

Fotos: Luis Argüello / PlanV
La casa de estos guardianes está hecha de barro. Su objetivo es vivir en armonía con la naturaleza.

Fotos: Luis Argüello / PlanV
Rogelio Simbaña y su esposa son parte de la red. Simbaña es el coordinador técnico.
La red como un modo de vida
En el patio de la casa de Javier Carrera y Fernanda Meneses crece un miso. Es un planta similar a la yuca por el tubérculo que produce. Es una raíz ancestral que se encuentra en la lista del patrimonio alimentario del Ministerio de Cultura ecuatoriano. Solo existe en tres regiones de los Andes: en Cajamarca (Perú), al norte de La Paz (Bolivia) y en Ecuador. Se cree que los incas fueron los responsables de su difusión. Pero en el país, la planta está por desaparecer. Ha sido la Red de Guardianes de Semillas la que ha impulsado su cultivo hasta en 300 familias. En Pichincha, ha sido hallada en Guayllabamba y Tabacundo. Y es de este último lugar de donde salió el miso que tiene la pareja. Recuerdan que la encontraron detrás de la casa de una señora partera. Ahora, sus hojas y raíces han sido aprovechados por chefs. El miso es parte de las 10 especies emblemáticas que la Red busca rescatar.
En el jardín de su casa, Fernanda Meneses cultiva flores, hortalizas; algunas son plantas en riesgo de desaparecer.
Carrera y Meneses forman parte del equipo coordinador de la Red que suma 110 familias en 15 provincias del país, pero sobre todo están en Pichincha. La iniciativa surgió en 2002 para apoyar a aquellos que quieren ser parte de este ‘modo de vida’. Ser un protector de las semillas, aseguran sus miembros, es vivir en armonía con la naturaleza. Es el caso de esta familia, quienes construyeron su casa hace ya varios años con barro y tienen un sistema interno para reusar las aguas servidas en la irrigación de su patio. Aunque la idea suene sencilla, es un proceso que incluye un tipo de fermentación llamado anaeróbica y una zanja de infiltración rodeada de árboles que aprovechan los resultados. Antes, dicen, su terreno era solo cangahua. Ahora es un oasis con cholanes e higuerillas.
Fernanda Meneses recolecta, clasifica y guarda diversas variedades de semillas.
No solo es lo orgánico
Los problemas del mundo se empiezan resolviendo en casa. Esa es la propuesta de la red, que reúne básicamente familias campesinas que apuestan por una vida en armonía con el medio ambiente. Y si uno de esos problemas mundiales es el hambre, la preservación de las semillas es su preocupación y labor casi titánica. En el Ecuador, existen 1.150 especies de plantas que pueden ser utilizadas por la población, asegura Carrera, quien es el coordinador social de la red. Cada especie, a su vez, tiene distintas variedades. Esa riqueza es cuidada por la agrupación que busca de mayor equidad y justicia social, y una forma de alcanzar aquello es fortalecer la economía local y de los campesinos. No ofrece dinero, pero el valor de la Red es conectar unos a otros. Los que necesitan semilla con los que la producen. Los que la producen con quienes la demandan.
Javier Carrera, coordinador social de la Red de guardianes de semillas, sigue de cerca las normativas sobre seguridad alimentaria, junto con otras organizaciones.
El 'pasaporte' de las semillas incluye su nombre, altitud y fecha de cosecha.
Meneses es la coordinadora de semillas de la Red. Cuando habla de ese tema es evidente su emoción. Hace unas semanas, cuenta, mientras iba de camino a una clase de cocina se encontró con una planta llamada Cosmos. Es una flor de ocho pétalos en tonos naranja y amarillo. “Ella vino a mí”, dice Meneses, quien asegura que llevaba tiempo buscando a la planta. “Le dije yo te voy a cuidar y plantar”. Así que se llevó sus semillas a su casa. Cada semilla tiene un ‘pasaporte’. Es decir, es una etiqueta con el nombre de la planta, la fecha de cosecha y la altitud. La Cosmos fue encontrada a 2.400 metros de altura. Tienen un catálogo de más de 100 semillas para ser cultivadas en huertas o jardines, que salen de las fincas de los guardianes.
Rogelio Simbaña es otro guardián. Su papel es asesorar en lo técnico a la Red. Nació en la Tola Chica, en Tumbaco. Allí sigue viviendo y su finca es otro ejemplo de cómo vivir en armonía con su entorno. Su casa también la hizo con barro. Pero antes de ser guardián trabajó en la agroindustria de la cual se decepcionó enormemente. Manejó 20 hectáreas de las cuales debía sacar una producción por 10.000 dólares mensuales, cuando el Ecuador aún tenía sucres. Una cantidad así de exorbitante para la época solo la podía lograr con tecnología y agroquímicos. Estos químicos afectaron su salud por cuatro años. No había día que podía respirar bien. Dejó de trabajar en ello por su bienestar y salió con una enorme decepción.
Rogelio Simbaña se inició en la permacultura después de trabajar en la agroindustria. Su salud fue afectada por los químicos.
Un zucchini cebra producido de manera orgánica. Toda la familia Simbaña cuida de sus plantas.
Desde el año 2000 encontró la agroecología y la permacultura. La permacultura es un sistema de diseño integral que sirve para implementar asentamientos humanos productivos, de forma sostenible, que respetan la naturaleza. Pero Simbaña la define como la fusión de conocimientos ancestrales y lo moderno para desarrollar un modelo sostenible. Esta técnica permite tener una buena producción en pequeños espacios. “Estoy en una línea que nada está demás, ni nada menos. Es justo, lo necesario, lo sostenible para vivir bien y armónicamente”. Tiene cultivos por tres razones: para su familia, por el excedente para la comercialización y por las semillas. Algunas con criollas como la lechuga que vino con la conquista española y otras nativas. En su invernadero cultiva zucchinis amarillos, verdes y cebras, tomate y zapallos.
Imagen panorámica de la finca de la familia Simbaña.
La Red va más allá de producir alimentos orgánicos. Es usar insumos ecológicos, economía solidaria, producción artesanal y familiar, producción local, cuidado de la salud y el ambiente, reducción de residuos, reutilización y reciclaje, y producción regenerativa. Han creado un sello propio para distinguir a sus productos, llamado “Flor de Garantía Participativa”.
Los zapatos viejos también pueden ser usados como maseteros para pequeñas plantas.
En un invernadero, la familia Simbaña cultiva diversas hortalizas. Producen lo necesario para alimentarse y para comercializar.
Una estufa revolucionaria
Pero están conscientes que nadie puede vivir solo del campo. Carrera explica que complementan su economía con otras actividades como la comercialización del producto. Tiene una tienda en Quito que se surte de los productos de los guardianes de la provincia llamada el Wayruro orgánico. Otras fincas, en cambio, hacen turismo ecológico. También hacen una apuesta por la educación. Por ejemplo, han creado la “red bosques-escuela”. Los finqueros reciben a estudiantes para que el campo sea el aula de clases. Los talleres es otra actividad. Forman a campesinos o a cualquier interesado en agroecología, permacultura, bioconstrucción, alimentación natural y tecnologías apropiadas. Un ejemplo de estas últimas son las ‘estufas eficientes’, un modelo que tuvo una gran aceptación en la Amazonía. Tiene una chimenea de hierro. El resto de la estructura es de barro, piedra, ladrillo. Lo especial de este artefacto es el cálculo exacto de las proporciones de la chimenea, que facilitan una combustión de más del 90%, por lo que no arrojan humo y alcanzan temperaturas muy altas. Carrera dice que el éxito de esa tecnología se debe a que son los guardianes los primeros que la usan.
Miembros de la Red muestran la chimenea, que es el corazón de la estufa eficiente. Foto: Cortesía de Javier Carrera
La Red está abierta a cualquiera que esté interesado en participar bajo una lógica: dar y recibir. Según Carrera, sus principios vienen de conceptos del mundo indígena, sobre todo el manejo horizontal de la Red. La finca es un nodo de una telaraña de actores. No hay jefes y los proyectos siempre tienen éxito porque salen de las necesidades de la gente.
Impulso y demandas a leyes
Los Guardianes también ha participado en la construcción de política pública. En el 2016, durante la discusión de la Ley de Semillas, varios movimientos sociales lucharon para que el Estado no imponga la certificación obligatoria para las semillas que circulan en el país. En otros países de la región, esa imposición había causado graves problemas. La Red lideró la discusión sobre los peligros y las alternativas que había a este tema. La Ley fue aprobada y reconoce que las semillas son parte del acervo cultural del Ecuador y por lo tanto no pueden ser apropiadas por nadie. Crea además un sistema de semillas mixto, entre convencionales y no convencionales. Las primeras son las agroindustriales y las otras, todas las demás. Entonces se mantuvo que las no convencionales sean de libre circulación.
¿Cuáles eran los riesgos si ese artículo pasaba? El experto recuerda que en Francia se estableció esta certificación y al final el 99% de las semillas inscritas eran híbridos industriales, y las semillas tradicionales estaban en peligro de extinguirse. Eso es un país cuya biodiversidad es escasa. En Ecuador, en cambio, la agrobiodiversidad es uno de sus mayores tesoros, asegura. “No hay manera que un Estado o el sector privado pueda manejarlo. La única forma de mantener ese tesoro es que la población lo utilice. Miles y miles de manos para que ese patrimonio subsista”. También hubiera implicado que los campesinos dejaran de mover sus semillas y pasar por un sistema burocrático muy complejo. En Colombia se impuso ese sistema y la Policía empezó a detener camiones con grano que no estaba certificado. La molestia generó un paro. Los campesinos son el 30% de la población del Ecuador y producen el 70% de los productos alimenticios.
La inmensa variedad de las semillas de Ecuador en esta gráfica.. Fotos cortesía de Fernanda Meneses
Aunque la certificación no pasó, a mediados del año pasado, la Red puso una demanda de inconstitucionalidad contra la Ley de Semillas, que está en trámite en la Corte Constitucional desde 2017. Carrera señala sus dos mayores defectos. El primero es que permite la entrada de transgénicos al país con fines de investigación. “Lo cual es una hipocresía total porque no se puede hacer investigaciones transgénicas sin que los transgenes escapen al campo y contaminen”. Es decir, el investigador debe hacer algunas siembras de prueba y dice que el maíz transgénico es el que se quiere introducir en Ecuador. “El polen del maíz puede volar hasta 200 km de distancia”. En México, agrega, seis estados están contaminados con cepas transgénicas no aptas para el consumo humano.
El segundo problema de la Ley es que algunos de sus artículos apoyan a la semilla convencional, que es la industrial, es una semilla que funciona solo con agroquímicos y es poco diversa. “Pero no da ningún apoyo a la semilla no convencional y coloca el poder de la decisión en el Consejo Nacional de Semillas, donde están las industrias agroquímicas, el Estado y la academia, pero no hay representación de sociedad civil, campesinos, consumidores o indígenas. Consideramos que eso pone en peligro las semillas del país”. De lo que conocen, en Ecuador hay cultivos de bananos transgénicos y recientemente se ha detectado cultivos de soya transgénica en El Oro.
Otra ley que cuestionan es la de Seguridad Alimentaria y el Código Integral de la Salud. Ambos tienen secciones, según su opinión, que ponen en riesgo la soberanía alimentaria. De la primera les preocupa que todo animal que vaya a ser vendido deba ser faenado en un camal autorizado por el Estado. “Si una mujer campesina quiere vender seis cuyes al pie de la carretera, le toca viajar dos horas para que le faenen cuyes o gallinas. Es un absurdo, pero está en la ley y el riesgo que suceda es alto”. La Red, por medio de un juicio, obtuvo el reglamento de esta ley. Pero cuando les entregaron les anunciaron que la norma solo esperaba la firma del Presidente. “La carga que ponen sobre el productor es gigantesca, la gente no tiene los recursos para hacer esos cambios”.
Ellos, al igual que otras organizaciones, piden más diálogo. Porque desde su experiencia, las leyes en esta materia han sido pensadas para la industria y no para el campesino que alimenta al 70% del país.
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