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6 de Febrero del 2017
Historias
Lectura: 14 minutos
6 de Febrero del 2017
Susana Morán
Mujeres shuar: las voces del desalojo

Fotos: Luis Argüello

De izquierda a derecha: Mónica Ambama, Claudia Chumpi y Mercedes Chinkiun arribaron a Quito para contar sus historias de desalojo.

 

Líderes indígenas afirman que 200 familias y 40 niños son los afectados por el conflicto minero en Morona Santiago. Desde los enfrentamientos entre comuneros y militares en Nankints, en agosto y diciembre de 2016, mujeres y niños permanecen refugiados en la comunidad de Tiin. Allí sus habitantes pasaron de 20 a 300, de acuerdo a los testimonios. Desde esta zona, cuatro mujeres shuar llegaron a Quito la semana pasada para contar sus historias de desalojo y para pedir que les devuelvan sus territorios.

Las mujeres shuar se veían tímidas. Tres de las cuatro madres que llegaron a Quito, la semana pasada, cargaban a sus hijos de meses. Asustadas con los periodistas apenas levantaban sus voces. Era la primera vez que visitaban la capital. El frío les había partido los labios. Su hijos jugaban, comían y dormían, mientras ellas trataban de hilar los hechos que les sucedieron en lo que aún llaman “sus territorios”. El pasado miércoles, en rueda de prensa en la sede de la Conaie, se presentaron como los rostros del desalojo de las comunidades de Nankints y Tsuntsuim, en Morona Santiago. Estos episodios ocurrieron entre agosto y diciembre del año pasado cuando se produjeron enfrentamientos entre comuneros y militares, hechos que dejaron un policía muerto.

Alrededor de una urna con palosanto encendido, un par de decenas de personas se tomaron las manos junto a ellas y las escucharon. Aunque sus voces eran tenues, sus casos despertaron indignación y asombro. Mujeres de los movimiento indígena y feministas estuvieron para apoyarlas. Hubo quienes les dieron palabras de aliento con las voces entrecortadas. Las abrazaron y de nuevo el llanto.

"30 de los 40 niños desplazados no están yendo a la escuela, están refugiados en otros territorios", Diana Atamaint, dirigenta indígena.

Las cuatro mujeres salieron desde Tiin para exigir que les devuelvan sus territorios. Tiin es ahora una de las comunidades que ha acogido a los desalojados en Morona Santiago. Llegaron allí después de cruzar la montaña y tras horas de caminata. Con sus hijos, la mayoría menores de 10 años, atravesaron las peñas del sector con lo poco que lograron sacar. En los pocos minutos que tuvieron para recoger sus cosas dieron prioridad a los documentos y a las ollas.

Dos de ellas, desalojadas en diciembre pasado, hicieron la travesía solas. Sus esposos corrieron hacia la montaña por el temor de ser encarcelados como supuestos implicados en la muerte de un policía, el pasado 14 de diciembre. Ahora desconocen sus paraderos. Todas coincidieron en que sus casas fueron destruidas. Mercedes Chinkuin contó que en el trayecto una de sus tías dio a luz en la montaña. Mientras Claudia Chumpi aseguró que uno de sus tíos al regresar a Tsuntsuim para recuperar algo de ropa se quemó casi completamente después de pisar un explosivo que supuestamente habían dejado en su casa los militares. Hoy Tiin es la tierra de los desalojados. Según sus testimonios, este lugar pasó de 20 a 300 personas.

El primer balance que hacen las líderes indígenas Katy Betancourt y Diana Atamaint sobre los afectados del conflicto minero en tierra shuar es de 200 familias y 40 niños desalojados. Hasta el momento, la dirigencia afirma que las cifras exactas son desconocidas, pues el acceso a esos territorios es limitado por el estado de excepción. La medida está vigente desde el 14 de diciembre, pasado después de que se registraran enfrentamientos entre las comunidades y los militares en el campamento minero La Esperanza, donde se ubicaba la comunidad Nankints. Visitar estas zonas se ha vuelto un embudo. Muy pocos han logrado llegar con éxito. Por eso trajeron a las mujeres para que se escuche que su vida es su territorio. “Es el momento más crítico para el pueblo shuar”, dijo Atamaint. Estos son sus testimonios:

"Botaron mi casa al río"
Mercedes Chinkuin, 20 años, vivía en Nankints

“El 11 de agosto de 2016 fui desalojada de la comunidad Nankints. Llegaron 2.000 militares armados y hartísimos carros. Trajeron materiales. Cuando llegaron nos dijeron que tenemos 5 minutos para retirar las cosas. Algunos pudieron retirar, algunos no. Las aves no pudimos coger, porque son difíciles de coger, se quedaron allí. Avanzamos a sacar los más importante que son los documentos. Los militares entraron como dueños.  Estaban bien encapuchados, con armas, antibalas. Nos decían: ‘ya es la hora de salir’. Nos decían: ‘ustedes no pertenecen aquí’. Dijeron que el Gobierno mandó la orden para que desalojen a la gente”.

“Patearon la puerta para entrar. Sacaron las ropas, las ollas, las cocinas. Todo botaron afuera. Desarmaron todito. Mi casa era de dos pisos, vivíamos con mi papi, mis dos hermanos, mi esposo y mis tres hijos (de 4 años, de 2 años y 9 meses). Mi papi siempre vivió allí. Es agricultor. Recién había sembrado cacao cuando al siguiente día ya lo desalojaron. Todo lo que teníamos sembrado (plátanos, papas chinas, yuca) lo dejaron limpio, cortaron con macheque. Vinieron con un chancador y dejaron aplastando todito. Todas las guabas tumbaron. Como vivíamos cerca del río, la casa la botaron al río. Cuando estaban desarmando la casa, mi papi (de 50 años) se puso a llorar de tanto sacrificio que él ha hecho, de sembrar todo. Ahora está refugiado en la montaña. Los militares nos dijeron que este territorio era privado y que nos vayamos de aquí. Antes del desalojo, tomaban fotos de la siembra y de nosotros”.

"Todo lo que teníamos sembrado (plátanos, papas chinas, yuca) lo dejaron limpio, cortaron con macheque".

“El día del desalojo nos quedamos arrimados a un ladito de la carretera. Mis guaguas lloraban de hambre y de la sed, en ese solazo que hacía. Dijeron que nos iban a reubicar, pero solo nos dieron un carrito para irnos a dejar en la comunidad 27. Pensamos quedarnos allí unos días hasta que esto se arregle. Pero no se arregla. Ya han pasado 5 meses y seguimos así. La gente en la 27 no nos quería ahí porque eran a favor de la minería. Nos quedamos solo un mes y de ahí nos fuimos porque supimos que venían de nuevo los militares. Cogí solo tres paradas de ropa de mi guagua. Caminamos dos horas, el camino es sucio, lleno de lodo y barro hasta Tsuntsuim. Mis guaguas lloraban. Vimos que andaban dos aviones. Los niños se asustaban. Escuchamos disparos. Todos corrieron. No conocía a nadie. Fui siguiendo a un grupo que se iba por la montaña y decidimos llegar a la comunidad de Tiin. Salimos a las 7 de la noche  y llegamos a las 7 de la mañana del otro día. Llegamos todos sucios, mis guaguas ya no avanzaban. En Tiin estamos con una familia. Nos prestaron una cocineta. El dueño de casa le pido que me ayude con un poquito de comida. Ellos madrugan a pedir comida. A veces les cocino un verde y le doy en molito (puré). Como nosotros somos mayores nos aguantamos. Quiero regresar pero la empresa china ya está posicionada en Nankints y está hecho todo un campamento, están alambrado. Solo queremos volver a nuestra tierra. Es la primera vez que nos pasa algo así”.

"Los niños están bien asustados, no estudian"
Claudia Chumpi, 18 años, vivía en Tsuntsuim

 

“A nosotros nos desalojaron de Tsuntsuim el 18 de diciembre de 2016. Ese día me fui a traer verdes con mis dos hermanas, cuando vi que venían 500 militares. Yo dejé botando los verdes y fui a avisar a nuestra gente que los militares estaban llegando. Venían en filones, llenando los caminos. A mi comunidad solo se llega caminando, no hay carretera. No hay contaminación. Es limpio. Vivía cultivando plátano, yucas, camotes, papayas, papa china. Siempre viví allí. En mi familia somos unas 10 personas. Yo tengo dos hijos. Mi casa era de madera y paja. De un piso. Los militares se ubicaron en cada casa y rompieron las puertas, botaban las cosas afuera, las ollas, las cocinetas, los cilindros de gas. Los niños se caían y lloraban. Los militares llenaron la multicancha, donde jugaban los niños y la comunidad. Éramos 40 familias. Nos corrimos todos. Mi marido estaba sospechoso porque decían que teníamos armas. Pero no tenemos armas”.

"A nosotros nos sacan de esa tierra porque no queremos la minería ni la contaminación. Queremos que nos devuelvan nuestro territorio".

“(Cuando llegaron los militares) nos corrimos arriba a la montaña. Los niños lloraban y les cerrábamos la boca para que no griten y no nos sigan más. Pero nos siguieron hasta la loma. En la montaña ya se hizo de noche y nos quedamos allí. Cuando amaneció seguimos caminando hasta llegar a la comunidad de Guapiz y caminamos un día más en la montaña. Mi tía dio parto allí. Sin médico ni nada. Llegamos a Tiin en tres días y ahí nos recibieron. Estuvimos sin comer dos días. Los hombres no están en Tiin, nos abandonaron. Los niños están enfermos. Estamos viviendo nueve personas en una misma casa. No tenemos ollas, ni tazas. Nos prestaron una olla. Los niños están bien asustados, no estudian. Solo están yendo mis dos hermanas en Tiin. Los militares siguen mandando la cámara (drone) a cualquier hora del día. A nosotros nos sacan de esa tierra porque no queremos la minería ni la contaminación. Queremos que nos devuelvan nuestro territorio, porque nuestra vida es nuestra tierra. Nosotros cultivamos ahí, nuestros hijos producen ahí. No tenemos armas. Nuestros esposos nos dejaron abandonando. Estamos solas, no tenemos nada. Un tío volvió hace una semana y encontró que habían dejado minando la casa. Mi tío se quemó. En cada casa está puesto. Como estaba en un grupo, con otros tíos, lo cargaron hasta la comunidad de Guapiz. Está muy mal. Todito está quemado. En Tsuntsuim, las casas están destruidas. Los pollos y los perros están muertos”.

"Habían más de 30 casitas en la comunidad, todas están destruidas"

María Ayui, 52 años, viuda, vivía en Tsuntsuim

"Me dijeron que los militares venían a Guapiz y como tenía listas las cositas, mi hijo las cargó y nos fuimos caminando para Tiin".

“Fui desalojada el 18 de diciembre de 2016. Los militares fueron a buscar a los hombres (acusado por el crimen del policía). Cuando llegaron, cogimos dos paraditas de ropa. Tengo 10 hijos, pero ya los mayores son papás y mamás. Conmigo viven tres. Salimos a las 01:00 de mi casa. Salimos de madrugada para que los militares no nos avancen a coger. Éramos 30 personas en Tsuntsuim. Vivimos al lado del río grande, el Zamora.  Trabajamos en el oro y las minas con las bateas. Con eso compramos el mercado. Las casitas eran de maderitas. A mí me ayudaron mis yernos y me hicieron una linda casita de dos pisos. Tenía una cocina y planchita. Cocinaba con la leña y el fogón. Habían más de 30 casitas en la comunidad. Todas estas casitas están destruidas. Los militares han entrado. Alcancé a llevar dos ollitas, tres platitos, el resto se quedó. Todas las ropas se quedaron regadas en el patio. Quemaron los libros de mis hijos. Las puertas patearon”.

“Salí con mis hijos de 15, 10 y 7 años. Nunca había ido por esos caminos. Yo vivo allí hace 50 años. Caminamos cinco horas hasta la comunidad de Guapiz y después me quedé sentada. Mis hijos en medio del camino se quedaron dormidos. Es un camino con peñas y huecadas. Descansamos en el puente de Zamora. Con un profesor shuar fuimos a Guapiz para pedir un vaso de agua y seguir caminando. Me dijeron que los militares venían a Guapiz y como tenía listas las cositas, mi hijo las cargó y nos fuimos caminando para Tiin. Caminamos seis horas. En Tiin no tenemos ollitas para cocinar variadito. Tengo dos platos rotitos que alcancé a sacar. En la comunidad me prestaron una linda cocinita, pero el techo del cuarto está por caerse. En Tiin solo había 20 personas y ahora están 300”.

“Yo quiero volver a mi territorio a trabajar. Cuando estaba en mi comunidad no faltaba qué poner en la olla, ahora me siento un poco mal de la salud, en  casa ajena. Quiero volver a mi territorio. Nunca en mi vida me ha tocado estar en esta calamidad. Yo estoy con mis hijos menores que se están educando, pero ya no se educan. No nos dejan vivir en paz y en tranquilidad. Toda mi familia está desalojada”.

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