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3 de Julio del 2018
Historias
Lectura: 16 minutos
3 de Julio del 2018
Susana Morán
La revolución #YoSíTeCreoCristina

Fotos: Luis Argüello

Artes fue la carrera de los sueños de Cristina. Hoy ya perdió su encanto, pero la finalizará.

 

Cristina Álvarez denunció que fue víctima de acoso sexual por parte de un reconocido profesor de grabado de la Facultad de Artes de la Universidad Central en 2016. Pese a la denuncia que puso en Bienestar Universitario, su caso fue tratado recién un año y medio después. Sus abogados le recomendaron hacerlo público. Su bitácora diaria disparó el hashtag #YoSíTeCreoCristina. Pensó que estaba sola. Pero no. Un testimonio.

Cristina Álvarez está sentada en la misma aula donde ocurrieron los hechos. Es un espacio  de la Facultad de Artes de la Universidad Central muy iluminado. De amplias ventanas y tragaluces. Hay una prensa, mesas de corte y paredes decoradas con grabados. También un pizarrón y un escritorio. “Cuidado”, dicen en broma algunos estudiantes cuando alguien se acerca demasiado al lugar desde el cual el maestro H.C. dio clases durante 32 años. Él fue destituido el 8 de junio pasado por el Honorable Consejo Universitario. Cristina lo acusó de acoso sexual. Ella fue su alumna durante cinco semestres. En este testimonio recupera cada uno de los hechos que la llevaron a poner la denuncia:

El jueves de la semana pasada encontré decenas de soldaditos en las gradas de la Facultad de Artes. Fueron pintados de diferentes colores: rosados, azules, violetas. Todos en posición de lucha con mensajes escritos que decían “es momento de pedir disculpas”, “nada queda impune”. Pero los soldados frente a la ventana del Decanato eran especiales. Eran blancos y estaban puestos visores. Su bandera decía: “los estamos vigilando”. Fue entonces cuando comprendí que habían hecho una instalación sobre mi caso. Ha sido tan difícil llevar esta lucha que estas expresiones de apoyo me han llenado para seguir.


Estudiantes de la facultad apoyaron el caso de Cristina con una performance hecha de soldados de colores vigilantes. Fotos instalación: cortesía Cristina Álvarez

Ahora estoy en el aula de grabado que le pertenecía a él. Es uno de los pocos artistas de esta rama en el Ecuador con muchos premios. En clases nos decía: ‘ustedes tienen el privilegio de trabajar con el único grabador vivo de este país y reconocido a nivel mundial’. Él ha tenido 32 años de docencia y con él me tocó cinco semestres en la carrera. Ahora estoy séptimo nivel.

Artes fue la carrera de mis sueños. Tengo 44 años y toda mi vida trabajé en banca. Pero tuve la oportunidad de regresar a las aulas. Concursé en Canela TV y luego me contrataron en  Comedia Divina para GamaTV. Allí hice comedia. Dejé el banco y como mi nuevo trabajo no era a tiempo completo volví a la universidad.

Grabado es una de las materias que se toma en la carrera. El primer día de clases coincidió con una publicidad que debía hacer para el programa. No alcancé a cambiarme para ir a clases. Llegué muy maquillada y con un vestido al cuerpo con un poco de escote. En la primera clase con él todos nos presentamos. Dije que estaba dedicada a la comedia y a la escritura. El profesor me preguntó sobre qué escribía y le conté que hacía cuentos cortos y relatos eróticos.


El aula de la clase de grabado. Una de las técnicas que aprenden allí los estudiantes es la xilografía. 

En la segunda clase trajo recortes de revistas y pidió que le hiciéramos una biografía.  Pero antes de salir de la clase me llamó y me dijo que mi trabajo era diferente. “Quiero que me hagas un ensayo sobre mí, pero para eso tienes que hacerme una entrevista personal”, me dijo. Me dio una cita para un viernes a las 14:00 en el taller. Todo el mundo me advirtió: ‘ten cuidado’, ‘a él le gusta tocar’, ‘toma fotos a las chicas cuando están descuidadas’. Le pedí a un compañero que nunca me deje sola. Pero cuando lo vio me dijo que no me iba a dar la entrevista porque venía con guardaespaldas. Luego me pidió una autobiografía mía. Yo ya tenía un texto adelantado y se lo entregué.

En mi curso se enfocó en mí. Desde los primero trabajos me dijo que yo tenía mucha sensualidad y que debía aprovechar eso en mis trabajos. Me decía: ‘¿por qué esa sensualidad no la proyectas en los bocetos?’. Él además tiene la costumbre de tomarte de la cintura y de darte un beso muy cerca a la boca. Eso fue en el primer semestre.

En el segundo semestre, mis pedidos de que no me tocara fueron más fuertes. “Eres un viejo verde”. Cuando presenté mi trabajo final me dijo que había hecho una baldosa, que no servía para nada.  Era una xilografía sobre el incendio de Radio Quito en 1949. Me decía que le molestaba que todo ese olor a sexo que yo proyectaba no estaba en mis trabajos. Y amenazó con dejarme en supletorio. Me pidó como trabajo de supletorio un texto sobre una relación sexual entre extraterrestres y que sea muy explícita sobre sus órganos sexuales y su copulación. “¿Para qué le servía eso?”, le pregunté. Me dijo que eso le ayudaba a inspirarse para sus obras. Nunca hice el relato. Pero me pasó buenas calificaciones.

En el tercer semestre, desde el primer momento me dijo que me hizo un favor. Me presionó por el relato erótico. Al mismo tiempo empezó a desaprobarme bocetos porque no expresaban, lo que él decía, mi sensualidad. Siguió tocándome la cintura. ‘Ay qué bravita’, ‘qué arisca’, me decía cuando lo rechazaba. Al final del semestre volvió a amenazarme con dejarme de la materia. El supletorio dijo que lo haríamos juntos y me pidió que llevara materiales. Llegué con mi compañero y me apenas nos vio me dijo ‘te quedaste porque siempre vienes con guardaespaldas’. Le dije que me dejara de semestre. Finalmente no lo hizo. En el resto de materias tenía calificaciones que superan los 19 puntos sobre 20. Era ilógico que solo con él tuviera malas notas. Esa es la explicación que encuentro para que desistiera de su amenaza.

En cuarto semestre me decidí poner la denuncia en Bienestar Universitario. Fue después de que me dijera por qué no dibujo sobre mis senos. Me sentí tan incómoda que le pedí que me dejara en paz. La directora de esa entidad de la universidad me pidió que le presentara la denuncia por escrito. Lo hice y me dijeron que cualquier cosa me avisarían. Pero nada.

Un año y medio después me llamaron. En ese lapso pasaron algunas cosas que recién me he enterado. Después de que puse la denuncia, Bienestar Universitario llamó al profesor, quien llevó mi autobiografía, el segundo trabajo que yo le presenté. En ese texto yo fui muy honesta y mencioné un episodio de mi niñez sobre una violación. ‘Esta es la estudiante que me está haciendo la denuncia, es una loca’, dijo sobre mí el profesor. Yo pensé que Bienestar nunca había hecho nada, pero habló con el profesor.

Entonces entendí por qué el cuarto semestre se volvió un martirio. Él siempre buscaba el momento propicio para acercarse y que nadie se diera cuenta. La única relación, le dije, que habrá es la de estrictamente estudiante-profesor. Adicional siempre me pedía tareas adicionales como grabados y textos. Pero del acoso pasó a la violencia. A mi compañero y  a mí nos decía ‘los vagos’, ‘la modelito’. Solo a nosotros nos revisaba las tareas.


Cristina tiene 44 años. Dejó su trabajo en un banco para dedicarse a la comedia y al arte. 

Ese semestre nos hizo ver la película ‘Relatos salvajes’ para hacer bocetos sobre ella. A mí me pidió uno sobre la microhistoria de la boda. Por primera vez hice un tema erótico. Me lo aprobó. Pero al final del semestre volvió: ‘la impresión no sirve’, ‘te vas a quedar conmigo’. En ese semestre varios cursos pidieron recalificación de su materia por otros profesores y yo pasé con 19. Pero me dejó por faltas. Le reclamé por whatsapp, pero me dijo que él solo subió el cómputo al sistema. Por último me escribió: ‘el que se enoja pierde, que esta sea una oportunidad para conversar’. En vacaciones de ese semestre me escribió para que pasemos juntos un fin de semana en Papallacta. ‘¿Qué me ofreces para borrarte las inasistencias?’, me dijo. Finalmente me corrigió las faltas junto a otro grupo de estudiantes.

'Ay qué bravita’, ‘qué arisca’, me decía cuando lo rechazaba. Al final del semestre volvió a amenazarme con dejarme de la materia.

En quinto semestre fueron gritos todo el tiempo. ‘La modelito’, ‘el vago’. Manoteó sobre una mesa donde estaba haciendo un boceto y me gritó: ‘no sabes con quién estás hablando, yo soy el artista, con quién crees que estás tratando, me bajas la voz, atrevida’. Salía de clases llorando. Ya no quería asistir. Una chica de otro semestre se fue a quejar del profesor por su actitud y el director de carrera nos reunió. Nos dijo que debíamos entender que esto solo es amistad, que un artista necesita comunicarse con el cuerpo. Entonces me sentí sola. (En entrevista con Plan V, el director de carrera, Christian Viteri, dijo que esta frase la dijo en otro contexto y no en el tema de acoso sexual de Cristina).

Un día, Bienestar llegó a la facultad para ofrecer seguros médicos. Me pidieron que haga un performance sobre el acoso. La presentación se hizo en el teatro de la facultad, que estuvo lleno. La director de Bienestar Universitario dijo que no había ninguna denuncia sobre acoso en la Facultad de Artes. Entonces me levanté y le dije que no era cierto. Le reclamé por no haber hecho nada. Pero cambió de tema. Un día después, el subdecano pasó aula por aula. Dijo que se había enterado del performance de acoso y que estaba apenado porque se había hablado de un caso (el mío). Instó a las chicas que pensemos bien si no estamos mal interpretando ‘los gestos de amistad de un profesor’. Que pensemos lo que estamos haciendo porque detrás de un profesor hay una familia, un trabajo y un bagaje artístico.

En ese momento le reclamé por no haber hecho nada en mi caso. Me sacó de clases. Nos reunimos con el subdecano y el director de carrera. Les conté todo lo anterior. ‘Vamos a tomar cartas en el asunto’, me dijeron, pero nunca supe nada hasta hace dos meses. La INIGED que es el instituto de Igualdad de Género de la Universidad había aprobado un protocolo para las denuncias sobre violencia sexual.

Cuando socializaron este protocolo, el grupo de profesoras de la facultad reclamó porque la Universidad no hacía nada con las denuncias. Mencionaron mi caso. El subdecano entonces me preguntó si quería ratificarme en la denuncia contra el profesor y que si había dicho la verdad. Le dije que sí. A ese momento ya habían dos casos más, el último incluso más grave que el mío.

Me pidieron una nueva carta para el rectorado con la denuncia. En la Comisión de Disciplina me informaron que iban a abrir un sumario administrativo al profesor. El presidente de la Asociación de Profesores me dijo que habían decidido como gremio contratarle un abogado. Me contó que el maestro de grabado iba a proteger su nombre así tenga que gastarse toda su jubilación. ‘Usted ya tiene abogado’, me preguntó. Hace dos meses yo no tenía nada.

En el reconocimiento de firmas de la denuncia revisé mi expediente. Encontré que este profesor había dicho que al dar clases en la universidad debía tratar con gente de dudosa calaña y de baja reputación como Cristina Álvarez. Dijo que yo tenía problemas mentales. De nuevo presentó mi autobiografía que fue el único trabajo de carácter sexual que hice.

En CEPAM me dieron apoyo sicológico y ofrecieron tomar mi caso. Tuve dos abogados. Ellos me propusieron que lo haga público. Al hacerlo muchas estudiantes me escribieron sobre otros casos de acoso. Muchas querían hablar y dar su testimonio. Ellas me dieron sus nombres completos, cédulas. El día que la Comisión de Disciplina cerró la investigación fue un pequeño juicio. Fueron dos días de testimonios. Todas eran diferentes, pero sufrieron el mismo proceso. Me escribieron siquiera 20 chicas que habían puesto la denuncia en Bienestar Universitario, pero sus casos nunca avanzaron.

Mientras tanto, en mis redes publiqué diariamente lo que pasaba. Y de pronto salió un #YoSíTeCreoCristina. El día del cierre de la investigación tuve un aparataje de estudiantes que decían ‘Cristina estamos contigo’.

Mientras tanto, en mis redes publiqué diariamente lo que pasaba. Y de pronto salió un #YoSíTeCreoCristina. El día del cierre de la investigación tuve un aparataje de estudiantes que decían ‘Cristina estamos contigo’. Vino una batucada a quienes tuve que pedirles en dos ocasiones que bajen el sonido. En el microjuicio el profesor nunca desmintió los hechos. Dijo que al ser un artista debía comunicarse con el cuerpo y eso es parte de su creación artística. Pensé: Qué raro, solo lo hace con las mujeres. Otra defensa suya decir que su caso prescribió  porque había pasado mucho tanto tiempo su causa.

Él salió de la Comisión de Disciplina como un triunfador. Mencionó que estaba confiado en que no lo iban a destituir. Para entonces los medios ya se había contactado conmigo. Teleamazonas llegó justo el día que una alumna suya salió llorando del aula de clases. Ella había dado su testimonio en mi caso. Esto salió en las noticias. Automáticamente me informaron de una sesión extraordinaria sobre mi caso. De la Comisión pasó directamente al Consejo Universitario en horas. Así se llegó a la destitución del profesor.

Pero todavía no hay tranquilidad. El Consejo de Educación Superior (CES) aún no se ha pronunciado. Esta institución tiene la potestad de reintegrar al profesor antes de que se cumpla un año de la sanción. Se han dado casos de que los han restituido. Dejan que las aguas se aquieten y luego los reincorporan. Mientras tanto yo continuaré con mis clases, aún me falta un semestre. Pero esto ya perdió la magia. Ha sido muy duro y ahora tengo hasta enemigos. Las autoridades no han hecho nada para protegerme. Las profesoras que me apoyaron han empezado a recibir amenazas por correo electrónico. Pero ya no solo es mi caso.

 
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La revolución #YoSíTeCreoCristina
 


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