
Foto: Luis Argüello
El coche bomba contra el cuartel militar de San Lorenzo es el inicio de una escalada de violencia en la provincia de Esmeraldas.
Hace casi un año me regalaron una cachorrita loba encantadora. Desde entonces alguna de sus necesidades han pasado a ser mi responsabilidad, entre ellas responder a las exigencias de salir a caminar; debo reconocer que no soy yo el que la saca a pasear sino el animalito el que me saca a mí a realizar un ejercicio mañanero al que por mis propias iniciativas no lo realizaba. En los primeros días mi percepción de esta nueva rutina era ilusionada y optimista: caminar disfrutando las orillas de los parques lineales de Cuenca, disfrutar del aire de la mañana, mejorar mi rendimiento cardiovascular, al tiempo que gozaría también de la compañía alegre y juguetona de mi mascota. ¡Qué linda y qué segura es Cuenca!
Algunos hechos me han hecho despertar a una realidad menos idílica: aparte de constatar que las orillas del río Tarqui están bastante contaminadas al igual que sus aguas; he sido mordido por una jauría de perros territoriales y mi perrita también ha sido atacada y mordida por otros animales de su especie, acosada en su primer celo... Sigo haciendo las caminatas, pero ya con los pies en la tierra y atento a los peligros; procuro evitar que mi animal beba de las aguas contaminadas del río, en la funda donde recojo sus heces trato de incluir también las dejadas por otros perros; estoy muy atento a la presencia de jaurías territoriales y otras precauciones que me han ido recomendando la experiencia. Existen lindas ordenanzas que deberían regular estos asuntos, pero no se cumplen. Cada uno se arregla como puede. En estos días de fiesta por el 12 de abril han ocurrido asesinatos en nuestra ciudad.
Esta experiencia tan sencilla y cotidiana me servirá de punto de partida para reflexionar sobre los ensueños en los que hemos vivido y aún vivimos los ecuatorianos sobre las realidades de nuestro Ecuador. Cierto que no podemos negar las bondades y bellezas que nos brindan la madre naturaleza, cierto que nuestro pueblo es sencillo y calmado, cierto que podemos y debemos estar orgullosos de nuestra historia y de lo que somos como pueblo y cultura. Sin embargo muchas veces olvidamos que la naturaleza puede volverse cruelmente contra nosotros y parece que no queremos ver que también, como sociedad y cultura somos capaces de aceptar sin mayores remilgos las injusticias y las violencias de las que somos responsables colectivamente, aunque con distintos grados de responsabilidad.
En la localidad de Limones, al norte de Esmeraldas, hay constantes controles militares.
Bombazos, atentados y secuestros en la frontera norte
Hemos vivido ponderando, y mucho más durante la década pasada, nuestras bondades, como aquella que viene desde bastante atrás de que somos “una isla de paz”, siempre comparándonos con otros que supuestamente están peor. Los horrores de las guerras crueles de medio oriente nos parecen tan lejanas y tan ajenas, pero incluso la situación de nuestros países vecinos, como Colombia nos han parecido siempre harina de otro costal. Con este pensamiento y actitud dominante nos hemos encerrado en autismo colectivo de falsa seguridad, que además de hacernos creer que somos diferentes y que eso no pasa con nosotros, nos ha cegado también para ver la propias realidades de violencia de todo tipo, que por ser propias, las hemos incorporado a una sociedad y un paisaje que se ido calentando progresivamente.
Hemos estado tan dormidos en los laureles más propios de la generosidad de la vida que de nuestros esfuerzos, que nada nos despertaba a la realidad.
Hemos estado tan dormidos en los laureles más propios de la generosidad de la vida que de nuestros esfuerzos, que nada nos despertaba a la realidad. Hemos sido tan sordos al incremento de muertes de jóvenes y no tan jóvenes en las calles por disputas territoriales de las organizaciones delictivas; constatamos a diario los altos niveles de violencia doméstica; de la agresividad creciente de nuestras relaciones sociopolíticas, que ni siquiera el bombazo de San Lorenzo nos ha despertado como país, engolosinado con los éxitos de unos y fracasos de otros en torno a la consulta popular. Nuestros ministros barren la violencia en cómodas estadísticas que anuncian que los homicidios han disminuido, aunque otros datos muestren que las cárceles están más llenas que nunca que muchos de ellos entran y salen de ellas como Juan por su casa. Ni siquiera la muerte de varios soldados y la mutilación de otros nos despertó.
Ha sido necesario que la narco-guerrilla disidente de las FARC, realicen una serie de atentados secuestren y asesinen a tres periodistas, para que estas muertes que han sido relevadas por todos los medios con un alto contenido simbólico con la campaña “Nos faltan 3 y Los queremos de vuelta ya” llevada durante 18 días, tenga el poder de comenzar a despertarnos de ensoñaciones e ilusiones. No quiero para nada desmerecer la legitimidad y pertinencia de la campaña, pero para decir la verdad es que si miramos un poquito en su conjunto los atentados en la frontera norte, no es que solo nos faltaban 3, sino 7, ¿o acaso la vida de los cuatro soldados no cuenta en el número de los que nos faltan? Y si comenzamos a sumar otros casos —los ibarreños salieron a decir que a ellos también les faltaba alguien desde hace varios años, por ejemplo—; si ampliamos la mirada y el horizonte ¡nos faltan ya tantos!, unos definitivamente y otros que aunque vivos están perdidos en las redes del crimen y la violencia.
En estos días, debo decirlo, las palabras más sensatas y reflexivas no han venido ni del gobierno, ni de sus ministros, ni de los militares o policías. Tengo la sensación de que el mazazo de la realidad ha dejado atontados, desconcertados e impotentes a quienes tenían la obligación de prevenir, controlar y responder a los hechos. Resulta ridículo oír declarar al ministro de defensa que inteligencia sabía que iba a pasar algo, pero es obvio que no se hizo nada; como dice un refrán “oyeron campanas pero no sabían dónde”. Nos han acostumbrado a vivir de mentiras y medias verdades, que al final son tan dañinas como las mentiras. Hay que reconocer que la comunicación de las autoridades ecuatorianas y colombianas han sido equivocas y que han desinformado. De uno y otro lado los gobiernos están más preocupados de resguardar la “imagen” de los gobernantes que de servir a la necesidad de verdad de los familiares de los secuestrados y victimados y de toda la sociedad.
Resulta ridículo oír declarar al ministro de defensa que inteligencia sabía que iba a pasar algo, pero es obvio que no se hizo nada; como dice un refrán “oyeron campanas pero no sabían dónde”.
Por fin en estos días hemos dado oídos a discursos que alertaban sobre la realidad de violencia en la que se ha ido sumiendo el Ecuador, no solo la Frontera Norte. Ahora se empiezan a reconocer los dulces sueños en los que nos sumergió la propaganda “optimista” de la Revolución Ciudadana; ahora se vuelven verdaderas denuncias antes silenciadas. Ahora se ve que los estrategas de las políticas de seguridad del correísmo y heredados por el gobierno de Moreno están más perdidos que un pulpo en la cumbre del Chimborazo. Por no haber escuchado y visto a tiempo, en las declaraciones han dominado las ambigüedades, las contradicciones, las omisiones. Las primeras noticias, falsas y verdaderas nos han venido del gobierno y la prensa colombiana. Así se propiciaron falsas esperanzas, con posibles escenarios optimistas, para terminar diciendo la plena “que los secuestradores no tenían ningún ánimo de negociar”.
Para buenos entendedores esto era obvio desde el principio. La disidencia de las FARC fortalecidas por los carteles transnacionales de la droga está disputando la soberanía sobre el territorio, lo cual es vital para las operaciones que permitan su permanencia, producción y reproducción social y económica. Ellos son el producto de la crisis civilizatoria mundial; allí han recalado todas las injusticias coloniales de expropiación territorial de los pueblos —que continúa ahora bajo argumentos de desarrollo agroindustrial y minero, por ejemplo—; allí se ha concentrado todo el resentimiento y rebeldía frente a las omisiones de los gobiernos sudamericanos frente a los más pobres —eso se llama “violencia estructural”—. Se publicitó, aunque alguien lo ha desmentido, que hace unos años el famoso narco Brasileño Marcola había dicho: “Cuando pudieron haber solucionado los problemas cuando todavía eran manejables, a los dueños del poder económico y político no les dio la gana. Ahora es tarde. ¡Bienvenidos al Infierno!”, —parafraseando la Divina Comedia, que había leído entre rejas; lo cito por verosímil—.
Cuando alguien está profundamente dormido —o alienado por la ilusión— el despertar de sopetón produce, además de desconcierto, susto y temor. Es un hecho que el violento despertar causado por el secuestro y asesinato de los tres periodistas ha generado desconcierto. En todo caso la respuesta sicomotora a estos estados de ánimo es la de huida o el ataque, respuesta que también puede ser colectiva. Habrá que convenir que es esto lo que está sucediendo entre nosotros: poblaciones que huyen de los territorios en conflicto y amenazas de respuesta violenta y contundente de quienes tienen el poder de las armas, que dadas las peculiaridades de las guerras asimétricas, pueden ser totalmente insuficientes y hasta contraproducentes.
Necesidad de despertar y actuar
Una respuesta inteligente, de seres racionales, sensibles debe superar estos primeros y naturales impulsos que incluye la venganza; incluso la necesidad urgente de hacer justicia frente al crimen horrendo e inaceptable debe ser gestionada de manera integral, firme pero dialogal, para evitar echar más leña al fuego de la espiral de violencia. Hay que empezar por reconocer que no habíamos dado importancia al problema, que dejamos de ver los síntomas claros que lo evidenciaban; que el asunto va mucho más allá de la lucha contra la violencia delincuencial y ser capaces de hacer un nuevo diagnóstico e inventar nuevos tratamientos más creativos, más humanos; a no ser que decidamos que la deshumanización es el camino más expedito, para considerar equivocadamente, que el mal solo puede combatirse con un mal mayor. Cierto es que el fuego se puede combatir con el fuego, pero el resultado no es otro que el de tierra arrasada, en el que sufren justos y pecadores, y las más de las veces más justos que pecadores.
Cierto es que el fuego se puede combatir con el fuego, pero el resultado no es otro que el de tierra arrasada, en el que sufren justos y pecadores, y las más de las veces más justos que pecadores.
Es inaceptable para los ciudadanos de la Patria Grande, para quienes las fronteras más que un bien para la soberanía son un mal necesario para nuestra incapacidad de integrarnos, que el Gobierno colombiano se lave las manos echando la pelotita al ecuatoriano: “El Huacho es ecuatoriano, los periodistas son ecuatorianos, fueron secuestrados en territorio ecuatoriano, luego el problema es del Ecuador; nosotros ofrecemos todo el apoyo y la solidaridad a un problema que no es nuestro”. De igual manera no es real que el gobierno ecuatoriano diga que el “problema es de Colombia, porque allí están los disidentes de las FARCS, porque allá se cultiva la coca” porque geopolíticamente somos parte de una misma unidad territorial y porque desde hace tiempo las FARCS venían a descansar a nuestro territorio –incluso con simpatía de nuestros revolucionarios- y porque ya en estos últimos años, Ecuador no solo es país de tránsito de algunas toneladas de droga, sino que es abastecedor de precursores, lugar de instalación de laboratorios y centros de acopio y son las costas ecuatorianas desde donde se trafica hacia el resto del mundo; además somos un país de creciente consumo. Será necesario asumir responsabilidades y a trabajar juntos Ecuador y Colombia: gobiernos, fuerzas policiales y la sociedad entera de ambos países.
Más allá del “secuestro extorsionista” de la delincuencia común que pide dinero o del “secuestro terrorista”, como es el caso que hemos vivido en estos días, que demanda vía libre para el narcotráfico, se deberán visibilizar otros secuestros. El “secuestro de la tierra”, por ejemplo, que no es privilegio de guerrilleros y paramilitares, sino de grandes empresas terratenientes de mineros y detentores de los agro negocios. Sin ir muy lejos en las montañas aledañas al Valle del Cauca –uno de los valles más productivos del planeta-, los indígenas se han organizado para intentar “liberar la tierra” de las empresas cañiculturas que producen etanol. Tierras que un día fueron de los indígenas y que han sido expulsados hacia las laderas menos productivas de los Andes. Lo mismo pasa con las comunidades locales que resisten a la desposesión de las transnacionales mineras en todos los países andinos. Mientras no enfrentemos la realidad dramática de estos secuestros, la denuncia de los otros secuestros –los de los “malos”- no dejará de ser hipócrita y parcial.
La Constitución Ecuatoriana privilegia los corredores fronterizos —40 kilómetros desde la frontera— como corredores de soberanía y los convenios bilaterales con Perú y Colombia supuestamente también privilegian la construcción de fronteras vivas lo que implica una robusta presencia de los Estados nacionales. Es evidente, como lo denuncian, las poblaciones fronterizas, que los gobiernos no han hecho realidad lo que proclaman las constituciones y las leyes. El centralismo que privilegia las grandes ciudades y abandona las periferias es todavía una lamentable realidad. El gran reto en estos territorios es cómo lograr que los pobladores puedan tener acceso a servicios de calidad, a oportunidades de trabajo y a una calidad de vida que pueda competir razonablemente con la lógica económica del narcotráfico; digo razonablemente, porque ninguna actividad económica puede ser más rentable que la producción, procesamiento y comercialización de la coca. Las poblaciones fronterizas contraponen las ofertas incumplidas de sus gobiernos con las realidades contantes y sonantes de los traficantes que les contratan y pagan bien.
La movilización ciudadana de rechazo a la violencia ha sido constante en las principales urbes del Ecuador.
La opción ética por el Buen Vivir, implica un renunciamiento a las lógicas del capitalismo del mercado global que crea demandas y ofertas que lejos de contribuir a la Vida, engordan una cultura de muerte y optar por alternativas al desarrollismo moderno.
La opción ética por el Buen Vivir, implica un renunciamiento a las lógicas del capitalismo del mercado global que crea demandas y ofertas que lejos de contribuir a la Vida, engordan una cultura de muerte y optar por alternativas al desarrollismo moderno. No podemos esperar que los campesinos e indígenas fronterizos opten por una vida más frugal y pacífica, cuando desde las altas esferas políticas y empresariales, en los centros del país, se cultiva la codicia y la voracidad de las élites corruptas que extraen energía y vitalidad del resto del territorio y la población para llenarse los bolsillos y ocultar la plata en paraísos fiscales o en el lavado de dinero dentro del propio territorio, y cuando, posiblemente, muchos de los que fungen como guardianes del orden ya están en la nómina de los carteles de la delincuencia transnacional organizada. Los que conocen del tema dicen que pacificada la zona de bombazos y secuestros, la estrategia de los carteles es captar el Estado, desde las bases policiales, pasando por los gobiernos locales, hasta colocar ministros y legisladores en las altas esferas, como ocurre en México. De allí el llamado a impedir la “mexicanización” de la seguridad y la política ecuatoriana.
En la minga para empezar a construir una nueva cultura de paz, —admitiendo primero que ya no somos esa “isla de paz”, tan cacareada por todos— requiere de aceptar la realidad de nuestras violencias y convocar a todos a construir el futuro diferente. Hay que trabajar arriba y abajo, de un lado y de otro. Todas las manos son necesarias, en primer lugar la de todos los ciudadanos de a pie, dejando de lado la indiferencia y el individualismo y siendo corresponsables de tejer redes sociales de seguridad y acogida, donde los elementos disgregadores no puedan anidar fácilmente y trabajar en la sombra y en la impunidad. Son necesarios los liderazgos y el trabajo de las iglesias que deben estar presentes con la fuerza del amor y el perdón, compartiendo los riesgos que implica el apostolado en éstas regiones, con otros ciudadanos que también están expuestos. Será preciso formar y preparar policías, fiscales y jueces con capacidad heroica para ejercer sus funciones honestas en esos mismos territorios. El propio Estado deberá hacer efectivas las políticas de inclusión económica y social de las poblaciones fronterizas, desde ambos lados de la frontera… Y tener paciencia y perseverancia.
Alguien podría pesar que algunas cosas que se han dicho en los párrafos anteriores pueden entenderse en el sentido de minimizar el secuestro y la muerte de nuestros hermanos periodistas. Nada de eso. Muchos ecuatorianos, entre los que creo contarme, hemos luchado por rescatar el periodismo del secuestro y la mordaza impuesta en estos diez años reclamar la libertad de expresión e información. He escuchado en algunos medios de comunicación razonamientos sensatos que ponen de relieve la importancia simbólica que tiene el secuestro y asesinato de periodistas. En esa dirección tiene sentido la campaña “nos faltan 3”. Cuando periodistas, miembros de la Cruz Roja, que en las guerras más cruentas han tenido un estatuto de inmunidad respetados por los beligerantes, son secuestrados y muertos quiere decir que el grado de deshumanización y malicia ha llegado a extremos, en un mundo ya tan absurdo en el que admitimos que la gente sea bombardeada por toneladas de explosivos pero nos volvemos remilgosos cuando se usan armas químicas.
Finalmente, estoy convencido de que hay que “desfronterizar” el problema de la seguridad. Nuestras costas son inseguras y de ellas salen toneladas de droga involucrando a pescadores artesanales, el delta del Guayas es refugio de piratas, en nuestras calles, en unas más que en otras, podemos ser asaltados y muertos si nos resistimos, las cárceles siguen siendo escuela de delincuentes y bases de operación para los criminales, los casos de femicidio aumentan, en las comisarías, fiscalías y juzgados circulan los billetes de las mafias, en las oficinas de todas las funciones del Estado han campeado los delincuentes de cuello blanco, de traficantes de influencias y contratos, desde los ministerios de Medio Ambiente y Minería se siguen expoliando de sus tierras y culturas a indígenas, negros y campesinos. La naturaleza está siendo secuestrada y vendida como baratillo al mejor postor. Por todo eso la lucha contra la corrupción hace parte de la lucha contra la inseguridad y contra el “eje del mal”. Si no fuera así estaremos, una vez más, tratando de exorcizar nuestras culpas colectivas cargando las tintas sobre reales o supuestos “chivos expiatorios” sin tocar los tumores que según Lenín Moreno, por lo menos en el discurso, requieren de una cirugía mayor.
El autor es ex sacerdote católico, fue asambleísta constituyente en Montecristi y es parte del Movimiento Montecristi Vive
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