

La “revolución quiteña" fue parte de esa aceleración histórica, y de ninguna manera un hecho único y aislado. Esta Revolución pasó por dos momentos: entre 1808 y 1810, cuando se organizó la primera junta quiteña; y el segundo, entre 1810 y 1812, con la formación de la segunda junta, su auge y su fracaso. Foto: Wikipedia
En pleno zafarrancho de diosas, dioses, semidioses, héroes, argonautas, y de un montón de funcionarios menores del Olimpo por el inicio de las vacaciones de verano, he debido reunirme con Cronos por asuntos administrativos.
Se le ha ocurrido al inefable que debo registrar mis presencias y ausencias del Olimpo en un reloj biométrico; sí, poniendo el dedo ante un lector óptico…
Por supuesto que me he negado y después del portazo de rigor puse a girar mi esfera terrestre, que se detuvo con mi dedo índice colocado sobre una pequeña ciudad llamada Quito en el mes de agosto del año 1809.
El paso siguiente fue enviarles un whatsapp a mis discípulos y de inmediato respondieron Jaime Rodríguez y Carlos Landázuri, historiadores ecuatorianos. Sobre sus trabajos se ha construido el siguiente relato.
La “revolución quiteña”
De un agosto a otro: 1809-1810
La historia de las sociedades registra tiempos de aceleración, que son más intensos cuando se produce el cambio de una época a otra. Así ocurrió en el espacio Atlántico, entre la última parte del siglo XVIII y las primeras décadas del siglo XIX.
Esos años marcaron el fin del llamado Antiguo Régimen en Europa y América. En América los tiempos se aceleraron con la llamada Revolución americana, de la que surgieron los Estados Unidos como la primera república moderna. En el resto del continente se derrumbaron más tres siglos de dominio español en Mesoamérica y en la América meridional. Las ideas de la Ilustración europea, la Revolución Francesa y la irrupción de la sociedad en la acción política, fueron el motor de un inmenso cambio político que alteró el equilibrio continental y atlántico establecido después de la Guerra de los Siete Años. El nuevo ciclo de guerras entre las potencias por la hegemonía atlántica y mundial se cerrará en Waterloo en 1815, para reabrirse con una violencia inaudita un siglo más tarde en 1914.
Batalla de Waterloo. Cuadro de Louis Dumoulin
Sin mirar atentamente los dos lados del océano no es posible comprender lo que para toda la América Española significó este momento. Las transformaciones ocurridas a partir del año 1808 no fueron hechos únicos ni aislados y entre 1808 y 1830 se vivieron simultáneamente dos revoluciones de independencia, sangrientas y dramáticas, que estuvieron íntimamente imbricadas: la de España contra la ocupación francesa, que acuñó en su seno a una fallida revolución liberal consignada en la Constitución de Cádiz de 1812, y las de las colonias contra el dominio español, una primera transformación liberal que parió un rosario de repúblicas.
En este marco histórico, la “revolución quiteña" fue parte de esa aceleración histórica, y de ninguna manera un hecho único y aislado, como han pretendido en Ecuador ciertos historiadores patriotas.
Esta Revolución pasó por dos momentos. Entre 1808 y 1810, cuando se organizó la primera junta quiteña; y el segundo, entre 1810 y 1812, con la formación de la segunda junta, su auge y su fracaso.
Abordaré en estas líneas los casi 20 meses en los que, de una paz bucólica y provinciana, Quito pasó por la conspiración de la navidad de 1808 y el pronunciamiento del 10 de agosto de 1809 hasta la brutal matanza del 2 de agosto.
.
Matanza de los próceres quiteños del 2 de agosto 1810.
La crisis de la monarquía española
La crisis política que culminó con la independencia americana, estalló con la caída de la monarquía borbónica debido a la ocupación napoleónica en marzo de 1808. El propósito de las tropas francesas era invadir Portugal, aliado de Inglaterra, para lo cual entraron en España, hasta entonces aliada de Francia. La corte portuguesa había escapado a Río de Janeiro, con escolta británica. El rey de España Carlos IV, asustado por la presencia de las tropas francesas y mal aconsejado, quiso seguir el ejemplo portugués y marcharse a sus dominios americanos, pero develado el plan el pueblo se amotinó en Aranjuez provocando la destitución y el apresamiento del poderoso ministro Manuel Godoy, el favorito de la reina. Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando, pero luego se retractó provocándose una grave fractura en la institución monárquica española. Fernando VII dejó el poder en manos de una Junta de Gobierno y corrió a la ciudad francesa de Bayona para buscar ser reconocido como rey por Napoleón Bonaparte, quien le apresó impidiéndole regresar a España.
El 2 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó contra los ocupantes franceses pagando el precio de centenares de muertos. Luego de los acontecimientos de mayo en Madrid, Fernando VII abdicó en favor de su padre y éste, ni corto ni perezoso, lo hizo a su vez en favor de Napoleón Bonaparte.
El dos de mayo de 1808 en Madrid, pintura de Francisco de Goya que ilustra uno de los episodios del levantamiento popular que desembocaría en la guerra. Wikipedia
Así las cosas, los franceses convocaron a las Cortes, una antigua institución hispánica, que expidieron una Constitución que reconocía a las colonias españolas como provincias y el 20 de junio de 1808 eligieron como rey a José Bonaparte, el hermano mayor del Emperador.
La inmensa mayoría del pueblo español rechazó al nuevo rey impuesto por los ocupantes e invocando un principio del derecho hispánico que establecía que en ausencia del rey la soberanía residía en el pueblo, formó juntas provinciales que asumieron la tarea de gobernar en nombre de Fernando VII. Sobre esta base se constituyó una Junta Central, cuyo propósito principal era la expulsión de los invasores y que fue reconocida en todo el país, actuando entre 1808 y 1810 cuando fue reemplazada por un Consejo de Regencia de España y de las Indias que gobernó hasta la expulsión de las tropas francesas, el retorno de Fernando VII y la restauración de la monarquía absoluta en 1814. En julio de 1808 Francia invitó a los reinos del Nuevo Mundo a que envíen representantes a un Congreso Constitucional a celebrarse en Bayona, a lo que los americanos se negaron.
Entre diciembre de 1808 y octubre de 1809 los ejércitos franceses obtuvieron importantes victorias sobre los españoles, recuperando Madrid, Zaragoza y Sevilla y obligaron a la Junta Central a replegarse a Cádiz y luego a la Isla de León, último punto de la España libre, bajo la protección de los cañones de la armada británica
La Junta Central se preocupó por anular las propuestas de Francia a los americanos y “reconoció las pretensiones de los americanos, quienes sostenían que sus tierras no eran colonias sino reinos, que constituían partes iguales e integrales de la Monarquía española y que tenían derecho a la representación en el gobierno nacional, algo que ninguna otra monarquía europea había otorgado a sus posesiones” (Rodríguez:43-44). En una resolución de enero de 1809, la Junta aceptó que “los vastos y preciosos dominios que España posee en las Indias no son propiamente colonias o factorías como los de otras naciones, sino una parte esencial e integrante de la Monarquía española (…)” Se reconocía que las tierras americanas y sus habitantes no eran colonias sino que hacían parte de la monarquía española y tenían derecho a representación en el gobierno nacional (Rodríguez: 44-45) Por primera vez se celebraron elecciones en el Nuevo Mundo para elegir a un gobierno unificado entre España y América (Rodríguez:45).
Entre diciembre de 1808 y octubre de 1809 los ejércitos franceses obtuvieron importantes victorias sobre los españoles, recuperando Madrid, Zaragoza y Sevilla y obligaron a la Junta Central a replegarse a Cádiz y luego a la Isla de León, último punto de la España libre, bajo la protección de los cañones de la armada británica (Rodríguez: 47).
Más de 100 batallas y enfrentamientos militares se llevaron durante la Guerra de Independencia Española. Foto: Representación en óleo de la Batalla de Somosierra el 30 de noviembre de 1808. Fuente: www.lhistoria.com
Fue en esas circunstancias dramáticas que se produjo la convocatoria de la Junta Central para que se “reestablezca la representación legal y conocida de la Monarquía en sus antiguas cortes”. Con esta decisión y sin darse cuenta la Junta Central pasó de las prácticas políticas tradicionales a la política moderna (Rodríguez: 47). En poco más de un año y medio los habitantes de España y la América española transitaron desde el rechazo a Napoleón y la reafirmación de su lealtad a la Monarquía española a la participación electoral.
Las elecciones para integrar un gobierno conjunto entre americanos y españoles en 1808 y 1809 movilizaron a la sociedad quiteña, con una participación electoral mucho más incluyente que la que sería reconocida en 1830 por la primera Constitución republicana del Ecuador.
En septiembre de 1810, luego de unas segundas elecciones, en las que participaron los quiteños, se reunieron en Cádiz las Cortes que habían sido convocadas por el Consejo de Regencia, que en marzo de 1812 expidieron una Constitución de carácter liberal.
La conspiración de la Navidad de 1808
La invasión francesa y la caída de la monarquía provocaron en América una profunda conmoción. La opinión general de las élites criollas y de la plebe fue rechazar la invasión y respaldar a la monarquía.
Dentro del espacio peruano durante el siglo XVII, la Real Audiencia de Quito había sido la principal abastecedora de textiles para el enclave minero del Alto Perú y había sido el centro económico, social y cultural más importante de la América del Sur. La ciudad de Quito controlaba directamente un enorme territorio que se extendía desde Popayán en el norte hasta Alausí en el sur. Un siglo y medio más tarde, la situación había cambiado desfavorablemente para Quito por la notable contracción de la economía minera que afectó seriamente a la producción y al comercio quiteños.
En 1717 fue creado el Virreinato de la Nueva Granada, al que fue incorporada la Real Audiencia de Quito. Este nuevo Virreinato miraba principalmente por los intereses de la corona española en el Caribe. La posterior creación del Virreinato del Río de la Plata, también fue un golpe muy duro para Quito porque orientó el comercio de la América del Sur hacia el Atlántico. Entre tanto la economía de Guayaquil, el más importante astillero del Pacífico español, se robustecía con la producción del cacao, y Cuenca se encontraba fuertemente ligada con la economía del norte del Perú.
Las élites quiteñas resintieron mucho esta nueva situación, agravada porque la ratificada condición de Audiencia cerraba su antigua aspiración para elevarse a Capitanía General, lo que le habría otorgado mayor peso político y la autonomía administrativa de la que disfrutaban las capitanías de Chile y Venezuela.
La posterior creación del Virreinato del Río de la Plata también fue un golpe muy duro para Quito, porque orientó el comercio de la América del Sur hacia el Atlántico. Entre tanto la economía de Guayaquil, el más importante astillero del Pacífico español, se robustecía con la producción del cacao, y Cuenca se encontraba fuertemente ligada con el norte del Perú.
Con los vientos que soplaban en España y en América a consecuencia de la invasión francesa, la vieja aspiración de asumir el gobierno del reino en sus propias manos se hizo cada vez más notoria y la élite criolla se puso en movimiento. El pronunciamiento de agosto de 1809 fue organizado con meses de anticipación. En diciembre de 1808, con el pretexto de celebrar la navidad, Juan Pio Montufar, Marqués de Selva Alegre, un rico criollo ilustrado que había sido amigo personal de Eugenio Espejo, reunió en su hacienda de Chillo a los más importantes representantes criollos, entre los que se destacaban Morales, Rodríguez de Quiroga y Salinas. En dicha reunión acordaron desconocer al Presidente de la Audiencia Ruiz de Castilla y reemplazarlo con una Junta de Gobierno. Ruiz de Castilla no era apreciado por los criollos y obraba en su contra haber reemplazado al respetado Barón de Carondelet, quien se había identificado plenamente con los intereses autonomistas de los criollos y con su aspiración de ascender a la Audiencia de Quito a la condición de Capitanía General.
La acción revolucionaria fue planificada para las fiestas de carnaval del año siguiente, entre el 13 y el 14 de febrero, pero las autoridades españolas se enteraron de lo que estaba en marcha y detuvieron a numerosos criollos quienes fueron llevados a juicio.
Los conspiradores defendieron su causa invocando el mismo principio que habían usado las juntas españolas reafirmando su fidelidad a Fernando VII. Al final pesaron las influencias y el dinero y fueron liberados.
La primera Junta quiteña
Conde Ruiz de Castilla.
La noche del 9 de agosto medio centenar de personas se reunieron bajo la cobertura de una tertulia para tomar las acciones que les permitan hacerse con el poder. En las siguientes horas se aseguraron el apoyo de las tropas, aprehendieron a Ruiz de Castilla, constituyeron una Junta integrada exclusivamente por criollos a la cabeza de la cual colocaron al Marqués de Selva Alegre, y redactaron un Acta en la que consignaron sus motivos y el propósito de gobernar interinamente a nombre de Fernando VII.
El 16 de agosto se reunió un Cabildo Abierto en el Convento de San Agustín. Con la presencia de los distintos estamentos que integraban la sociedad, del Obispo, el Cabildo Civil y eclesiástico, los representantes de los gremios profesionales, esta asamblea aprobó todo lo hecho el 9 y 10 de agosto.
Al día siguiente se celebraron en la Catedral una Misa de Acción de Gracias y un Te Deum, importantes actos litúrgicos, en los cuales los miembros de la Junta juraron fidelidad a Fernando VII y conservar la unidad y pureza de la religión católica, así como hacer todo lo posible en bien de la nación, de la patria y de la Constitución, refiriéndose así al Acta del 10 de agosto.
Pero el nuevo gobierno no se consolidó. El 12 de octubre Selva Alegre renunció a la Presidencia de la Junta y a los pocos días Ruiz de Castilla reasumió la Presidencia.
Para Landázuri dos razones explican el fracaso de la primera Junta quiteña: la falta de apoyo popular, y la feroz oposición de las autoridades españolas, comenzando por el Virrey del Perú y los gobernadores de Cuenca, Guayaquil y de Popayán que no se identificaban con los intereses de las élites quiteñas.
el proyecto de crear un gran país que se gobernara a sí mismo es un proyecto intrínsecamente independentista, aunque los propios patriotas pretendían no verlo. Las autoridades de Lima, Guayaquil, Cuenca, Popayán y Bogotá sí lo vieron, e hicieron lo que fue necesario para cortarlo de raíz.
Las otras provincias de la Audiencia defendían sus propios intereses: Popayán, que explotaba las minas del Chocó, temía el control quiteño; Guayaquil habría perdido su condición de único puerto de la Audiencia y única vía de comunicación de Quito con el mar; y Cuenca no quería saber nada con el proyecto quiteño, afirma Landázuri, quien señala que los “líderes quiteños eran patriotas, sin duda, pero no alcanzaron a ver que su proyecto representaba únicamente los intereses de su región y de su clase" (Landázuri: 84). Es indispensable agregar que en esa época la Nación que se reconocía era España en tanto que Patria era el lugar de nacimiento y de vida. Por ello, acusar, a los cuencanos y guayaquileños de entonces como anti patriotas es un serio de análisis histórico.
Ausente el poder que les había nominado la situación de las autoridades españolas en América se había tornado muy difícil, agravada además por la vieja aspiración a la autonomía dentro de la monarquía de las elites criollas. Deslegitimaba aún más a estas autoridades haber sido puestas por el desacreditado y destituido ex ministro Manuel Godoy, a quien se consideraba un traidor.
Las autoridades realistas en América “defendían sus cargos, su estilo de vida y su razón de ser” y para ellas no era aceptable el argumento de que en ausencia del Rey la soberanía debía regresar al pueblo. Pero “había algo más de fondo. Por más que los hombres de agosto eran monárquicos e hicieron todo lo posible para presentar su posición en los términos más conservadores que les fue posible, lo cierto es que su actitud era revolucionaria, a pesar suyo. En efecto, el proyecto de crear un gran país que se gobernara a sí mismo es un proyecto intrínsecamente independentista, aunque los propios patriotas pretendían no verlo. Las autoridades de Lima, Guayaquil, Cuenca, Popayán y Bogotá sí lo vieron, e hicieron lo que fue necesario para cortarlo de raíz”. La independencia planteada era más una independencia de Lima y Bogotá antes que de Madrid, pero llevaba inevitablemente hacia allá (Landázuri:84-85).
El 2 de agosto de 1810: el baño de sangre
Con la salida de Selva Alegre de la Presidencia de la Junta y la reasunción del poder por parte de Ruiz de Castilla, la represión a los alzados solo era una cuestión de tiempo. Con la llegada de las tropas limeñas comenzó inmediatamente la persecución, encarcelamiento y luego el proceso judicial contra los revolucionarios quiteños. El 4 de diciembre fueron apresados muchos de los actores de agosto. Solamente Selva Alegre y unos pocos más lograron esconderse. El Fiscal pidió la pena de muerte para 40 de los dirigentes y para 32 soldados elegidos por sorteo, uno de cada cinco de los 160 de la guarnición que el 10 de agosto de 1809 respondió al llamado del Capitán Salinas. Además, pidió numerosas condenas a prisión, destierro y confiscación de bienes. Era evidente que se utilizaba esta durísima represión para escarmentar a todos los revolucionarios, reales o potenciales, del imperio, señala Landázuri.
El anuncio de la llegada a Quito de Carlos Montúfar, hijo de Selva Alegre y Teniente Coronel del ejército español, como Comisionado Regio enviado desde España por el Consejo de Regencia con la misión de pacificador, marcó un nuevo momento. El Consejo de Regencia que atravesaba una difícil situación no quería luchar en dos frentes y estaba dispuesto a realizar concesiones a los americanos y envió como pacificadores a Montufar a Quito, y a otro quiteño, Antonio Villavicencio, a Santa Fe. La noticia alentó a los quiteños y desagradó a las autoridades españolas. Era claro que en Quito se jugaba una partida a tres bandas: patriotas, autoridades españolas y el Consejo de Regencia.
Quito era una ciudad ocupada. El pueblo, que no había apoyado a los revolucionarios de agosto, se resintió ante los abusos de las tropas de pardos limeños lo que unificó la opinión en contra del Gobierno y convirtió a la Revolución quiteña en un movimiento popular. En ese ambiente, los presos llegaron a ser el símbolo de la ciudad oprimida y todo el mundo buscaba la forma de sacarlos de los calabozos, sostiene también Landázuri.
En el Museo Alberto Mena Caamaño se recrea una trágica escena del proceso independentista ecuatoriano, en el cual se intentó contener el desánimo en contra de la corona española. Foto: Archivo / El Comercio.
El 2 de agosto se produjo la masacre. Un grupo de conjurados asaltó la cárcel con el propósito de liberar a los presos. Al parecer algunos realistas aprovecharon para realizar una matanza. Solo unos pocos consiguieron escapar, muchos fueron asesinados a mansalva, entre ellos Morales, Rodríguez de Quiroga, Juan Salinas, el sacerdote Riofrío y Juan Larrea. La violencia se trasladó a las calles, produciéndose muchas más víctimas entre civiles y soldados. Solo la presencia del Obispo Cuero y Caicedo con un crucifijo en alto consiguió detener la matanza. Para una ciudad que entonces tenía una población entre 25.000 y 30.000 habitantes, la cifra establecida de víctimas, entre 100 y 3000 personas, resultaba enorme y sin precedentes. “Pero la jornada del 2 de agosto de 1810 no fue un triunfo para los realistas, sino una tragedia para todos, y la violencia desatada sobrepasó con mucho las intenciones de cualquiera de los participantes” (Landázuri:86-87).
El anuncio de la llegada a Quito de Carlos Montúfar, hijo de Selva Alegre y Teniente Coronel del ejército español, como Comisionado Regio enviado desde España por el Consejo de Regencia con la misión de pacificador, marcó un nuevo momento.
Dos días después del baño de sangre se reunió la Audiencia en pleno con delegados de la Iglesia y del Cabildo y demás estamentos, y decidió eliminar la causa judicial contra los implicados en el 10 de agosto de 1809, restituir a los sobrevivientes el goce de la libertad y de sus bienes, lo mismo con cuantos participaron en los hechos del 2 de agosto, y dispuso la salida de las tropas limeñas y de otros batallones de provincias que ocupaban la ciudad. Además, se decidió recibir a Carlos Montufar como Comisionado Regio. (Landázuri: 87)
La primera medida de Carlos Montufar fue la creación de una Junta Superior de Gobierno subordinada al Consejo de Regencia, presidida por Ruiz de Castilla y con el Marqués de Selva Alegre como Vicepresidente.
El 22 de septiembre de 1810 esta Junta comenzó a funcionar. Se abría así un segundo momento de la Revolución quiteña, que terminaría en una gravísima derrota.
Las celebraciones oficiales por los 200 años de la Batalla del Pichincha, que puso fin al dominio español en la Real Audiencia de Quito han sido insignificantes y tristes, poniendo en evidencia la profunda crisis institucional y política que atraviesa el Ecuador. Está terminando agosto del 2022 y la declaración del Presidente de la Autoridad Palestina sobre los 50 holocaustos realizados por el Estado de Israel contra el pueblo palestino han levantado un enorme revuelo, mientras que con la llegada del invierno en el hemisferio norte se anuncian tiempos más difíciles para la plebe de ahora como consecuencia de las crisis alimentaria y energética agudizadas por la invasión rusa a Ucrania.
Referencias bibliográficas
Carlos Landázuri Camacho, “El proceso juntista en Ecuador: la revolución quiteña de 1808 a 1812", en "Jamás ha llovido reyes el cielo... De independencias, revoluciones y liberalismos en Iberoamérica". Ivana Frasquet, editora Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, Biblioteca de Historia, V. 29. 2013.
Jaime E. Rodríguez O., "La revolución política durante la época de la independencia. El Reino de Quito 1808-1822", Quito, Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, Biblioteca de Historia, V. 20. 2006.
[RELA CIONA DAS]



NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]




[MÁS LEÍ DAS]


