
Marcelo, un estudiante quiteño de 13 años se sienta en la clase de literatura y escucha el análisis que hace su profesor, Wilfrido Rivas, sobre el texto Libertad de Edgar Allan García. En el cuento, mientras un maestro enseña matemáticas o lengua, los alumnos sueñan con campos de trigo o con descender en parapente desde la cima del Himalaya. Luego viene un señor "con mirada de Lord Voldemort" y les da pastillas de colores por haber sido diagnosticados con síndrome de atención dispersa. El análisis de Rivas acerca del relato es que la escuela formaliza, estandariza, masifica; es como una pastilla para dejar de imaginar.
"Marcelo es bueno para crear mundos", dice.
Rivas se identifica con el texto de Allan García porque siente que cuando era joven e iba a la escuela sus profesores le estructuraron y porque hay gente que ve y siente el universo de manera distinta al resto. Rivas piensa que Marcelo y él son parte de ese grupo de gente "que en una clase está el 90% del tiempo volando". Marcelo, sin embargo, no toma el comentario como un cumplido. Se entristece en mitad de la clase. Dice que no quiere sentirse distinto a sus compañeros.
Evelyn Yánez dice que desde que Marcelo era un bebé, hacía cosas que otros niños no hacían. "Tenía problemas en acatar reglas, lo cual no es común en niños tan pequeños", cuenta. Yánez recuerda que su hijo se enojaba y se frustraba excesivamente.
Pero su madre, Evelyn Yánez dice que desde que Marcelo era un bebé, hacía cosas que otros niños no hacían. "Tenía problemas en acatar reglas, lo cual no es común en niños tan pequeños", cuenta. Yánez recuerda que su hijo se enojaba y se frustraba excesivamente. En el preescolar, mientras sus compañeros de guardería jugaban con los bloques, él se encargaba de botarlos al piso. Marcelo tenía un primo llamado Markus de Suiza y Yánez dice que, cuando vino de visita a Ecuador, su hijo siempre le molestaba. A Marcelo no le gustaba que le tomen fotos ni que le vean en público; no se unía a la ronda con sus compañeros, sino que se escondía detrás de los arbustos.
Marcelo, cuyo nombre completo no se revela porque sus padres pidieron confidencialidad, vive en Carcelén con su padre, su madre y su hermana menor. El niño fue diagnosticado con Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) a los 10 años. Como consecuencia del desorden, ha tenido impedimentos académicos y sociales a lo largo de su vida pero el arte le ha ayudado a superarlas más que cualquier terapia.
Según Carolina Lanas, psicóloga infanto juvenil, algunas características principales del TDAH son la falta de atención, la hiperactividad y la impulsividad, las cuales interfieren con el desempeño social y académico de un niño. Lanas dice que algunas alertas para descubrir cuándo un niño sufre del trastorno son cuando no sigue instrucciones, no logra terminar las tareas, pierde las cosas, se distrae fácilmente con estímulos externos, se mueve o habla excesivamente, interrumpe a los demás o tiene dificultad para esperar su turno.
"Notaba un comportamiento extraño en mi hijo pero en ese momento no tenía con qué comparar porque era madre primeriza", dice Yánez. Ella piensa que su hijo siempre fue muy listo. Por ejemplo, comenta, aprendió a usar un computador a los dos años para entrar al programa Paint y hacer dibujos. Su facilidad para el arte fue evidente desde su temprana edad, cuenta.
El niño fue diagnosticado con Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) a los 10 años. Como consecuencia del desorden, ha tenido impedimentos académicos y sociales a lo largo de su vida pero el arte le ha ayudado a superarlas más que cualquier terapia.
Yánez dice que su hijo suele estar triste porque lo que más le ha afectado de tener TDAH es tener una baja autoestima, lo que le hace aislarse de los demás. Marcelo dice que sí se integra con el resto, aunque algunos compañeros de clase lo llaman "antisocial". Él habla despacio y aparenta timidez. Sin embargo, niega ser tímido. Marcelo es delgado y mide 1.60; su cabello negro está acomodado con gel. Con sus ojos verdes mira directamente a los ojos de su interlocutor. Está tan sereno mientras habla de su vida que resulta difícil creer que ha tenido "algunos problemas en algunos colegios" a los que ha asistido.
Yánez recuerda que un día en el Centro Educativo Frau Klier, una guardería privada a la que asistía Marcelo a los cinco años, una auxiliar de una profesora se enojó con el niño porque él la llamó "vieja chancluda". La asistente le llevó al baño y apoyó su cabeza contra el inodoro, amenazándolo hasta que le dijera cuál era su verdadero nombre. La madre se quejó y despidieron a la responsable, no sin antes decirles a los padres que el incidente también era su culpa por dejarle a Marcelo ver El Chavo del ocho, una serie mexicana en la que se repetía la frase que indignó a la auxiliar. "Era una madre joven, una madre sin experiencia y pensaba que todo era culpa de mi hijo y mía", dice Yánez.
Cuando Marcelo entró a primero de básica, seguía teniendo problemas. Sus compañeros y profesores le rechazaban. Le costaba seguir las clases de matemáticas y la lógica, pero era bueno para dibujar y hacer videos en la computadora.
Por los problemas sociales que tuvo Marcelo, sus padres decidieron cambiarle de colegio cuando tenía seis años. En la búsqueda de una nueva opción hubo obstáculos porque cuando en las entrevistas enseñaban la libreta del niño, no le aceptaban por su récord disciplinario. Finalmente encontraron un nuevo colegio, el Paul Válery, en el cual los problemas sociales y académicos persistieron. "Nunca me explicaron qué hacía (mi hijo)¨, dice Yánez, "pero puedo imaginarme que hacía lo mismo que lo que le hace a mi otra hija: Gestos, sonidos, caras", explica. Ella dice que Marcelo no es desafiante, sino burlón.
"Nunca me explicaron qué hacía (mi hijo)¨, dice Yánez, "pero puedo imaginarme que hacía lo mismo que lo que le hace a mi otra hija: Gestos, sonidos, caras", explica. Ella dice que Marcelo no es desafiante, sino burlón.
Cuando Marcelo entró a un tercer colegio, el Letort, sus padres lo llevaron donde una nueva psicóloga porque las autoridades les decían a los padres que el niño tenía un comportamiento inaceptable. Esta profesional fue quien diagnosticó a Marcelo con TDAH. El neurólogo les recomendó que el niño tome Ritalín, una droga química para el trastorno. A pesar de la instrucción del doctor, decidieron dejar de medicar a Marcelo después de 15 días porque Yánez dice que su hijo estaba "ido" y nunca más le dieron ningún tipo de medicación para el TDAH. Marcelo se refugió en el arte.
Marcelo cuenta que su relación con la música empezó cuando entró al Letort a los ocho años cuando decidió entrar a clases de guitarra como una actividad extracurricular del colegio. Dice que la música le ayuda a concentrarse y que cuando toca la guitarra puede mantenerse por largo tiempo haciendo la misma actividad. Eduardo Muñoz, el profesor de música del colegio, dice que Marcelo es talentoso y que le nota muy motivado cuando llega a clases de música. Dice que a veces está encerrado en sí mismo pero no porque los otros niños le hagan a un lado, sino porque Marcelo se concentra en lo que tiene que hacer. "Él usa la guitarra para dar sus pruebas pero en los ratos libres veo que toca otros instrumentos como el piano o la melódica", narra Muñoz. "Debe practicar en casa los otros instrumentos, supongo, porque aquí llega y los toca", dice. La madre de Marcelo cuenta que la autoestima de su hijo se fortaleció con la música porque con ella puede demostrar su capacidad frente a los demás niños. Por esta razón, sus padres decidieron pagarle clases privadas en la Escuela de Músicos.
El neurólogo les recomendó que el niño tome Ritalín, una droga química para el trastorno. A pesar de la instrucción del doctor, decidieron dejar de medicar a Marcelo después de 15 días porque Yánez dice que su hijo estaba "ido" y nunca más le dieron ningún tipo de medicación para el TDAH.
A Marcelo le gusta tocar jazz clásico, rock clásico, improvisar y crear canciones instrumentales con su guitarra Fender Stratocaster de color blanco con negro. César Galarza, guitarrista de la banda ecuatoriana Verde 70, quien fue su profesor en la Escuela de Músicos, les dijo a sus padres que el muchacho tiene talento y que sería bueno comprarle un instrumento de calidad. Marcelo asistió a la Escuela de Músicos solamente por cuatro meses porque Yánez dice que su situación económica no les permitía seguir con las clases. Desde ahí, Marcelo ha seguido su exploración de la música como autodidacta, aprendiendo por su cuenta a tocar sus canciones preferidas, como Red House de Jimi Hendrix.
"Nuestra situación económica no nos permite ayudar a Marcelo a explotar todo el potencial creativo que él tiene", dice Yánez, haciendo énfasis en que su hijo toca el piano, la guitarra, dibuja, hace diseño gráfico y crea videos. "Pero para los colegios eso (el arte) no vale", opina.
Ella cuenta que el año pasado fue el año más difícil de la vida de Marcelo. Cuando se enojaba, narra, su hijo le decía: "Si tú supieras lo que yo he vivido". Yánez dice que se dio cuenta de que le estaban haciendo "cyberbullying": Subiendo videos y fotos de él a canales de Youtube y redes sociales, donde se burlaban de Marcelo. Cuando Yánez se dio cuenta de esto, le presionó a su hijo para que le cuente todo lo que estaba pasando. Él le contó que sus compañeros le hacían pagar los $2.50 que sus padres le mandaban para su colación para permitirle jugar con ellos; que siempre estaba solo; que en los trabajos de grupo nadie quería estar con él. El inspector del colegio puso un alto a todo esto, aunque "la cicatriz queda", según Yánez.
Este año fue menos duro para Marcelo y se apoyó en su mejor amigo, Pablo, quien le describe como "amigable y un poco loco". Sin embargo, Yánez cuenta que su hijo siempre le confiesa "Mami ya no quiero estar aquí".
Marcelo cuenta que las únicas clases que le gustan son las de literatura y música porque le permiten hacer lo que más disfruta: crear. Su profesor de literatura, Rivas, comenta que no le interesa que sus alumnos sepan exactamente el significado de la onomatopeya o el alejandrino, sino que sean capaces de leer, sentir, escribir y proponer. "(Los profesores) deberíamos ser más que quienes entregan pastillas de colores", dice.
Mientras tanto, Yánez y su esposo evalúan sus dos opciones para el próximo año lectivo: cambiarle a su hijo de colegio o dejar que Marcelo esté un año lejos de las aulas. Cuando Marcelo escucha las opciones duda sobre sus posibles futuros compañeros: "¿Y si no les caigo bien?" Los padres de Marcelo quieren permitirle a su hijo que se tome un año sabático para renunciar a la presión de sentirse aceptado y para dedicarse al arte, la única terapia que le ha funcionado.
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