Fotografías y videos: Luis Argüello. PlanV
En el día, Sardinas parece que fuera una comunidad solo de niños. Decenas de ellos juegan en el centro de la población mientras esperan que sus padres terminen sus faenas en el campo. En un árbol se cuelgan, otros patean una pelota. Caminan por las calles, despeinados, descalzos y muchos con hambre.
Uno de ellos se acercó al único comedero de esta pequeña población de 800 habitantes. Era un niño de cinco años que desde afuera miraba fijamente a unos visitantes que habían llegado a almorzar. Un foráneo le preguntó si había comido. El niño dijo que no. Sus cuatro hermanos -dos apenas empezaban a hablar- aparecieron de pronto. El visitante los invitó a comer a todos. Recibieron un pequeño plato de arroz con pollo. El niño pidió uno adicional.
El hambre y la pobreza han golpeado fuertemente a esta pequeña población, ubicada a hora y media de la ciudad de El Coca, en el límite entre las provincias de Orellana y Sucumbíos. Padres y madres deben trabajar en la agricultura en arduas jornadas. El cultivo de la malanga, un tubérculo similar a la yuca, se ha convertido en el sustento de estas comunidades asentadas a las orillas del Coca. Este río ya no les provee ni pescado ni agua después del derrame de 15.800 de barriles de crudo y combustible, del 7 de abril del 2020, que afectó también al río Napo. El pasado 14 de abril, hubo un nuevo derrame -que aún no ha sido cuantificado- por la ruptura del Poliducto Shushufindi-Quito.
La comuna Sardinas se encuentra a pocos metros del río Coca, pero pierde terreno rápidamente. El río se está llevando sus tierras. Es uno de los lugares donde la erosión regresiva es evidente.
El agua es un recurso escaso. María Buncay, dueña del comedero, suele entregar un pequeño recipiente con agua para que sus comensales se laven las manos. En Sardinas, un solo tanque suministra agua entubada a pocas familias que viven en el centro de la población. El resto espera a la lluvia para recolectar el líquido vital para su consumo.
María Buncay tiene un puesto de comida al lado de la carretera de tierra que atravieza Sardinas. Ofrece platos desde 0.25 centavos hasta 2 dólares. Sus precios son bajos para que sus clientes puedan pagarlos. Su finca fue afectada por el derrame de abril de 2020.
“A nosotros nos dieron (las petroleras) hasta cuatro remesas, de cuatro botellones a cada familia. Las usamos para beber y para la chicha. Para bañarnos, igual nos tocó en el río”, contó Francisco Aguinda, habitante de Sardinas. La privada OCP y la estatal Petroecuador entregaron a las poblaciones afectadas agua y alimentos, pero no fueron suficientes para los hogares donde viven hasta 20 personas en una sola casa. Los vecinos del río debieron seguir usando el agua del Coca. Eso les provocó hongos y granos, según Aguinda.
“El río para nosotros sirve más que el oro. Es la vida de nosotros. Antes cuando el río estaba bueno, nos bañábamos a cualquier hora y cogíamos el agua para la chicha”,
Francisco Aguinda, habitante de Sardinas.
Buncay, en cambio, vive en Puerto Madero, una población más lejana que Sardinas. Allí el petróleo que pasó por su terreno pudrió sus cultivos. “Hubo bastante pestilencia”, recordó sobre el día del derrame esta mujer que alquiló una cocina de una envejecida casa para poner el comedero para lograr algún sustento.
Los habitantes aún rememoran el 7 de abril como el día que los despertó un fuerte olor a gasolina en horas de la madrugada. Pescadores que estaban a esa hora en sus actividades salieron manchados por crudo y aún su piel sigue afectada. Buncay salió al borde de su terreno y vio las manchas negras que se adueñaban del río. Ahora pasa en Sardinas, al filo de la carretera de piedra, a la espera de clientes. Cuando puede, regala algo de comer a los niños que llegan con hambre.
Aguinda trajo a su memoria la pesca que realizaba en el río a cualquier hora para llevar comida a su hogar. Sábalo, bagre, bocachico, eran parte de su alimentación. “Ahora ni conocemos los peces, nos toca comprar”, reclamó. Entrada la tarde, una solitaria camioneta con un megáfono promocionaba tilapias en el sector.
Pero además del agua, hay otro problema que amenaza a estas comunidades. A la altura de la escuela de Sardinas, el río se ha llevado aproximadamente una hectárea de sembríos de balsa. El temor provocó que los profesores abandonen sus pequeños dormitorios de madera ubicados cerca del afluente. Los niños ya no pueden llegar al río porque su borde parece haber sido tajado por maquinaria pesada que ha creado un acantilado de unos cuatro metros. Es la erosión regresiva que se está comiendo a las poblaciones ribereñas.
La erosión imparable en el Coca
Galo Cerda es uno de los lancheros que conecta a la comunidad de San José del Coca con la ciudad. Aprendió el oficio en una canoa con remos que ya no puede usar porque necesitan de un motor para cruzar el torrentoso río. Desde hace un año, su actividad está llena de riesgos. En los últimos meses casi pierde la vida en un accidente por cruzar el río cuando estaba crecido. Él y su esposa lograron llegar a la orilla, pero la corriente se llevó el motor de su lancha. Tuvo que invertir en una nueva máquina.
“Nosotros recogimos todas las piedras, las lavábamos con los químicos que nos daba la empresa remediadora. Cuando llegaron los fiscalizadores de OCP nos dijeron que nos estábamos demorando mucho, que no importa una mancha”, Miguel Andi, comunidad de Toyuca.
En su opinión, desde hace un año, el río está “feísimo”. No solo porque está más correntoso, sino porque los sedimentos no permiten un trayecto seguro para sus usuarios. Debe rodear escombros, palos y arena que lleva un enfurecido Coca. Eso implica más tiempo y más gasolina. “Es un gasto tremendo lo que hace un motorista aquí”, lamentó Cerda, quien cobra 0,50 de dólar por el cruce del río.
Cerda vive en San José del Coca, una comuna de 600 habitantes, afectada también por la falta de agua. En invierno, sus pobladores cogían agua de lluvia y en verano consumían la del río, pues esta comunidad no tiene agua potable. Ante la necesidad, la gente sigue consumiendo el agua del Coca en verano, pese al derrame.
Galo Cerda es un lanchero que conecta a su comunidad San José del Coca con la ciudad de El Coca. Por la erosión y la enorme cantidad de escombros del trae el río, su vida y la de sus clientes corren riesgo.
En esas aguas color chocolate, como las describen los pobladores, navega Cerda todos los días. PlanV lo entrevistó durante uno de sus recorridos. Insistió en ir aguas abajo para que este equipo periodístico registre los cambios que ha provocado el río. Señaló las empalizadas -vallas hechas de palos, caños, etc- que se han formado en medio del Coca. Viajar por las noches es imposible porque no se pueden ver los obstáculos. Si alguien necesita atención médica en San José del Coca por la noche debe viajar por horas hasta el Coca o esperar a que amanezca.
“Allá era antes”, dijo el lanchero mientras señalaba un grupo de palos a lo que antes fue el borde del río. A cinco minutos de San José del Coca se observa una isla. La corriente la ha dejado sin 20 hectáreas. Ahora es un pequeño montículo de árboles y vegetación que se ha quedado huérfano en medio del imponente afluente.
En el otro lado del río, un tanque de agua ha quedado sin uso. Los habitantes aseguran que este servía para captar agua del Coca y distribuirla a la población. Ahora toman el agua del río Payamino, un afluente del Napo.
El origen de esta erosión fue el colapso de la cascada de San Rafael. ¿Por qué colapsó? Es una pregunta que aún no tiene una respuesta única. El Gobierno lo ha atribuido a un fenómeno natural, así como algunos geólogos porque toda cascada tiende a erosionarse. Pero Emilio Cobo es parte de los expertos que consideran que la construcción de la obra de captación de la hidroeléctrica Coca Codo Sinclair -que está a 19 kilómetros de la cascada- pudo haber acelerado el proceso erosivo.
Un pozo sirve para toda la comunidad de San José del Coca. Rómulo Salazar, vicepresidente de esa comunidad, explica que en los veranos -por la sequía- siguen consumiendo el agua del río Coca.
En San José del Coca (arriba), Sardinas y en el resto de comunidades ribereñas del Coca, las familias se han dedicado al cultivo de la malanga (abajo) porque su precio es más alto que el de otros productos como el plátano. Antes el río les proveía pescados, pero ya no sucede después de la contaminación y la erosión.
“La cascada era bastante alta. Eran casi 150 metros de altura, que ahora el río necesita compensar y es por eso la dimensión del proceso erosivo”, explicó Cobo, investigador de sistemas fluviales, y dijo que el río tiene que nivelar su cota. Pero eso le puede tomar décadas.
En zonas como Sardinas que son más planas, explicó Cobo, se depositan los sedimentos. “El problema es que con la erosión regresiva tenemos una cantidad de sedimentos abismal. Son más de 100 millones de metros cúbicos de sedimentos que han bajado desde que empezó el proceso”.
Esa gran cantidad de sedimentos se han depositado en sectores como Sardina, Toyuca y San José del Coca. “Esto hace que el río pierda la capacidad de transportar agua porque el canal del río está colmado de sedimentos”, aclaró. En otras palabras, el río para ganar ese espacio perdido, lo que hace es erosionar los márgenes.
En las imágenes captadas por el drone de PlanV se observa inmensos bancos de arena depositados en medio del río. Cuando el río crece, baja gran cantidad de sedimentos hasta los llanos de la Amazonía y ahí se quedan. Cuando empezó la erosión, el año pasado, Cobo alertó que estos cambios iban a ocurrir aguas abajo del río con consecuencias para la navegabilidad y el riesgo de inundaciones.
Enormes cantidades de sedimentos se han depositado en las zonas más planas del río Coca, lo cual ha cambiado su cauce y eso ha afectado a las comunidades.
En Toyuca, el Municipio envió retroexcavadoras para dragar el río. Esa fue la exigencia de la comunidad que observa como una amenaza el avance de la erosión en este sector.
Lamentó que no se hayan tomado medidas aguas abajo. Hacia arriba, la Corporación Eléctrica del Ecuador (Celec), a través de su Unidad de Negocio Coca Codo Sinclair, empezó estudios científicos, geológicos y topográficos sobre las causas de la erosión para implementar obras que aseguren la infraestructura hidroeléctrica y petrolera. Pero en la cuenca baja del Coca y el Napo, donde están las comunidades, no hay planes de mitigación o las autoridades locales apenas han tomado decisiones por presión de los habitantes.
Por ejemplo, la comunidad de Toyuca pidió al Municipio que hicieran diques y que dragara el río, pero no tuvieron respuesta. Entonces se fue al paro y consiguieron que el Alcalde enviara maquinaria para ese dragado, pero no fue suficiente. En una Asamblea, el Municipio se comprometió a ubicar a la población que estaba al borde del río en una zona segura.
“Es necesario evaluar los impactos ambientales, en las poblaciones de peces, por ejemplo. hay que hacer un mapa de prevención de riesgos, se erosionarán más las márgenes del río y que las chacras se vayan abajo”,
Emilio Cobo, investigador de sistemas fluviales.
Miguel Andi, vicepresidente de Toyuca, contó que hace siete meses el río estaba a 900 metros de distancia de la población. Ahora está solo a 100 metros. “Con los sedimentos el río empezó a buscar otros cauces para salir. Desde el 7 de abril, los terrenos comenzaron a irse con la erosión del río”. Pero además cada vez que crece el río se remueve el crudo que ha quedado como remanente y que -aseguró- está tapado por los sedimentos.
El Coca no solo recibió un golpe de contaminación, cuya remediación siempre fue cuestionada. Sino también un golpe geomorfológico, concluyó Cobo. Los vecinos del Coca esperan que pronto el río vuelva a ser transparente y deje ese color turbio, pues de él han comido y sobrevivido a la histórica desatención del Estado a estas comunidades. Pero ahora ni el río es su aliado.
[RELA CIONA DAS]
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