
Fotos: Cortesía MACCO
Poner en marcha el Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana, Macco, ha sido una batalla de diez años por parte de los sacerdotes capuchinos.

La fachada principal del Macco no solo embellece la arquitectura del Coca sino que es parte de una apuesta cultural de largo aliento por la identidad,
Quien ha podido leer acerca de la historia del Coca -el lugar en la selva ecuatoriana fundado por los misioneros capuchinos, una aldea indígena con cuatro casitas de techo de paja a finales de los años cincuenta, convertida hoy en una caótica y desordenada ciudad en donde el progreso no se mide en la calidad de vida de sus habitantes sino en la cantidad de vías abiertas y de canchas cubiertas que el petróleo ha dejado en cada barrio- tiene hoy, una joya en uno de los extremos de su malecón: el flamante Macco, Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana.
Coca, la ciudad bañada por tres ríos, a la que se ha mirado por años con desdén, como a una población marginal donde los colonos se abrieron paso a punta de machete buscando una vida mejor, se bañaron en barriles de petróleo creyendo en la prosperidad y recibieron solo migajas, hoy puede estar orgullosa: el Macco será, sin duda, uno de los mayores atractivos de la región. Es el contenedor de piezas de arqueología amazónica de la Fase Napo. Y es, además, un bello edificio que cambiará el rostro de la ciudad. Pero sobre todo, es una posibilidad para sus habitantes, carentes hasta hace poco, de espacios de paz, de encuentro con la cultura, de aprendizaje.
El Museo ha sido una verdadera epopeya: diez años de tocar puertas para mostrar la riqueza del patrimonio amazónico, para conocer la selva culta y la intervención del hombre en la naturaleza, para entender la cosmovisión de los pueblos amazónicos. Ha sido hecho contra viento y marea. Ha sido una apuesta de unos pocos, empeñados en velar por el legado y el patrimonio de los pueblos indígenas y darles su lugar, su valor, su reconocimiento.
Varios arquitectos quiteños hicieron bocetos. Largas charlas hacerca de cómo sería “El Guggenheim del Coca”, a decir del museógrafo Iván Cruz, varias carpetas presentadas a funcionarios y empresarios para enamorarles de la idea durante varios años.
La obra empezó a pensarse en el siglo pasado. Luego de una exposición que se hiciera en Quito en 1999, bajo el nombre de Rostros de Luna, con lo que el Centro de Investigaciones de la Amazonía (Cicame, creado por los capuchinos en los años sesenta), dejaba ver la importancia de la cerámica hallada en las riberas del Napo y daba a conocer de un grupo humano que había desaparecido y que no figuraba en los textos de historia oficial: los Omaguas. Ahí se esbozaron los primeros trazos de lo que sería un museo en Coca, un sueño, un delirio. Varios arquitectos quiteños hicieron bocetos. Largas charlas hacerca de cómo sería “El Guggenheim del Coca”, a decir del museógrafo Iván Cruz, varias carpetas presentadas a funcionarios y empresarios para enamorarles de la idea durante varios años, proyectos complementarios presentados a gobiernos autónomos de España y a la empresa privada del Ecuador, etc.
La batuta de esa hazaña ha estado en manos de Miguel Angel Cabodevilla, misionero capuchino, apasionado por las culturas amazónicas y firme en sus convicciones de mostrar la selva culta y los derechos de los pueblos que la habitan.
Cuando se puso la primera piedra sobre el Macco, en un terreno que había sido expropiado al veterano notario del pueblo luego de intensas negociaciones, no hubo nadie. El actor Christoph Baumann, que estuvo en Coca dictando un taller de teatro en el 2011, lo recuerda: “esto se ha hecho a punte perseverancia” cuenta ahora que lo ve terminado. Mientras, la arquitecta encargada de la construcción, Carol Cabrera, comenta que llegó a Coca a terminar una obra que se supone estaría en seis meses. Dos años ha tomado el trabajo con guía de Rubén Moreira, de su hijo Pablo y de quienes hacen el taller de arquitectura M&CM , los arquitectos diseñadores de la obra, autores del proyecto arquitectónico, “porque esta obra no es solo un edificio, es una obra de arte”.
La obra tuvo sus bemoles. Primero se hizo el auditorio –con capacidad para 200 personas y que ha estado funcionando desde el 2010- y, a partir de un proyecto presentado por el Gobierno Autónomo Municipal de Orellana, con el apoyo del Vicariato de Aguarico y de la Fundación Labaka, al Banco del Estado, de lo correspondiente al 12 por ciento de las rentas petroleras, finalmente pudieron concretarse los recursos para el edificio principal. La obra cayó en manos de un contratista incumplido y estuvo paralizada. Sin embargo, la municipalidad hizo esfuerzos por buscar no solo un nuevo contratista sino por aprobar los contratos complementarios que la obra requería, incluida una obra de regeneración urbana, con arreglos en el malecón de la ciudad.
Así, con recursos del Banco del Estado de Ecuador se han financiado 2 800 000 dólares y el Gobierno Autónomo Municipal de Orellana ha invertido 1 500 000 dólares adicionales. Por su parte el Vicariato de Aguarico ha cedido en comodato la colección de piezas arqueológicas reunidas desde hace cincuenta años y que fue restaurada en su totalidad con apoyo de la AECID. La Fundación Labaka ha equipado un taller de cerámica; el archivo histórico digitalizado; la biblioteca adquirida con fondos de distintos proyectos de cooperación; además de reutilizar vitrinas y pedestales construidos para exposiciones anteriores que fueran financiadas por la empresa privada.
El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, INPC, se ha sumado a la tarea con la entrega de diez piezas adicionales en comodato. Se espera así que el Macco sea el contenedor de las piezas de la Fase Napo del Ecuador y que incluya varias otras piezas que están ya sea en instituciones públicas, ya sea en colecciones privadas e incluso, sea motivo para recuperar piezas que se encuentran en el extranjero.
Se espera que el Macco sea el contenedor de las piezas de la Fase Napo del Ecuador y que incluya varias otras piezas que están ya sea en instituciones públicas, ya sea en colecciones privadas e incluso, sea motivo para recuperar piezas que se encuentran en el extranjero.
La creación del Museo Arqueológico y Centro Cultural de Orellana cambiará no solo el rostro de la ciudad. Cambiará sus hábitos. O al menos esa es una de las apuestas: un lugar bello en un entorno bello solo puede ser una ventana abierta para que entren nuevos aires a la ciudad petrolera, más aún, desde el balcón con vista al río que es el Macco. Los vecinos del Barrio Central de Coca, reunidos en los días previos a la inauguración, se hicieron eco. Algunos ya vieron el potencial turístico y la revalorización de sus predios y están ya pintando casas y cambiando fachadas. A la vez, se han comprometido a hacer que el entorno sea seguro y limpio para garantizar que el Centro Cultural cambie la vida del pueblo.
El día de la inauguración del Macco, el ministro de Cultura de Ecuador, Guillaume Long, reconoció la labor de los misioneros capuchinos en esto de velar por el patrimonio de la amazonía y felicitó a quienes soñaron con el proyecto. El ministro se mostró gratamente sorprendido por la magnitud de la obra y ofreció sumarse a la apuesta para volver a ese lugar “lúdico”, un lugar donde siempre estén ocurriendo cosas buenas. La alcaldesa, Anita Rivas, hizo lo propio:
“Desde que el padre Miguel Angel Cabodevilla me vino con la idea de hacer el Museo en Coca, cuando yo era Concejal, me ilusionó la idea. Me pareció que ahí estaba el Coca del futuro, el Coca, como digo yo, pospetrolero. Y que el Museo iba a ser no solamente un lugar para encontrarse con las piezas arqueológicas y con la historia, sino que iba a ser un lugar que mejore las economías de sus hogares. Ahora, recorriéndolo, confirmo ese pensamiento: el Macco sin duda va a mejorar la vida de muchas de las familias, en él se van a generar emprendimientos, pequeños negocios. Hay espacios para los niños, para los abuelos. Hay todo un trabajo no solo en el museo sino en el Malecón” y añadió: “con el Macco se abre un camino. Hemos apostado por la cultura como herramienta de desarrollo. Y creo que ahora es cuando empieza el duro trabajo, para atender a la ciudadanía, al turista, a quienes vengan a dejar sus recursos en nuestro cantón”.
El Museo es la muestra de que los sueños son posibles. Un viejo anhelo que, con el apoyo del Vicariato de Aguarico, la Fundación Alejandro Labaka, el Gobierno Autónomo Municipal de Orellana se cristalizó en el 2015. Un legado que lleva más de 50 años. Un compromiso por la cultura. Y, sobre todo, un tributo a la amazonía, a su gente, a sus raíces y al patrimonio.
Internarse en la selva
En el Macco se guarda un tesoro. Para ello se ha hecho un cubo –cofre- de tres plantas, forrado en madera. Allí, el jefe Encabellado –así llamaban a los Omaguas- recibe al visitante que entra al Macco. Una acuarela de José Enrique Guerrero lo representa. Con su corona de plumas y su atuendo da la bienvenida. En la primera sala el visitante se asombrará con la epopeya de la adaptación del ser humano en la selva, la transformación de los suelos, la diversidad de pueblos, culturas y lenguas que se hablaron en la Amazonía y sus mecanismos de supervivencia.
Encontrará cómo la tierra ha guardado en sus entrañas las pruebas de esa intervención humana, en vasijas que han aparecido enterradas, en las orillas de los ríos, y las pocas exploraciones en las que se han encontrado grandes hallazgos (Evans-Meggers, p. Pedro Porras, los misioneros capuchinos) y que son parte del legado de los antepasados amazónicos.
El recorrido sigue con la distinción entre los pueblos de selva adentro y los pueblos que habitaron junto a las riberas de los ríos y luego como el barro, el agua y el fuego, transforman la vida de la selva y se crean los utensilios que, además de los puramente utlilitarios que fueron parte de la sedentarización de los pueblos, fueron también rituales y ornamentales. La cerámica pasó a ser objeto suntuario e incluso, de distinción. La cerámica adquirió valores simbólicos religiosos, representaciones del universo y vestigio de la cosmovisión indígena.
Los enterramientos en urnas funerarias bellamente pintadas, los dibujos de los sellos o pintaderas con las que los indígenas se pintaban el cuerpo a manera de vestido, los platos finamente decorados que sorprendieron a los españoles a su llegada al nuevo mundo según los relatos de antiguos cronistas, son parte de la nutrida exposición.
En la muestra se cuenta de la gente “pulida”, “aunque hubo diferentes grupos que se sucedieron en el dominio de ríos como el Napo o Aguarico, tanto las primitivas relaciones de la Conquista como algunas urnas antropomorfas datadas hacia el año 1.100 y posteriores, nos hablan de gente con un alto grado de estética”, reza uno de los carteles de la exposición, que introduce al mundo de los Omaguas, conocidos también como los piratas del río Napo o como los Encabellados, aquellos indígenas que honraban a la luna y que achataban su cara para parecerse a ella.
La muestra cuenta del esplendor y del final de los Omaguas. Al vivir en las riberas de los grandes ríos, los únicos lugares que durante tiempo visitaron los conquistadores, recibieron sobre sí el impacto inicial de sus enfermedades. Su final llegó y hay urnas que probarían su ocaso.
La muestra cuenta del esplendor y del final de los Omaguas. Al vivir en las riberas de los grandes ríos, los únicos lugares que durante tiempo visitaron los conquistadores, recibieron sobre sí el impacto inicial de sus enfermedades. Su final llegó y hay urnas que probarían su ocaso.
El recorrido resultará asombroso para el visitante. En él participará del descubrimiento de un tesoro que posee la amazonía ecuatoriana y que sigue revelándose, día a día, pues numerosos son también los hallazgos recientes. Entrar al Macco es otra forma de internarse en la selva
Para el recorrido de esta muestra permanente del Macco se ha requerido de un trabajo intenso en el que han interactuado arquitectos y museógrafos, constructores y técnicos que han hecho vitrinas, bases, pedestales, además de la gráfica. En ello han trabajado Miguel Angel Cabodevilla y Juan Hermoso, desde España, y en Quito y Coca, Iván Cruz, Micaela Ponce, Alejandro Alvear, Pablo Moreira, Natalia Corral. Una larga lista de nombres que muestran que es mejor sumar, que dividir.
Exposición temporal: el legado de Cicame
En la primera planta del edificio, en la sala de exposiciones temporales, se ha montado una pequeña muestra gráfica del proceso de transición de lo que fue Cicame (Centro de Investigaciones Culturales de la Amazonía Ecuatoriana) a lo que es hoy el Macco. En una selección de 50 fotografías se resume el proceso y se hace un pequeño homenaje a quienes han velado por el patrimonio amazónico.
La muestra temporal resume el camino andado desde 1975, el primer museo Cicame, hasta el 2015 y la constitución del Museo, que ya no depende de los misioneros sino que es de la ciudadanía, es decir, un centro municipal.
En los paneles se cuenta que el Museo Cicame abre sus puertas en 1975. La oficina central se situó en la isla de Pompeya (Lunchi isla), unos 50 kms. abajo de Coca o Francisco de Orellana, en el río Napo.
La Colección Arqueológica Museo Cicame se compone de hallazgos fortuitos, hechos por indígenas al trabajar en sus chacras o, más habitualmente, por los derrumbes ocasionales de las crecientes en las orillas de los ríos.
La Colección Arqueológica Museo Cicame se compone de hallazgos fortuitos, hechos por indígenas al trabajar en sus chacras o, más habitualmente, por los derrumbes ocasionales de las crecientes en las orillas de los ríos.
Cicame ha hecho una sorda labor de conservación y salvamento del patrimonio arqueológico ecuatoriano en el nororiente. Se ha debido invertir mucho tiempo, dedicación, paciencia. En la sala se rinde un pequeño homenaje a los misioneros que hicieron Cicame impulsados por Alejandro Labaka y a las comunidades que han colaborado para la custodia de las piezas halladas en sus casas o en sus chacras.
En esa sala se da cuenta de algunos hitos:
En 1999, Cicame y el Museo Artes, organizaron en Quito la Exposición Rostros de Luna: Ecuador tenía en estas tierras amazónicas un tesoro tan precioso como desconocido que se hacía visible gracias a esa muestra.
En el 2001, Rostros de Luna regresó a la isla de Pompeya, enriquecida con un nuevo montaje y con la experiencia de su presentación en Quito en el 2001. El Vicariato de Aguarico, volvió a realizar un gran esfuerzo económico en la mejora del local que se convirtió en una espaciosa sala dedicada en exclusiva a la muestra.
En el 2009, la Fundación Alejandro Labaka, con el apoyo de Fundación Repsol del Ecuador, ejecuta un proyecto para una nueva transformación de el museo de Pompeya volviéndolo un museo etnográfico.
Con el apoyo de la Aecid, se restauran todas las piezas de la Colección Cicame. Ahí empieza un nuevo proceso para el Macco que incluye plantearse que la colección sea algo más importante e influyente para la zona, y, por tanto, un centro de interés nacional del cual la colección Cicame sería su semilla.
En el 2012 una nueva convocatoria a proyectos por parte de Fundación Repsol Ecuador, abre la posibilidad de hacer, a manera de Ensayo General, la exposición Rostros de Luna, mientras se construye el Macco definitivo. Se realizan dos exposiciones arqueológicas de importancia y tres exposiciones temporales. Rostros de Luna y El Espíritu de los Piratas, convocan a cerca de 17 mil personas en los dos años de exhibición.
Se exhiben exposiciones como La Selva Indígena, el Poblamiento de América y Mapas y Territorios, con énfasis especial en estudiantes. En esos dos años se forma un equipo de trabajo, se capacita al personal, se introducen los temas de cultura local en los centros educativos de Coca y se ensaya con materiales para lo que será la exposición definitiva del Macco: mientras se expone el “Macco previo” se continúa el trabajo de construcción del Macco definitivo.
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