
David Correa ingresó a los 10 años a una casa hogar. Ahora tiene 26 años y rememora su paso por ese centro. Fotos: Cortesía. Portada: PlanV
Cuando David Correa tenía 10 años tuvo que ingresar a una de las tres casas hogar que conforman la Asociación Solidaridad y Acción (ASA), al norte de Quito. Su familia vivía en condiciones de pobreza que no le permitían a él y a su hermano menor desarrollarse adecuadamente para su edad y estuvo institucionalizado cerca de 17 años, 8 de los cuales pasó en ASA. Su hermano fue admitido en otro centro, por lo que no ha tenido contacto con él por casi 10 años porque aún es menor de edad. Durante su estadía, inició en el programa de adopción sin obtener resultados y un juez dictó su estadía hasta cumplir su mayoría de edad mientras el resto de sus compañeros partían con sus nuevas familias.
En Ecuador, el Ministerio de Inclusión Económica y Social entregó un presupuesto de $8.706.560,00 entre 2019 y 2022 para centros de acogida institucional. En 2021 existió una caída de los valores, por lo que los programas tuvieron que mantenerse a través de donaciones. Estas instituciones incluyen casas hogar permanentes para menores que estuvieron en condiciones vulnerables, por lo que muchos de ellos esperan ser adoptados. Desde enero a julio de 2022, 37 niños fueron adoptados entre nacionales e internacionales en el país y solamente cuatro de ellos tienen más de 16 años.
Como David, Katherine Chalá ingresó a ASA a sus ocho años con expectativa de que la adoptaran. Los problemas familiares con su madre no se arreglaron con el proceso de reinserción familiar de la organización y encontraron a una persona que estaba interesada en adoptarla. Sin embargo, el proceso demoró y perdió la oportunidad. Según la experiencia de la directora de ASA, Jacqueline Valencia, desde los cinco años es difícil obtener una adopción nacional.
el MiES entregó un presupuesto de $8.706.560,00 entre 2019 y 2022 para centros de acogida institucional. En 2021 existió una caída de los valores, por lo que los programas tuvieron que mantenerse a través de donaciones.
El objetivo de las casas de acogida es brindar protección a niños, niñas y adolescentes entre 0 a 18 años. Estas instituciones recrean el espacio familiar de un hogar para ofrecer una educación integral bajo condiciones adecuadas que no se encuentran en sus familias biológicas. Según Teresa Borja, psicóloga, la manera en la que se desarrollen los jóvenes “depende del ambiente en el que fueron desarrollados y las casas hogar buscan generar ese ambiente familiar para que puedan crecer de la mejor manera”.
En el caso de Freddy Romo la casa hogar de ASA fue un escape de una situación de violencia dentro de su familia. A sus nueve años, él y su hermana mayor conocieron la organización gracias al párroco de la iglesia de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en Carcelén Bajo al norte de Quito. Su proceso inició con la reinserción familiar, donde personal de ASA busca mejorar las condiciones familiares para que los menores puedan regresar. Sin embargo, en el caso de los hermanos no funcionó y se quedaron en el centro hasta cumplir la mayoría de edad.
¿Qué pasó cuando David, Katherine y Freddy cumplieron los 18 años?
El rango de edad de los niños y jóvenes que están bajo la protección del Estado ecuatoriano es de 0 a 18 años. Por lo que estos centros reciben un presupuesto dirigido solamente a este grupo etario. “Lamentablemente, cuando cumplen su mayoría de edad queda en el aire lo que pasa con su formación académica y por consecuencia qué trabajo van a tener sin esa formación”, menciona Renata Castillo, educadora. Por el momento no existe un programa público que gestione la educación superior para cuando los jóvenes cumplen la mayoría de edad. Además, en 2021 el presupuesto para las casas de acogida se retrasó, por lo que los centros tuvieron que autogestionar a través de donaciones y financiamiento privado las necesidades de los menores, incluyendo su educación.
Las casas de acogida velan por el bienestar de los niños, niñas y adolescentes, por lo que los centros realizan actividades de independencia desde los 15 años. En Hogar del Niño San Vicente de Paúl, ubicado en el centro de Quito, el proceso de independencia se basa en “desarrollar las competencias y capacidades del adolescente para en el momento que tenga 18 años pueda salir de manera autónoma”, explica Bryan Robayo, psicólogo miembro del equipo técnico. Algunas de las actividades que realizan son cursos y talleres según los intereses del adolescente. Además, a través de métodos de autogestión, brindan apoyo a casos que aún no se sienten lo suficientemente capaces de independizarse. Estos casos reciben sostenimiento del centro bajo diferentes reglas, como conseguir empleo. En este momento, hay tres chicas que están bajo este proceso.
En el caso de Katherine, su educación fue un proceso complicado porque estudiaba a distancia y nunca sintió la motivación para interesarse en sus trabajos académicos, por lo que llegó a segundo de bachillerato y decidió no asistir más. Sin embargo, el proyecto de autonomía juvenil le ayudó a estudiar lo que más le gustaba en un año: la gastronomía en “La Dolorosa”, un centro de acogida a jóvenes de la calle y drogadictos. Además, pudo aprender otras competencias como belleza y panadería.
De la misma manera, en la Fundación Henry Davis, ubicada en el Valle y con capacidad para 200 niños en situaciones vulnerables, trabajan en talleres. “Tratamos de encontrarles algún trabajo para que puedan volver a integrarse a la sociedad”, cuenta Priscila Moreira, administradora de la organización. Otra opción que se considera es buscar en las familias un apoyo para que puedan reintegrarse siendo mayores de edad. No obstante, esta no es una opción que aplica para todos los casos. Los proyectos y actividades que se realizan pensando en la independencia se manejan a través de donaciones y autogestión.
Los centros están obligados a realizar un seguimiento de, al menos, seis meses a los jóvenes que cumplen la mayoría de edad y salen de las instituciones. El objetivo es que sientan un apoyo y se sientan acompañados porque consideran a las casas de acogida como parte de su familia, cuenta Giovanna Romero, trabajadora social en ASA.
Cuando Freddy cumplió los 18 años, no había terminado aún el colegio. “Por mis propios medios me puse a estudiar y a trabajar”, cuenta. “Yo fui un poco más independiente, quería hacerlo por mí mismo”, añade mientras recuerda el tiempo en el que debía decidir lo que quería hacer. Por esto, el seguimiento que la organización le brindó le ayudó a sentir el apoyo de quienes se habían convertido en su familia durante los nueve años que estuvo.
Los centros están obligados a realizar un seguimiento de, al menos, seis meses a los jóvenes que cumplen la mayoría de edad y salen de las instituciones. El objetivo es que sientan un apoyo.
A pesar de que los jóvenes salen de la tutela del Estado, su educación no puede parar. En el caso de David, no era una opción repetir su historia familiar donde nadie tenía un título universitario. “Yo quiero estudiar, quiero seguir adelante, quiero romper una maldición familiar y hacer la diferencia”, recuerda. Por lo que explicó su entusiasmo a la trabajadora social del centro y encontraron instituciones que podían financiar su educación y llegaron a Casa Gabriel. Fue un proceso complicado para David porque él tenía 15 años y aún estaba en tercer curso. Dentro de esta organización, ubicada al norte de Quito, le dieron la oportunidad de estudiar en la universidad después de que les vendió su proyecto de vida. “Yo anhelaba bastante irme con una familia, pero a cambio ya estoy feliz porque tengo mi propio proceso”, cuenta al recordar el fallido proceso de adopción. “Fui un chico que se quedó en el sistema, pero aprovechando el sistema”, añade.
Casa Gabriel es un centro de entrenamiento. Se encargan de ayudar a chicos desde los 17 años y medio que están en una situación de vulnerabilidad brindándoles herramientas educativas, psicológicas, emocionales y espirituales. “Nuestra meta es que salgan como embajadores de Cristo, impacten a su familia, a la sociedad y al mundo”, expone Jorge Estévez, director de Casa Gabriel. Muchos adolescentes llegan a este programa sin tener una educación de calidad, por lo que se encargan de nivelarlos y encaminarnos a la independencia a través de donaciones. Casa Gabriel es parte de la organización Second Chances que tiene varios proyectos de apoyo para personas en situaciones de riesgo.
Otra opción para estos jóvenes es Fundación Despiértate. Esta es la única fundación oficial con un programa post acogimiento en el país. “Nuestro sistema de adopción no funciona de la manera correcta entonces muchos chicos se quedan en las casas de acogida por muchos años”, explica Daniela Peralta, directora de la organización. Desde hace cinco años este centro cumple con brindar igualdad de oportunidades a los jóvenes que salen de las casas hogar porque muchos de ellos no completaron su educación. Según los datos de la fundación, dos de los 42 chicos que están en las instalaciones tenían un título de bachiller cuando ingresaron.
¿Qué ha pasado con David, Katherine y Freddy después de esta experiencia?
Actualmente, Freddy tiene 27 años. Gracias a su vinculación en ASA, conoció otras organizaciones de voluntarios como Save the Children donde pudo asistir a un campamento de refugiados. Después de un largo proceso de trabajo y estudio, tiene un título tecnológico como analista tributario. Pasó de una situación de violencia intrafamiliar a vivir un año en Alemania y empezar a planear hacer su vida en Europa, algo que no podía pensar cuando era pequeño.
Freddy Romo llegó a los 9 años a la casa hogar de ASA. Ahora tiene 27 años, vivió un año en Alemania y ahora planea hacer su vida en Europa.
Katherine tiene 27 años también. Conoció a su actual esposo cuando era adolescente y vivía en la casa hogar de ASA, ubicada en la parroquia Corazón de Jesús. “Yo me sentía segura de mí misma, no tenía miedo a nada, lo que más me gustaba es que siempre te apoyaron con todo lo que tus padres no te pueden dar”, cuenta mientras recuerda su tiempo en la casa hogar. Ahora tiene una hija y lleva siete años con su esposo, trabaja como niñera y en una empresa de servicio de limpieza.
David tiene 26 años. Con la oportunidad de seguir estudiando que Casa Gabriel le brindó pudo terminar sus estudios en trabajo social en la Universidad Central del Ecuador. “En mi corazón estaba que yo debía estudiar trabajo social porque es un testimonio de vida para las otras personas”, menciona. El espíritu de cumplir sus sueños le motiva cada día a superarse, por lo que está estudiando su segunda carrera en derecho en la Universidad Técnica Particular de Loja mientras trabaja en Restore 17 y cuida de su madre.
David Correa (centro) pudo terminar sus estudios gracias al apoyo de instituciones que financiaron su educación.
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