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1 de Octubre del 2020
Historias
Lectura: 13 minutos
1 de Octubre del 2020
Susana Morán
Maestras dicen que solo el 10% de sus alumnos pueden asistir a clases en San Lorenzo
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En San Lorenzo se estima que la reprobación y la deserción escolar están entre el 10% y 12%. Foto: Luis Argüello. Archivo PlanV

 

Plan V habló con tres profesoras de San Lorenzo sobre cómo se están educando los estudiantes en esta zona fronteriza. Las mujeres están llevando a todos sus hijos a ‘conchar’ para reunir dinero y poder comprar un celular para que sus niños puedan conectarse a las clases virtuales. La economía está parada. El abandono se siente más que nunca.


La videoconferencia estuvo programada para el viernes temprano, pero tuvo que retrasarse. Las mujeres de organizaciones de San Lorenzo tenían problemas con sus celulares. La noche anterior se produjo un corte de luz que no les permitió cargar las baterías de sus dispositivos. Estas líderes y las familias de comunidades afro en esta zona del país viven frecuentemente esos inconvenientes. La pandemia les ha exigido usar más sus móviles para la educación de sus hijos y su trabajo. Sin embargo, las brechas históricas que viven estas poblaciones se han hecho más evidentes y desesperantes en la emergencia.

La primera en conectarse a la aplicación Zoom para la reunión organizada por Plan V, el pasado viernes, fue Amada Cortez. Comenzó con un saludo en un dialecto de sus hermanos del sur de África, ‘sawabona’, dijo. Eso significa ‘yo la valoro, la respeto, es importante para mí’. Pide que ese saludo sea respondido con un ‘shikoba’, que quiere decir ‘entonces nosotros existimos para usted’.  Cuenta que son mujeres que pertenecen a la gran Comarca del Norte de Esmeraldas, que está integrada por palenques locales en San Lorenzo y el alto San Lorenzo, Eloy Alfaro y Río Verde. Uno de estos palenques –organizaciones territoriales– se llama Momune (Movimiento de Mujeres Negras de la Frontera Norte de Esmeraldas). Está integrado por mujeres de todos los palenques y fue creada en el 2000 después del Primer Congreso Nacional de las Mujeres Negras de 1999. “El eslogan de ese evento fue ‘Nunca más el Ecuador sin nosotros los negros y las negras’”, recordó Amada. Veinte años después, ahora son más de 1.000 mujeres organizadas que trabajan por su identidad y contra la violencia de género.

Mientras Amada contaba esta historia se unió a la conversación Faviola Ayoví. Ella dice que durante la pandemia la situación de las mujeres afro no ha variado porque siempre han vivido la exclusión. Y que se ha vuelto “muy duro” para ellas tener acceso a las nuevas tecnologías. “Nuestras hermanas no logran suplir en el día a día con las necesidades básicas para vivir, peor aún van a tener estas herramientas”.


Inés Morales, Amada Cortez y Fabiola Ayoví relataron lo que ha sucedido durante la pandemia con la educación de los niños..

“Nuestros hijos se van a quedar sin preparar, mientras que los hijos de los gobernantes se están preparando fuera del país. Nuestros niños se están quedando sin lo principal que es la educación”, Amada Cortez, profesora jubilada.

Faviola es maestra. Trabaja en una escuela que tiene 500 estudiantes y está ubicada en un área marginal de San Lorenzo. A ella van niños de familias de recursos económicos muy bajos.  Ella da clases a diferentes años y solo el 10% de sus alumnos se conectan a Whatsapp para recibir las tareas. Si las madres tienen alguna duda pueden escribir al profesor. En ocasiones, los alumnos llaman a las maestras en la madrugada porque a esa hora recién se pueden conectar y las profesoras se levantan para darles las indicaciones. Su institución no utiliza aplicaciones como Zoom porque las familias no tienen acceso a un internet que les permita ese tipo de conexión. Su estrategia es visitar a las familias que no responden por Whatsapp y llevarles el material gráfico para que puedan trabajar los menores en los hogares.

Faviola considera que la educación virtual en la pandemia será solo un registro para las estadísticas. Las guías que reciben los estudiantes por internet no pueden suplir a las clases en las aulas, dice esta profesora. La educación que ya es precaria en esta zona del país ahora tendrá menos resultados en estos lugares donde el internet es muy inestable. 

Asimismo, las madres no están preparadas para ser maestras, han tenido que salir a buscar ayuda para que alguien las guíe en las tareas a sus hijos porque el alumno no entiende. Las profesoras escuchan con preocupación que las jefas de hogar prefieren que sus hijos no estudien este año porque no se sienten preparadas para ese tipo de educación en una de las regiones más pobres y abandonadas del país, donde la educación es un pendiente histórico. 

En ocasiones, los alumnos llaman a las maestras en la madrugada porque a esa hora recién se pueden conectar y las profesoras se levantan para darles las indicaciones.

En San Lorenzo se estima que la reprobación y la deserción escolar están entre el 10% y 12%, siendo uno de los cantones de Esmeraldas con los más altos índices. La tasa de escolaridad en este cantón apenas llega a los 7,3 años. Los estudiantes que abandonan sus estudios en 1ero de bachillerato también es preocupante: 12,20%. Estos datos se encuentran en un informe colectivo de 27 organizaciones, que fue elaborado en el 2017. Ellas resumen las causas de la deserción: el embarazo adolescente, la violencia doméstica y sexual, el trabajo infantil, el reclutamiento, la educación monolingüe y monocultural, la discriminación sexual, la violencia de pares. En el 2018 vivió un incremento de violencia de grupos ilegales que deprimió aún más la economía de estas poblaciones. Ahora se ha sumado la pandemia.

Inés Morales, otra líder que apenas logró cargar la batería de su celular para conectarse a la llamada, dice que los pueblos afrodescendientes de la frontera y sus niños no pueden responder a la decisión del Gobierno de educar de forma virtual. Ella también fue profesora. Explica que la mayoría de los niños de las poblaciones afro que se asientan cerca de los ríos Santiago, Bogotá y Cachaví no están asistiendo a clases. Los estudiantes y sus familias viven en zonas lejanas fronterizas. “Es una mentira que existe cobertura para todos”. Las madres, agrega, no tienen computadoras ni celulares inteligentes que puedan conectarse a internet. Si existe uno de estos dispositivos, estudian cinco niños. “Algunos alumnos deben caminar por horas para llegar al lugar donde hay internet. Si en la zona urbana de San Lorenzo tenemos dificultad, peor en las comunidades”. Piden internet y una computadora al menos por sector o un infocentro donde poder estudiar. Una alternativa, sostienen, es entregar una tablet por familia. Pero aunque las autoridades locales saben del problema, poco o nada pueden hacer.

Madrugar para sobrevivir

Amada, quien es una maestra jubilada, narra que la orden “quédate en casa” fue dramática para las mujeres afro que viven de su trabajo diario. La mayoría de las mujeres de San Lorenzo se dedican a ‘conchar’ que significa sacar las conchas del manglar, otras en palmicultoras, otras en restaurantes o en pequeños puestos de comida de pescados fritos y bolones. “Se cerró todo, se cerró la carretera, entonces esas mujeres iban conchar y no tenían a quién vender la concha. Fueron momentos muy difíciles. Se vieron las brechas de vulnerabilidad. Mientras unos tienen todo, la gente que vive en comunidades no tiene nada”.  


Uno de los principales oficios de las mujeres en el norte de Esmeraldas es 'conchar'. Es un trabajo sacrificado. Foto: Luis Argüello. Archivo PlanV

En la comunidad San Antonio le contaron que las mujeres se van a conchar con los hijos porque ellos son los que pueden entrar por las raíces más angostas de los manglares y pueden sacar más concha. De esa manera han logrado sobrevivir. “Va la familia entera. Hay unas lanchas que salen con 30 personas, con 20 personas y se van lejos a conchar y regresan tarde recién a cocinar. Una señora me contó que fue conchar con todos los hijos para comprar un teléfono para que sus hijos se puedan conectar”.

La mayoría de las mujeres de San Lorenzo se dedican a ‘conchar’ que significa sacar las conchas del manglar, otras en palmicultoras, otras en restaurantes o en pequeños puestos de comida de pescados fritos y bolones.

Inés comenta que sí llegaron los kits alimenticios, pero su duración solo fue de dos o tres días. Pero la mujer es resistente, dice. Vivieron del verde, del pescado y de la concha que fueron a buscar a escondidas al manglar porque las autoridades limitaron la movilización. Una de las estrategias fue madrugar. “Me decían profe a nosotras nos vamos a las 05:00 al manglar antes de que los marinos se den cuenta que va una canoa con dos o tres personas”. Aún hay controles al principal medio de transporte en el norte de Esmeraldas que es la canoa: se ha limitado el número de viajeros.

Las mujeres, que solían vender conchas en espacios públicos, ahora van a las casas de sus clientes para ofertar sus productos. “No tengo con qué parar la olla”, fue una frase que escucharon estas mujeres todos los días de sus compañeras. Otra salida que encontraron fue la solidaridad. Las mujeres visitaron a sus familiares y sus vecinas para reunir lo poco que tenía cada una y así alimentarse.

Amada cuenta que siempre ha sido difícil el empleo en la frontera. Las palmicultoras, que son las únicas empresas que lo ofrecen en la zona, han despedido a trabajadores, sobre todo los que se estaban organizando para formar un sindicato. Ellos no recibieron sus liquidaciones, según esta líder. “Los que se han quedado en la empresa hacen el triple de trabajo. Lo que hacían tres, ahora lo hace uno”. Cree que el empresario se ha aprovechado de la pandemia para despedir a su personal, incluido mujeres. Cuenta que han hecho proyectos para que más empresas abran sus puertas en esta zona, pero “no hay plata para nada”. Añade que han llegado migrantes colombianos y venezolanos que también se han dedicado a conchar, lo cual ha aumentado la oferta, pero ha disminuido la demanda.

Según Faviola, la COVID no ha hecho mucha mella en esta zona. Sí hubo fallecidos, pero la falta de información no permite saber si es por el virus. “Los más graves van para Esmeraldas porque acá no hay absolutamente nada”. Cuenta que la gran mayoría se ha curado con medicina natural. Baños con ‘montes’ como hojas de guayaba, limoncillo, eucalipto, más limón y vaporizaciones han sido sus remedios. Para evitar los contagios, las comunidades pusieron implementos de bioseguridad en los ingresos y nadie pasaba si tenía la temperatura alta. Amada visitó hace poco la comunidad de Playa de Oro donde no hay un solo caso del virus. Las mujeres han dejado de ir al hospital de San Lorenzo y prefieren atenderse en un centro de salud o parir con comadronas.

Durante las visitas que hacen estas líderes a las comunidades entregan folletos para prevenir la violencia de género o con indicaciones para saber dónde denunciar. Amada dice que han aumentado las violaciones de niñas y niños. Dejar esas guías es uno de los aportes que pueden hacer a favor de sus compañeras que se sienten desamparadas en la pandemia. Porque si algo ha quedado claro en esta emergencia, es que las mujeres afro de la frontera han sido violentadas en sus derechos todos los días.

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