

Foto: Cortesía
En los campamentos de la guardia panameña los heridos y los afectados por la larga travesía por el Darien son atendidos.
La mochila
Esta es la historia de Lupo, Giga y Alexis. Él es ecuatoriano y ella cubana. Él tiene un hijo, Alexis. Ella llegó al Ecuador en 2002. Se conocieron y viven juntos desde entonces. Aunque no están casados formalmente, se llaman esposos. Giga ha criado a Alexis como si fuera su hijo. Él ha cuidado de Giga, de su hija y de sus nietas. Es una familia ecuatoriana-cubana como las innumerables que existen en Ecuador. Y una más de las tantas que intentaron llegar a Estados Unidos por vía terrestre, cruzando ocho países. En lancha, en largas caminatas por la selva. Con o sin coyotes. Haciendo nuevas amistades en el camino y siendo testigos de cómo esa ruta que hace llorar al hombre más valiente y fornido es el paso de cientos de migrantes de al menos tres continentes: África, Asia y América.
La historia de la migración cubana al Ecuador se intensifica desde el 2008. En ese año el Gobierno eliminó la visa para todo ciudadano extranjero. La comunidad cubana empezó a crecer como nunca antes. Sin el requisito de la visa, Ecuador se convirtió en una esperanza para los isleños: una nueva ruta hacia Estados Unidos. Llegaron masivamente. Se formaron barrios completos con su presencia. Es el caso de La Florida, en el norte de Quito. Con el pasar de los años, la autoridades empezaron a poner controles ante el aumento de matrimonios irregulares para su legalización. Uno de ellos fue pedir una carta de invitación en el 2013.
Lupo y Giga son una pareja ecuatoriana-cubana que buscó llegar a Estados Unidos, pero la eliminación de la ley "pies secos, pies mojados" les encontró en medio camino.
Para entonces ya se registraban miles en Ecuador. Al 2016, 43.674 cubanos habían recibido visas, según cifras oficiales, de las cuales el 61% era para residentes temporales. Como eran temporales, a los tres meses miles se quedaron en la ilegalidad. Su opción: Estados Unidos. Ante la mejora de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, cientos de cubanos salieron cada día desde Ecuador por miedo a que se termine el beneficio de los “pies secos, pies mojados” el cual les permitía ingresar a la potencia norteamericana sin visa por el solo hecho de pisar territorio estadounidense. Este éxodo provocó una crisis humanitaria en Panamá, Costa Rica y Nicaragua. La presión internacional hizo que Ecuador imponga visado para los cubanos desde finales del 2015.
En la ruta hacia Estados Unidos, la pareja encontró migrantes de tres continentes. En Panamá muchos de ellos son deportados. Los cubanos no son detenidos, según los testimonios.
Pero los cubanos en Ecuador continuaron emigrando. La última ola —en menor cantidad— se registró a finales del año pasado, ahora por temor al nuevo gobierno de Donald Trump y sus políticas antimigratorias. Al igual que en meses anteriores, salieron con sus esposos o esposas ecuatorianas. Con sus hijos ecuatorianos y cubanos. Familias completas vendieron todas sus pertenencias. Y se enrumbaron solo con una mochila.
Van livianos. Lupo, Giga y Alexis llevan apenas dos mudas de ropa cada uno y la medicina para la dolencia del corazón de Giga. Lo más importante es cuidar el dinero. En la ruta, los policías lo buscan en la pretina de los pantalones, en desodorantes, en el frondoso cabello de las cubanas, en las toallas sanitarias. Piden dinero a los migrantes a cambio de dejarlos pasar. Un policía puede requisar por igual tanto a un hombre como a una mujer.
Pero Lupo y Giga son fornidos y buenos negociantes. Son resistentes y saben reclamar. Así avanzan por ocho países. Pero en México, a un paso de su destino final, su esperanza se queda varada. El 12 de enero del 2016 Barack Obama elimina la ley “pies secos, pies mojados” con la cual los cubanos podían ingresar a Estados Unidos sin visa y luego regularizarse.
El migrante cubano festeja cuando llega a México. En Migración obtiene un salvoconducto y con ese documento puede transitar legalmente por 15 días. Cruza el país en avión y de ahí la frontera a EE.UU.
Como ecuatoriano, Lupo buscaba ampararse con Giga. Es lo que intentaron. Pero el mismo día que Giga se entregó a Migración, Obama fundía su plan. Su viaje duró seis meses, entre la travesía por los peores caminos, el encierro, el trabajo para subsistir y la deportación. Sin mochilas ni nada volvieron a Ecuador. Piensa nunca más volver. Este es su testimonio de su viaje que empezó el 19 de octubre de 2016.
Acusado de coyote
Cubanos y ecuatorianos salen del Ecuador por la frontera norte. Colombia es señalada, según testimonios, como uno de los países más violentos para los cubanos y sus acompañantes. Atraviesan Rumichaca y toman transporte a Cali, Medellín y finalmente hasta Turbo, un poblado antioqueño cercano a Panamá. En agosto de 2016, más de 2.000 cubanos no pudieron seguir después de que Panamá cerrara el paso. Hubo una crisis humanitaria. Fueron deportados. Pero ese camino aún sigue siendo el paso de cientos de migrantes que van hacia el norte.
"En Cali, la policía nos paró. Nos quitaron dinero, aunque les enseñara los pasaportes. Yo saqué permiso en Rumichaca para poder pasar. Me quisieron acusar de coyote. En ese bus, éramos los únicos migrantes. Nos bajaron. A mi esposa la quisieron manosear, pero ella no se dejó. Les dije que si nos querían deportar, que nos deporten. Nos revisaron y se dieron cuenta que llevábamos dinero en la pretina del pantalón. Nos sacaron la cuchilla para dañarnos supuestamente la pretina. Me dijeron que les dé 400 dólares para seguir. Como ya había vendido mis cosas en Ecuador, les di el dinero. Más adelante nos pararon a cada rato. Pero después de revisar los papeles, nos dejaron seguir hasta Turbo. Nos bajamos del bus y apenas te bajas hay cientos que te ofrecen llegar a Estados Unidos, nosotros solo pedimos un hotel. Sacamos el salvoconducto para mi esposa que es cubana. Habían como 100 cubanos sacando el salvoconducto. Nos lo dieron rápido. De Turbo pasamos a Capurganá, frontera con Panamá, en lancha. El viaje dura cuatro horas. Y de ahí pasamos al Puerto Obaldía.
El engaño en la selva
Puerto Obaldía es el inicio de la ruta más peligrosa. Por allí los migrantes inician su travesía por la selva panameña de Darién, una barrera natural entre Centroamérica y América del Sur. Es uno de los pasos más peligrosos de la ruta. En Puerto Obaldía, los lugareños abastecen con botas, machetes, linternas y enlatados a los caminantes. Los coyotes alientan a los migrantes a pasar. Les dicen que la ruta solo demora dos días. Pero el viaje, según el ritmo, puede alcanzar los nueve días.
"La mayoría de cubanos ahora salen desde Guyana, pasan a Brasil, Venezuela y de ahí a Colombia. En nuestro trayecto encontramos a 200 cubanos y a unos 30 ecuatorianos. Hay jóvenes, niños, familias completas. Había dos chicas ecuatorianas de 14 y 15 años que iban solas a ver a sus padres en Estados Unidos. Los cubanos llevan niños de meses, van mujeres embarazadas. Una ecuatoriana de Chimborazo dio a luz en México. Nos vamos encontrando en el camino y al que le coges sentimiento los vas ayudando. El que no, sigue su camino porque te engañan mucho. A nosotros nos dijeron que son dos días de camino en la selva. Con mi esposa dijimos ya estamos aquí y decidimos ir. Compramos botas y un machete. También comida enlatada, frijoles, atún, sardina, galletas. Desde Capurganá ya hay coyotes para ayudarnos a pasar por partes. Te dicen: “te llevo a tal parte y me pagas 20 dólares por persona”. Pero el coyote coge a 50 y 60 personas. Hay nigerianos, coreanos.
En un campamento de la guardia panameña, cubanos esperan continuar su camino. Foto: Cortesía
En Panamá, un alto militar se preguntó en un campamento de migrantes: “¿Por qué el ecuatoriano está migrando tanto?”.
"Vienen desde Eritrea (África), de Bangladesh (Asia). Hay cientos de ellos, uno tras de otros. Van con niños. Si se cayó y no pudo pararse, los padres siguen. Pero en realidad son nueve días en la selva. El primer día pagué un caballo para subir una loma por tres horas. Luego caminamos por el río. No lo hacemos por la selva porque es más malo. Tomamos el agua del río. Pasamos por una ganadería y en la casa de un coyote dormimos en un plástico tendido sobre la tierra, unas 40 personas. Hicimos fogata. El coyote va fumando marihuana todo el camino.
La loma maldita
La selva del Darién es un inhóspito lugar que deja alertas a sus visitantes: cadáveres de quienes hicieron también el intento. Los caminantes caen por los barrancos, mueren de infartos o se ahogan en el río. En septiembre del 2016, la prensa panameña reportó los últimos fallecidos.
"Llegamos a una nueva loma. Nos tomó nueve horas subirla. No sabe cómo es eso. Es muy empinada. Y barranco para acá y barranco para allá. Es un filo donde si tú te caes no te para nadie. No tienes cómo sujetarte, ni de las raíces de las plantas. En el río hay rocas grandes, del tamaño de una casa. Yo me caí. Mi esposa gritó hasta casi desmayarse. Le solté la mano para no arrastrarla conmigo. Pero logré subir. Los hijos de una familia ecuatoriana anudó los tirantes de sus mochilas hasta hacer una cuerda. Con eso me sacaron. Con mi esposa nos abrazamos.
"En este camino la gente se muere. Sabíamos que la gente se muere por infartos al corazón. Giga, subiendo la loma, casi se me muere también. Tuve que acostarla como media hora. Esperar que se relaje, darle medicina. Hay bastante ropa botada: carteras, zapatos, juguetes. Lo que la gente ya no puede seguir llevando. Hay gente que se pierde. Hay montes que te pican y te dejan mal la piel. A una cubana se le cayó la hija de dos años. Iba más atrás de nosotros. Unos nigerianos la cogieron 50 metros abajo. Se golpeó la cabeza y rompió una costilla. Íbamos con otra cubana mayor. Esa señora lloraba. Llevaba dos hijos y la nuera con niños pequeños también. La señora cubana lloraba y pedía a los hijos que la dejaran botada. Nosotros la ayudamos a pasar. Porque teníamos que darnos la mano uno a otro para que no se caiga nadie.
"Llegamos a la cima. Eso fue ya el tercer día. Hace un viento y un frío. La selva es fría, no llega el sol porque hay mucho árbol. Los coyotes te dejan en la cima y no quieren seguir más. Te dicen: “sigue no más de largo, ya están los militares de Panamá”. Es mentira. Luego para bajar la loma son nueve horas más. Es más peligroso. Mi hijo lloraba. Te pelas la piel por la bota. Cuando llegamos a la cima creímos que estábamos cerca al río. Entonces bajas. Y bajas. Y bajas. Y el agua no se escuchaba. Y el agua no se escuchaba. No había el río. Te coge la desesperación. Solo parábamos para comer panela. Te encuentras monos y culebras. Hasta que llegamos y nos quedamos dormidos cerca al río. Hicimos una fogata. A diez metros logramos ver que habían dos cadáveres. Aún tenían la ropa y los zapatos puestos. Por el tipo de pantalón supimos que eran cubanos.
El racimo de verde
En la ruta hay campamentos de los guardias fronterizos del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront). Uno de ellos está en Lajas Blancas, un corregimiento de la comarca indígena panameña de Emberá-Wounaan. Allí los migrantes son ubicados en carpas por nacionalidades, según los testimonios. Los cubanos pueden continuar la travesía, pero el resto es detenido y deportado. Una familia ecuatoriana-cubana corre el riesgo de ser separada. En noviembre, Lupo y Giga supieron que habían 125 ecuatorianos. Giga recuerda esta pregunta de uno de los jefes militares: “¿Por qué el ecuatoriano está migrando tanto?”.
"Al siguiente día encontramos a la guardia de Panamá. Nos ayudaron, nos dieron comida y nos detuvieron 2 días. Estuvimos en su campamento donde solo habían cortado los árboles. En un lodasero nos tocó dormir. Habían unas 300 personas. Pasamos dos noches. Nos dieron arroz y atún. Teníamos que esperar la orden del jefe. “Nosotros no somos con los vecinos que te piden plata, yo no quiero tu plata, yo solo estoy porque tu vecino colombiano pasa la droga por aquí”, nos dijeron. Ellos estaban resguardando eso. Al tercer día nos mandaron en un grupo de 70 personas hasta otro campamento. Allí estuvimos 500 personas, entre cubanos, haitianos, nigerianos, ecuatorianos. De todo. De ahí tuvimos que caminar tres días.
"El río empieza a ancharse, le salió más brazos, más rocas. Más adelante ya botamos las botas. Luego solo usamos los deportivos y luego solo las chancletas. Dejamos botando chompas, casi todo. Solo llevábamos medicina y un poco de comida. Avanzamos con panela y agua. Caminamos dos noches. Allí pensamos que si seguimos con la señora cubana, no vamos a salir nunca de aquí. Nos hicimos de otro grupo. Mi esposa es una guerrera. Caminó y caminó con ampollas en los pies. Nos quedamos sin comida. Y un mosquitero. Se lleva mucho cigarrillo. Hicimos fogata. Casi llegando a las comunidades de los indígenas, nos encontramos un racimo de verde. Estaba muy tiernos. Apenas tenía un poco de comida. Lo asamos. Qué rico estuvo con sal. Era como estar comiendo pollo. A los cuantos días teníamos algo caliente en el estómago. Nos alimentó a 15 personas.
"Un perro llegó hasta donde estábamos y nos alegramos. Después de tres horas de camino escuchamos tocar a los indígenas. Habían militares. Estuvimos dos noches en una casa de esas comunidades. Había una tiendita. Compramos nuevos chips para los celulares. De ahí cogimos unas piraguas río abajo. Vimos cocodrilos. Íbamos cuarenta en pequeñas y angostas canoas. Son siete horas hasta llegar la civilización en Panamá. En tres campamentos militares nos encontramos con unas quinientas carpas de puro inmigrante. A los ecuatorianos nos preguntaron por qué pasamos por esa ruta si teníamos la posibilidad de viajar directamente por avión. Yo le conté la situación de mi esposa cubana. “Lo siento mucho pero no se puede quedar más aquí”, le dijeron. Me separaron de ella. A los cubanos los dejaban pasar. Pero al ecuatoriano, al de Bangladesh, nepalí o nigeriano nos detenían un mes. Nos cogieron el pasaporte. Nos dieron un documento para que nos presentemos en Panamá a pagar una multa de 1.200 dólares por entrar ilegalmente al país. Tenía que comprar el pasaje y hacer mi deportación voluntaria. No volvimos más, dejamos el pasaporte y seguimos.
Una escala en David
En abril de 2016, la ciudad panameña de David se convirtió en un refugio temporal de cientos de cubanos varados por el cierre de fronteras. También es un lugar para el descanso y la recuperación de energías de los migrantes.
"En Panamá estuvimos en un lugar llamado David. Nos quedamos a vivir allí por 15 días. Compré televisión, colchón, cafetera, ollas, cocina. Los electrodomésticos son baratos. Trabajé en una lavadora de carros y después con un abogado. Le pinté la casa y le hice la cerca. Le gustaba ayudar a los migrantes. Pero en Panamá no me podía quedar. Estaba indocumentado. Nos reunimos con otro cubano que estaba casado con una ecuatoriana y decidimos irnos. Volvimos a vender todo para pasar hasta Costa Rica.
El cubano que va adelante te va dando pistas para irte. En Sereno nos esperaba el coyote que habíamos contactado en un taxi. No dejó en una casita hasta las 7 de la noche. Y de ahí nos llevaron hasta la capital, San José. Llegamos a la madrugada y cogimos un transporte hasta un lugar llamado La Cruz. De San José a La Cruz hicimos como 12 horas. En la Cruz estuvimos 8 días en la casa de un coyote. Hay muchos migrantes. La Policía no te dice nada porque ya estás por salir hacia Nicaragua.
‘Hasta aquí nos trajo el río’
Nicaragua otro punto crítico en el trayecto. Los coyotes nunca mencionan los nombre de los lugares por donde llevarán a los viajeros. Los llevan en camionetas, uno sobre otro, y hasta se han dado casos de que los meten en lo que llaman ‘pipas’ o estrechos cilindros en camiones.
"En La Cruz pasamos a Nicaragua en una lancha por cuatro horas. Nos llevaron en la noche. La lancha se apagó y estuvimos botados una hora en medio mar. Mojados. No sabía si Giga lloraba o se me moría. Luego arrancó y llegamos a un monte. No te dicen a qué punto. No te dicen los lugares. Allí debían recogernos dos camionetas. Éramos veintidos personas. En ese punto siempre roban, violan, matan. Llegamos y no había camioneta. Estaban dos jóvenes con machete y arma. Me dije: ‘hasta aquí nos trajo el río’. ‘No nos hagan nada’, les gritamos. ‘Aquí está el bolso que cargamos’. En la lancha había dos cubanos que ya les habían robado y estaban paniqueados. Todo el mundo estaba entregando las cosas. ‘Don Freddy nos mandó a recogerlos’, nos respondieron. Pero uno no cree. Nos llevaron monte adentro, en medio de una ganadería. Nos quedamos botados en la tierra y así pasamos la noche. Hicimos fogata. Nos metieron más adentro para que la gente no nos vea. No venía la camioneta. Nos llevaron el desayuno: pan con cola. Algo es algo. En la tarde nos llevaron una sopa. A la 7 de la noche llegó la camioneta a recogernos. Fuimos 22 personas en una sola camioneta, como sardinas y arropados con una lona. Sentados uno encima de otro.
"Viajamos unas 4 horas y nos dejaron botados para sacarnos más plata. En Nicaragua la gente es mala. Peor que Colombia. Nos botaron en un monte. Dijeron que había policías más adelante. Pero nadie quiso dar plata. Nos subieron a la camioneta y nos llevaron hasta una casa. De ahí debíamos caminar para pasar a Honduras. A la 4 de la madrugada empezamos a caminar y terminamos a las 4 de la tarde. Era monte, plano, pero no había camino. Pura piedra. Un sol sofocante, sin agua. No había ríos. Todo seco. Mi esposa ya se me iba desmayando. Allí no te puedes quedar porque te dejan botado. En esa caminata habíamos entre 400 y 500 personas. Si me dicen ‘le pago cien mil dolares’ yo no vuelvo a pasar. Ni loco.
Navidad en la frontera
Hasta marzo pasado, Honduras detuvo a 382 cubanos en el último año. Pero de Haití y de África son el otro grueso de los migrantes detenidos en ese país centroamericano. Según ese último reporte, en la lista también estuvieron tres ecuatorianos.
"Llegamos a Honduras después de pasar un río. Al cruzar hay una tienda y nos quedamos tres horas hasta comer algo. Estuvimos en un hotel dos días antes de viajar hasta Tegucigalpa. Volvimos a coger un coyote. A mi esposa la mandé con otro cubano, porque ellos pasaron con un salvoconducto. Yo tomé un taxi con mi hijo y otra ecuatoriana. Nos sacaron 260 dólares por los tres. Todos quieren plata. En la capital me reuní con mi esposa y cogimos un taxi. Llegamos a la frontera con Guatemala en plena Navidad, a las 12 de la noche. No había hotel, nada. Solo borrachos. A esa hora no había carros. Hay muchos coyotes. Les decíamos que no cargamos dinero. Uno nos llevó hasta una casa. Nos ubicaron en un cuarto feo, pequeño. Teníamos que acompañar a las mujeres a los baños. Los borrachos fumaban fuera. Estuvimos tres días. El coyote nos pasó en un taxi a Guatemala. En ese país pasamos en un día y medio. En la frontera con México pasamos el río fronterizo en canoas hechas con tubos de carro y puesto una tabla encima. Esa noche pasamos dos familias ecuatorianas-cubanas.
Travesía por el Darien. En grupos, los caminantes se ayudan para cruzar por la peligrosa selva. Foto: Cortesía
El hotel de los cubanos
Siglo XXI, en Tapachula (Chiapas), está a 45 minutos de la frontera con México. Es la estación migratoria más grande de América Latina. Ha sido denunciada por todo tipo de violaciones a los derechos humanos. En enero pasado, cientos de cubanos se habían entregado para lograr un salvoconducto que asegure su paso por México y de ahí a Estados Unidos. Pero en las celdas recibieron la noticia de que la ley que los beneficia fue cancelada. Enseguida comenzaron las deportaciones en medio de maltratos.
"A Chiapas llegamos el 29 de diciembre. Fuimos a un hotel al que iban solo los cubanos. Se llama Plaza Aguilar. Nos encontramos con 200 cubanos. Es como un edificio, de cuatro pisos. Había colchones en el piso, en el patio, en la terraza. Teníamos cocinas para preparar los alimentos. Pagamos 500 pesos por cada uno y por 15 días. El cubano llega a México y se relaja. Saca un salvoconducto, coge un avión o transporte a Laredo y pasa a Texas. Al cubano le gusta tomar y farrear. Todo el tiempo había fiesta. Al que llegaba lo cogían y a tomar. Pasamos el 31 de diciembre. Compraron pierna de chancho y asaron. Nosotros nos acostamos temprano. ¿Qué íbamos a festejar?
Colombia y Nicaragua son señalados como los países más violentos contra los migrantes. En la ruta son presionados a entregar dinero tanto a la Policía como a los coyotes.
"A mí ya no me quedaba dinero. El hermano de mi esposa nos estaba ayudando. La única que se podía entregar a Migración era Giga por ser cubana. Yo contraté un abogado para mis trámites y los de mi hijo. Le dije a mi esposa que no se entregue, que no nos apuremos. Pero ella insistía que sea pronto antes de que llegue Donald Trump. Al cubano le daban en cuatro días un salvoconducto por veinte días. Luego íbamos a pagar un pasaje de avión para cruzar México. Yo esperaba ampararme con Giga. Pero ella se entrega el 11 de enero y el 12 Obama elimina la ley “pies secos, pies mojados”. En ese hotel me enteré de la nueva medida. Todo el mundo esperaba que ocurra el 20. En ese hotel todo el mundo lloraba. Pero ellos aún tenían esperanza de pasar.
"Cuando vi la noticia, paré mi trámite. Porque si deportaban a Giga no me interesaba seguir. Había unos 500 cubanos detenidos. Empezaron a maltratarlos y a deportarlos. No podía ver a Giga, porque estaba sin documentos. No podía pasarle medicina. No sabía si la iban a deportar. Empezó el calvario. Me quedé durmiendo afuera de Migración junto con otros cinco cubanos que tenían a sus esposas adentro. Habían matrimonios que se habían entregado los dos, pero soltaban a uno y al otro lo dejaban adentro. Entonces de nada servía. Deportaron unos tres grupos resguardados por unos cien federales. A las tres de la mañana comenzaba el correteo. Los subían a cuatro buses directo al aeropuerto. Había cubanos que se querían matar. Una señora se cortó las venas. Pero en la oficina de derechos humanos me ayudaron. Pude ver a Giga y la encontré mal. Tuvo que salir dos veces al hospital.
El regreso
En una casa en el norte de Quito, la pareja vive con sus familiares. Se quedarán allí hasta reunir dinero y alquilar un departamento. Comprarán todo de nuevo. Han bajado de peso. Se quedaron con una foto que se tomaron en el centro del D.F. Aparecen abrazados. Dicen que jamás volverán a ir a Estados Unidos.
"Hay cubanos que llevan tres meses detenidos en Chiapas. A Giga le dieron una visa por razones humanitarias. Ella estuvo encerrada un mes. En el Consulado ecuatoriano nos ayudaron. La señora que trabaja allí, Toa Maldonado, la logró sacar. Después de que salió me puse a trabajar en construcción. En México pagan poco y explotan a la gente. La medicina de Giga es cara. No quisimos quedarnos. En la frontera los Zetas empezaron a secuestrar. A meterse a los hoteles. A unos amigos de nosotros los habían secuestrado y aún no sabemos qué pasó con ellos. A las cubanas se las llevan y piden rescate. A Giga le compré el pasaje y la mandé de vuelta. Mi hijo y yo nos entregamos voluntariamente en Chiapas para que me deporten. En Migración se fuma mucha droga y la Policía no dice nada. Logré que nos dejaran en la misma celda con mi hijo. En las otras celdas habían unos 700 personas. Hay bastante migrante de Centroamérica. Poco ecuatoriano llega hasta allí. Muchos son deportados en Panamá. Ahora cruzar a Estados Unidos es casi imposible. No pienso volver a intentarlo".
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