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8 de Junio del 2015
Historias
Lectura: 22 minutos
8 de Junio del 2015
Gonzalo Ortiz Crespo

Escritor, historiador, periodista y editor. Ex vicealcalde de Quito. 

De cómo Correa quiere sacar réditos de la visita papal

Foto: Presidencia de la República

El presidente Rafael Correa se entrevistó con el papa Francisco en el Palacio Apostólico de El Vaticano. El Gobierno y la Iglesia Católica asistan los detalles de la visita.

 

El jefe de Estado ecuatoriano pidió 10.000 entradas en puestos preferenciales para la misa del papa en Quito, invitó a los presidentes de toda Latinoamérica, financia obras y maneja la transmisión y “producción” de todos los actos de la visita de Francisco. La jerarquía se halla en una encrucijada.

La más alta jerarquía de la Iglesia católica del país no acaba de salir de su asombro al comentar que el presidente de la República, Rafael Correa ha pedido al presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE) y arzobispo de Quito, Fausto Traves, 10.000 entradas en puestos de preferencia para la misa que oficiará el papa Francisco en el Parque Bicentenario el martes 7 de julio.

No se trata de una comidilla; es información que llega a este comentarista del nivel más alto de la jerarquía. La comisión organizadora había tratado, por supuesto, del número de  entradas que había que proporcionar al Gobierno para las dos misas principales y se había manejado cifras de 300, 500 y hasta, exagerando, de 800, ¡pero jamás se imaginaron un pedido de 10.000!

Ahora la jerarquía se halla en una encrucijada, porque le es difícil decir no a un Gobierno que ha asumido gastos por varios millones de dólares y que está tan metido en la organización que hay quienes dicen, con sorna, que el presidente de la Conferencia Episcopal es Rafael Correa.

Ahora la jerarquía se halla en una encrucijada, porque le es difícil decir no a un Gobierno que ha asumido gastos por varios millones de dólares y que está tan metido en la organización que hay quienes dicen, con sorna, que el presidente de la Conferencia Episcopal es Rafael Correa.

El Gobierno, en efecto, está financiando la construcción de los templetes para las misas en Quito y Guayaquil; está haciendo la adecuación de Los Samanes después de la pulseada para que la misa no sea en el Santuario de la Divina Misericordia; se ha hecho cargo de la transmisión en vivo y en directo de todos los actos del papa; va a movilizar a miles de funcionarios de salud, defensa civil, policía, fuerzas armadas, y además, a través de agencias muy cercanas a funcionarios clave, también ha asumido la “producción” de las concentraciones masivas. Es verdad que esta “producción” (que incluye luces, sonido, torres, pantallas gigantes) ha debido ser refrenada ya que para los “productores” no había diferencia con una sabatina de Correa o un espectáculo popular. Tan notoria era su actitud que el arzobispo de Guayaquil, Antonio Arregui, les tuvo que advertir “que esto no es un concierto de rock”.

Un Gobierno tan generoso y concentrador, libra a la CEE no solo de gastos sino de todo el engorro de lo logístico y administrativo. Lo pinta mejor que nada la angustia de monseñor Danilo Echeverría, obispo auxiliar de Quito y presidente de la comisión organizadora de la visita del papa a la capital, en una reunión en la que confesó que no sabía de qué le hablaban, añadiendo, y es comprensible, que en su preparación para el sacerdocio y en su experiencia parroquial y episcopal jamás se había enfrentado con la tarea de organizar algo de dimensiones tan complejas. Esta es, por supuesto, una tarea de especialistas, de profesionales de las concentraciones de masas, de los que el Gobierno tiene muchos, como que ya llevan producidas más de 425 sabatinas.

La jerarquía no sabe qué hacer frente a las presiones del gobierno. El problema crece porque Correa está empeñado en convertir la visita del papa en un acto político, es decir en un acto que le reporte beneficios directos a él y a su Gobierno. Confirmación palmaria de este plan es su invitación a todos los presidentes de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) para que vengan al Ecuador durante la visita del papa. No se sabe cuántos vayan a llegar. Pero en el itinerario difundido por el Vaticano y la CEE no se ha previsto ningún encuentro del papa con los presidentes, aunque el Vaticano había aclarado que en la visita protocolar que el papa hará a Correa como jefe de Estado, el lunes 6 por la tarde, a su vuelta de Guayaquil, el presidente puede tener en el Palacio de Gobierno “a quienes desee”, refiriéndose a su familia, a los miembros del Gabinete, a sus amigos. ¡Jamás creyó el Vaticano que Correa iba a intentar hacer allí una cumbre de los presidentes latinoamericanos con el papa!

Una tercera señal menor pero no menos decidora, es la actividad del aparato de propaganda gubernamental dirigido por la Secom. Está el logotipo con la espiral de la campaña “Ecuador ama la vida” como halo alrededor del rostro de Francisco, con un pie digno de la mercadotecnia que nos gobierna: “Bienvenido al país que ama la vida”. Es el estado de propaganda en todo su esplendor y guachafería (Por cierto, el que sacó la CEE tampoco es un éxito, más bien parece el logotipo de una campaña anual: “2015, A evangelizar con alegría”. No funciona para dar la bienvenida al papa ni celebrar este acontecimiento porque es gráficamente deficiente: demasiado abigarrado, lo único que se ve a cierta distancia son los números uno y cinco de 2015 y ni siquiera la palabra Ecuador se entiende a primera vista, con sus letras blancas mal silueteadas sobre fondo gris. Esto por lo menos se compone en el poster en que aparece el papa y se añade “Bienvenido a mi familia”). Volviendo a la Secom, la entidad no anda solo con el logotipo. Ya tiene spots de TV, una página web y hasta una cuenta en Twitter con el hashtag #yoesperoalpapa. Es una campaña por todos los medios y en toda regla.

Que hay recelo en lo que pueda suceder se ve en las palabras del mismo monseñor Arregui, quien dijo, en referencia al convenio con la Secom para transmitir los actos del papa, que habrá dos delegados del Vaticano en el control master para que no se cuele “un closeup de una camiseta de Alianza País”.

Que hay recelo en lo que pueda suceder se ve en las palabras del mismo monseñor Arregui, quien dijo, en referencia al convenio con la Secom para transmitir los actos del papa, que habrá dos delegados del Vaticano en el control master para que no se cuele “un closeup de una camiseta de Alianza País”.

Pues bien, en esta encrucijada, me parece que la jerarquía debiera considerar algunos aspectos:

1.- Los gastos estatales en una visita del papa son normales y no generan obligaciones políticas.

Los gobiernos de cualquier país del mundo incurren en gastos cuando un papa los visita. En el primer viaje de Francisco, el realizado a fines de julio de 2013 al Brasil para asistir a la Jornada Mundial de la Juventud, los gastos subieron, según lo reportado por la prensa, a 150 millones de dólares, de los cuales el gobierno de Dilma Roussef absorbió 80 millones y la Iglesia católica 70. También los gobiernos de Jordania, Palestina, Israel, Corea del Sur, Albania, Turquía, Sri Lanka, Filipinas, países que Francisco ha visitado, y el de Bosnia-Herzegovina, que acaba de visitar, han incurrido en gastos. Igual lo hicieron los 129 países que Juan Pablo II visitó  (algunos más de una vez). Esto, por cierto ––y a propósito de posiciones que he leído en articulistas y en alguna carta abierta que circula en Internet––, no va en contra del carácter laico de una nación. Los gobiernos responden, en primer lugar, al fervor popular que genera entre sus ciudadanos no solo una figura de talla mundial, sino aquella figura que reúne en su torno más personas que cualquier celebridad de la política, el deporte o el espectáculo. Responden, en segundo lugar, a la necesidad de mantener el orden, la paz y la seguridad en los actos más masivos de su historia, previendo y conjurando cualquier riesgo para su propia población y los visitantes. Responden, en tercer lugar, a la visita de un Jefe de Estado, porque el papa lo es del Vaticano, reconocido como estado soberano por todos los miembros de las Naciones Unidas.

Por lo tanto, los gastos que el gobierno realice no generan ninguna obligación a la jerarquía católica y menos al papa, más allá de los de la cortesía.

2. Francisco no se va a dejar manipular.

En sus primeros 27 meses de pontificado, Francisco ha ido mostrando con la simbología de los gestos y con afirmaciones de peso, que desea centrarse en los olvidados del planeta y que no entra al juego de los poderosos. Una lección de Brasil: Dilma Rousseff, por sugerencia de Lula, planteó al Vaticano firmar con el papa durante su visita de 2013 una alianza para la lucha mundial contra el hambre. Francisco no cayó en el lazo, y ya antes de su arribo a tierras brasileñas, el Vaticano respondió que no hace ese tipo de alianzas particulares con ningún gobierno.

Mejor fue la respuesta del papa cuando la propia Dilma, hecha la inocente, en su reunión protocolaria del primer día en el palacio de Guanabara, preguntó al papa si es que no había alguna personalidad a quien él quisiera encontrar durante su visita al Brasil. Los malpensados dicen que Dilma se imaginaba a Lula. Lo que no se esperaba es que el papa le contestara: “Sí, a Dios”.

El papa ha rechazado que se le trate como a un príncipe. Cuando supo que en Río de Janeiro quien le iba a cocinar era el chef del mítico y lujoso hotel Copacabana Palace, se molestó y dijo que él quería que le cocinen las monjas arroz con frijoles y “pao de queijo”, el sabroso pan de yuca tan brasileño. Eso sirvió para que en los otros viajes los obispos y autoridades se dejen de zarandajas y le traten con sencillez.

Igual molestia tuvo el papa con el espectacular altar de la Jornada Mundial de la Juventud. Él solo quiere una cosa austera y segura. Las diferentes misiones de avanzada del Vaticano llegadas al Ecuador están logrando que las autoridades eclesiásticas les entiendan… pero no están tan seguras de que lo hayan hecho las estatales.

Un tema que preocupa es el de la seguridad, porque el papa tiene una visión diametralmente opuesta de la de Correa.

En los traslados en autos cubiertos, el papa suele usar carritos compactos sin pretensiones. En Brasil empleó un Fiat Idea, en Corea un Kia Focus e igual en los otros viajes. Las autoridades se horrorizan porque esos autos no brindan las seguridades que ellas buscan. A su vez, en los traslados en que saluda al pueblo, el papamóvil de Francisco es completamente diferente del de sus predecesores: no es blindado y por no tener, no tiene ni siquiera vidrios. Un simple todoterreno pintado de blanco, sin laterales e, incluso, sin techo. Ya Francisco se empapó cuando en una de sus salidas a la plaza de San Pedro, en los primeros meses de su papado, llovió, y él, sin inmutarse, siguió media hora, saludando a la gente (ahora se pone techo al vehículo cuando hay posibilidad de lluvia).

Él mismo ha dicho que no tiene miedo de morir, y que es un contrasentido que un papa vaya en un blindado.

Esto es especialmente difícil de hacer entender a un Gobierno que, como el que hoy sufre el Ecuador, despliega en cada desplazamiento presidencial, ministerial o de un simple subsecretario una parafernalia de vehículos blindados, varios iguales para que no se sepa en cuál va el interfecto, motos, sirenas y luces, y que cuando viene cualquier visitante extranjero redobla todo aquello y pone francotiradores en los techos.

Esto es especialmente difícil de hacer entender a un Gobierno que, como el que hoy sufre el Ecuador, despliega en cada desplazamiento presidencial, ministerial o de un simple subsecretario una parafernalia de vehículos blindados, varios iguales para que no se sepa en cuál va el interfecto, motos, sirenas y luces, y que cuando viene cualquier visitante extranjero redobla todo aquello y pone francotiradores en los techos. Y que, como lo vimos el 24 de mayo, para ir a rendir su informe a la nación su presidente acude por las calles desiertas enhiesto, hierático y con gafas oscuras, en un Hummer, rodeado de decenas de guardaespaldas a pie y de civil, y de decenas de granaderos a caballo, con su uniforme dieciochesco y sus lanzas enhiestas, en una puesta en escena que a algunos les recordó a Franco, a otros a Pinochet y a todos, a los emperadores romanos.

Va a ser interesante ver el contraste de lo que quiere el papa y lo que Correa cree que exige su majestad como presidente, el aparato de seguridad del que se rodea y el boato y ostentación de los que hace gala.

El último ejemplo de los gobiernos que intentan manipular al papa es la visita de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner al Vaticano esta semana. Pero el propio papa confirmó al periodista Alfredo Leuco, quien le había criticado que la recibiera y al que le contestó una carta muy amable, “su bronca” por los intentos de manipulación.

3.- Cuando hay obispos decididos, no hay gobierno que se imponga

Hay lecciones de la anterior visita de un papa al Ecuador, la de Juan Pablo II, que conviene no olvidar. También entonces regía en el país un gobierno autoritario, el de Febres Cordero, que no quiso que se realizara el encuentro del papa con los indígenas. Se lo dijeron a la CEE, sin resultados. El propio canciller Édgar Terán visitó a monseñor José Mario Ruiz, obispo de Latacunga, jefe de la pastoral indígena y organizador del encuentro, para tratar de impedirlo. Ruiz le contestó, con serenidad y firmeza, que no se podía suspender algo que estaba aprobado por la Santa Sede y que ya conocían las comunidades indígenas del Ecuador. Terán volvió a Quito con cajas destempladas.

Pero no tardó en regresar una semana después, cuando el Gobierno se enteró, horrorizado, de los detalles del programa que se iba a desarrollar. Le conminó a Ruiz a que suspendiera la puesta del poncho al papa, pues el gobierno no podía permitir un acto que “iba contra la dignidad del país”. Tampoco el Gobierno podía permitir, le dijo, que diera la bienvenida al papa el presidente de la Conaie, una entidad a la que el Gobierno había negado personería jurídica y consideraba subversiva. El obispo resistió todas las presiones, dijo que el programa se había resuelto en acuerdo con los indígenas, que el poncho era el símbolo que querían que el papa se pusiese y que ellos habían escogido a quien les representara. Que la Iglesia los apoyaba y, sobre todo, que nada de esto iba contra la dignidad del país, porque aunque los indígenas eran pobres y despreciados por las elites del Ecuador, los indios, sus idiomas, vestimentas y culturas tenían igual dignidad que la de cualquiera, como seres humanos e hijos de Dios.

Con su respuesta, Ruiz se jugaba, a sabiendas, algo personal que algún día podré revelar. Pero no temió al poder. Como todos sabemos ahora, el acto se realizó tal como estaba planeado y resultó maravilloso. Acudieron 80.000 indígenas de todo el país, con representaciones de las 18 nacionalidades indígenas (aunque en esa época no se llamaban nacionalidades sino “agrupaciones”), incluso huaoranis que por primera vez salían de la selva. Y sí, le pusieron el poncho al papa y nadie, o tal vez solo el gobierno y sus aliados, consideró aquello una afrenta a la dignidad del país. Al contrario, monseñor Ruiz y la CEE recibieron felicitaciones del papa y de la jerarquía vaticana.

Por cierto, el año siguiente, en julio de 1986, Juan Pablo II visitó Colombia y tuvo un encuentro con los indígenas en Popayán. Allí, el obispo entregó al líder indígena que iba a hablar un discurso que él había escrito para que se limitara a leerlo. El indígena se guardó el papelito y sacó otro de su propia autoría. El obispo trató de impedírselo. Pero el papa se dio cuenta de lo que sucedía y ordenó al obispo que dejase al indígena decir lo que quisiese. La noticia dio la vuelta al mundo, siendo eso sí una afrenta a la dignidad no de los indios sino de la iglesia colombiana. 

En Brasil, como reportó en su momento Juan Arias de El País, el actual papa cambió hasta el encuentro con los 2.000 representantes de la intelectualidad y del mundo de las artes en el Teatro Municipal de Río. “Concebido para el viaje que debía haber hecho Benedicto XVI, el encuentro con los representantes de la sociedad civil fue radicalmente cambiado por Francisco. Pidió que estuvieran presentes representantes de todas las categorías de la sociedad, desde indígenas hasta adictos, desde ONG que trabajan en las favelas a madres de familia empeñadas en la labor social. Y para dirigirse a él en nombre de todo ellos, Francisco escogió no a un escritor famoso ni a un director de cine ni a un catedrático de la Universidad como solía hacerse en el pasado en estos encuentros con el papa. Escogió a un joven de la favela de Maré de Río que gracias a la ayuda de la Iglesia ha conseguido salir del infierno de la dependencia de las drogas y estudiar”.

Eso mismo se planea para dos encuentros del papa en Quito, el de la Catedral y el de San Francisco, iglesia esta última donde solo entrarán 700 personas aunque habrá 7.000 en la plaza, todos con pases. Sé de buena fuente que el Gobierno quiere que en San Francisco estén presentes delegaciones “de la economía popular y solidaria”, es decir de su clientela.

4.- La gente va a rechazar una manipulación política de la visita del papa.

Si Correa continúa en su actitud de querer sacar ventaja de la visita del papa, la gente se dará cuenta y lo rechazará, de modo que el Gobierno deberá cuidarse de caminar por esa ruta, que rebotará en su contra.

Si Correa continúa en su actitud de querer sacar ventaja de la visita del papa, la gente se dará cuenta y lo rechazará, de modo que el Gobierno deberá cuidarse de caminar por esa ruta, que rebotará en su contra.

Es verdad que Correa y el aparato del que se ha sabido rodear, pueden aprovechar cada coyuntura. Un ejemplo singular es la explotación inacabable del 30-S, en que lograron convertir un arrebato del presidente ante un triste motín policial en un intento de magnicidio y golpe de Estado, obtener la solidaridad internacional y explotarlo durante años con la misma cantaleta (o inventos nuevos como el de la Megan). Lo grave es que han perseguido y destrozado las vidas de inocentes como el Coronel Carrión y siguen condenando, a casi cinco años de los hechos, a más miembros de tropa de la policía y las fuerzas armadas. Ese poder de aprovechar las coyunturas se empieza a agotar, como se ve por la cadena de errores políticos que está cometiendo en su delirio de obtener recursos de donde sea, y si Correa cree que va a poder sacar petróleo de la visita del papa, será su mayor equivocación.

Pero, para ello, la jerarquía no debe dejarse imponer. Ahora es que necesita la valentía para sacar a los mercaderes del templo.

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De cómo Correa quiere sacar réditos de la visita papal
 


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