

Guayaquil, 15 de noviembre. Era un miércoles y ese día, en una asamblea de miles de personas, el abogado Trujillo se dirigió a la multitud y les dijo: “¡Compañeros! Ha llegado el día de estar ya no vestidos de lana de borregos sino con piel de tigre”.
Mientras los misiles iluminan nuevamente el cielo de Palestina acabo de cruzarme con el inefable Cronos (el más tirano de todos los dioses), quien no ha perdido ocasión para recordarme que la memoria histórica es, sobre todo, un territorio en disputa.
El 15 de noviembre de 1922 el ejército y la policía del Ecuador dispararon contra el pueblo de Guayaquil. No iba a ser la última vez: en mayo de 1944, y otra vez en junio de 1959, las calles y las plazas porteñas volverían a teñirse de sangre.
En ese entonces Guayaquil era una ciudad de 80.000 habitantes. Una pequeña élite económica y social controlaba el poder político local y el gobierno nacional. Eran grandes plantadores y exportadores de cacao, el principal producto de exportación, así como de café y de otros bienes agrícolas; eran también banqueros y grandes comerciantes importadores.
La gran mayoría de la población era de obreros de las nacientes fábricas, estibadores, vivanderas y vendedores ambulantes, artesanos, empleados privados y públicos, profesores, trabajadores del ferrocarril y de los tranvías, lavanderas, cocineras y criadas domésticas y jornaleros, desempleados, delincuentes de poca monta y trabajadoras sexuales. Una población flotante la integraban los campesinos y pescadores que abastecían de carbón de madera y alimentos a la ciudad, y los funcionarios, comerciantes y otros visitantes ocasionales que llegaban por medio del ferrocarril y los marineros que llegaban al puerto, muchos de ellos portadores de las ideas de justicia social de la época.
Guayaquil vivía entonces su primera modernización. En 1896 un terrible incendio destruyó casi toda la ciudad y desde entonces habían comenzado a aparecer las primeras construcciones de cemento, junto con el alumbrado público y los tranvías eléctricos.
Las viviendas de la élite se levantaban especialmente en la avenida 9 de Octubre, mientras que la población trabajadora se concentraba en barrios como el Astillero y la Quinta Pareja en humildes viviendas y covachas.
En 1922 el Ecuador atravesaba una grave crisis económica y el gobierno liberal de José Luis Tamayo, un abogado guayaquileño vinculado al banco más importante del país, el Comercial y Agrícola, se encontraba en serios problemas. A partir de 1914, con el estallido de la Gran Guerra, las exportaciones de cacao fueron seriamente afectadas y no se volvería jamás a los años del auge. Los agroexportadores y sus banqueros, quienes controlaban las emisiones de moneda, habían recurrido a la devaluación para recuperar sus ganancias cargándose sobre los más pobres el peso de la crisis.
Los comerciantes importadores tuvieron menos recursos para sus transacciones y presionaron para que se establezca un tipo de cambio fijo, lo que les enfrentó con los agroexportadores y la banca privada emisora de moneda.
Cruces sobre el agua: varios activistas reuerdan la masacre del 15 de noviembre de 1922. Foto. Revista Opción
Los comerciantes importadores tuvieron menos recursos para sus transacciones y presionaron para que se establezca un tipo de cambio fijo, lo que les enfrentó con los agroexportadores y la banca privada emisora de moneda.
Las organizaciones obreras
La Revolución Liberal de 1895 significó el más importante cambio político del Ecuador desde la Independencia y la fundación de la República a comienzos del siglo XIX. Pero, más allá de pequeñas medidas, la del 95 fue una revolución que no abordó la cuestión social. Fue, sobre todo, un cambio de élites en el que las viejas y rancias aristocracias terratenientes de origen colonial fueron reemplazadas por los nuevos capitanes del cacao y de la banca.
Los sectores populares, los artesanos y la naciente clase trabajadora asalariada, no contaban con ninguna defensa frente a la crisis debido a la inexistencia de leyes e instituciones del Estado que protejan sus intereses. Su condición permanente era el desamparo. La única seguridad social era la que provenía de su propio esfuerzo y el de sus familias, y del ocasional socorro proporcionado por las obras pías de la Iglesia y por la beneficencia oligárquica.
Los primeros trabajadores en organizarse fueron los artesanos. Lo hicieron en gremios para la defensa del oficio, superarse intelectualmente y proporcionarse ayuda mutua. Luego se crearon las primeras asociaciones de obreros, especialmente de operarios, jornaleros y trabajadores autónomos. Circulaban entre ellos las ideas liberales, las del catolicismo obrero, del anarquismo y luego del socialismo.
Corría el año 1896 y cuatro mil carpinteros de ribera, que trabajaban en la reconstrucción de la ciudad de Guayaquil declararon la primera huelga de trabajadores por el aumento de salarios y por la disminución de la jornada de trabajo. Y salieron victoriosos. Ya en la segunda década del siglo XX, los mineros de Portovelo, los operarios de sastrería y los tipógrafos en Quito, los ferroviarios y otros se organizaban y reclamaban sus derechos.
A diferencia de Quito y de la Sierra, la Iglesia Católica no tenía influencia en las organizaciones obreras de Guayaquil. Desde 1905 existía la Confederación Obrera del Guayas (COG), mutualista y de orientación liberal, que propugnaba una línea de conciliación de clase. En los años previos a 1922 se habían creado nuevas organizaciones de trabajadores. El 15 de octubre de 1922, con 12 organizaciones de artesanos, obreros y jornaleros, se fundó la Federación Regional de Trabajadores Ecuatorianos (FTRE), de carácter clasista y de orientación anarco sindicalista. Sus dirigentes, todos ellos muy jóvenes, habían realizado una intensa propaganda y trabajo organizativo.
Corría el año 1896 y cuatro mil carpinteros de ribera, que trabajaban en la reconstrucción de la ciudad de Guayaquil declararon la primera huelga de trabajadores por el aumento de salarios y por la disminución de la jornada de trabajo. Y salieron victoriosos.
De la lucha ferroviaria a la huelga general
El 17 de octubre de 1922, los trabajadores del Ferrocarril, los mejor pagados entonces y el sector estratégico más importante del naciente proletariado ecuatoriano, presentaron pliegos de peticiones a la compañía de ferrocarriles y el 19 declararon la huelga. En medio del despliegue de tropas del Ejército el 21, un mitin de 1.000 trabajadores reunido en Guayaquil, declaraba su apoyo a los ferroviarios. El 26 de octubre la huelga de los ferroviarios finalizó con una importante victoria obrera.
El triunfo de los ferroviarios produjo un inmenso fervor en los trabajadores. El 7 de noviembre se realizó una asamblea de trabajadores para redactar los pliegos de peticiones de las empresas de Luz y Fuerza Eléctrica y de Carros Urbanos, que se declararon en huelga el día 9 de noviembre. Plegó a la misma la Asociación de Empleados. El día 10 se adhirieron a la huelga las piladoras y aserraderos de madera Santa Rosa, San Francisco, La Fama, el Molino Nacional, El Progreso, La Romana, El Arsenal, La Universal, La María, Jabonería Nacional, Casa Americana y San Luis, todo s del barrio del Astillero. En medio de las conversaciones entre los empresarios y los trabajadores continuaron adhiriéndose a la lucha organizaciones laborales de otras fábricas.
El 11 de noviembre la Empresa Luz y Fuerza había aceptado las peticiones obreras, pero condicionándolas al aumento de pasajes. Los trabajadores rechazaron esta condición.
El 13 se fueron a la huelga los voceadores del diario El Telégrafo, también los trabajadores de la Cervecería Nacional, de la Casa White, del taller mecánico de Rafael Erazo, los choferes, el Centro Femenino Rosa Luxemburgo y otras organizaciones, la asociación 9 de Octubre de la población de Catarama, los obreros de la población de Milagro. Ese día, una asamblea obrera, bajo la conducción política de la FTRE, declaró una huelga general. Era la primera en la historia del Ecuador, fue apoyada por la inmensa mayoría de la clase trabajadora y contó una extendida simpatía de un pueblo agobiado por el hambre y la carestía.
El 14 de noviembre, pese a la oposición de varios dirigentes, especialmente de Luis Maldonado Estrada un joven de 22 años que era su figura más visible, la recién nacida FTRE publicó un manifiesto apoyando la baja del dólar. La huelga general, declarada el 13 de noviembre para exigir derechos de la clase trabajadora, hacía suya una demanda política que afectaba a los intereses del sector más poderoso de la burguesía de la época. Al renunciar a su independencia de clase, la FTRE cometió un gravísimo error pagado con sangre.
Ese día, una asamblea obrera, bajo la conducción política de la FTRE, declaró una huelga general. Era la primera en la historia del Ecuador, fue apoyada por la inmensa mayoría de la clase trabajadora y contó una extendida simpatía de un pueblo agobiado por el hambre y la carestía..
Cada 15 de noviembre se recuerda a los trabajadores caídos con flores en el río Guayas. Se echan cruces sobre el río Guayas, en el lugar donde supuestamente ocurrió la masacre y donde los cuerpos de ls obreros y artesanos asesinados fueron arrojados.
La política de la COG a favor de los importadores
Ya el 11 de noviembre la COG le había dirigido un telegrama al presidente Tamayo en el que le pedía “la incautación total e inmediata de los giros de exportación”. Firmaron el telegrama, junto con Aurelio Sempértegui, presidente de la COG, Víctor Emilio Estrada, gerente del Banco La Previsora y varios grandes importadores de Guayaquil.
La COG, que había perdido influencia entre los trabajadores y había tenido un apoyo declarativo a las acciones de lucha obrera, entró en escena apenas declarada la huelga general. Fue por medio de dos abogados, José Vicente Trujillo, liberal y ligado al sector importador, y Carlos Puig Vilazar muy cercano a Enrique Baquerizo Moreno —un político guayaquileño que aspiraba a la Presidencia de la República y conspiraba contra el gobierno de Tamayo— que introdujo entre las peticiones de los obreros la demanda del control de cambios, argumentando que las mejoras salariales de nada servirían si se mantenían las devaluaciones monetarias.
El Gobierno encargó al general Enrique Barriga el restablecimiento del orden y se produjo la masacre.
Una fotografía de la época registra la gran movilización obrera y de artesanos, en el marco de la primera huerlga general en la historia del país, en Guayaquil.
A sangre y fuego
En los días previos, los trabajadores eléctricos habían suspendido el servicio, la ciudad estaba bajo el control de brigadas de trabajadores, quienes mantuvieron el más absoluto orden. Eran los dirigentes de la FTRE quienes expedían los salvoconductos para movilizarse solicitado por las propias autoridades de la ciudad. Grandes movilizaciones habían desfilado por la avenida 9 de Octubre bajo las ventanas de los poderosos y por las calles principales de la ciudad. Las élites guayaquileñas vieron con auténtico horror esa rebelión contra su autoridad y recibieron aliviadas la llegada a Guayaquil de varios batallones de soldados profesionales, muchos de ellos con experiencia en combate.
Alejo Capelo, tipógrafo y uno de los dirigentes de la FTRE, había sido advertido el día 14 por un empleado civil de la comandancia militar que el Ejército preparaba una masacre.
El 15 de noviembre era un miércoles y en Guayaquil se realizaban elecciones de concejales municipales. Ese día, en una asamblea de miles de personas, el abogado Trujillo se dirigió a la multitud y les dijo “¡Compañeros! Ha llegado el día de estar ya no vestidos de lana de borregos sino con piel de tigre”. De inmediato los manifestantes se dirigieron al cuartel de la policía para exigir la liberación de varias personas que habían sido apresadas. Allí comenzaron las tropas a disparar contra el pueblo. De inmediato los soldados se desplegaron por las principales calles de la ciudad.
Manifestantes atacaron almacenes, principalmente en búsqueda de armas, y se produjo la masacre. Como suele ocurrir, el número de víctimas nunca se ha aclarado. Las cifras oficiales aceptan hasta alrededor de un centenar. Alejo Capelo, dirigente anarco sindicalista, habla de 900, mientras que otros sostienen que los muertos fueron 1.500 e incluso más.
El gobierno de Tamayo, apoyado por la mayoría de la prensa de la época, justificó la represión. Argumentó que las tropas actuaron en legítima defensa al repeler el ataque de la turba armada con machetes y armas de fuego y dirigida por los anarquistas de la FTRE que había atacado a la policía que custodiaba una mesa electoral, a un cuartel de policía en el que se encontraban manifestantes presos, y por fin a un destacamento militar que había acudido al lugar. Dijo también que el populacho saqueaba almacenes y amenazaba con quemar la ciudad.
Después de la masacre el Ejército desfiló por las calles principales de Guayaquil en medio de grandes aplausos y del lanzamiento de flores…
La feroz represión produjo la derrota de la lucha de los trabajadores. En los años siguientes la FRTE, debilitada por las persecuciones a sus dirigentes, decayó notablemente hasta desaparecer.
El régimen liberal tampoco duraría mucho. El 9 de julio de 1925, el Ejército daría un golpe de Estado y depondría al presidente liberal de turno. Los gobiernos posteriores expedirían leyes en favor de los trabajadores y se creó el sistema de previsión y de seguridad social; estas conquistas tienen el color de las luchas de 1922.
La advertencia del sarcástico Cronos me ha llevado a revisar las fuentes históricas. Todo lo escrito en estas líneas proviene de los periódicos de la época, de las hojas volantes, de las declaraciones de los protagonistas de los hechos y de los testimonios de los sobrevivientes.
Apago la luz de mi lámpara. Afuera cantan los pájaros.
[RELA CIONA DAS]





NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]



