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17 de Febrero del 2015
Historias
Lectura: 11 minutos
17 de Febrero del 2015
Juan Jacobo Velasco
La increíble Serena Williams: valer menos por ser negro

Foto: Sportsblog

Serena Williams es quizá la mejor tenista del mundo, pero ¿el racismo impide reconocerlo?

 

El ejemplo de perseverancia y fortaleza física y espiritual de la tenista Serena Williams es similar a la de tantas estrellas afrodescendientes que tuvieron que vencer el tándem maldito de pobreza y racismo. Pero lo que la hace aún más extraordinaria, es la grandeza de un espíritu maduro que enfrenta al fantasma del racismo desde la alegría incontenible de sus saltos celebrando su reciente Grand Slam y desde la generosidad que desarma cuando el perdón busca tender puentes para acercarse a los demás.

Para variar, la gloria se centró en el Super Bowl y en el nuevo triunfo de Novak Djokovic en el abierto australiano. Otro tanto en los resultados del fútbol europeo y en el inapelable 5-0 con que Boca vapuleó a River Plate en los torneos de verano en Argentina. Las páginas deportivas siguieron con el inicio del campeonato nacional y el plato de lugares comunes sobre nuestros futbolistas en Europa y los aconteceres locales. Empero, en el mismo periodo, menos resaltado fue el hecho de que  Serena Williams alcanzó su sexto Abierto de Australia y 19 Grand Slam de su fantástica carrera, quedando a cinco torneos grandes de Steffi Graf en el ranking de las tenistas más ganadoras de “majors”.

En un toma y daca de poder a poder que se definió por ese adicional que tienen los grandes, Wiliams se impuso en una final electrizante a la rusa María Sharapova, quien en la ceremonia de premiación reconoció haber jugado contra la mejor de todos los tiempos.  Cuatro oros olímpicos (tres en dobles y uno en individuales), 13 Grand Slams en dobles y 5 WTA Tour Championships, completan una estadística que avala la afirmación de una rival que no ha tenido la mejor relación con Serena, pero que en un rapto de decencia y altivez tuvo el coraje para decir lo que muchos piensan pero no vocean con suficiencia – en una discusión en la cual aparecen nombres como de la misma Graf, Martina Navratilova y Chris Evert-, bajándole el perfil a una jugadora increíble.

Ese mirar en menos a Serena Williams ha sido una de las constantes de su carrera. Y pareciera estar muy asociado a la dolorosa lacra que también la ha acompañado: el racismo.

Ese mirar en menos a Serena Williams ha sido una de las constantes de su carrera. Y pareciera estar muy asociado a la dolorosa lacra que también la ha acompañado: el racismo. A pesar de su excelencia, que se ha traducido en seguir vigente y dominante a una edad “elevada” para los tenistas (33 años), acumulando tres generaciones de rivales (Graf, Seles y Hingis; Sharapova, Clijsters y Henin; Azarenka y Wozniacki, entre otras), lo cierto es que la relación de los medios, parte del público y del circuito tenístico con la número uno actual, ha lindado con el bullying o se ha manifestado abiertamente como un acto de racismo puro y duro.

Los “atenuantes”

De Serena Williams se ha dicho de todo. Por ejemplo, que se impone en el circuito femenino porque parece un hombre, en alusión directa a su prominente musculatura. Esta idea, que habría calado no solo entre las tenistas sino en parte de la prensa y el público como una especie de atenuante que disminuye la grandeza del palmarés cosechado por la norteamericana, llegó a su punto más brutal cuando en 2014, Shamil Tarpischev, titular de la Federación de Tenis de Rusia, habló de “los hermanos Williams” en referencia a las hermanas Venus y Serena, afirmando que “dan miedo cuando las miras de verdad”. Lo del ruso fue una confesión tan pueril como estúpida, considerando que por tamaño y potencia las tenistas rusas no se quedan atrás. Si los dos atributos fueran sinónimos de triunfo y dominio en el tenis femenino, jugadoras como Na Li, Justine Henin o Martina Hingis son un contraejemplo tan valioso como rotundo.

Otra curiosa imputación que reduciría los galones de Serena está vinculada directamente a su raza.  O por lo menos eso lo dio a entender en el 2001 la múltiple campeona Martina Hingis, entonces número uno mundial, cuando muy suelta de huesos afirmaba de las hermanas Williams que  “se favorecen del hecho de ser negras”. La suiza extrapolaba atributos físicos raciales que les darían ventaja a las afrodescendientes, como una justificación para explicar por qué no podía vencerlas.

En el caso de Serena la imputación suena descabellada considerando que si fuera cierto que la potencia asociada a la raza es un factor para obtener victorias, los circuitos WTA y ATP estarían inundados de jugadores africanos o afrodescendientes que completarían los primeros lugares del ranking. Y, la verdad, son pocos los tenistas afrodescendientes que han logrado sobresalir o mantenerse entre los primeros 100 lugares de los rankings. Aún más, salvo excepciones como las de Arthur Ashe, Yannick Noah, Althea Gibson o su hermana Venus, ningún tenista afrodescendiente ha alcanzado el cúmulo de triunfos y logros superlativos  –recordar que Serena ha ganado todo tanto en dobles como en singles, que es el equivalente a hacerlo en dos deportes- de la menor de las Williams.

Estas disquisiciones, de por sí absurdas e hilvanadas bajo el alero de los prejuicios, son “el lado amable” del prontuario racista que ha sufrido la familia Williams. Richard, el padre de Venus y Serena, de niño fue víctima del acoso del Ku Kux Klan en un periodo –el de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos- que exacerbó la obsesión racista por la supremacía blanca y el apartheid. De hecho, cansado del hostigamiento del que eran objeto sus hijas cuando competían en los circuitos infantiles, buscó protegerlas al alero de academias que potenciaran sus capacidades innatas. Pero eso nunca impidió los feroces ataques que las hermanas Williams han sufrido. En el 2007, durante la tercera ronda del abierto de Miami, un aficionado insultó públicamente a Serena. Mientras era sacado del estadio, no tuvo mejor corolario que gritarle “mandó la pelota a la red como cualquier negro”.

Vencer al racismo en la cancha, llorar en los vestidores

Pero el que quizás haya sido el hecho más brutal que experimentara Serena Williams en su carrera fue el de la final del 2001 de Indian Wells, conocido como “el quinto Grand Slam”. Entonces, ambas hermanas tenían a  Richard como entrenador y se enfrentaban en semifinales. Venus sufría una lesión y su padre decidió no exponerla, por lo que entre todos decidieron no jugar el partido, dejándole a Serena el acceso directo al juego decisivo. Esto enardeció al público, que en la final decidió apoyar a la belga Kim Clijsters, silbando a Serena en cada pelota, haciendo ruidos de mono en varios pasajes del juego.

Entonces, con apenas 19 años, la tenista afroamericana se enfrentó no solo a la calidad de la belga, que le ganó el primer set 6-4, sino a siglos de prejuicios racistas que encontraron en el supuesto arreglo entre las Williams al justificativo perfecto para estallar sobre la cancha de tenis californiana. Su padre y su hermana tampoco se salvaron de la furia del público. Cuando iban a sentarse en las graderías, Richard y Serena fueron insultados por su raza y amenazados con ser desollados vivos si no se iban del estadio.

Tan ciega, tan llena de odio racista se encontraba la gradería de Indian Wells que incluso cuando la campeona alzaba su premio continuó abucheándola y agrediéndola.

Ni Clijsters ni ese monstruo de perversidad contumaz que es el racismo fueron capaces de doblegar a Serena. La afroamericana peleó literalmente contra todo el mundo, para alzarse con una victoria casi imposible al ganar los siguientes sets 6-4 y 6-2. Lo peor fue que ni siquiera la entereza para haber superado la adversidad impidió que el público reconociera a Serena su valor. Tan ciega, tan llena de odio racista se encontraba la gradería de Indian Wells que incluso cuando la campeona alzaba su premio continuó abucheándola y agrediéndola. Luego de la final, la familia Williams juró no volver a competir en Indian Wells, con todo el costo en término de sanciones económicas y de puntaje en la WTA que el juramento implicó.

“Ha sido difícil para mí olvidar el pasar horas llorando en los vestuarios de Indian Wells después de ganar en el 2001. Cuando conducía de vuelta a Los Ángeles tuve la sensación de que había perdido el partido más importante de todos, porque aquel no era un torneo de tenis más, era una batalla crucial por la igualdad”, confesó Serena en una conmovedora carta publicada hace unas semanas en la revista Time.

El perdón como grandeza

La dignidad de Serena y su increíble capacidad para sobreponerse al dolor y al agravio se materializaron en la misiva, en la que la múltiple campeona anunciaba su retorno a Indian Wells en 2015. En la carta Serena apela a su amor al tenis en un momento de su carrera en que lo ha ganado todo, y cómo esa situación le ha brindado un nuevo significado al perdón. “Indian Wells fue un momento decisivo de mi historia y yo soy parte de la historia del torneo también. Juntos tenemos la oportunidad de escribir un final diferente”.

Desde que a los cuatro años Serena Williams ganara su primer torneo de tenis, la excelencia ha sido el sino con el cual ha forjado una carrera extraordinaria que la ha encumbrado no solo a ser la número uno mundial en diferentes periodos de su dilatada trayectoria de 16 años como profesional, sino a ser considerada como la mejor jugadora de la historia del tenis. Su ejemplo de perseverancia y fortaleza física y espiritual es similar a la de tantas estrellas afrodescendientes que tuvieron que vencer el tándem maldito de pobreza y racismo. Pero lo que la hace aún más extraordinaria, es la grandeza de un espíritu maduro que enfrenta al fantasma del racismo desde la alegría incontenible de sus saltos celebrando su reciente Grand Slam y desde la generosidad que desarma cuando el perdón busca tender puentes para acercarse a los demás.

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