluyines. Había un almacén, de una señor Esparza, de Nuevos Horizontes, que proporcionaba los piolets. Las mochilas eran militares, y los sleeping bags eran de Estados Unidos. Las botas se hacían con suela de llanta, un maestro Romero, en la calle Cuenca, con cuero, y el modelo era europeo. Las cuerdas de nylon era eran un bien escaso, era un lujo.
Jerónimo Derkinderen, miembro de la directiva del CAP y director del proyecto del libro, posa en la sede del Club, en el piso ocho del edificio del rectorado de la Escuela Politécnica Nacional. Foto: Luis Argüello
Jerónimo se toma unos segundos para responder a la pregunta de cómo se mantiene un club unido y en vigencia por medio siglo. La pasión por la montaña, es lo primero que responde, pero el andinismo como ninguna actividad, crea vínculos muy fuertes, dice. Y eso se debe tomar literalmente, porque para subir a las montañas los andinistas se encordan, es decir comparten una misma cuerda dos o tres compañeros. Cada uno tiene en sus manos la vida del otro. El destino de la cordada hace que se hermanen en la vida y en la muerte. Como lo recuerda Miguel Andrade, en la ascensión al Cayambe en 1974, con tres cordadas del CAP: Jacinto y Patricio Carrasco; Luis Romero, Carmita Arboleda y Miguel Andrade y la tercera con Bernardo Urriátegui y Santiago Ribadeneira más la cordada del colegio San Gabriel. La cordada de Miguel Andrade subía a buen ritmo atravesando la grieta previa a la cumbre, cuando la montaña se rajó entre sus dos compañeros Luis y Carmita. "De pronto se escuchó un cañonazo, la placa se cortó y todos bajaron rodando a gran velocidad. Miguel Andrade, luego de quemarse las manos con la cuerda, logró clavar el piolet completamente y detuvo al caída de sus compañeros: Pero la segunda cordada, la del club de andinismo del colegio San Gabriel, que estada delante de ellos, conformada por Carlos Oleas, César Ruales y Joseph Berge, no tuvieron suerte, que fueron arrastrados al fondo de la grieta, la cual quedó cubierta de nieve. Miguel Andrade fue el primer en descender hasta el fondo de la grieta, en rapé, para buscar a sus colegas y jóvenes amigos. Pero no los encontró. Los cuerpos fueron rescatados momentos después y trasladados en helicópteros.
Páginas del libro cedidas por los editores. Es el primer libro sobre la historia del andinismo en el Ecuador, y se remonta a los albores de la historia nacional.
Varios miembros del CAP fueron pioneros en conquistar cumbres vírgenes en las montañas del Ecuador. Una de las cumbres del Chimborazo lleva el nombre de Politécnica, por haber sido conquistada por primera vez por miembros del club. Lo mismo que la cumbre nororiental del Cayambe, hazaña que correspondió a Patricio Ramón, Francisco Carrasco y Luis Camacho. O a la cumbre nororiental del Antisana (una de sus cuatro cumbres), una montaña altamente técnica. Fue el 22 de febrero de 1972, y la bautizaron como cumbre Santiago Ribadeneira, en homenaje a su compañero y fundador del CAP y uno de los precursores de la conquista de picos vírgenes en el Ecuador. En 1981 abrieron una nueva ruta a la cumbre tras un año de intentos.
Para ingresar hay un requisito: tomar tres cursos, de páramo, de ascensión en roca y de glaciar y nieve. Sus salidas (así se llaman a las ascensiones) tienen la seguridad de que quienes van a la montaña podrán no solo salir avantes sino sobrevivir en caso de accidente.
Por el club han pasado andinistas como Javier Cabrera, Oswaldo Morales, Patricio Tisalema o Iván Vallejo, el primer ecuatoriano en conquistar el Everest sin oxígeno y catorce montañas ochomiles (más de 8000 metros de altura), o Marúa Rivera, cumbre del Huascarán, del Aconcagua o Carla Pérez, la primera mujer ecuatoriana en ascender al Everest sin oxígeno.
El CAP es bastante organizado, destaca Jerónimo, y pone mucho énfasis a la preparación técnica. Para ingresar hay un requisito: tomar tres cursos, de páramo, de ascensión en roca y de glaciar y nieve. Sus salidas (así se llaman a las ascensiones) tienen la seguridad de que quienes van a la montaña podrán no solo salir avantes sino sobrevivir en caso de accidente. Aprenden rescate, orientación, a "leer" la nieve, maniobras básicas y a respetar la naturaleza.
Y no solo están las ascensiones, sino también las carreras de tracking, las caminatas, senderismo y los retos que se proponen sus miembros. Por ejemplo ahora mismo tienen uno: 50 años-50 cumbres. Tienen este momento unos 50 socios activos, pero las reuniones, en el octavo piso, puede llegar a cien personas, entre miembros, interesados y curiosos. Gente con o sin experiencia, que se entusiasman por una sola cosa: los retos y desafíos de la montaña y la hermandad que significa todo eso.
El editor del libro y director del proyecto, Jerónimo, sabe que el CAP le entrega al país un ejercicio de memoria y un compendio de personajes y emociones. La gente, dice el editor, que participó con sus testimonios, andinistas de estirpe mundial, abrieron sus puertas y lo abrazaron para sacar adelante su propia historia.
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