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27 de Marzo del 2016
Historias
Lectura: 14 minutos
27 de Marzo del 2016
Juan Jacobo Velasco
Johan Cruyff: el rebelde que reinventó el fútbol

Este fue el legado más importante de Cruyff: haber forjado en el largo plazo los fundamentos de identidad en el Barcelona y en Holanda. Y, por contagio, haber moldeado la filosofía de un fútbol total.

 

Gracias al holandés, el balompié dejó de ser un molde de posiciones estáticas y de un código binario táctico que separaba los planes de defensa y ataque como si fueran compartimentos estancos. Con Cruyff el fútbol se convirtió en una corriente artística de integración. Quizás la más decisiva del fútbol moderno.

Exquisito, visionario, genial. El jugador que reinventó el fútbol con su Ajax, con la increíble Naranja Mecánica y con el Barcelona. El director técnico que forjó la simiente de la estética del club catalán en la últimas tres décadas y el gusto mundial por un fútbol de tenencia, ataque y belleza. Un inventor que buscaba innovar con sus regates y penales. Un personaje rebelde, testarudo e impredecible. El fallecido Johan Cruyff fue uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol y probablemente el mejor jugador nacido en Europa, siendo el primero en ganar tres balones de oro (1971, 1973 y 1974). Pero, más allá de esos rankings y récords, su influencia –en todas sus facetas- fue decisiva para el desarrollo de la versión más estilizada y generosa del fútbol, que alcanzó su máxima expresión en el Barca de Messi. Eso lo pone en otro nivel: el fútbol moderno se divide en antes de Cruyff (AC) y después de Cruyff (DC).

Gracias al holandés, el balompié dejó de ser un molde de posiciones estáticas y de un código binario táctico que separaba los planes de defensa y ataque como si fueran compartimentos estancos. Con Cruyff el fútbol se convirtió en una corriente artística de integración. Quizás la más decisiva del fútbol moderno. Como todo nuevo arte acogió a sus predecesores para romper con ellos generando su propio canon: a la belleza de la creatividad técnica innata del fútbol brasileño –que llegó a su apogeo con la canarinha de 1970-, de la mano de técnicos como Rinus Michels y Stefan Kovács y con Cruyff en el campo de juego, el fútbol holandés sumó el manejo de los espacios, el pressing y el flujo ofensivo constante. La palabra clave era todos. Todos defienden, todos atacan, todos se mueven y saben tocar el balón: fútbol total.

Para concretar esta innovación se necesitaba a un cerebro que la supiera prefigurar, articular y, sobre todo, representar. Como Rinus Mitchels confesara, sin Cruyff no hubiera tenido el equipo que quería. Ágil y técnicamente privilegiado, el hijo de una de las encargadas del aseo del estadio del Ajax fue formado con una visión distinta del juego, de la que un joven Johan se convirtió en su producto más refinado.

El holandés vivió la misma experiencia transformadora y decisiva de aquellos artistas que reconfiguran sus ideas viendo las obras de los grandes maestros. A ello sumó otro rasgo de Alfredo Di Stéfano: un liderazgo natural.

También fue un genio que tuvo un momento epifánico particular: la final de la Copa de Europa de 1962, jugada en Ámsterdam, que perdió el Real Madrid de Alfredo Di Stéfano. Cruyff fue el más feliz de los pasabolas porque descubrió el tipo de jugador que quería ser, viendo el drible directo, la visión de campo y la creatividad del argentino. El holandés vivió la misma experiencia transformadora y decisiva de aquellos artistas que reconfiguran sus ideas viendo las obras de los grandes maestros. A ello sumó otro rasgo de Di Stéfano: un liderazgo natural. Cruyff ordenaba al equipo (hacía que sus compañeros varíen constantemente de posición) y preveía cambios tácticos incluso antes de que fueran ordenados. 

La revolución holandesa se tradujo en un dominio sin precedentes. Hasta los sesentas, el fútbol holandés fue un actor menor en Europa y el mundo. Pero con Cruyff, sobre todo con el Ajax tricampeón de Europa (1971-1973) se generó un revuelo que rompió con todo lo visto. El equipo de Ámsterdam se imponía por volumen de juego y belleza. La gracia era ocupar y crear los espacios antes que el rival. Lo hacían todos, en conjunto, con Cruyff como un titiritero estilizado que marcaba los tiempos y prefiguraba cuál era el espacio donde estar antes que el resto. El número 14 -hasta en eso era distinto: nunca quiso ser 10- era el oráculo y el Ajax, su Delfos.

Ese dominio allanó el camino para la mejor actuación holandesa en los mundiales. La de 1974 fue la primera –y más depurada– Naranja Mecánica. Un equipo que impuso un juego vistoso y totalmente nuevo. Las posiciones se intercambiaban y se presionaba al contrario desde la salida. El resultado era la confusión de los rivales: no sabían a quién marcar ni como tener el balón. En el mundial alemán incluso se cambió el rol del arquero. Cruyff sugirió a Michels jugar con Jungbloed como portero porque el guardameta tenía buen pie y podía salir tocando. Eso adelantaba la línea defensiva holandesa y permitía presionar más arriba. Sin proponérselo, el capitán naranja  inventó al Neuer de nuestros días.

En ese mundial, los holandeses deslumbraron en cada partido por su desparpajo y superioridad táctica y técnica. Sobre todo Cruyff. En el encuentro contra Suecia, dejó confundido a su defensor con el regate que ahora lleva el apellido del holandés. En Alemania, Cruyff se convirtió para el mundo entero en sinónimo de asombro y belleza en el campo de juego. Su inventiva, goles y velocidad táctica, que permitía llegar a posición de ataque con un solo toque, encumbraron a los holandeses como claros favoritos para ganar el torneo. 

Hasta que se encontraron en la final con el paredón de los anfitriones, que los derrotaron de forma dolorosa: los naranjas empezaron ganando al minuto de juego -con un penal provocado por Cruyff- y terminaron perdiendo 2-1. Las acusaciones de excesiva confianza –y soberbia- de los Oranje, recibieron una respuesta digna del genio de Cruyff: repetía como mantra que todos amaban y recordaban al equipo holandés, pero que pocos, fuera de Alemania, sentían algo por el equipo que los derrotó en la final.


El cuatro de mayo de 1988, Cruyff apareció en Barcelona para firmar, por fin, su contrato con el F.C. Barcelona como manager—aún no poseía la licencia de entrenador, la Federación se negaba a tramitarla sin aprobar los cursos pertinentes pese a la experiencia de Johan en la liga holandesa— y lo primero que hizo es dar una rueda de prensa donde dejó claras varias cosas: la primera, el tópico, es decir, “No prometo títulos, sino espectáculo, mi reto es ver el Camp Nou lleno y no vacío, como este año”; la segunda, una profecía que se acabaría cumpliendo: “Tengo la intención de marcar una época excepcional en este gran club que, como digo, es mi casa” y la tercera, un recado para los jugadores: “El presidente es el que paga y quien no esté de acuerdo con él ya se puede ir yendo”.

Esta frase retrata bien a Cruyff: más que ganar, quería gustar. Y hacerlo significaba atacar, moverse, tener el balón. Odiaba la mecánica aburrida de los alemanes e ingleses, y la cicatera mentalidad de los italianos. Lo suyo era arte en movimiento que aprovechaba al máximo los espacios, siguiendo la impronta –belleza en espacios mínimos- de la pintura flamenca de los siglos XVI y XVII o de la ingeniería holandesa, que le había ganado espacios al mar. Se sabía distinto y cuestionaba todo: por qué los seleccionados holandeses no recibían pago por jugar por su país (algo que logró cambiar), por qué los clubes decidían por los jugadores (eligió ir al Barcelona cuando supo que Ajax lo estaba vendiendo al Real Madrid), y por qué el totalitarismo del régimen de Franco imponía absurdos: llamó Jordi a su tercer hijo, cuando ya se encontraba en el Barcelona y los nombres catalanes estaban prohibidos por decreto.

El paso de Cruyff por el Barca fue uno de los eventos más decisivos del fútbol moderno. No solo fue volver a ser campeones de la Liga tras 13 años, o ganarle al Real Madrid 5-0 por primera vez en el Bernabeu, o jugar bien, imponerse y gustar.

El paso de Cruyff por el Barca fue uno de los eventos más decisivos del fútbol moderno. No solo fue volver a ser campeones de la Liga tras 13 años, o ganarle al Real Madrid 5-0 por primera vez en el Bernabeu, o jugar bien, imponerse y gustar. La presencia de Cruyff como jugador fue un catalizador que le devolvió el alma al Barcelona y lo transformó para siempre. El equipo empezó a reconstruir su identidad en base a la buena nueva del fútbol total que tenía en el holandés a su mayor evangelista. La mutación genética que inició Cruyff como jugador en el cuadro blaugrana, se cristalizó cuando el holandés regresó al Barca como director técnico en 1988. Pese a la dificultad -durante sus primeros años como entrenador- para transformar en éxitos su idea de juego (su 3-4-3, implicaba serios riesgos en defensa), el espíritu irredento, tozudo y artístico del holandés cuajó desde 1990, dándole a los catalanes 4 ligas consecutivas y su primera Copa Europea en 1992, con el que se conoció como el Dream Team de Cruyff.

Si bien los tropiezos –como el 0-4 en la final europea contra el Milan en 1994– y el carácter irreductible de Cruyff lo llevaron a dejar la dirección técnica del Barcelona en 1996, su paso dejó una marca definitiva en el equipo. La idea de juego de posesión, fluidez y ataque se convirtió en la razón de ser del club catalán. El cambio de paradigma no solo influyó en el gusto y estética del Barcelona, también cambió sus genes: Cruyff implantó su lógica en la Masía, la escuela de divisiones inferiores del club. Pero, sobre todo, el holandés marcó a sus pupilos. Josep Guardiola dijo que descubrió el fútbol con Cruyff, jugando como defensor en el Dream Team. Guardiola actualizó el modelo de juego del holandés cuando le tocó dirigir al Barcelona, que entre 2009 y 2011 ganó todo. Sin las ideas de Johan, no hubiera existido el Barca de Lionel.

Algo similar ocurrió en Holanda. En la etapa final de su carrera como jugador, Cruyff volvió a la liga de su país a comienzos de los ochentas, compartiendo en el Ajax y en el Feyenoord con los jóvenes van Basten, Gullit y Rijkaard, la base de la selección holandesa campeona de Europa en 1988. Su presencia revitalizó la idea de fútbol total en los ochentas, tanto como mentor de jugadores jóvenes, como formador: en 1985 asume el cargo de entrenador del Ajax. En su paso por el club reforzó las divisiones inferiores, reconstruyendo los pilares que dieron frutos una década después, cuando en 1995 el equipo de Ámsterdam ganó su cuarta copa de Europa, de la mano de canteranos como Edgar Davids, Patrick Kluivert y Clarence Seedorf. A diferencia de otros fenómenos temporales que no tuvieron continuidad –como la Hungría de los cincuentas- Cruyff fue fundamental para que la belleza y efectividad de la Hollandse school se mantuviera en el tiempo.

Ese fue el legado más importante de Cruyff: haber forjado en el largo plazo los fundamentos de identidad en el Barcelona y en Holanda. Y, por contagio, haber moldeado la filosofía de un fútbol total que generó escuela en técnicos que como Arrigo Sachi, Arsene Wenger, Marcelo Bielsa y Josep Guardiola, se han encargado de reinventarlo y ajustarlo a una dinámica más potente y veloz de juego. Como jugador, Johan Cruyff generó un Big Bang que como técnico supo expandir en un universo que ha doblado el espacio-tiempo del fútbol moderno. Al punto de que, como dijo Guardiola, “su legado es infinito”. Puede que esté un escalón detrás de Pelé y Maradona como jugador, pero vaya que, con su impronta en el fútbol, fue el factor más determinante de una filosofía de juego que se aplaude, lo transciende y, sobre todo, se agradece.

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